Un
decálogo tentativo (Novela Negra, Bartolomé Leal)
Primero, debe haber un protagonista fuera de lo corriente, distinto del común de los mortales. Por lo general, se trata de un detective. El detective es una figura esencial del género. Incluso los maestros de la novela negra, con Hammett a la cabeza, Ross Macdonald y Chandler incluídos, no prescindieron de él. Al revés, crearon personajes que son referentes obligados: Sam
Spade y el Agente de la Continental (Hammett), y Philip Marlowe (Chandler). Sin olvidar por cierto a sus abuelos y retoños, Sherlock Holmes, el padre Brown, Hércules Poirot, el comisario Maigret; y más recientemente el sueco Wallander, Warshawski la mujer policía de Chicago o el comisario siciliano Montalbano. Hay una categoría de lectores que sigue a un detective, se identifica
con él y pide más libros con su figura o su forma de actuar, a veces moldeadas por el cine.
Segundo, debe haber un tema interesante alrededor del crimen que justifique la narrativa. El hampa, los celos, el crimen organizado, el asesinato en serie, por un lado; o los salones corruptos, las empresas inescrupulosas, las iglesias inflamadas de lujuria, el submundo del arte, por otro, han dado magníficos argumentos al género. En algunos grandes autores, como James M. Cain, David Goodis, Margaret Millar o Cornell Woolrich, ni siquiera hay la presencia de un detective. Son la
excepción al punto anterior, sin duda, con resultados no menos extraordinarios. En ellos la capacidad narrativa, el poder envolvente de la prosa, la creación de ambientes mórbidos y personajes insólitos, el rescate del argot criminal, son lo que sostiene las historias.
Tercero, debe haber un malo tan malo como bueno es el detective. Así lo pone Frank Gruber. Reconozco que hoy eso se calificaría de maniqueísmo. Como sea, es necesario que la narración sea capaz de equilibrar al personaje principal, digamos el detective por simplificar, con el asesino o el delincuente. Ambos en cada extremo deben ser capaces de representar arquetípicamente la lucha entre el Bien y el Mal, paradigmática en el género; aunque puede haber aquí abundantes
entrecruzamientos y matices, los cuales dan origen a opciones narrativas que constituyen la base de la trama. Recordemos la serie del esteta asesino Ripley, creada por Patricia Highsmith.
Cuarto, no puede dejar de haber al menos un personaje femenino de la mayor relevancia. Una mujer atractiva, fascinante, bella, peligrosa o frágil, bondadosa o malvada; como sea, este personaje es fundamental. Estamos hablando por cierto de la mayoría de las expresiones del género policial y negro, de los libros escritos por hombres o mujeres heterosexuales.
Puede haber variantes, un punto de vista feminista u homosexual, por supuesto; y en ese caso se producirán las inversiones correspondientes. El ingrediente erótico corre por cuenta de este componente del género, qué duda cabe. En este aspecto, maestros insuperados fueron Dashiell Hammett y William Irish.
Quinto, un ambiente exótico o inhabitual, a menudo desconocido para el lector mayoritario,ayuda mucho a crear atmósfera en la historia. Esa es la palabra: atmósfera. Los que conocen tal ambiente descrito, también lo pueden apreciar.
Agatha Christie fue hábil en ambientar sus historias en trenes o aviones, ciudades orientales o poblados rurales. Hammett en San Francisco, Chandler en Los Ángeles, Vázquez Montalbán en diversos lugares de España, Leo Malet en París, Woolrich en Nueva York, Arthur Upfield en los grandes espacios de Australia, y así tantos otros, nos ofrecen locaciones, como se dice en el
cine, que dan un sabor especial a las historias que se cuentan.
Sexto, debe haber una razón plausible para el crimen o delito que se narra. Un mínimo de coherencia es conveniente, si no la narración deriva sin rumbo, se vuelve arbitraria; aún cuando en ocasiones se puede trabajar con el absurdo, las enfermedades mentales, el delirio, la alucinación o la fantasía. Así ocurre con las propias novelas de Gruber, pero también con
las magníficas comedias de Chester Himes protagonizadas por sus despelotados detectives negros; o la poética saga de Ed y Am Hunter creada por Fredric Brown, gran maestro de dos géneros: el policial y la ciencia-ficción.
Séptimo, todo buen relato criminal debe ir acompañado de un método de matar que sea particular a la historia. La muerte es un tema demasiado importante como para que se tome en forma superficial dentro de una buena novela policial o negra. James Ellroy con sus psicópatas, Tony Hillerman con sus pieles rojas o Rubem Fonseca con sus artistas de la navaja, son
ejemplos de autores que han trabajado con finura la mente y el pulso de los asesinos. Hay muchos otros casos, sólo doy esos pocos.
Octavo, nunca está demás una pista oculta, un truco para desorientar al lector o una sorpresa. Tal vez este factor no sea tan imperioso, aunque de lo contrario tenemos una narrativa rutinaria, repetitiva, banal, adocenada. Lo peor que le puede ocurrir a un autor es que alguien diga: sus novelas son todas iguales y obvias. Los maestros del enigma clásico trabajaron mucho este aspecto, que no ha sido desdeñado por los mejores autores contemporáneos. Pienso en Ruth Rendell, Jean-Patrick Manchette, Jim Thompson o Bill Pronzini, autores que ofrecen cambios inesperados que encantan a sus seguidores.
Noveno, un factor de éxito en el género es la presencia de acción, ritmo y movimiento, todo ello acompañado de mucha emoción. La lata, que para muchos autores pretenciosos es la expresión más íntima de su yo, y para los críticos una muestra de profundidad, está descartada de la narrativa policial o negra. Las confesiones personales, a otra parte. Hay excepciones, y nadie puede dejar de turbarse con las dudas existenciales del detective Carvalho; pero la acción siempre retorna y se enseñorea.
Décimo, un final explosivo o inesperado es crucial. Las buenas novelas del género tienen que cerrarse, no pueden dejar cabos sueltos, tienen que responder a un lector que busca respuestas. Si hay que ganarse al lector con la primera frase, hay que secuestrarlo con la última. Fanatizarlo. Crearle adicción. El género policial y negro está hecho de cantidad y calidad. De muchos
libros, con sus detectives retornando a la escena del crimen; y de calidad pareja, con los altibajos aceptables que hacen a cada lector tener su Maigret preferido, su Sherlock Holmes más amado, su Perry Mason predilecto, su Miss Marple más tierna, su Charlie Chan más astuto, su Mike Hammer más brutal...
Primero, debe haber un protagonista fuera de lo corriente, distinto del común de los mortales. Por lo general, se trata de un detective. El detective es una figura esencial del género. Incluso los maestros de la novela negra, con Hammett a la cabeza, Ross Macdonald y Chandler incluídos, no prescindieron de él. Al revés, crearon personajes que son referentes obligados: Sam
Spade y el Agente de la Continental (Hammett), y Philip Marlowe (Chandler). Sin olvidar por cierto a sus abuelos y retoños, Sherlock Holmes, el padre Brown, Hércules Poirot, el comisario Maigret; y más recientemente el sueco Wallander, Warshawski la mujer policía de Chicago o el comisario siciliano Montalbano. Hay una categoría de lectores que sigue a un detective, se identifica
con él y pide más libros con su figura o su forma de actuar, a veces moldeadas por el cine.
Segundo, debe haber un tema interesante alrededor del crimen que justifique la narrativa. El hampa, los celos, el crimen organizado, el asesinato en serie, por un lado; o los salones corruptos, las empresas inescrupulosas, las iglesias inflamadas de lujuria, el submundo del arte, por otro, han dado magníficos argumentos al género. En algunos grandes autores, como James M. Cain, David Goodis, Margaret Millar o Cornell Woolrich, ni siquiera hay la presencia de un detective. Son la
excepción al punto anterior, sin duda, con resultados no menos extraordinarios. En ellos la capacidad narrativa, el poder envolvente de la prosa, la creación de ambientes mórbidos y personajes insólitos, el rescate del argot criminal, son lo que sostiene las historias.
Tercero, debe haber un malo tan malo como bueno es el detective. Así lo pone Frank Gruber. Reconozco que hoy eso se calificaría de maniqueísmo. Como sea, es necesario que la narración sea capaz de equilibrar al personaje principal, digamos el detective por simplificar, con el asesino o el delincuente. Ambos en cada extremo deben ser capaces de representar arquetípicamente la lucha entre el Bien y el Mal, paradigmática en el género; aunque puede haber aquí abundantes
entrecruzamientos y matices, los cuales dan origen a opciones narrativas que constituyen la base de la trama. Recordemos la serie del esteta asesino Ripley, creada por Patricia Highsmith.
Cuarto, no puede dejar de haber al menos un personaje femenino de la mayor relevancia. Una mujer atractiva, fascinante, bella, peligrosa o frágil, bondadosa o malvada; como sea, este personaje es fundamental. Estamos hablando por cierto de la mayoría de las expresiones del género policial y negro, de los libros escritos por hombres o mujeres heterosexuales.
Puede haber variantes, un punto de vista feminista u homosexual, por supuesto; y en ese caso se producirán las inversiones correspondientes. El ingrediente erótico corre por cuenta de este componente del género, qué duda cabe. En este aspecto, maestros insuperados fueron Dashiell Hammett y William Irish.
Quinto, un ambiente exótico o inhabitual, a menudo desconocido para el lector mayoritario,ayuda mucho a crear atmósfera en la historia. Esa es la palabra: atmósfera. Los que conocen tal ambiente descrito, también lo pueden apreciar.
Agatha Christie fue hábil en ambientar sus historias en trenes o aviones, ciudades orientales o poblados rurales. Hammett en San Francisco, Chandler en Los Ángeles, Vázquez Montalbán en diversos lugares de España, Leo Malet en París, Woolrich en Nueva York, Arthur Upfield en los grandes espacios de Australia, y así tantos otros, nos ofrecen locaciones, como se dice en el
cine, que dan un sabor especial a las historias que se cuentan.
Sexto, debe haber una razón plausible para el crimen o delito que se narra. Un mínimo de coherencia es conveniente, si no la narración deriva sin rumbo, se vuelve arbitraria; aún cuando en ocasiones se puede trabajar con el absurdo, las enfermedades mentales, el delirio, la alucinación o la fantasía. Así ocurre con las propias novelas de Gruber, pero también con
las magníficas comedias de Chester Himes protagonizadas por sus despelotados detectives negros; o la poética saga de Ed y Am Hunter creada por Fredric Brown, gran maestro de dos géneros: el policial y la ciencia-ficción.
Séptimo, todo buen relato criminal debe ir acompañado de un método de matar que sea particular a la historia. La muerte es un tema demasiado importante como para que se tome en forma superficial dentro de una buena novela policial o negra. James Ellroy con sus psicópatas, Tony Hillerman con sus pieles rojas o Rubem Fonseca con sus artistas de la navaja, son
ejemplos de autores que han trabajado con finura la mente y el pulso de los asesinos. Hay muchos otros casos, sólo doy esos pocos.
Octavo, nunca está demás una pista oculta, un truco para desorientar al lector o una sorpresa. Tal vez este factor no sea tan imperioso, aunque de lo contrario tenemos una narrativa rutinaria, repetitiva, banal, adocenada. Lo peor que le puede ocurrir a un autor es que alguien diga: sus novelas son todas iguales y obvias. Los maestros del enigma clásico trabajaron mucho este aspecto, que no ha sido desdeñado por los mejores autores contemporáneos. Pienso en Ruth Rendell, Jean-Patrick Manchette, Jim Thompson o Bill Pronzini, autores que ofrecen cambios inesperados que encantan a sus seguidores.
Noveno, un factor de éxito en el género es la presencia de acción, ritmo y movimiento, todo ello acompañado de mucha emoción. La lata, que para muchos autores pretenciosos es la expresión más íntima de su yo, y para los críticos una muestra de profundidad, está descartada de la narrativa policial o negra. Las confesiones personales, a otra parte. Hay excepciones, y nadie puede dejar de turbarse con las dudas existenciales del detective Carvalho; pero la acción siempre retorna y se enseñorea.
Décimo, un final explosivo o inesperado es crucial. Las buenas novelas del género tienen que cerrarse, no pueden dejar cabos sueltos, tienen que responder a un lector que busca respuestas. Si hay que ganarse al lector con la primera frase, hay que secuestrarlo con la última. Fanatizarlo. Crearle adicción. El género policial y negro está hecho de cantidad y calidad. De muchos
libros, con sus detectives retornando a la escena del crimen; y de calidad pareja, con los altibajos aceptables que hacen a cada lector tener su Maigret preferido, su Sherlock Holmes más amado, su Perry Mason predilecto, su Miss Marple más tierna, su Charlie Chan más astuto, su Mike Hammer más brutal...
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