DECÁLOGO
DEL JURADO PERFECTO
Gina
Picart
Los
Decálogos están de moda en todas partes. Especialmente los que
pretenden mostrar cómo debe escribir un autor que se respete. Sin
embargo, no recuerdo haber visto ningún decálogo donde se ofrezcan
pautas para regular la conducta de un buen jurado literario. Y como
he pensado bastante sobre el tema, creo que bien pudiera publicar mis
ideas al respecto. Total, si los decálogos cuanto más disparatados
sean resultan más exitosos, puedo aventurarme, supongo…
1-Cuando
un escritor, ensayista, cuentista, investigador, teórico, etc.
recibe invitación para integrar un jurado literario, el primer paso
que debería dar es preguntarse con toda la sinceridad del mundo si
está capacitado para aceptar la encomienda. Claro, cuando pesan
sobre nosotros imperativos tan tremendos como la necesidad de ganarse
el pan en un territorio de la cultura donde realmente escasea, la
respuesta a esta pregunta ya viene condicionada, y solo en poquísimos
casos, por no decir ninguno, se escucharía un NO.
2-Habiendo
ya aceptado participar en el jurado de marras, el segundo paso
consistiría en leerse todas las obras de principio a fin, y no estoy
hablando de los puntos inicial y final, sino de la tripa toda. Y de
inmediato borrar del diccionario personal la frase me gusta, y su
opuesta, no me gusta. Porque esos no son parámetros para medir la
literatura, sino criterios de lector; y un jurado NO es un lector
común que consuma literatura para su solaz individual, sino alguien
que tiene momentáneamente en sus manos el poder de forjar un canon
nacional, de crear o guiar el gusto literario de un país y
dimensionar el impacto social del arte, pero en primera (o en última
instancia, no sé…), el deber de hacer JUSTICIA ARTÍSTICA.
3-Otra
frase que un jurado está obligado a suprimir de su vocabulario es no
entiendo esta obra. Si un jurado no entiende una obra, solo tiene dos
opciones; o intenta entenderla o renuncia a ser jurado en ese
concurso, porque nadie puede opinar sobre lo que no comprende, y
mucho menos desacreditar algo porque no lo ha comprendido. Es
impensable que en un jurado de un tribunal penal un miembro del mismo
alegue ante el juez que no puede considerar inocente al acusado
porque no comprende las pruebas presentadas en su favor, y por tanto
va a declararlo culpable. Además, cuando un profesional de la
literatura no comprende un texto —a no ser que no se trate de un
texto, sino de un bodrio—, a menudo la culpa no suele ser del
autor, sino del propio profesional por falta de inteligencia,
sensibilidad, capacitación o todo junto. El primer requisito para
opinar sobre cualquier cosa es la previa comprensión de la cosa.
4-Un
jurado jamás debe caer en la ignominia de inventar bases. Cada
concurso tiene sus propias bases y los miembros del jurado deben
acatarlas desde el comienzo. Inventarse bases —para dejar fuera la
obra de los enemigos, o de los enemigos de sus amigos, o de alguien a
quien si dejáramos medrar nos hará sombra en el futuro— revela
una altísima creatividad, pero es algo que hasta Jack el Destripador
podría calificar de canallada y tendría razón, porque eso mismo
es. No hay que consolarse pensando que entre nosotros eso se llama
viveza y da muchos puntos sociales a quien la perpetra. Como mismo
tenemos un habla propia dentro de la norma del idioma, así también
tenemos nuestra propia norma conductual, pero por encima de nuestra
norma hecha en casa, hay un sistema de valores universal que puede no
gustarnos, pero es por el que se nos mide, aunque el resultado de la
medición no nos agrade.
5-Es
feísimo, pero feísimo, repugnante, sucio, asqueroso, villano y bien
bandido —y todo lo que pueda constituir sinónimo de estos
vocablos—, presionar sobre los otros miembros del jurado, ya sea
seduciéndolos, chantajeándolos o haciéndolos víctimas de
cualquiera de las muchas argucias del catálogo del manipulador
perverso que incluye Marie-France Irigoyen en El acoso moral, o
aplicándole alguna de las cuarenta y ocho formas de ganar una
discusión que presenta Shopenhauer en su Dialéctica erística. El
criterio es libre, y si bien los miembros de un jurado tienen que
llegar a una conclusión por acuerdo total o por mayoría, se trata
de un acuerdo, y no de un par de forceps aplicados al descaro sobre
los parietales de nuestros homólogos.
6-Es
una vergüenza total ejercer el veto contra un concursante solo
porque nos cae mal, le tenemos envidia, es mejor que nosotros o ya ha
ganado demasiados premios. Este último argumento es absurdo, porque
un jurado literario no es un Robin Hood que reparte equitativamente
panes y peces entre los menesterosos de las Letras. El deber de un
jurado es dictaminar con justicia y razón, Y CON CONOCIMIENTO DE
CAUSA, quién es el mejor entre los autores concursantes. Si un autor
gana muchos concursos y con ellos cobra muchos cheques, pues amárrese
usted el cinturón y trate de escribir cada vez mejor en lugar de
procurar que a él no le publiquen y que no siga engordando su
currículo. No sea envidioso ni mezquino.
7-Sobra
decir que tampoco debemos descalificar a alguien solo porque se haya
acostado con nuestra pareja, o con nosotros y después nos haya
abandonado (aunque lo haya hecho con la aviesa intención de que lo
premiáramos). Tampoco debemos condicionar el premio a la conducta
sexual de los participantes, y reprobarlos porque sean homosexuales o
porque no lo sean. O porque sean hembra o varón. O negros o blancos,
o jóvenes o viejos, porque la mucha o la poca edad no garantizan la
calidad literaria ni aquí ni en el Imperio Centroafricano. O porque
no proceda de nuestra provincia, pueblo, barrio o ciudad. O de otra
religión, o por su ateísmo. O por su ideología política. O porque
sean lindos o feos, abstemios o curdas, les guste la pelota o el
ajedrez… Esos tampoco son criterios literarios. Son criterios de
categorización social, que no deberían ejercer influencia alguna
sobre un jurado honesto y verdaderamente capaz.
8-Un
jurado auténticamente profesional dejará de lado sus prejuicios
estilísticos. Si escribe realismo sucio no le quitará el premio a
un autor que escriba literatura culta y lo merezca en buena lid. Y si
es un autor culto, aunque sea con disgusto debe premiar a uno de
realismo sucio si este ha escrito su realismo sucio mejor que lo que
han escrito los otros participantes. Lo mismo vale para un
costumbrista, una escritora de género o cualquier otra variante de
nuestra infinita fauna letrada.
9-No
caer jamás en la falacia de premiar una obra por su tema. Por
ejemplo, todos sabemos que uno de los mejores libros que se han
escrito en Cuba es Hombres sin mujer. Pero eso no quiere decir que
cada autor que escriba sobre el tema carcelario es un Carlos
Montenegro, ni la suya una gran novela. No es el tema lo que valida o
invalida a una obra y su autor, sino la eficacia literaria conque el
tema haya sido tratado. Miren lo que hizo Cirilo Villaverde con
Cecilia Valdés, y díganme cuántas jineteras memorables hay en las
obras que hoy nos inundan. ¿Cuántos Oppiano Licario después de
Lezama en nuestra cada vez más nutrida literatura gay…? No, no
cojan el rábano por las hojas, que eso solo denota a jurados y
críticos burros.
10-NO
confundir las deliberaciones de un jurado con una empresa de
mercadeo. Los concursos son para premiar a los mejores y no para
pagar o cobrar favores ni para hacer altares a la amistad y al
sociolismo. Cuando empezamos a enredarnos en ese tipo de
negociaciones, acabamos presos en una telaraña de la que cuesta
mucho salir, porque ahora yo premio al amigo que estaba en el jurado
en el concurso pasado y me ayudó a ganar, pero a lo mejor aquel
libro mío era bueno, mientras que el de él ahora no lo es tanto, y
al final será mi nombre el que figure entre los jurados que
premiaron su mala obra. Claro, a mucha gente no le importa su buen
nombre y ni siquiera dedican un minuto del día a pensar en que pueda
existir algo como eso, sino que les importa más ganarse el dinero
que pagan por ser jurado, aunque sea ínfimo, y sobre todo,
establecer su red de amiguetes para salir premiado en el concurso del
año que viene, y en todos los que sea posible, y que lo inviten
mucho a provincias, le den comidita, lo cubran de halagos rellenos, y
a lo mejor hasta le pongan en contacto con alguna editorial española
de segunda o tercera categoría.
11-El
onceno mandamiento bíblico, como se suele decir en broma, es NO
ESTORBAR, y en este caso lo aplico no a los jurados, sino a los
concursantes, bajo la orden de NO CABILDEAR. Aquellos escritores
concursantes que hagan antesala donde saben que el jurado se ha
reunido para deliberar, griten, lloren, pataleen, hagan nervios en
cualquiera de sus formas o acosen a los jurados por teléfono, mail,
postas a domicilio, serenatas desde la calle, pancartas, etc.,
deberían ser expulsados de inmediato del certamen. Y en caso de
comprobarse que han ofrecido dinero a un jurado a cambio de su ayuda,
deberían ser sancionados por la UNEAC con la mayor severidad y
juzgados por lo Penal bajo la acusación de soborno a un funcionario
público.
Tal
vez el conjunto suene severo, pero cumplir este Decálogo en todas y
cada una de sus partes es la única forma de que acabemos de aprender
a ser jurados. Y no porque yo lo diga, sino porque mucha gente buena
lo necesita.
Pero
sobre todo, porque si usted quiere practicar la “generosidad”,
regale sus calzones a sus amigos, pero no tiene derecho a disponer de
calzones ajenos.
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