ANTOLOGIA DE DECALOGOS LITERARIOS

"Los Diez Mandamientos, considerados útiles reglas morales para vivir en sociedad, tienen un excelente uso literario. El escritor, al contar sus historias, debería hacer que sus personajes violen constantemente estos mandamientos, en conjunto o por partes. Mientras alguien robe, mate, mienta, fornique, blasfeme o desee a la mujer del prójimo tendremos un conflicto y en consecuencia una historia que contar. Por el contrario, si sus personajes se portan bien, no sucederá nada: todo será aburridísimo."
Fernando Ampuero


Uno de los más interesantes y que recoge más sabiduría, tiene un solo postulado. Se lo leí a Alejandro Quintana y dice:

"Porque en realidad ya se ha contado todo; lo novedoso es contarlo de forma interesante".

Es muy común que los escritores, cuando gozan de cierto reconocimiento, decidan organizar sus ideas en forma de recomendaciones que suelen enumerar en listas, generalmente en forma de decálogos, muy a manera de configurar una suerte de "Tablas de la Ley"o de "Diez Mandamientos" , en los que pontifican,-con razón o sin ella, en concordancia con su prestigio y sabiduría o apenas haciendo gala de una vana pretensión un tanto ególatra- sobre sus verdades decantadas acerca del oficio de escribir.

Unos condensan verdaderas sentencias, otras son apenas esbozos que naufragan en su propia babosería; unos son un compendio de ingenio, otros verdaderos destellos de humor, mientras algunos apenas sí resbalan como peligroso chascarrillo en el reino del lugar común.

De todas maneras, en esta página recopilamos algunos de ellos, como elemento para el análisis y estudio de los interesados en el ejercicio de escribir. Muy recomendado para aprendices y aficionados, para lectores desprevenidos, para alumnos de talleres literarios y para todos los que se deleitan del bello arte de la Literatura.

Al final citamos los más ingeniosos, clásicos, reconocidos o polémicos.

Lo que comenzó como un divertimento, pasó a ser una disciplina que permite enriquecer la teoría de la creación literaria, en la voz de los maestros. La idea original parte de la página www.emiliorestrepo.blogspot.com
Comentarios y aportes, favor remitirlos a emiliorestrepo@gmail.com

martes, 28 de mayo de 2019

Trece sugerencias de Alonso Cueto para escritores





Trece sugerencias de Alonso Cueto para escritores


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Tomado de: http://www.leeporgusto.com/trece-sugerencias-de-alonso-cueto-para-escritores/?fbclid=IwAR0yOLKDy2M6VJ0ClM2yALueRH4UnxDP4v1OK4Cs0VMv7kctyPLwm6T-4dc
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Las convicciones son fruto de la experiencia y por ello Alonso Cueto ha hecho bien en resumirlas en un libro del cual extraemos y compartimos el siguiente colofón. Estas son recomendaciones para escritores que empiezan su recorrido por el incierto y apasionante oficio de la escritura.



Del libro La piel de un escritor. Contar, leer y escribir historias (Fondo de Cultura Económica, 2014) extraemos estos consejos del escritor Alonso Cueto dirigidos a escritores, aunque si partimos de la premisa de que todo escritor es ante todo un lector, bien podríamos decir que esta también es una guía para lectores.

1. La literatura es una cuestión de oído. Lee lo que has escrito en voz alta. Repítelo y corrige los tropiezos del ritmo hasta que “suene bien”. Por “sonar bien” se entiende una relación fluida entre el sonido y el sentido. La literatura, como la música, ocurre en el tiempo. No hay mejor prueba que la voz.
2. La literatura también es una cuestión de mirada. Un escritor debe poder “ver” a sus personajes, gracias a una descripción viva de un detalle físico. Puede cambiar el lente de sus frases para descubrir una luz oculta en sus ojos así como para poder describir el panorama de una plaza o una calle. El lenguaje es un sistema de observación que va graduándose a lo largo de una narración.
3. Parafraseando una frase de Strunk and White, narrar tiene que ver con lo específico, lo particular y lo singular, no con lo abstracto, lo vago y lo general. Estas últimas categorías son de pensadores y científicos, no de escritores. La frase “acaban de matar a Pedro” es más fuerte que “La muerte de un hombre es una tragedia”. Hay que tratar de ser lo más concreto posible. Si escribes que Lucía se subió a su vehículo, dices muy poco. Si escribes que se subió a su automóvil, dices un poco más. Pero si escribes que se subió a su Peugeot azul, estás definiendo una parte de su vida. En ese sentido, los detalles son el dios de la historia. Cuando Anna Karenina ve llegar a su marido a la estación después de haber caído fulminada de amor por Vronski, Tolstoi nos dice que sus orejas le parecieron demasiado grandes. Solo así sabemos que ha dejado de amarlo.
4. Todos los hechos de una narración tienen que ser inesperados pero lógicos. Cada nuevo incidente tiene que partir del anterior pero pasar a un estado nuevo. El incidente es una herramienta al servicio de la construcción de un personaje, un objetivo supremo.
LaPieldeUnescritorpost15. Decidir cuánto tiempo se le dedica a cada episodio es un asunto de intuición, de acuerdo a su grado de importancia y su posición en el relato. La cantidad de información que se procesa a lo largo de una historia debe merecer mayor o menor tiempo, de acuerdo a la relevancia que se le quiera dar. En El agente secreto, Joseph Conrad narra en una página el asesinato de Verloc, que ocurre en el instante en el que su esposa le asesta una cuchillada. Por otro lado, un tiempo real largo puede merecer solo una frase: “Pasaron algunos años”. Una novela o un relato es un vehículo temporal que cambia de velocidad constantemente, creando sus propios tiempos.
6. Nunca pienses que escribes para nadie, ni siquiera para un lector imaginario. Escribes para ti mismo. Lo demás son consignas.
7. Es importantísimo conocer a tus personajes como si estuvieran dentro de ti. Debes saber a qué hora les gusta levantarse, qué han soñado, qué toman de desayuno, qué música los hace bailar, cuáles son sus pensamientos ocultos. Sus manías en el vestido, en la forma de comer, sus terrones ocultos, sus frustraciones y anhelos de los cuales ellos mismos pueden no ser conscientes también son parte de la materia prima de un personaje. Esto no significa que necesariamente vas a incluir todos esos detalles en la narración. Pero debes saberlos para conocer bien a los personajes. Toma tiempo conocerlos. Mientras escribes, son más importantes que los amigos y familiares, aunque alguno de estos pueda haberte inspirado. El personaje termina reflejando un aspecto de la intimidad de un escritor, que lo asume como propio. Lo más importante es entenderlos desde dentro.
8. Busca las historias que más te obsesionen. Escucha con atención las historias que te cuentan. Recuerda las historias de la Biblia o de los cuentos infantiles y trata de adaptarlas a tu vida para contarlas otra vez. Recuerda tus propias historias. Tu infancia es una caverna llena de memorias íntimas, entrañables, desgarradas en las que tienes que internarte. Estamos rodeados de historias. Pero solo son un punto de partida. Lo importante es lo que hagas con ellas.
9. Mira a la gente a tu alrededor. Los relatos de cada persona están escritos en su ropa, en sus gestos, en sus palabras. Los paraderos, los restaurantes, las colas de los bancos son buenos lugares de observación. No puedes dejar de observar.
10. Lee a los grandes autores pero también a los malos que te gusten y que tengan algo que enseñarte. Una vez que te enseñen algo, trata de olvidarlos. Nunca leas por obligación, siempre por placer. A veces se puede aprender más de un autor que cuenta una historia sin pretensiones artísticas que de un “artista consumado”. Si descubres algunos errores en sus frases o en su historia, imagina lo que habrías hecho en su lugar.
11. Piensa siempre que el crítico literario, salvo casos excepcionales, es solo un lector más. Solo hay un puñado de ellos que valen la pena, y lo puedes saber si en sus textos te han dicho algo interesante que no tiene que ver directamente con los libros que te comentan.
12. Escribir es urgente. Una señal de ello es que nadie te pide que escribas. Nunca dejes de escribir. Nunca dejes de pensar en historias. Nunca fantasees con lo que vas a ganar o a perder escribiendo. Ese no es el problema. No hay problema. Escribe todo el tiempo, aun cuando no estés frente a un papel o a una pantalla. Si ya has vivido lo suficiente, busca la soledad y el silencio. No importa lo que digan. Casi todos los otros seres humanos son potenciales enemigos del trabajo de un escritor. Los aliados escasean. Asegúrate de que tu cónyuge sea uno. De lo contrario, sepárate cuanto antes.
13. Nunca olvides que escribir es romper todos los diques: abandonarse, perderse, olvidarse.

martes, 14 de mayo de 2019

Consejos para escritores de Antón Chéjov


Consejos para escritores de Antón Chéjov


Hace mucho tiempo que publico, he dado ya a la imprenta un quintal de cuentos y aún no sé dónde está mi punto fuerte y dónde mi punto débil.


Antón Chéjov



Chéjov nunca escribió ensayos sobre teoría literaria. Los siguientes son párrafos extractados de la abundante correspondencia que Chéjov mantuvo con su hermano y con otros escritores a lo largo de su vida y que fueron compilados en un libro llamado «Sin trama y sin final. 99 consejos para escritores»:



No escribir para uno mismo sino para el lector
Basta con ser más honrado: quitarse de en medio siempre y en cualquier parte, no estorbar a los protagonistas de la propia novela, renegar de uno mismo, aunque sea por media hora. Hay un relato tuyo en el que, durante toda la comida, dos cónyuges no hacen más que besuquearse, lamentarse, verter un mar de lágrimas. No hay una sola palabra sensata, todo es sentimentalismo. Ahora bien, tú no has escrito para el lector… has escrito porque a ti te gustan esas charlas. Si en lugar de eso hubieses descrito la comida, cómo comían, qué comían, cómo era la cocinera, qué vulgar era tu protagonista, satisfecho de su mezquina felicidad; qué vulgar era tu heroína, qué ridículo era su amor por ese zopenco saciado y ahíto, con una servilleta anudada al cuello… Cierto que a todo el mundo le gusta ver gente bien alimentada y satisfecha, pero para describirla no basta con referirse a lo que dicen y a las veces que se besan… Se requiere algo más: renunciar a la impresión personal que una felicidad almibarada produce en cualquier hombre no amargado… El subjetivismo es una cosa tremenda. Es un mal por el solo hecho de que ata de pies y manos al pobre autor.

(A Aleksandr Chéjov, Moscú, 20 de febrero de 1883).

Leer, mirar alrededor y escuchar
En cuanto a Sajalín […] sólo quiero escribir cien o doscientas páginas y saldar de ese modo la deuda que he contraído con la medicina a la que, como sabe, he tratado como un cerdo. Es posible que no consiga escribir nada, pero ni siquiera en ese caso el viaje pierde su fascinación: leyendo, mirando y escuchando, descubriré y aprenderé muchas cosas. Aún no he partido, pero gracias a los libros que he tenido que leer en estos últimos tiempos, he aprendido muchas cosas que todo el mundo debería conocer bajo pena de cuarenta azotes, y que yo desconocía por completo.

(A Alekséi Suvorin, Moscú, 9 de marzo de 1890)

Tachar sin piedad
Mi alma está llena de pereza y de un sentimiento de libertad. Es la sangre que bulle al acercarse la primavera. Y sin embargo, estoy trabajando. Preparo el material para mi tercer libro y tacho sin piedad. Es extraño: ahora tengo la manía de la brevedad; nada de lo que leo, mío o ajeno, me parece lo bastante breve.

(A Alekséi Suvorin, 6 de febrero de 1889)

Testigo, no juez
Me parece que no corresponde a los literatos resolver problemas como el de Dios, el pesimismo, etc. La tarea del narrador consiste únicamente en retratar a quienes han hablado o meditado sobre Dios o sobre el pesimismo, así como el modo y las circunstancias en que lo han hecho. El artista no debe convertirse en juez de sus personajes ni de sus palabras, sino en un testigo desapasionado. Si escucho un discurso incoherente y deslavazado de dos rusos sobre el pesimismo, debo referirlo en la misma forma en que lo he oído; emitir un juicio es cosa del jurado, es decir, de los lectores. Lo único que necesito es tener el talento necesario para distinguir las opiniones importantes de las que no lo son, saber presentar a los personajes y hablar con sus propias palabras. Scheglov-Leóntev se queja de que haya terminado el relato con la frase: «¡No hay manera de entender nada en este mundo!». Según él, el artista psicólogo debe comprender, por el hecho mismo de ser psicólogo. Pero yo no estoy de acuerdo con él. Las personas que escriben, y los artistas en particular, deben reconocer que en este mundo no hay modo de entender nada, como en su momento lo reconocieron Sócrates y Voltaire. La gente cree saberlo y comprenderlo todo; y cuanto más tonta es, más vasto parece su horizonte. Pero si el artista, al que la gente cree, tuviese el valor de afirmar que no comprende nada de lo que ve, demostraría un gran conocimiento y daría un gran paso en el campo del pensamiento.

(A Alekséi Suvorin, Sumi, 30 de mayo de 1888)

Del sueño al relato
He escrito El monje negro sin ninguna idea melancólica, sino con fría meditación. Simplemente me entraron ganas de representar la megalomanía. En cuanto al monje que vuela a través de los campos, lo he soñado; por la mañana, nada más despertar, le he hablado de él a Misha. Dígale a Anna Ivánovna que, gracias a Dios, el pobre Antón Pávlovich aún no se ha vuelto loco; lo que pasa es que cena demasiado y en consecuencia ve monjes en sueños.

(A Alekséi Suvorin, Mélijovo, 25 de enero de 1894)

Cinco o seis días
Para escribir un relato se requieren cinco o seis días, durante los cuales uno no debe pensar en otra cosa; en caso contrario, las frases no adquirirán nunca la forma adecuada.
Antes de ponerla en papel, cada frase debe permanecer en la cabeza un par de días, para adquirir cuerpo. En realidad, yo mismo soy demasiado perezoso para atenerme a esa regla, pero como usted es joven se la recomiendo fervientemente, pues he experimentado muchas veces sus efectos beneficiosos, y sé que los manuscritos de todos los auténticos maestros han sido emborronados de arriba abajo, desgastados y cubiertos de añadidos que a su vez están llenos de tachaduras y correcciones.

(A Aleksandr Lázarev-Gruzinski, Moscú, 13 de marzo de 1890).

Un año y medio
Escriba una novela. Escríbala durante un año entero, luego acórtela durante medio año y después publíquela. Usted lima poco, y un escritor, más que escribir, debe bordar sobre el papel; que el trabajo sea minucioso, elaborado.

(A Lidia Avílova, San Petersburgo, 15 de febrero de 1895)

Seis condiciones
«La ciudad del futuro» es un tema excelente, novedoso e interesante. Si no trabajas con desgana, creo que te saldrá bien, pero si eres un holgazán, que el diablo te lleve. «La ciudad del futuro» sólo se convertirá en una obra de arte si sigues las siguientes condiciones: 1) ninguna monserga de carácter político, social, económico; 2) objetividad absoluta; 3) veracidad en la pintura de los personajes y de los objetos; 4) máxima concisión; 5) audacia y originalidad; rechaza todo lo convencional; 6) espontaneidad.

(A Aleksandr Chéjov, Moscú, 10 de mayo de 1886).

Nada sucede por casualidad
Le devuelvo su poema. Personalmente me parece que su forma es excelente, pero, sabe, no soy muy ducho en versos; entiendo poco. En cuanto al contenido, no es persuasivo. Por ejemplo, su leproso dice: «Llevo prendas rebuscadas / y no me atrevo a mirar por la ventana». No se entiende por qué un leproso necesita prendas rebuscadas. Y ¿por qué no se atreve a mirar? En general, el comportamiento de su héroe a menudo carece de lógica, mientras que en el arte, como en la vida, nada sucede por casualidad.

(A Borís Sadovski, Moscú, 28 de mayo de 1904)

En el arte no se puede mentir
Nunca se debe mentir. El arte tiene esta grandeza particular: no tolera la mentira. Se puede mentir en el amor, en la política, en la medicina; se puede engañar a la gente, incluso a Dios; pero en el arte no se puede mentir.

(Carta sin fecha [¿1900?])

Una tanda de consejos

Uno no termina con la nariz rota por escribir mal; al contrario, escribimos porque nos hemos roto la nariz y no tenemos ningún lugar al que ir.

Cuando escribo no tengo la impresión de que mis historias sean tristes. En cualquier caso, cuando trabajo estoy siempre de buen humor. Cuanto más alegre es mi vida, más sombríos son los relatos que escribo.

Dios mío, no permitas que juzgue o hable de lo que no conozco y no comprendo.

No pulir, no limar demasiado. Hay que ser desmañado y audaz. La brevedad es hermana del talento.

Lo he visto todo. No obstante, ahora no se trata de lo que he visto sino de cómo lo he visto.

Es extraño: ahora tengo la manía de la brevedad: nada de lo que leo, mío o ajeno, me parece lo bastante breve.

Cuando escribo, confío plenamente en que el lector añadirá por su cuenta los elementos subjetivos que faltan al cuento.

Es más fácil escribir de Sócrates que de una señorita o de una cocinera.

Guarde el relato en un baúl un año entero y, después de ese tiempo, vuelva a leerlo. 

Entonces lo verá todo más claro. Escriba una novela. Escríbala durante un año entero. Después acórtela medio año y después publíquela. Un escritor, más que escribir, debe bordar sobre el papel; que el trabajo sea minucioso, elaborado.

Te aconsejo: 1) ninguna monserga de carácter político, social, económico; 2) objetividad absoluta; 3) veracidad en la pintura de los personajes y de las cosas; 4) máxima concisión; 5) audacia y originalidad: rechaza todo lo convencional; 6) espontaneidad.

Es difícil unir las ganas de vivir con las de escribir. No dejes correr tu pluma cuando tu cabeza está cansada.

Nunca se debe mentir. El arte tiene esta grandeza particular: no tolera la mentira. Se puede mentir en el amor, en la política, en la medicina, se puede engañar a la gente e incluso a Dios, pero en el arte no se puede mentir.

Nada es más fácil que describir autoridades antipáticas. Al lector le gusta, pero sólo al más insoportable, al más mediocre de los lectores. 

Dios te guarde de los lugares comunes. Lo mejor de todo es no describir el estado de ánimo de los personajes. Hay que tratar de que se desprenda de sus propias acciones. No publiques hasta estar seguro de que tus personajes están vivos y de que no pecas contra la realidad.

Escribir para los críticos tiene tanto sentido como darle a oler flores a una persona resfriada.

No seamos charlatanes y digamos con franqueza que en este mundo no se entiende nada. Sólo los charlatanes y los imbéciles creen comprenderlo todo.

No es la escritura en sí misma lo que me da náusea, sino el entorno literario, del que no es posible escapar y que te acompaña a todas partes, como a la tierra su atmósfera. No creo en nuestra intelligentsia, que es hipócrita, falsa, histérica, maleducada, ociosa; no le creo ni siquiera cuando sufre y se lamenta, ya que sus perseguidores proceden de sus propias entrañas. Creo en los individuos, en unas pocas personas esparcidas por todos los rincones -sean intelectuales o campesinos-; en ellos está la fuerza, aunque sean pocos.

 Escribir sin prejuicios

La escritura de ficción no es un editorial. El prejuicio y la altivez moral de quien escribe únicamente empañan la fluidez de la historia. Los escritores son testigos y deben admitir con humildad que no entienden nada de este mundo. “El artista no debe convertirse en juez de sus personajes ni de sus palabras, sino en un testigo desapasionado (…) Lo único que necesito es tener el talento necesario para distinguir las opiniones importantes de las que no lo son, saber presentar a los personajes y hablar con sus propias palabras”.

La belleza de la brevedad

El lenguaje sin adornos, la eliminación de adjetivos y adverbios, el uso moderado de datos. En definitiva, la belleza de lo breve. Sin artificios. “Acortar tú mismo hasta el nec plus ultra y reelaborar. Cuanto más breves sean tus relatos, más a menudo los publicarán. Pero lo esencial es esto: ten los ojos bien abiertos, vigila y suda, reescribe cinco veces el mismo relato, acórtalo, etc”.

La importancia de la edición

Escribir-borrar-tachar-rescribir-desechar son parte del proceso. Alejarse del texto, reposarlo como los vinos y volver a éste cuando ya la intoxicación haya pasado. Chéjov aconsejaba guardar un relato en un baúl un año entero y al cabo de ese tiempo volver a leerlo. “Un escritor, más que escribir, debe bordar sobre el papel; que el trabajo sea minucioso, elaborado”.


Rumiar la idea, obsesionarse

Si vas caminando y escuchas una frase que te engancha, una frase que te hace desarrollar un relato entero en tu cabeza: no la tragues, rúmiala hasta que tenga el cuerpo y el color preciso. Hasta que se materialicen, sientas el olor, te obsesiones. “Antes de ponerla en papel, cada frase debe permanecer en la cabeza un par de días para adquirir cuerpo”. Más breves que Chéjov, no te apresures.


Dios te guarde de los lugares comunes, hay que mostrar no afirmar

Si uno de tus personajes es malo. No lo digas. Muéstralo. Describe la maldad, pero… “Dios te guarde de los lugares comunes. Lo mejor de todo es no describir el estado de ánimo de los personajes; hay que tratar de que se desprenda de sus propias acciones…”.

No tener miedo de parecer tonto

Escribir sin miedo, con atrevimiento y originalidad. Llevar la imaginación al límite, permitirse un poco de libertad. “No tengas miedo de escribir tonterías”.

Leer y viajar

Quien lee y viaja tiene ventaja al momento de escribir, pues es la forma en la que se llenará de experiencias y de nuevas historias para contar. “Es posible que no consiga escribir, pero ni siquiera en ese caso el viaje pierde su fascinación: leyendo, mirando y escuchando, descubrirá y aprenderá muchas cosas”.

Otras Misivas

A Alexéi M. Peshkov (Máximo Gorki). Yalta, 3 de diciembre de 1898
Me pregunta cuál es mi opinión sobre sus cuentos. ¿Qué opinión tengo? Un talento indudable, y además un verdadero y gran talento. Por ejemplo, en el cuento “En la estepa crece” con una fuerza inhabitual, e incluso me invade la envidia de no haberlo escrito yo. Usted es un artista, una persona sabia. Siente a la perfección. Es plástico, es decir, cuando representa algo, lo observa y lo palpa con las manos. Eso es arte auténtico. Esa es mi opinión y estoy muy contento de poder expresársela. Yo, repito, estoy muy contento, y si nos hubiésemos conocido y hablado en otro momento, se hubiese convencido del alto aprecio que le tengo y de qué esperanzas albergo en su talento.
¿Hablar ahora de los defectos? No es tan fácil. Hablar sobre los defectos del talento es como hablar sobre los defectos de un gran árbol que crece en un jardín. El caso es que la imagen esencial no se obtiene del árbol en sí, sino del gusto de quien lo mira. ¿No es así?
Comenzaré diciéndole que, en mi opinión, usted no tiene contención. Es como un espectador en el teatro que expresa su entusiasmo de forma tan incontinente que le impide escuchar a los demás y a sí mismo. Especialmente esta incontinencia se nota en las descripciones de la naturaleza con las que mantiene un diálogo; cuando se leen, se desea que fueran compactas, en dos o tres líneas. Las frecuentes menciones del placer, los susurros, el ambiente aterciopelado y demás, añaden a estas descripciones cierta retórica y monotonía, y enfrían, casi cansan. La falta de continencia se siente en la descripción de las mujeres (“Malva”, “En las balsas”) y en las escenas de amor. Eso no es oscilación y amplitud del pincel, sino exactamente falta de continencia verbal. Después es frecuente la utilización de palabras inadecuadas en cuentos de su tipo. Acompañamiento, disco, armonía: esas palabras molestan. […] En las representaciones de gente instruida se nota cierta tensión, como si fuera precaución; y esto no porque usted haya observado poco a la gente instruida, usted la conoce, pero no sabe exactamente desde qué lado acercarse a ella. ¿Cuántos años tiene usted? No lo conozco, no sé de dónde es ni quién es, pero tengo la impresión de que aún es joven. Debería dejar Nizhni [Nizhni-Novgorod] y durante dos o tres años vivir, por así decirlo, alrededor de la literatura y los círculos literarios; esto no para que nuestra generación le enseñe algo, sino más bien para que se acostumbre, y siente definitivamente la cabeza con la literatura y se encariñe a ella. En las provincias se envejece pronto. Korolenko, Potapenko, Mamin [Mamin-Sibiriak], Ertel, son personas excelentes; en un primer momento, quizás le resulte a usted aburrido estar con ellos, pero después, tras dos años, se acostumbrará y los valorará como merecen, y su compañía le servirá para soportar la desagradable e incómoda vida de la capital.

A Mijail P. Chéjov, Taganrog, 6 y 8 de abril de 1879
Haces bien en leer libros. Acostúmbrate a leer. Con el tiempo, valorarás esa costumbre. ¿La señora Beecher Stow [novelista norteamericana, autora de La cabaña del tío Tom] te ha arrancado unas lágrimas? La leí hace tiempo y he vuelto a leerla hace unos seis meses con un fin científico, y después de la lectura sentí la sensación desagradable que sienten los mortales que comen uvas pasas en exceso… Lee los siguientes libros: Don Quijote (completo, en siete u ocho partes). Es bueno. Las obras de Cervantes se encuentran a la altura de las de Shakespeare. Aconsejo a los hermanos que lean, si aún no lo han hecho, Don Quijote y Hamlet, de Turguéniev. Tú, hermano, no lo entenderás. Si quieres leer un viaje que no sea aburrido, lee La fragata Palas, de Goncharov.

A Dmitri V. Grigoróvich, Moscú, 28 de marzo de 1886
Su carta, mi querido y buen bienhechor, me ha impactado como un rayo. Me conmovió y casi rompo a llorar. Ahora pienso que ha dejado una profunda huella en mi alma. […]
Todas las personas cercanas a mí siempre han menospreciado mi actividad de escritor y no han cesado de aconsejarme amistosamente que no cambiara mi ocupación actual por la de escritor. Tengo en Moscú cientos de conocidos, entre ellos dos decenas que escriben, y no puedo recordar ni a uno sólo que haya visto en mí a un artista. En Moscú existe el llamado “círculo literario”. Talentos y mediocridades de cualquier pelaje y edad se reúnen una vez por semana en el reservado de un restaurante y dan rienda suelta a sus lenguas. Si fuera allí y les leyera una parte de su carta, se reirían de mí. Tras cinco años de deambular por los periódicos he logrado compenetrarme con esa opinión general de mi insignificancia literaria. En seguida me acostumbré a mirar mis trabajos con indulgencia y a escribir de manera trivial. Esa es la primera razón. La segunda es que soy médico y siento una gran pasión por la medicina de modo que el proverbio sobre las dos liebres [“El que sigue dos liebres, tal vez cace una, y muchas veces, ninguna”] nunca quitó tanto el sueño a nadie como a mí. Le escribo todo esto sólo para justificar un poco ante usted mi gran pecado. Hasta ahora he mantenido, respecto a mi labor literaria, una actitud superficial, negligente y gratuita. No recuerdo ni un solo cuento mío en el que haya trabajado más de un día. “El cazador”, que a usted le gusta, lo escribí en una casa de baños. He escrito mis cuentos como los reporteros que informan de un incendio: mecánicamente, medio inconsciente, sin preocuparme para nada del lector ni de mí mismo… He escrito intentando no desperdiciar en un cuento las imágenes y los cuadros que quiero y que, sabe Dios por qué, he guardado y escondido con mucho cuidado. […]
Disculpe la comparación, pero ha actuado en mí como la orden gubernamental de “abandonar la ciudad en 24 horas”, esto es, de pronto he sentido la imperiosa necesidad de darme prisa, de salir lo antes posible del lugar donde me hallo empantanado… Estoy de acuerdo en todo con usted. El cinismo que me señala, lo sentí al ver publicado “La bruja”. Si hubiera escrito ese cuento no en un día, sino en tres o cuatro, no lo tendría… Me libraré de los trabajos urgentes, pero me llevará tiempo… No es posible abandonar el carril en el que me encuentro. No me importa pasar hambre, como ya pasé antes, pero no se trata de mí. Dedico a escribir mis horas de ocio, dos o tres por día y un poco de la noche, esto es, un tiempo apenas suficiente para pequeños trabajos. En verano, cuando tenga más tiempo libre y menos obligaciones, me ocuparé de asuntos serios.
No puedo poner mi verdadero nombre en el libro, porque ya es tarde: la viñeta ya está preparada y el libro, impreso. Mucha gente de Petersburgo me ha aconsejado, antes que usted, no echar a perder el libro con un pseudónimo, pero no les he hecho caso, probablemente por amor propio. No me gusta nada mi libro [Cuentos abigarrados se publicó bajo el pseudónimo de Antosha Chejonté]. Es una vinagreta, un batiburrillo de trabajos estudiantiles, desplumados por la censura y por los editores de las publicaciones humorísticas. Creo que, después de leerlo, muchos se sentirán decepcionados. Si hubiera sabido que usted me lee y sigue mis pasos, no lo habría publicado. La esperanza está en el futuro. Sólo tengo 26 años. Quizás me dé tiempo a hacer algo, aunque el tiempo pasa deprisa. Le pido disculpas por esta carta tan larga. […] Con profundo y sincero respeto y agradecimiento.



(A Alexander Chéjov. Abril de 1883) 

(…) Insistes en llenar tus relatos de tonterías insignificantes, a pesar de que no eres un escritor subjetivo por naturaleza. En ti, ése es un rasgo adquirido. Abandonar esa subjetividad es tan fácil como beber un trago. Uno sólo tiene que ser más honesto, abrirse y exponerse en cualquier parte, no invadir ni atropellar al héroe de su propio relato, renunciar a uno mismo aunque sea por media hora. Tienes un cuento donde una joven pareja de recién casados se besa durante toda la comida, sufre sin causa, llora mares de lágrimas. Ni una palabra sensata; nada más que sentimentalidad. Quiere decir que no escribiste para el lector. Escribiste porque a ti te gusta ese tipo de chismes. Pero supongamos que tuvieras que describir la cena: cómo comieron, qué comieron, cómo es la cocinera, cuán insípido es tu héroe, cuán contento con su fácil felicidad, cuán insípida es tu heroína, cuán divertido su amor por este satisfecho y sobrealimentado bebe-ganso: a todos nos gusta ver gente contenta y feliz, es verdad, pero describir todo lo que se dijeron y cuántas veces se besaron no es suficiente. Necesitas algo más: liberarte a ti mismo de la expresión personal que una plácida y melosa felicidad produce en todo el mundo (…). La subjetividad es algo terrible. Es mala por el sólo hecho de que revela la mano - y también los pies - del autor. Apuesto a que todas las hijas-de-predicador y esposas-de-empleado que leen tus obras se enamoran de ti; y si fueras alemán, te servirían cerveza gratis en todas las cervecerías atendidas por mujeres. Si no fuera por esa subjetividad, serías el mejor de los artistas. Sabes cómo reír, cómo herir y cómo ridiculizar, posees un estilo acabado y gran experiencia, porque has vivido tantas cosas, pero ¡qué lástima! Todo es material se desperdicia. 


(A Alexander Chéjov. Abril de 1886) 

En mi opinión, una verdadera descripción de la naturaleza debe ser breve, poseer carácter y relevancia. Hay que acabar con lugares comunes como "el sol poniente, bañado en las olas del mar oscurecido, vertió su oro carmesí", o "las golondrinas, sobrevolando la superficie del agua, gorjeaban jubilosas". Al describir la naturaleza, uno debe atrapar pequeños detalles arreglándolos de tal manera que con los ojos cerrados se obtenga en la mente una imagen clara. Por ejemplo, si quieres lograr el efecto total de una clara noche de luna, escribe que un trozo de cristal de botella rota brillaba como una pequeña estrella en el estanque del molino, mientras la sombra oscura de un perro o un lobo pasó bruscamente como una pelota, y así sucesivamente. La naturaleza cobrará así vida si no temes comparar sus fenómenos con acciones humanas ordinarias. 
En la esfera de lo psicológico, los detalles son también la clave. Dios nos libre de los lugares comunes. Primero que nada, evita describir el estado interior del héroe, tienes que tratar de que se aclare a partir de sus acciones. No es necesario retratar demasiados personajes. El centro de gravedad debe estar en dos personas: él y ella (…). Te escribo esto como lector que tiene un gusto definido. También para que tú, al escribir, no te sientas sólo. Es duro estar solo en el trabajo. Es mejor recibir un comentario crítico pobre que no recibir ninguno en absoluto, ¿no es verdad? 

(A I. L. Shecheglov. Enero de 1888) 

(…) no debes dar al lector ninguna oportunidad de recuperarse: tienes que mantenerlo siempre en suspenso. Estos comentarios no serían aplicables si "Mignon" fuera una novela. Las obras largas y detalladas tienen sus propios fines particulares, que por supuesto requieren de la ejecución mas cuidadosa (…). Pero en los cuentos es mejor no decir suficiente que decir demasiado, porque… porque… No sé por qué. 

(A V. G. Korolenko. Abril de 1888) 

Le estoy enviando el cuento sobre el suicidio. Yo lo leo y no encuentro en él nada que pudiera interesarle; es una obra pobre (…). Ayer di a leer el cuento que estoy escribiendo para el Sieverny Viesnik a una muchacha. Lo leyó y me dijo: "¡Oh, qué aburrido!". Eso es: realmente aburrido. He tratado por todos los medios de darle vida; lo he acortado, lo he pulido, etc., pero sigue siendo aburrido a pesar de mis esfuerzos. 

(A A. N. Pleshcheyev. Abril de 1888) 
He venido trabajando por largo tiempo (…) en un cuento breve para la Sieverny Viesnik. Ha debido estar terminado hace meses, pero ¡Dios mío! Siento que no lo terminaré hasta mayo. Desafortunadamente, no estoy satisfecho con él y me he prometido a mí mismo no enviártelo hasta que no lo haya dominado. Hoy he leído todo lo escrito hasta ahora, he reescrito partes y he decidido comenzar de nuevo desde el principio. Aun si no resulta lo que yo esperaba, sabré al menos que trabajé de manera concienzuda y que me he ganado el dinero que pudiera traerme. El cuento carece de interés y de sabor. Yo lo reordeno, lo ironizo, le hago todo tipo de cambios, y aún me deja insatisfecho; así que ya lo tengo decidido: lo terminaré para mayo o lo abandonaré por completo.


(otros 25 fragmentos de cartas dirigidas a amigos, escritores, familiares, etc.)

1/ Dios mío: no permitas que juzgue o hable de lo que no conozco o no comprendo.

2/ Toma algo de la vida cotidiana sin preocuparte por la trama y sin final.

3/ No se trata de lo que he visto sino de cómo lo he visto.

4/ Escribe una crónica durante un año entero; luego acórtala durante medio año y después publícala. Tú limas poco y un escritor, más que escribir, debe aprender a bordar sobre el papel; el trabajo debe ser minucioso y elaborado.

5/ No inventes sufrimientos que no has experimentado; no describas paisajes que no has visto; la mentira, en la escritura, resulta más molesta que en una conversación.

6/Nunca se debe mentir. El arte tiene esa grandeza particular: no tolera la mentira. Se puede mentir en el amor, en la política, en la medicina; se puede engañar a la gente, incluso a Dios; pero en el arte no se puede mentir.

7/ Evitar descripciones rutinarias de los objetos: “Los estantes de la pared estaban llenos de libros”, etc.

8/ Las descripciones de la naturaleza deben ser breves y cumplir una función. Deben dejarse de lado lugares comunes del tipo: “El sol poniente, sumergiéndose en las olas ya oscuras del mar, inundaba de un  oro purpúreo, etc.”. O “las golondrinas, volando sobre la superficie del agua, piaban alegremente”.

9/ Evitar el antropomorfismo: el mar respira, susurra, está desconsolado, etc; esas asimilaciones hacen las descripciones bastante monótonas, a veces empalagosas y otras oscuras; en las descripciones de la naturaleza el color y la expresión se alcanzan solo con sencillez, con frases simples del tipo “oscurece”, “llueve” y otras por el estilo.

10/Lo mejor es no describir el estado de ánimo de los protagonistas de un relato; hay que tratar que dicho estado se desprenda de las acciones de los protagonistas.

11/ Conviene no abundar con los detalles. Resulta más efectivo sacrificarlos al conjunto. Los detalles, por muy interesantes que sean, fatigan la atención del lector.

 12/ La abundancia de personajes en escena suele ser errónea. El centro de gravedad deberían ser solo dos: él y ella…

13/ Puede llorar con un relato, puede sufrir con sus personajes, pero debe hacerlo de tal modo que el lector no lo perciba. Cuanto mayor sea su objetividad más fuerte será la impresión que produzca.


14/ Cuanto más sentimental sea la situación abordada, más fría debería ser la escritura. No conviene azucarar.

15/ Nunca escribí directamente del natural. Sólo sé escribir basándome en recuerdos. Necesito que mi memoria decante el motivo y que en ella, como en un filtro, solo quede lo que es importante y característico.

16/ Recuerda que las declaraciones de amor, la infidelidad de maridos y esposas, las lágrimas de la viuda y los huérfanos, cualquier tipo de lágrimas, vienen siendo descritas hace mucho tiempo. El tratamiento del tema debe ser nuevo; podemos incluso prescindir de la trama.

17/ No seamos charlatanes y admitamos con franqueza que en este mundo no se entiende nada. Sólo los imbéciles y los ignorantes creen comprenderlo todo.

18/ Me reprocha usted mi inmoralidad, mi falta de objetividad…Quizás querría que yo, al describir ladrones de caballos en un cuento, dijera que “robar caballos está mal”. Pero eso ya se sabe desde hace tiempo sin necesidad de que yo lo diga. Que se ocupen los jueces de eso. Admito que sería agradable conciliar arte y predicación; pero en mi caso es imposible por motivos técnicos.

19/ Es un buen hombre, no exento de ingenio, pero literalmente inculto. Tiene una pasión por los lugares comunes, por las palabras y descripciones altisonantes y cree que esos ornamentos son indispensables a la hora de escribir. Se parece por momentos a esos creyentes que no se atreven  a rezar a Dios en ruso y lo hacen en eslavo eclesiástico, aún sabiendo que el ruso está más cerca de la verdad y el corazón.

20/ No temas escribir tonterías.

21/ No es la escritura en sí misma lo que me da náuseas sino el entorno literario, del que no es posible escapar, y que te acompaña a todas partes, como la atmósfera a la tierra.

22/ Se me reprocha que sólo escriba sobre acontecimientos mediocres y que no presente héroes positivos en mis relatos. ¿De qué clase de héroes quieren que hable? Me limito a decir a los lectores: ¡miren que aburrida y tonta es la vida que llevan! Si los lectores entienden seguramente se inventarán una vida diferente y mejor.

23/ Al corregir suprima adjetivos y adverbios que sobren. Pone usted muchos adjetivos y eso cansa. Cuando escribo “el hombre se sentó en la hierba” resulta comprensible: es claro y no fatiga. Por contrario resulta pesado para la cabeza si escribo: “Un hombre alto, de pecho hundido, estatura mediana y barba pelirroja, se sentó sobre la hierba ya pisada por los paseantes; se sentó sin hacer ruido, tímidamente, mirando con temor a su alrededor”. Este pasaje tarda en entrar en la cabeza y la literatura debe entrar de golpe, en un instante”.

24/ Algunas noticias biográficas resultan inútiles. Si escribo “en 1839” eso no le dirá nada a un francés. Tal vez quedaría mejor así: “A la edad de veinte años Dostoievsky” tal y tal cosa.  Para mí esas informaciones son más importantes que las fechas. El público no retiene a estas últimas. Finalmente se convierten en letra muerta.


25/ ¡Déjese de paréntesis y comillas! Las comillas las emplean dos tipos de autores: los tímidos y los poco ingeniosos. Algunos ponen una palabra entre comillas como diciendo: “¡Fíjate lector qué palabra tan atrevida, original y nueva acabo de inventar!” 

En otra carta a Alexánder, le anota una serie de condiciones para la escritura de un cuento (Moscú, 10 de mayo de 1886):
“1. Ausencia de palabrería prolongada de naturaleza socio-politico-económica. 2. Objetividad total. 3. Veracidad en las descripciones de los personajes y de los objetos. 4 Brevedad extrema. 5. Osadía y originalidad (huye de los lugares comunes). 6. Sinceridad. En mi opinión, las descripciones de la naturaleza deben ser muy breves y tener un carácter intencionado”.
En cuanto al teatro, en una carta a Olga Knipper, actriz y esposa de Chéjov, le comenta (Yalta, 4 de octubre de 1899):
“El arte, sobre todo, el arte escénico, es un campo por donde no se puede andar sin tropiezos. Por delante hay muchos días desgraciados y temporadas completamente fallidas; habrá grandes errores y grandes desilusiones. Hay que estar preparado para todo eso, aguardarlo y, a pesar de todo, seguir con empeño, como un fanático, tu propia línea”.
Acerca de la crítica de las obras literarias, Chéjov se expresa así en una carta dirigida a su amigo Scheglov –pseudónimo de Iván L. Leóntiev, escritor y dramaturgo- (Moscú, 2 de marzo de 1890):
“Me asusta la palabra “arte”, como a las mujeres de los comerciantes les asustan los espantajos. Cuando me hablan de lo artístico y de lo antiartístico, de lo que escénico y de lo que no lo es, de tendencias, de realismo, etc., me pierdo, titubeo y respondo con medias verdades banales, que no valen nada. Divido las obras en dos clases: las que me gustan y las que no me gustan”.


Estas son sus frases más célebres:


“La literatura es mi esposa legítima y la medicina mi amante. Cuando me canso de una, paso la noche con la otra”.


“Aislarse en el trabajo creativo es mejor que las críticas negativas que no hacen nada en absoluto”.


“Cuando pienso en mi vocación no temo a la vida”.


“El amor es un escándalo de tipo personal”.


“El arte de escribir consiste en decir mucho con pocas palabras”.


“El hombre vulgar espera lo bueno y lo malo del exterior, el hombre que piensa lo espera de sí mismo”.



“Es fácil conquistar al que piensa que está conquistado”.


“La felicidad no existe. Lo único que existe es el deseo de ser feliz”.


“La brevedad es la hermana del talento”.


“Los hombres inteligentes quieren aprender; los demás, enseñar”.


“Más vale un canario perverso que un piadoso lobo”.


“Cuando uno ama y quiere juzgar ese amor, hay que partir de un punto más elevado o más importante que la felicidad o la desdicha”.






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