Decálogo
del traductor literario
Helena
Cortés Gabaudan
Existen
unos cuantos códigos deontológicos para traductores, pero muy pocos
se refieren a la traducción literaria en particular. De entre ellos,
uno de los primeros que se encuentra en Internet ni siquiera llega a
reunir más de 7 normas, y las que incluye apenas tienen que ver con
lo que realmente garantiza la calidad de una traducción literaria;
es un mero listado de requisitos básicos del traductor en general y
de aspectos legales (vid. el código deontológico del traductor
literario redactado por el Consejo Europeo de Asociaciones de
Traductores Literarios, ceatl). Ante esta carencia, hemos redactado,
entre bromas y veras, un pequeño código personal para traductores
literarios noveles, un decálogo que solo se basa en los cientos de
horas solitarias, ingratas, desesperantes, pero siempre felices,
pasadas frente a los textos de los grandes autores.
DECÁLOGO
DEL BUEN TRADUCTOR LITERARIO
Humildad
(o, lo que otros llaman fidelidad al texto). No trates de ser más
brillante que el propio autor; en general, la mayor literalidad
posible en fondo y forma es la mejor norma, aunque siempre creando un
texto propio y sin caer en la burda copia. Si tienes siempre la
tentación de mejorar el original, si te gusta adaptar y añadir
cosas de tu cosecha o cortar y simplificar las partes complejas,
escribe novelas, pero no traduzcas. Y, en particular, si eres poeta y
te encanta traducir poesía, haz un esfuerzo: olvida tu condición
por un instante y sé solo traductor. El lector no quiere leer tus
versos.
Sensatez.
Algunos escritores son gente rara, sí, ¡pero no tantos! En general
no escriben estupideces ni insensateces. Así pues, si algo te
sorprende sobremanera o parece no tener ningún sentido, es casi
seguro que te has equivocado. Indaga. Seguro que algo se te está
escapando.
Sentido
estético. Traducir correctamente el contenido de la obra original
puede ser relativamente fácil, pero no hay que olvidarse de la forma
estética. Analiza a fondo los recursos estilísticos y estéticos
empleados por el autor y trata de lograr lo mismo en tu propio
idioma. De no ser así, tanto daría hacer un buen resumen del
contenido como traducir la obra.
Paciencia.
Si quieres traducir literatura no puedes tener prisa, es labor
interminable de investigación, reescritura, relectura. Una
recomendación: cuando hayas acabado de traducir, olvida tu versión
en un cajón durante un tiempo suficientemente largo como para borrar
de tu mente el original y haz una última lectura sin tener presente
más que tu sentido lingüístico y literario: en este momento, y
solo en éste, tómate todas las libertades que quieras con el texto
hasta que a ti te suene bien, hasta hacerlo completamente tuyo, hasta
que deje de ser una traducción y se convierta en tu texto: ganará
en fluidez, no sonará a traducción y tendrá un estilo homogéneo.
Cultura.
Si no tienes cientos de horas de lectura acumulados, si careces de
una sólida cultura general y de cierta experiencia vital, si no
conoces los clásicos y te aburre cualquier libro que no esté lleno
de acción y diálogos, si nunca ganaste un premio de redacción en
el colegio ni leías por las noches con una linterna debajo de las
sábanas para que no te riñeran, si nunca viajaste a los países
cuyas lenguas traduces, en definitiva, si no tienes gusto por la
literatura: por favor ¡no te hagas traductor literario! Se gana más
con los manuales de autoayuda y los libros de cocina.
Naturalidad.
Es más importante que la obra suene bien en tu idioma y conseguir un
texto natural y fluido, carente de todo artificio, que el que se
cuele alguna disculpable metedura de pata. Y el que esté libre de
error, que tire la primera piedra.
Buena
pluma. Si no tienes talento para escribir con gracia y soltura en tu
propio idioma no podrás ser nunca un buen traductor literario. Solo
el que escribe bien traduce bien.
Dominio
de tu lengua. Ser bilingüe ayuda mucho, pero no es garantía de
buena traducción. Conocer bien la lengua de partida es un requisito
técnico tan elemental como saber leer y escribir, pero no aporta
nada más. Conocer bien la lengua de llegada, haberse perdido por sus
más enrevesados vericuetos, saber jugar con ella, poder burlarse de
ella: esa es la condición para ser un buen traductor. Busca a quien
domine muy bien la lengua extranjera y tendrás, con suerte, un
correcto traductor. Busca quien domine a
fondo
su lengua materna y casi seguro que habrás encontrado a un buen
traductor.
Actualidad.
No envejezcas a propósito una traducción para acercarla a la época
del autor. Piensa que los lectores contemporáneos del autor pudieron
disfrutar de una lectura fluida y natural en el idioma de su tiempo.
No castigues a tus lectores con una barrera idiomática artificial
que solo provoca distancia. Para que el original siga siendo tan
accesible como en su tiempo, cada generación necesita una nueva
traducción.
Amor.
O lo correcto no es igual a lo bueno. Cuántas traducciones hubo más
o menos correctas que son perfectamente olvidables, por grises,
planas, carentes de toda vida. Tal vez con un excelente
adiestramiento se pueda conseguir un número aceptable de correctas
traducciones. Pero siempre hubo, hay y habrá muy pocas buenas
traducciones. En traducción literaria, traducción correcta no
equivale a buena traducción. Porque también hacen falta grandes
dosis de empatía. Si a pesar de haber renegado del texto más de mil
veces, en el fondo has acabado sintiendo pasión por él y su autor,
es señal de que eres un traductor. Si en caso de existir la máquina
del tiempo lo que más te gustaría sería tener una entrevista con
el clásico al que estás traduciendo, es señal de que eres un
traductor. Si lo que más te gusta al llegar a casa es sentarte ante
tu libro, y nunca te vas a la cama sin haber traducido al menos unas
cuantas líneas —porque ése es el momento que más disfrutas del
día— es señal de que eres un traductor. Y es que, además de
profesión, hace falta un poco de vocación.
Estos
diez mandamientos se encierran en dos: amarás a la literatura sobre
todas las cosas y a los textos que traduces como a ti mismo.
Conclusión
Hacer
traducciones literarias es lo más parecido a tener hijos: es una
gestación larga y complicada, cuanto más se acerca el inexorable
plazo de entrega más insoportable y más pesado se vuelve el asunto,
hay momentos en que detestas al que te embarcó en aquel lío y te
preguntas cómo pudiste aceptar; y llega siempre ese momento de
extremo dolor, cuando tienes que sacar fuera como sea la cabeza del
infante, en que te juras a ti mismo que nunca volverás a caer en
semejante empresa… pero, en general, una vez que el niño ya está
fuera y lo miras, solo queda amor incondicional por tan trabajoso
producto, pese a los muchos fallos que pueda tener. Y es que ¿hay
alguna madre que piense que sus hijos son feos? En resumen, la
traducción literaria no es una profesión, no da de comer ni se
aprende en la academia: es una vocación y un talento. Si no
disfrutas con ella, no la ejerzas.
Tomado de:
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