ANTOLOGIA DE DECALOGOS LITERARIOS

"Los Diez Mandamientos, considerados útiles reglas morales para vivir en sociedad, tienen un excelente uso literario. El escritor, al contar sus historias, debería hacer que sus personajes violen constantemente estos mandamientos, en conjunto o por partes. Mientras alguien robe, mate, mienta, fornique, blasfeme o desee a la mujer del prójimo tendremos un conflicto y en consecuencia una historia que contar. Por el contrario, si sus personajes se portan bien, no sucederá nada: todo será aburridísimo."
Fernando Ampuero


Uno de los más interesantes y que recoge más sabiduría, tiene un solo postulado. Se lo leí a Alejandro Quintana y dice:

"Porque en realidad ya se ha contado todo; lo novedoso es contarlo de forma interesante".

Es muy común que los escritores, cuando gozan de cierto reconocimiento, decidan organizar sus ideas en forma de recomendaciones que suelen enumerar en listas, generalmente en forma de decálogos, muy a manera de configurar una suerte de "Tablas de la Ley"o de "Diez Mandamientos" , en los que pontifican,-con razón o sin ella, en concordancia con su prestigio y sabiduría o apenas haciendo gala de una vana pretensión un tanto ególatra- sobre sus verdades decantadas acerca del oficio de escribir.

Unos condensan verdaderas sentencias, otras son apenas esbozos que naufragan en su propia babosería; unos son un compendio de ingenio, otros verdaderos destellos de humor, mientras algunos apenas sí resbalan como peligroso chascarrillo en el reino del lugar común.

De todas maneras, en esta página recopilamos algunos de ellos, como elemento para el análisis y estudio de los interesados en el ejercicio de escribir. Muy recomendado para aprendices y aficionados, para lectores desprevenidos, para alumnos de talleres literarios y para todos los que se deleitan del bello arte de la Literatura.

Al final citamos los más ingeniosos, clásicos, reconocidos o polémicos.

Lo que comenzó como un divertimento, pasó a ser una disciplina que permite enriquecer la teoría de la creación literaria, en la voz de los maestros. La idea original parte de la página www.emiliorestrepo.blogspot.com
Comentarios y aportes, favor remitirlos a emiliorestrepo@gmail.com

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jueves, 8 de junio de 2017

CRÍTICA (REFUTACIÓN)AL “DECÁLOGO DEL PERFECTO CUENTISTA” Silvina Bullrich

CRÍTICA (REFUTACIÓN)AL “DECÁLOGO DEL PERFECTO CUENTISTA”      Silvina Bullrich

Vale más canción humilde que sinfonía sin fe. J.C.


Como decía el mismo Quiroga, "cree en un maestro". Otros piensan que es mejor descreer de él, refutarlo, pensarlo y remasticarlo, para que en la contradicción fluyan nuevas ideas que abran caminos diferentes y nuevas formas de pensar y de actuar. Eso es una forma interesante de creación, llevar la contraria, pero con argumentos y propuestas, como lo hace la escritora argentina Silvina Bullrich, muy respetada y exitosa en su tiempo. Veamos: 

1. “Cree en un maestro -Poe, Maupassant, Kipling, Chéjov- como en Dios mismo”. Cabe preguntarse hasta qué altura de la vida o de la obra supone Quiroga que debemos aceptar influencias extrañas y cuándo tenemos derechos a sentirnos maestros a nuestra vez, aunque sólo sea maestros de nosotros mismos. Ningún artista puede aceptar este consejo sin rebelarse un poco, pues su mayor ambición es volar con sus propias alas. Por otra parte ¿en qué maestro creyó Quiroga? Tengo la impresión de que en varios. Pues si bien sus cuentos misioneros acusan alguna influencia de Kipling o de Poe, en otros, como en “Los Perseguidos”, por ejemplo, vemos asomar a Maupassant, pero no al perfecto cuentista de “Bola de Sebo”, respetuoso del tiempo del lector, resuelto a captarse su simpatía y a despertar su emoción al mismo tiempo que su sorpresa, sino al de sus cuentos menores como “A Caballo”, “La Cama”, “El Loco”, etc.

2. “Cree que tu arte es una cima inaccesible, no sueñes en dominarla. Cuando puedas hacerlo, lo conseguirás sin saberlo tú mismo”.
Este segundo mandamiento no se presta a mayores comentarios, pues es una redundancia del primero, aunque menos admisible. Nadie escribiría una línea si no pensara que tiene algo que decir distinto (y sin duda superior) de sus maestros. Toda persona con personalidad se siente singular, cuanto más aquel que tiene vocación creadora. Por fuerte que sea el mandato interior de escribir, creo que todos terminaríamos por dominarlo si no supusiéramos que una página, una frase, puede aportar algo al panorama cultural del mundo, de nuestro país o de nuestra aldea.

3. “Resiste cuanto puedas a la imitación, pero imita si el influjo es demasiado fuerte. Más que ninguna otra cosa, el desarrollo de la personalidad es una larga paciencia”. Temo que este tercer mandamiento contradiga a los demás aunque al mismo tiempo los resume y los justifica. Aceptar la frase de Bufón, con una aligera variante, ya es señalar un rumbo acertado a los jóvenes cuentistas a quienes se dirige.

4. “Ten fe ciega no en tu capacidad para el triunfo, sino en el ardor con que lo deseas. Ama a tu arte como a tu novia, dándole todo tu corazón”. ¿Es acaso el triunfo lo más importante en una obra literaria? ¿No conocemos fracasos más gloriosos que muchos éxitos y no suele el escritor avergonzarse un poco de la popularidad cuando ésta se convierte (resultado inevitable) en un manoseo de su obra? Personalmente me gusta más la estrofa de Almafuerte “Pero yo también creo que la derrota - merece sus laureles y arcos triunfales – cualquier dolor que sea siempre rebota – sobre el alma futura de los mortales”. La vida de Quiroga fue toda entera una derrota y por eso su obra cobró fuerza y perdura.
Y ahora llegamos al quinto mandamiento, el único verdaderamente esencial a mi modo de ver para guiar a un joven cuentista:

5. No empieces a escribir sin saber desde la primera palabra adónde vas. En un cuento bien logrado, las tres primeras líneas tienen casi la importancia de las tres últimas”. El factor sorpresivo del final suele ser el gran acierto de muchos cuentistas, entre los nuestros: Borges o Dalmiro Sáenz. Podríamos decir que los cuentos más perfectos son los que conducen al lector, en medio de una confortable desorientación, hacia el final previsto por el autor. Y he aquí, tal vez, la diferencia fundamental entre la técnica del cuento y la de la novela. El cuento no puede dejar el final librado al azar, por el contrario depende casi totalmente de él. La novela puede permitirse infinitas libertades, la de tener un desenlace equívoco, la de no tener ninguno, o dejarlo al gusto del lector e incluso la de ir tejiendo su final como el destino, ciegamente, al azar de su construcción. No me refiero por supuesto a la novela policial. Pero sigamos con el decálogo del perfecto cuentista.

6. “Si quieres expresar con exactitud esta circunstancia: ‘desde el río soplaba un viento frío’, no hay en lengua humana (en lengua castellana habrá querido decir) más palabras que las apuntadas para expresarlas. Una vez dueño de tus palabras, no te preocupes de observar si son entre sí consonantes o asonantes”
. Quizá sea éste el más caprichoso y el más discutible de los mandamientos, pues no se tergiversaría mucho la realidad buscada poniendo “helado” en vez de frío y evitando así una rima que puede no molestar a Quiroga pero sí al lector, y acaso a los críticos. No me parece un exceso de severidad recomendar a los jóvenes que eviten este tipo de consonancias; no olvidemos que el hombre busca por su naturaleza el camino más fácil o que es preferible darle reglas rígidas aunque las tergiverse sin cometer pecados mortales, que darle leyes elásticas que son a la larga las culpables de los estilos desgreñados.

7. “No adjetives sin necesidad. Inútil serán cuantas colas de color adhieras a un sustantivo débil. Si hallas el que es preciso, él sólo tendrá un color incomparable. Pero hay que hallarlo”.
El consejo es sano pero no infalible, hay estilos que descansan en gran parte sobre los adjetivos. El adjetivo imprevisto y contradictorio de Borges; el adjetivo casi siempre más fuerte que el sustantivo de la obra Mallea, el adjetivo humilde y exacto de Maupassant y el que ayuda en Poe a la obra de terror. Pues, ¿qué quiere decir exactamente la expresión: sin necesidad? La necesidad de adjetivar es privativa de cada escritor; sería como querer reglamentar la necesidad de usar dos adjetivos en vez de uno o hasta de determinar la necesidad de escribir en sí misma. Por otra parte, los consejos son más fáciles de dar que de seguir. Tomo al azar un cuento de Quiroga, “La Llama”, y leo un párrafo: “Berenice tuvo al día siguiente uno de sus extraños ataques y ante mis serios temores por esa sensibilidad profundamente enfermiza, la madre sacudió la cabeza”. En tres fases hay al menos dos adjetivos suprimibles: hubiéramos comprendido lo mismo, puesto que ya estábamos al tanto, que los ataques eran extraños sin agregar el adjetivo y que los temores eran serios.

8. “Toma a tus personajes de la mano y llévalos firmemente hasta el final, sin ver otra cosa que el camino que les trazaste. No te distraigas viendo tú lo que ellos no pueden o no les importa ver. No abuses del lector. Un cuento es una novela depurada de ripios. Ten esto por una verdad absoluta aunque no lo sea”. Esta última frase sorprende en un escritor tan auténtico como Quiroga y debilita el consejo importante, quizá el más importante del Decálogo. Pues nadie puede discutir que no sea un acierto llevar el personaje y la anécdota firmemente hasta el final. Así el cuento es, en cierto modo más perfecto que la novela, pues no admite licencias. Por supuesto que estas recetas hacen del cuento un oficio más o menos fácil o difícil de aprender y que la misma libertad de la novela (como toda libertad), aumenta sus responsabilidades y obliga a buscar incesantemente un cauce que también incesantemente se pierde. Es más difícil perderse en un largo camino que en un camino corto.

9. “No escribas bajo el imperio de la emoción. Déjala morir y evócala luego. Si eres capaz entonces de revivirla tal cual fue, has llegado en arte a la mitad del camino”. No creo que quepa la discusión alrededor de este noveno mandamiento. Por otra parte es casi inhumano escribir bajo una real y reciente emoción. En esto la novela y el cuento se asemejan. Quizá sólo la poesía, la romántica, no la actual, pueda ser una excepción.

10. “No pienses en tus amigos al escribir, ni en la impresión que hará tu historia. Cuenta como si tu relato no tuviera interés más que para el pequeño ambiente de tus personajes, de los que pudiste haber sido uno. No de otro modo se obtiene la vida en el cuento”. Hoy parece sorprendente que alguien pueda pensar en sus amigos al escribir: el mundo es tan vasto y el escritor tan aislado, sus miras tan lejanas en el tiempo y en el espacio, que no creemos encontrar ninguna valla que nos impida seguir este consejo inseguro. A lo largo de este Decálogo la palabra ingenuo ha acudido varias veces a mi mente y varias veces la he rechazado, pues la obra y la vida de Quiroga nada tienen de candorosas, son recias y brutalmente humanas, como lo es su muerte y lo son las muertes que jalonan su paso por la tierra. Pero hay que resignarse a admitir que un cierto candor se filtra en su Decálogo. Quizá sea imposible querer encerrar al hombre en diez mandamientos sin sentir la imposibilidad (léase ingenuidad) de lograrlo. El hombre, cuentista o no, desborda los límites de las teorías rígidas.

A veces pienso que Quiroga miró demasiado la naturaleza y a fuerza de observar víboras, cocodrilos, invasiones de hormigas, esteros, selvas y tembladerales perdió la noción de grandeza infinita dentro de su infinita pequeñez que es el hombre.
Pero no debemos confundir al Quiroga cuentista con el autor relativamente feliz de este Decálogo donde, pese a mi actitud crítica, encuentro dos o tres consejos indispensables para todo cuentista. Aunque a decir verdad en materia de consejo literario no ha sido superado el de Rainer María Rilke en Carta a un Joven Poeta: “Si puedes vivir sin escribir, no escribas”. No se presta a discusión el hecho de que sólo una necesidad ineludible puede mantener preso a un hombre (empleo esta palabra genéricamente) buscando en sí mismo ideas huidizas que asoman apenas, torpemente, en su cerebro, e imprimirlas sobre un papel, signos de un alfabeto acaso indescifrable para quienes vendrán después de nosotros.

Tomado de: 
http://vosquedepalabrasvives.blogspot.com.co/2008/09/crtica-al-declogo-del-perfecto.html
El original, Decálogo del perfecto cuentista de Horacio Quiroga.


viernes, 8 de abril de 2016

Siete razones para no escribir novelas y una sola para escribirlas JAVIER MARÍAS

Siete razones para no escribir novelas y una sola para escribirlas
Por: JAVIER MARÍAS  / Literatura y fantasma
Tomado de:

Se me ocurren las siguientes razones para no escribir novelas hoy en día:

Primera. Hay demasiadas y demasiada gente las escribe. No sólo siguen existiendo y pidiendo eternamente ser leídas las del pasado, sino que cada año millares de ellas, enteramente nuevas, aparecen en los catálogos de las editoriales y en las librerías de todo el mundo; y no sólo eso, sino que muchos millares más son rechazadas por los catálogos de las editoriales y no llegan a las librerías, pero no por ello dejan de existir también. Se trata, por tanto, de una actividad vulgar, en principio al alcance de cualquier persona que haya aprendido a escribir en la escuela, para la que no se requiere ningún tipo de estudios superiores ni de formación específica.

Segunda. Escribirlas no tiene mérito. La prueba de ello es que se trata de un género que, ocasionalmente o no, practica toda clase de individuo, sea cual sea su profesión, y que por lo tanto debe ser fácil y sin ningún misterio. No de otra forma se explica que lo puedan cultivar los poetas, los filósofos y los dramaturgos; los sociólogos, los lingüistas, los banqueros, los editores y los periodistas; los políticos, los cantantes, las presentadoras de televisión y los entrenadores de fútbol; los ingenieros los maestros de escuela, los diplomáticos (a cientos), los funcionarios y los actores de cine; los críticos, los aristócratas, los curas y las amas de casa; los psiquiatras, los profesores universitarios y de instituto, los militares, los terroristas y los pastores de cabras. Esto hace pensar, sin embargo, que, dejando de lado su facilidad y su falta de mérito, la novela debe dar algo, o bien constituir un adorno. Pero ¿qué clase de adorno es ese que está al alcance de todas las profesiones, independientemente de su formación previa, prestigio y poder adquisitivo? ¿Qué es lo que da?

Tercera. La novela no da dinero, o, mejor dicho, sólo una de cada cien novelas publicadas –por aventurar un porcentaje optimista– da buen dinero a su autor. En el mejor de los casos son cantidades que no le cambian la vida a nadie, es decir, que no sirven para retirarse; además de eso, una novela de extensión regular y una mínima legibilidad, lleva meses, a veces años de trabajo. Invertir todo ese tiempo en una tarea que tiene un uno por ciento de posibilidades de resultar rentable es un disparate, sobre todo teniendo en cuenta que en principio nadie –ni siquiera los aristócratas o las amas de casa con servicio– disponen hoy en día de ese tiempo. (El Marqués de Sade y Jane Austen lo tenían, sus equivalentes de hoy no lo tienen, y lo que es peor, ni siquiera los aristócratas y las amas de casa que no escriben, pero leen, tienen tiempo de leer lo que escriben sus colegas escritores).

Cuarta. La novela no da fama, o, si la da, es pequeña y puede conseguirse por medios más rápidos y menos laboriosos. La verdadera fama, como todo el mundo sabe, la da hoy en día la televisión, en la cual es cada vez más raro que aparezca un novelista, a no ser que lo haga no en virtud del interés o excelencia de sus novelas, sino en su calidad de competente majadero o payaso, junto a otros payasos procedentes de otros campos, artísticos o no, eso resulta indiferente. Las novelas de ese novelista verdaderamente famoso –una celebridad televisiva– serán sólo el engorroso pretexto inicial y pronto olvidado de su popularidad, cuyo mantenimiento dependerá mucho más de su capacidad para manejar un bastón, enrollarse una bufanda al cuello, ladearse el peluquín, lucir camisas hawaianas o penosos chalecos, contar cómo se comunica con su Dios heterodoxo y su virgen ortodoxa o lo bien y auténticamente que se vive entre los moros (esto al menos en España), que de la bondad de sus futuras obras, que en realidad a nadie importan. Por otra parte, es un despropósito esforzarse en escribir novelas para ganar la fama (aunque sólo sea redactar de manera pedestre, eso lleva también su tiempo) cuando en la actualidad no se precisa nada de particular ni muy tangible para obtenerla: un matrimonio o un lío con la persona adecuada y la subsiguiente estela de conyugalidades y extra conyugalidades son mucho más eficaces. También es fácil el expediente de cometer algunas indecencias o barbaridades, siempre que no sean tan graves para llevarlo a uno a la cárcel durante demasiado tiempo.

Quinta. La novela no da la inmortalidad, entre otras razones porque esta ya apenas existe. Por no existir, ni siquiera parece existir la posteridad, entendiendo por tal la propia de cada individuo: todo el mundo es olvidado a dos meses de su muerte. El novelista que crea lo contrario es anticuadamente fatuo o anticuadamente ingenuo. Cuando los libros duran a lo sumo una temporada, no sólo porque los lectores y los críticos los olviden sino porque ni siquiera se los va a encontrar en las librerías a los pocos meses de un nacimiento (tal vez ni siquiera haya ya librerías), es iluso pensar que una de nuestras obras será imperecedera. ¿Cómo van a ser imperecederas si la mayoría nacen ya perecidas o con la expectativa de vida de un insecto? Con la duración ya no puede contarse.

Sexta. Escribir novelas no halaga la vanidad, ni siquiera momentáneamente. A diferencia del director de cine o del pintor o del músico, que pueden observar la reacción de unos espectadores frente a sus obras e incluso oír sus aplausos, el novelista no ve a sus lectores leyendo su libro ni asiste a su aprobación, emoción o complacencia. Si tiene la suerte de vender muchos ejemplares, tal vez podrá consolarse con un número, despersonalizado y abstracto como todos los números por alto que sea, y además deberá saber que comparte ese tipo de cifra y consuelo con los siguientes autores: maîtres de cocina que divulgan sus recetas, biógrafos escandalosos de personalidades regias con la cabeza a pájaros, futurólogos con cadena, collares e incluso capa o chilaba, maldicientes hijas de actrices, columnistas fascistas que ven el fascismo por todas partes menos en sí mismos, palurdos gomosos que dan lecciones de modales y otras plumas así de eminentes. En cuanto al elogio posible de la crítica, es muy difícil que lo reciba; si lo recibe, es muy posible que se lo concedan perdonándole la vida y amenazándole para la ocasión siguiente; si no es así, es posible que él juzgue que sus libros han gustado por razones equivocadas; y si nada de eso sucede y el elogio es abierto generoso e inteligente, lo más probable es que se enteren de ello cuatro gatos, lo cual, para una vez que se dan todas las circunstancias favorables, resultará de lo más desdichado y frustrante.

Séptima. Agrupo aquí todas aquellas razones inveteradas, tanto que resultan aburridas, tales como la soledad en que el novelista trabaja, lo mucho que sufre forcejeando con las palabras y sobre todo con la sintaxis, la angustia ante la página en blanco, el desgaste de su alma pateada por niños y paisajes y geografías y llantos, su descarnada relación con verdades como puños que le eligen a él y sólo a él para manifestarse, su perpetuo pulso con el poder, su ambigua relación con la realidad que puede llegar a hacerle confundir verdad con mentira, su titánica lucha con sus propios personajes que a veces cobran vida propia y hasta se le escapan (hace falta ser pusilánime), lo mucho que bebe, lo especial o directamente anormal que ha de ser por vivir como artista, y demás zarandajas que han seducido a las almas cándidas o directamente memas durante demasiado tiempo, haciéndoles creer que había mucha pasión y mucha tortura y mucho romanticismo en el más bien modesto y placentero arte de inventar y contar historias.

Y esto me lleva a la única razón que veo para escribir novelas, muy poca cosa comparada con las anteriores siete, y sin duda en contradicción con alguna de ellas:

Primera y última. Escribirlas permite al novelista vivir buena parte de su tiempo instalado en la ficción, seguramente el único lugar soportable, o el que lo es más. Esto quiere decir que le permite vivir en el reino de lo que pudo ser y nunca fue, por eso mismo en el territorio de lo que aún es posible, de lo que siempre estará por cumplirse, de lo que no está aún descartado por haber ya sucedido ni por que se sepa que nunca sucederá. El novelista realista o al que así se llama, aquel que al escribir sigue instalado y viviendo en el territorio de lo que es y sucede, ha confundido su actividad con la del cronista o el reportero o el documentalista. El novelista verdadero no refleja la realidad, sino más bien la irrealidad, entendiendo por esto último no lo inverosímil ni lo fantástico, sino simplemente lo que pudo darse y no se dio, lo contrario de los hechos, los acontecimientos, los datos y los sucesos, lo contrario de “lo que ocurre”. Lo que sólo es posible sigue siendo posible, eternamente posible en cualquier época y en cualquier lugar, y por eso se puede leer aún hoy el Quijote o Madame Bovary, se puede uno quedar a vivir una temporada con ellos dándoles crédito, esto es, no dándolos por imposibles ni por ya acaecidos, o lo que es lo mismo, por consabidos. La España de 1600 de lo que así se llama no existe, aunque es de suponer que se dio; como no existe ni cuenta más Francia de 1900 que la que Proust decidió incluir en su obra de ficción, la única que hoy conocemos. Antes he dicho que la ficción es el lugar más soportable. Literatura y fantasmaLo es porque la diversión y consuelo a quienes lo frecuentan, pero también por algo más, a saber: porque además de ser eso, ficción presente, es también el futuro posible de la realidad. Y aunque nada tenga que ver con la inmortalidad personal, esto quiere decir que para cada novelista existe una posibilidad – infinitesimal, pero posibilidad– de que lo que escribe esté configurando y sea ese futuro que él nunca verá.

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Texto de Javier Marías publicado en 1993 e incluido en Literatura y fantasma (Alfaguara, 2001; DeBolsillo, 2009). En 2015 se publicó en Inglaterra y Estados Unidos con gran éxito.


Otros artículos del autor del blog:


La serie de opinión, CONSEJOS A UN JOVEN COLEGA, en Youtube:

https://www.youtube.com/playlist?list=PLm-lfL5KTbVOjHC0N-0MJveoeRRfLY4EP

CUENTOS LEÍDOS en Youtube:

https://emiliorestrepo.blogspot.com/search?q=cuentos+le%C3%ADdos


LIBROS publicados:

https://emiliorestrepo.blogspot.com/p/libros-de-emilio-alberto-restrepo.html


ENTREVISTAS y RESEÑAS:

http://emiliorestrepo.blogspot.com/search/label/entrevista

http://emiliorestrepo.blogspot.com/p/entrevistas-prensa-resenas.html



viernes, 9 de octubre de 2015

La lista de consejos irónicos para escribir

La lista de consejos irónicos para escribir

Estas frases irónicas nos dicen muchas verdades sobre el oficio de escribir. Están en muchos idiomas y rebozan sentido común. Puede aplicarse como una plantilla de corrección en tono humorístico. Hay muchas listas, con variaciones más o menos similares. Aquí, una condensación de ellas.

- Aligerar aliteraciones abundantes.

- ¡Fuck anglicismos!

- Sintácticas retorcidas difíciles de comprender evitar debes

- Procurar usar una ortografía corecta; y la puntuación

- Rehúye del tópico como de la peste. Es más viejo que Matusalén.

- Las comparaciones son peores que los tópicos.

- Lo peorsísimo de todo son los superlativos.

Octavo. Mantén el formato y el estilo.

- Intenta ser más o menos específico.

- A nadie le gustan las generalidades.

- Evitar ser redundante y usar más palabras de lo necesario, porque es algo total y absolutamente superfluo.

- ¿Quién necesita preguntas retóricas?

- Exagerar es un millón de veces peor que quedarse corto.

- Primero, las enumeraciones con más de diez puntos resultan poco claras.
             
-          Lo primero es conoser vien la hortografia.

-         Cuide la concordancia, el cual son necesaria para que Vd. no caigan en aquellos errores

-          Y nunca empiece por una conjunción .

-          Evite las repeticiones, evitando así repetir y repetir lo que ya ha repetido repetidamente.

-         Use; correctamente. Los signos : de, puntuación.

-        Trate de ser claro; no use hieréticos, herméticos o errabundos gongorismos que puedan jibarizar las mejores ideas.

-        Imaginando, creando, planificando, un escritor no debe aparecer equivocandose, abusando de los gerundios.

-         - Correcto para ser en la construcción, caer evite en trasposiciones.

-         Tome el toro por las astas y no caiga en lugares comunes.

-         Si Vd, parla y escribe en castellano , O.K?.

-         Voto al chapiro!... creo a pies juntillas que deben evitarse las antigüallas.

-        - Si algún lugar es inadecuado en la frase para poner colgado un verbo, el final de un párrafo lo es.

-         Por amor del cielo!, no abuse de las exclamaciones.

-       -  Pone cuidado en las conjugaciones cuando escribéis.

-         No utilice nunca doble negación.

-         Es importante usar los apostrofo's correctamente.

-         Procurar nunca los infinitivos separar demasiado.

-         Relea siempre lo escrito , y vea si palabras.

-         Con respecto a frases fragmentadas.

- En cartas artículos informes usa las comas para separar los elementos de una serie.

- No uses abrev.

- En mi opinión, creo que un autor al escribir debería definitivamente evitar el hábito de usar demasiadas palabras innecesarias que no son realmente necesarias para que su mensaje sea comprendido.

- Consulta el decionario para ebitar errores.

- Voz pasiva no debe ser usada nunca.

- No escribas nunca ni por nada frases en negativo.

- Evita las comas, que no sean necesarias.

- Si relees tu trabajo, puedes encontrar al releer muchas repeticiones que podrían ser evitadas al releer y editar.

- ¡¡¡No abuses de los signos de exclamación!!!

- Coge el toro por las ramas y evita mezclar metáforas.

- Evita términos que estén de moda y que no suenen chachi, ni play;es muy fuchi.

- Nunca jamás, uses redundancias repetitivas.

- Si no te lo he dicho una vez, te lo he dicho mil veces: resístete a las hipérboles.
- "Evita el uso "excesivo de las 'comillas'".

- Por último, pero no menos importante, huye de los clichés como de la peste, huye de ellos como el diablo a la cruz. Están más vistos que el Tebeo.  Busca alternativas viables.

- Las aclaraciones entre paréntesis (aunque sean relevantes) son innecesarias.

-  Nunca, y esto es categórico, se debe generalizar.

- Elimina las citas. Como dijo Ralph Waldo Emerson: "Odio las citas. Dime lo que tú sabes".

- Las comparaciones son tan malas como los clichés.

-  Las analogías al escribir son como las plumas en una serpiente.



Tomado de:




miércoles, 6 de mayo de 2015

10 COSAS QUE NUNCA DEBEMOS HACER LOS ESCRITORES Gabriella Campbell

10 COSAS QUE NUNCA DEBEMOS HACER LOS ESCRITORES

Gabriella Campbell


Ah, la dura vida del artista. La dura vida del escritor. Nos gusta lamentarnos, es cierto. Pero puede ser divertido.
Hace poco encontré, a través del tumblr de Austin Kleon, un texto de la artista Keri Smith llamado How to Feel Miserable as an Artist. Aunque la traducción sería algo así como Cómo deprimirse si eres artista, la propia Keri explica que más bien es lo que no deberíamos hacer bajo ningún concepto. Aunque ella habla de los artistas en general, yo creo que se aplica muy bien a la escritura en particular. Le pedí permiso para traducirlo y me lo concedió. Así que si os veis reflejados en alguno de estos puntos, ya sabéis: subrayadlos con tinta roja (no en la pantalla, claro, a ver si luego no lo vais a poder limpiar) y dejad de hacerlo, ya, de inmediato.
Ahí van las diez maneras de sentirse fatal como escritor, o las diez cosas que nunca deberíamos hacer (los mandamientos son de Keri, todos los comentarios son míos):

LAS 10 COSAS QUE NO DEBES HACER SI QUIERES SER UN ESCRITOR FELIZ:
(o por lo menos no demasiado triste)

1. COMPARARTE CONSTANTEMENTE CON OTROS

Aunque compararse es bueno, hasta cierto punto (¿si no nos comparamos con los grandes, cómo aprenderemos?), comparar nuestro éxito o fracaso con el éxito o fracaso de otros no solo es injusto, sino que no tiene sentido. No estamos todos en la misma regla de medidas, ni tenemos las mismas características. Y, como bien sabemos, los éxitos o fracasos rara vez son como se cuentan en Facebook o en Instagram (ese pastel no está tan rico como parece en la foto; ese perro con pinta adorable realmente es un desastre que no hace más que comerse el sofá; esas vacaciones de aspecto idílico en Hawai fueron el detonante del posterior divorcio).

Recordemos también que esos supuestos éxitos “de la noche a la mañana” rara vez lo son. Los que escriben libros buenos que parecen salir de la nada, sin aparente esfuerzo, tienen horas y días y semanas y años de trabajo y frustración detrás.

2. HABLAR CON TU FAMILIA SOBRE AQUELLO A LO QUE TE DEDICAS Y ESPERAR QUE TE ANIMEN

Hay excepciones, pero en la mayoría de los casos simplemente no va a ocurrir, no. Nuestras familias (en teoría) quieren lo mejor para nosotros. Y lo mejor para nosotros, por lo menos a sus ojos, no es morirnos de hambre mientras los miramos suplicantes y pobres con la forma de las teclas marcada en la frente de tanto pegarnos cabezazos contra el teclado.

Además, los escritores podemos ser muy pesados y aburridos con tanta obsesión y tanta inseguridad. Comprendedlos. Es normal que se aburran y nos manden a paseo.

El camino del escritor es solitario. Asúmelo. Solo te comprenderán otros escritores, pero no te estarán escuchando mientras hablas de tu obra, porque estarán pensando en la suya propia.

3. BASAR EL ÉXITO DE TU CARRERA EN UN SOLO PROYECTO

Esto podría ser también “basar el fracaso de tu carrera en un solo proyecto”. Si algo sale mal, horriblemente mal, y la gente te tira fruta podrida apenas te asomas a la ventana, qué le vamos a hacer. No eres un fracaso. Tal vez ese libro sí lo sea (o, tiempo al tiempo, ¡reconocerán lo bueno que era cuando hayas muerto!), pero tú no. Ponte ya a escribir otro libro mejor. De la misma manera, porque tengas un libro/relato/poema/ensayo que goce de una gran aceptación, no significa que puedas retirarte a vivir de las regalías, satisfecho de haber alcanzado los laureles del autor vitoreado. Sigue trabajando. Puedes hacerlo mejor.

4. CONFORMARTE CON LO QUE YA SABES

Esto es: no salgas de tu zona de confort, no pruebes nada nuevo, no te esfuerces. ¡Mal! La única forma de progresar es atreviéndote con aquello que desconoces. Muchos profesores de talleres literarios te dirán: “Habla de lo que sabes”. Y no es mal consejo, para empezar. Pero llegará el momento en que, para avanzar, necesitarás salir de tu agujerito y explorar mundo.

Yo lo hago constantemente. Escribo cosas raras, cosas que no me salen, que tengo que forzar. Por poneros un ejemplo: ¡el otro día conseguí escribir una escena de sexo heterosexual!

Bueno, bah. Lo confieso, es mentira. Pero algún día lo conseguiré, os lo prometo.

5. QUITARLE IMPORTANCIA A TU EXPERIENCIA

Si llevas ocho años escribiendo y currándotelo, tío, ¡que llevas ocho años escribiendo y currándotelo! ¡Qué has publicado cuatro libros! No te comportes como si solo hubieras publicado un poema en la revista del colegio.

Creo que esto es más fácil de decir que hacer, lo sé. Por un lado, muchos tenemos el síndrome del impostor. Y no están las cosas como para ponerse a exigir lo que realmente merecemos, tal y como está el mercado. Pero creo que este es un consejo que puede aplicarse a muchos ámbitos, no solo al de negociar contratos con editoriales. Dale valor a tu trabajo. Si llevas diez años trabajando, si has progresado, si has avanzado, deja de hacer las cosas gratis, para empezar. Y si las haces gratis, que sea por algo que realmente te ayude a avanzar, o que te produzca felicidad.

Y sí, esto también va por determinados grandes medios con ánimo de lucro (mucho lucro) que utilizan a escritores experimentados y blogueros profesionales para crear sus contenidos sin que estos vean un duro, por aquello de darles una “plataforma” y “exposición”. Exposición es lo que tienes cuando te da el sol durante el día, no cuando consigues un seguidor en Twitter cada tres meses.

A ver si entre todos podemos conseguir que el oficio de escribir (sea en el género y formato que sea) valore un poco más la experiencia, especialización y profesionalización. No digo que cualquiera pueda escribir dos palabras escritas y sentarse a esperar que le paguen, pero sí que se empiece a valorar el trabajo de aquellos que lo merecen. Por lo menos, pidamos. Que nos lo den o no es otra cosa, pero vamos a pedir. A veces te llevas sorpresas agradables.

6. DEJAR QUE EL DINERO DICTE LO QUE HACES

Pues claro que necesitamos dinero para vivir: para comer, pagar un alquiler o una hipoteca, sobrevivir a las ofertas de Steam… todas esas cosas fundamentales para la supervivencia del humano medio. Pero siempre está el peligro de que nuestras ganas de conseguir dinero nos hagan olvidarnos de lo que realmente nos gusta. Sí que es cierto que cierto tipo de novelas de romántica venden mucho mejor que la fantasía oscura, por ejemplo, pero el día en que yo escriba “cada vez que veo su tableta de chocolate me estremezco por dentro”, por favor, venid personalmente a mi casa y dadme una bofetada tan fuerte que se me reordenen las neuronas y se me quite la tontería de golpe.

Y no me entendáis mal: no hay absolutamente NADA de malo en escribir tres páginas hablando de los abdominales de un tipo sudoroso. Es solo que a mí no me dibujaron así. Yo soy más de orgías desenfrenadas entre androides y magos de fuego. Orgías en las que muere gente y su sangre crea un portal mágico a otro mundo, por el que se cuelan monstruos primigenios.

¿Qué?

7. SOMETERTE A LA PRESIÓN SOCIAL

Lo mismo. ¿Creéis que a la gente le parece bien lo de los androides y los magos de fuego? Pues habrá a quien no le guste, del mismo modo que a mí no me interesa lo de la tableta de chocolate ni las novelas donde se usan tres capítulos para describir con pelos y señales una batalla naval en el siglo XVII. Si intentas complacer a todo el mundo, no conseguirás nada. Peor: conseguirás un texto blandurrio completamente igual que todos los textos blandurrios. Por lo menos Crepúsculo innovó en el terreno de la comedia.

(Creo que con ese último comentario tampoco he complacido a todo el mundo. ¡Eh, solo estoy intentando seguir los consejos de Keri!).

8. TRABAJAR SOLO EN AQUELLO QUE LE ENCANTARÁ A TU FAMILIA

El otro día le pedí a mi padre, que es informático, si podía echarle un ojo a mi nueva novela corta, un texto con aires ciberpunk, para asegurarme de que no había ninguna metedura de pata técnica de las gordas.

Luego me acordé de que el protagonista es un programador de videojuegos pansexual que se pasa media novela fantaseando con las tetas de una chica que ha conocido en un programa virtual.

Igual ya no se lo dejo.

La cosa es que si te limitas a escribir aquello que crees que será aceptable para tus seres queridos, estás dejándote fuera una parte muy importante de ti mismo. Todos tenemos demonios, y la escritura es una forma genial de exorcizarlos. Y no tiene que ser algo tan extremo como la vida sexual de un hombre futurista, simplemente hablar de ciertos temas delicados puede echarnos atrás en muchas instancias. Es difícil, pero a veces hay que hacerlo.

9. HACER TODO LO QUE PIDA EL CLIENTE

El cliente podría ser aquí el editor, por ejemplo, si escribes narrativa. Claro que hay que hacer caso de los editores, pero no hasta el punto de que destruyan aquello que te es importante. Y si escribes por encargo… bueno, ahí sí tienes que hacer lo que pide el cliente, pero intenta siempre añadirle un toque personal, algo que lo identifique solo como tuyo. Eso es lo que realmente te hará destacar por encima de los demás.

10. PONERTE METAS INALCANZABLES/ESTRESANTES QUE TENGAS QUE ALCANZAR MAÑANA MISMO.

De esto hemos hablado ya. Las metas buenas son las que se plantean a largo plazo, y que se van alcanzando muy poco a poco, haciendo algo pequeño pero seguro todos los días.

Ponerse mil metas a la vez y esperar alcanzarlas ya mismo no solo es poco realista, sino que destruye tu autoestima y la confianza en tu habilidad para alcanzar cualquier objetivo.

Poco a poco, despacito y con buena letra.

Con muy buena letra.

¿Qué opináis vosotros? ¿Qué añadiríais a la lista de Keri? Creo que todo lo que se me ocurre ahora mismo podría encajar dentro de alguno de sus puntos. Tal vez habría que añadir: “rendirse”. Tal vez ese sea el peor error que podemos cometer. Rendirse a veces es necesario, sobre todo si estás viviendo bajo un puente y te han ofrecido un trabajo con un sueldo digno, haciendo algo que no sea nada artístico; pero aun en esas circunstancias puede llegar el ansia de crear, la necesidad de seguir escribiendo de madrugada, antes de entrar a currar, o en el descanso, con el bocadillo en la mano. Pero sigamos un poco más. Intentémoslo otra vez.

Las recompensas están ahí. Son insuficientes, y tardan más que un autobús cuando tienes prisa, pero están ahí. Además, todos los demás se rinden. Al final solo quedas tú.

Tomado de:


lunes, 4 de mayo de 2015

Los 5 mitos sobre escritores, de Darynda Jones

Los 5 mitos sobre escritores, de Darynda Jones


  1. Para los buenos escritores, escribir es fácil. Se trata de lo opuesto. La escritura no se vuelve más fácil con el tiempo o el talento. Si te resulta fácil escribir, probablemente todavía estás aprendiendo el oficio, no has perfeccionado tu estilo o encontrado tu voz. Aún no has aprendido a analizar tu escritura con ojo crítico.
  2. Los escritores de verdad nacen sabiendo cómo escribir bien. Es algo natural para ellos. No. La escritura es un arte que se aprende. La buena escritura viene de la práctica. Necesitas practicar cada día. La escritura no es un capricho, es un hábito: adquiérelo. Escribe todos los días.
  3. Los personajes controlan la historia. Sólo escribo lo que me dicen. Hace que todo parezca mágico y sin esfuerzo, pero toda escritura supone un esfuerzo. Se puede tener un buen día en el que las palabras fluyen, pero incluso esas palabras hay que editarlas. Probablemente más de una vez.
  4. Los escritores de verdad escriben cuando les habla su musa. Los escritores de verdad escriben. Punto y final. La musa no viene a visitarte todos los días y no se puede entrar en el hábito de esperar a “estar de humor” para escribir. Los buenos escritores escriben todos los días aunque no estén de humor y luchan a través de la fatiga, el estrés y la duda.
  5. Escribirías un libro si tuvieras una muy buena idea. Si esperas a que la idea perfecta te golpee, vas a tener que esperar mucho tiempo. Las ideas están en todas partes. Lo que haces con esa idea es lo que importa.
Tomado de:

http://lavigaenmiojo.com/?s=Darynda+jones&x=12&y=10

lunes, 27 de abril de 2015

ANTIDECÁLOGO DE LA LITERATURA INFANTIL - NATALIA MÉNDEZ

ANTIDECÁLOGO DE LA LITERATURA INFANTIL -

NATALIA MÉNDEZ 

Tomado de:

RECOMENDACIONES en los  libros para chicos. Va una lista de trucos sin gracia que no ayudan a construir lectores.
Uno
Basta de tortugos Hugos y tortugas Letejitas
No es necesaria la obviedad en los nombres de los personajes. Por supuesto que un nombre divertido o con onda puede ser más y mejor recordado que uno que no, pero hay diferencia entre un nombre con gracia y uno tontón, entre Casiperro del Hambre (de Graciela Montes) y el perrito Rabito.
Dos
Es mejor pensar en tramas que en temas
“Vicenta ordena su cuarto” y “Javier presta los juguetes” pueden ser títulos de libros de autoayuda para niños, incluso buenos libros de autoayuda, útiles, pero no literatura. Si la finalidad de la obra es un mensaje moral o de buenas costumbres, como bien decía Roberto, el hermano de la protagonista de Dailan Kifki: “estamos fritos”. De todas formas, los asuntos y ambientes cotidianos pueden servir para una buena historia, aunque no es condición indispensable. A veces parece haber un pensamiento mágico acerca de los libros y su capacidad de influir en el comportamiento del lector. Si los textos funcionaran de esa forma, ya le voy a vender al gobierno mi próxima novela “El hombre que sacaba la basura entre las diecinueve y las veinte y era feliz”.
Tres
Cuidado con los diminutivos
“El pececito y la sillita de oro” no son necesarios (además de que los peces no se sientan). Si bien los niños son pequeños y en general se sienten fascinados por los objetos en miniatura (como muchos adultos), eso no quiere decir que la única forma de comunicarse con ellos sea achicando todo a su tamaño. Quizás se lo podemos perdonar a una tía abuela que hay que visitar una vez por año, pero no a un libro. Y, entre nosotros, dudo que los chicos se lo perdonen a la tía abuela. Algunos buenos adjetivos bien usados pueden aportar mucho más que los diminutivos.
Cuatro
No abusar de los adjetivos
El “pícaro y sonriente conejito que saltaba por la verde pradera en busca de una zanahoria jugosa” me da ganas de meter al conejito en un estofado. El problema no es que nadie habla así —la literatura no necesariamente tiene que parecerse al habla— sino que ninguno de estos adjetivos aporta demasiado. ¿El conejito es pícaro y está contento?, mejor contar su travesura directamente. ¿Verde pradera?, es lo habitual, más bien sería necesario adjetivar si por algún motivo los pastos son de otro color, o si está llena de flores. ¿Zanahoria jugosa?, solo en los avisos de multijugueras. Ya lo dijo Mark Twain: “Con los adjetivos, en caso de duda, tacha”.
Cinco
Cuidado con los finales mágicos y traídos de los pelos
Que los cuentos maravillosos tengan finales en donde por arte de magia toda la situación se acomoda y los buenos terminan felices y contentos y los malos castigados o convertidos en buenos no es una regla para todos los demás cuentos. De todas formas, es muy común leer cosas como “entonces Juan se dio cuenta de que si no prestaba sus juguetes se quedaba solo y sin amiguitos, y desde ese día se convirtió en un nene muy generoso”. La intención de un texto que termina así es la de resaltar un valor, como está de moda ahora, pero no la de contar una historia. La generosidad puede ser algo deseable, por supuesto, pero me remito al punto 2 y a una cita de Alfred Hitchcock: “Los mensajes los dejo para el correo”. Si, en cambio, la intención fuera narrativa, alcanzaba con que Juan prestara sus juguetes esa vez, o que Juan negociara algo, o sí, quizá es verdad que Juan comprendió una verdad profunda para el resto de su vida, pero hay muchas otras formas de decir eso sin sonar a moraleja.
Seis
No hay porqué usar frases remanidas, estereotipos o clisés
La amistad es un divino tesoro, pero no hace falta expresarlo literalmente. Los estereotipos y clisés muchas veces vienen bien para empezar por una base conocida, pero quedarnos ahí es un riesgo. La estadística puede señalar que la mayoría de las madres son amas de casa o que las familias se conforman con papá, mamá y dos hijos, pero a la hora de contar una historia, mejor elegir casos particulares: mamá puede ser ama de casa, pero también puede encantarle arreglar el motor del auto, por ejemplo. O los vecinos de la otra cuadra, que viven con un tío que no habla y todos pero todos los domingos va al zoológico.
Siete
El edulcorante no conmueve
Al parecer, los chicos son gente sensible también. Si uno intenta apelar a sus emociones, más vale tratarlos con respeto. Es posible que para un niño sea un drama haber perdido su muñeco preferido y nosotros como adultos ya hayamos superado esa pérdida, pero si no nos lo vamos a tomar en serio, mejor hablemos de otra cosa. Es más bien una cuestión de escalas.
Ocho
Las imágenes también se leen
Si tenemos en cuenta que gran parte de la narrativa para chicos también se hace y/o con imágenes, es necesario tocar un par de cuestiones, aunque sea apenas señalar la punta del iceberg en este tema. En primer lugar, como con las palabras, se aprende a leer imágenes, y no todos leemos lo mismo.
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Y ahora, para compensar, las recomendaciones positivas:

Después de tantos remilgos, es hora de pasar a lo bueno. Vamos a ver a los magos de verdad. Esos que deslumbran, que hacen magia casi como quien no quiere la cosa, magos sutiles. Las cartas, las monedas y las palomas están siempre de su lado y les obedecen. Y las palabras también. Al estilo de David Lodge en El arte de la ficción, seleccioné una serie de fragmentos para resaltar algunos recursos, algunos usos particulares del lenguaje y de la construcción de la ficción, solo que mi selección está hecha dentro del terreno salvaje y poco explorado de la literatura infantil y juvenil. Los ítems y las citas son arbitrarios, no está de más aclararlo. Podría seguir construyendo esta lista con muchas otras lecturas y muchos otros autores. Tomémoslo apenas como un precalentamiento para la exploración de la biblioteca, de la librería, para cuando haya que contratar a un mago.
Comienzos
En los cuentos de hadas, las brujas llevan siempre unos sombreros negros ridículos y capas negras y van montadas en el palo de una escoba. Pero este no es un cuento de hadas. Este trata de brujas de verdad. Lo más importante que debes saber sobre las brujas de verdad es lo siguiente. Escucha con mucho cuidado. No olvides nunca lo que viene a continuación. Las brujas de verdad visten ropa normal y tienen un aspecto muy parecido al de las mujeres normales. Viven en casas normales y hacen trabajos normales. Por eso son tan difíciles de atrapar. Una bruja de verdad odia a los niños con un odio candente e hirviente, más hirviente y candente que ningún odio que te puedas imaginar.
(Roald Dahl, Las brujas.)
El comienzo es la puerta de entrada a un mundo nuevo. En este ejemplo, Dahl da vuelta el “Había una vez” y con ese guiño, su ficción se construye sobre la realidad, en lugar de en el conocido mundo de los cuentos maravillosos. Si a las brujas de los cuentos ya no les tenemos miedo, ajá, veamos a éstas...
Personajes
La idea de ponerme el apodo de Bonsai se les ocurrió a un par de chistosos de mi curso, porque soy pequeño. Muy muy pequeño. Más pequeño que la niña más bajita de mi clase, Anneliese. Se supone que voy a crecer, diagnosticaron tres respetables doctores en medicina a cambio de un buen honorario. “Eso se advierte en los huesos metacarpianos”, dijeron. Por esa razón no quisieron darme las hormonas que hubieran podido hacerme crecer un par de centímetros.
Y que en la clase no me hayan bautizado sencillamente “Enanito” se debe a que en realidad soy muy bello. En los enanos por lo general fallan las proporciones: tienen las piernitas muy cortas, la cabeza demasiado grande o los bracitos muy largos. Pero en mí todo concuerda como en un arbolito bonsai.
(Christine Nöstlinger, Bonsai.)
Y, luego, ocurrió algo del todo inesperado: sobre sus labios se dibujó una ligerísima sonrisa... ¡Bueno, prácticamente invisible; una sombra de sonrisa...! Pero era la primera vez que asistíamos a semejante fenómeno... Era tan alucinante... ¡Una sonrisa minúscula estallando en ese rostro como si le transmitiera toda la alegría del mundo!
(Daniel Pennac, Kamo y yo.)
La mejor manera de conocer a los personajes, de quedarnos con ellos a lo largo de la trama, es cuando sus señas son únicas, cuando el personaje no es un chico bajito más o cualquier matón de cualquier curso. Eso puede lograrse con una acción, con un gesto, con una frase. No importa quién cuente la historia. Es ese, y no otro, y al final nos parece un viejo conocido de esos que podemos encontrarnos en cualquier esquina y al que siempre vamos a saludar con un abrazo.
Descripciones
Y el alma se me cayó a los pies, estableciendo así un nuevo récord personal (y posiblemente mundial): menos de cinco minutos para odiar un colegio. Me he mudado más veces de las que hayáis visto Barrio Sésamo. He sobrevivido en colegios llenos de empellones, en colegios donde todos son aficionados a los deportes y en colegios en los que los profesores se agachan para ponerse a tu nivel, mirarte fijamente a los ojos y preguntarte cómo te sientes realmente. Incluso sobreviví durante cuatro meses en un colegio en el que nadie hablaba mi idioma. Pero nunca me había caído tan mal un sitio así de pronto como La Mansión Araiz (Escuela Mixta).

¡Y vaya mansión! Creo que el edificio lo diseñó alguien que estaba acostumbrado a hacer depósitos de cadáveres y mataderos. Las paredes eran de color marrón y verde brillante (y gracias a ese brillo resultaban aún peores). No habían limpiado las ventanas desde 1643. Y los dibujos que adornaban el aula parecían babas de cerdo.
(Anne Fine, Cómo escribir realmente mal.)
A pesar de tantas variaciones, el tema era siempre el mismo, y nuestros días no cambiaban. El trabajo y los juegos se repetían iguales, o casi iguales. A cada agujero que saltábamos, Guem anotaba la posición en la computadora, y esa noche había una nueva línea de puntos en la pantalla. La computadora conservaba el orden en que hacíamos los pozos, para que pudiéramos encontrar el camino de regreso. Adelantábamos o atrasábamos los relojes, y procurábamos adaptarnos a la duración cambiante de los días. Nos poníamos más ropa o nos la quitábamos según las variaciones de la temperatura. Hablábamos cuando era necesario, o cuando teníamos ganas. Íbamos a saltos sobre un mundo que se negaba a parecerse a los otros.
(Eduardo Abel Gimenez, Un paseo por Camarjali.)
Lo mismo que con los personajes, es fundamental que sepamos en dónde transcurre la acción. Y no me refiero al nombre de la escuela o del planeta, si no a conocer qué tiene ese lugar para que la historia suceda ahí y no en otro lado. Las señas particulares del ambiente no están de adorno, para completar el cuadro, están para provocar cosas en los personajes (o decirnos algo sobre ellos), en la trama y en los lectores.
La voz narrativa
Pero yo dije al principio que este era el cuento de un pueblo, de un ogronte y de una nena. Ahí está la nena —¿la ven?—; es esa de rulitos en la cabeza: Irulana. Es la única que no corre. A mí no me pregunten por qué no corrió Irulana. Vaya uno a saber por qué no salen corriendo las Irulanas cuando vienen los ogrontes. Los que contamos los cuentos no tenemos por qué saberlo todo.
(Graciela Montes, Irulana y el ogronte.)
A la hora de elegir quién y cómo se va a contar una historia, desde dónde se habla, pueden ponerse de relieve elementos metaficcionales, que hablen de la construcción misma, de la forma de contar. Suena muy complejo de describir así, pero vemos en el fragmento de Montes que se puede hacer con soltura. Es un voto de confianza en la inteligencia del lector, un voto que se cultiva desde que al leerle a un nene pequeño sus papás, o sus primeros maestros, hacen voz de lobo (si los lobos hablaran) cuando cuentan Caperucita y ningún nene entiende que su papá se volvió lobo y que, de paso, ya que Caperucita no está por ahí, se lo va a comer a él.
El lenguaje
La oscuridad es emocionante, y más si huele a naftalina y zapato. La oscuridad es oscura y si está callada, pues bueno, se aguanta, pero si aletea, o respira, si respira y aletea lo mejor es irse a la cocina. Puede que lo que oigas sea un ratoncito comiéndose el vivo de tu abrigo de lana, o la carcoma que lleva años empeñada en comerse el armario, o un bicho enorme, verde y viscoso, que no mueve el rabo.
(Juan Farias, Los caminos de la luna.)
Por fin Dailan Kifki aterrizó suavemente, dulcemente, mermeladamente, como una plumita, como una pelusa, como una flor de panadero abandonada por la brisa sobre la arena de una playa...
(María Elena Walsh, Dailan Kifki.)
Jugar con las palabras también es algo que viene desde la cuna, con las nanas, con las primeras canciones. Si nos quedamos en la literalidad, si nos quedamos solo con las palabras que ganaron su derecho al diccionario, el patio de juegos es más chico y más torpe y se vuelve más difícil hacer aparecer una moneda en el aire. Los magos de verdad les hacen decir cosas inesperadas a las palabras que ya conocemos y también saben hacer aparecer palabras nuevas.
Los adultos
Cuando Ceci volvió, volvió para irse otra vez. Así que para Esper, su madre, que era una ausencia lejana con la que no tenía mayores conflictos, se convirtió en una ausencia cercana. Ahora su ausencia se notaba más. Se notaba en los actos de la escuela, en los cumpleaños. La notaban sus compañeros. Sabían, porque la habían visto, que Esper tenía una madre que siempre estaba ausente.
(Sandra Siemens, El hombre de los pies-murciélago.)
Todo empezó con un olor a puré de papa. Mi madre hacía puré cuando tenía algo de qué quejarse o estaba de mal humor. Trituraba las papas con más esfuerzo del necesario, con verdadera furia. Eso la ayudaba a relajarse. A mí siempre me ha gustado el puré de papa, aunque en mi casa tuviera sabor a problemas.
Aquella tarde, en cuanto olí el vapor que salía de la cocina, fui a ver cómo estaban las cosas. Mi madre no advirtió mi presencia. Lloraba en silencio. Yo hubiera hecho cualquier cosa porque volviera a ser la mujer sonriente que adoraba, pero no sabía qué podía darle alegría.
(Juan Villoro, El libro salvaje.)
Es bueno olvidar que se trata de autores adultos escribiendo para chicos. Hay que recuperar para el espacio de la narración la mirada curiosa y menos domesticada de los chicos, y todo eso sin caer en la demagogia ni en la banalidad.
El amor
Cuando llegué a la esquina de la disquería, ella todavía no había llegado. ¿Y si se había olvidado? ¿Y si se burló de mí y nunca había pensado en venir? ¿Cuánto tiempo iba a esperarla? Me prometí que si tardaba más de dos horas me iba.
(Sergio Olguín, El equipo de los sueños.)
—¿Qué te parece? —me preguntó.
—¿Qué cosa?
—¡Mi amiga! ¿Me estabas escuchando o no?
—Claro, por supuesto —le respondí—. Ah... yo también tengo un amigo medio loco. Pesa como cien kilos y es bailarín. El padre trabaja en una ciudad submarina cerca de Buenos Aires y a veces nos lleva con él en un submarinito familiar hasta el fondo del mar. Una vez casi chocamos con una ballena. Me gustás —dije.
—¿Qué? ¿Qué dijiste? —me preguntó, dejando de caminar.
Tardé unos segundos en darme cuenta de lo que había dicho. Cuando conseguí repetirme mentalmente las dos últimas palabras pronunciadas, me puse colorado y me empezaron a temblar las piernas. Quedé mudo.
(Ricardo Mariño, En el último planeta.)
Con respecto a los sentimientos como el amor, en este caso, o el miedo o la furia, por ejemplo, también entran en juego el respeto y la valoración de la mirada. El autor tiene que dejarse llevar por el personaje que está construyendo, como un puente entre sus años y los de sus lectores.
La simplicidad
Un día a Camila se le cumplió un deseo. Su mamá se convirtió en un globo y no gritaba más.
(Isol, El globo.)
Por fin comienzan a llegar ideas. Las desparramamos en la tierra y vemos cuáles nos sirven.
(Verónica Sukaczer, El inventor de puertas.)
El puente hacia los lectores a veces puede darse por lo simple de una idea, de una frase. Es lo bueno de aceptar y participar en ese mundo de juegos y magia donde las cosas son como el mago quiere que sean.
El final
—¡Uy, mirá qué hora es! Comamos algo así tu madre no nos dice después que somos incapaces de hacernos algo más que pan con queso.
Fuimos a la cocina y nos pusimos a preparar unos fideos con manteca. Mientras se cocinaban, salimos al patio y cortamos dos mandarinas para comerlas de postre. Los fideos se pasaron y salieron horribles, y nos dio tanta risa que lloramos de nuevo. Al día siguiente, mamá comentó que ni a propósito pueden salir tan mal unos sencillos fideos con manteca, y también se rió con nosotros. Pero esa noche no nos importó y nos comimos todo.
Era raro estar solos. Extrañamos a las mujeres, pero también estuvo bueno hablar y quedarnos callados, comer, lavar los platos, pelar las mandarinas y escupir las semillas.
Qué sé yo, estuvo bueno.
(Lydia Carreras de Sosa, Las cosas perdidas.)
Sucede que los Mocos tienen una sola nariz y la comparten. Uno u otro la usan, a veces solo por un rato, a veces por varios días. También puede ocurrir que durante un tiempo ninguno de ellos la necesite, entonces la ponen en cualquier lado, se olvidan de la nariz y después tienen que dar vuelta la casa para encontrarla. Compartir la nariz es una ventaja. O no, depende según y cómo. Nada es completamente simple, todo es un poco y un poco, siempre. A veces los Mocos se pelean por la nariz y otras veces se la prestan sin ningún problema.
Una sola cosa es segura: cuando la llevan puesta no pueden dejar de meterla donde nadie los llama.
(Ema Wolf, La casa bajo el teclado.)
Cerrar un libro es un poco despedirse de un amigo. Si seguimos la comparación con los trucos de René Lavand, es ese momento en el que tenemos que aplaudir pero todavía el asombro no nos deja pensar con claridad, nos detiene entre un mundo y otro, el de las cartas que lo obedecen y nuestros básicos conocimientos de la realidad.
Sabemos que hay un truco ahí, pero no podemos conocerlo por más que lo haga más despacio, por más que volvamos a leer. Elijamos libros para los chicos que nos dejan así, con la boca abierta, con ganas de aplaudir, suspendidos entre un mundo y otro, con ganas de descubrir el truco y con asombro, sobre todo con asombro.