EL OFICIO DE ESCRIBIR (APUNTES DE
MEMO ANJEL SOBRE EL CUENTO)
José
Guillermo Ánjel Rendo, “Memo Ánjel”
1. En esto del oficio de escribir es
como todo, un oficio.
A mí me gustan mucho las frases de las señoras antioqueñas cuando le dicen a
alguien: coja oficio, usted no tiene oficio, fulano no tiene oficio. El oficio
es aquella tarea que hago permanentemente y en la cual, de tanto estarlo haciendo,
necesariamente mejoro y desarrollo lo que nunca antes se me había ocurrido.
Entonces, cuando hablamos del oficio de escribir o del oficio de pintar o del
oficio de tomar fotos, por ejemplo, hablamos de oficios que se mejoran en la
medida en que vamos haciendo más. Si el día de mañana alguno de ustedes
quisiera escribir, tiene que empezar por escribir todos los días, o si quiere
pintar tiene que pintar todos los días. Es como aprender un idioma, asunto que
resulta muy fácil cuando uno repite todos los días las palabras que va
aprendiendo, porque las palabras son una costumbre. En el momento en el que a
usted se le vuelve una costumbre hacer algo, en ese momento usted mejora
necesariamente. Se discute mucho sobre las rutinas. Una rutina es rutina cuando
no tengo conciencia sobre ella, pero si logro racionalizar una rutina, eso que
es rutina de todos los días se convierte en un nuevo descubrimiento. Esto, más
o menos, es lo que pasa cuando empezamos a escribir.
2. ¿De qué escribimos? ¿Cuál es el territorio de la
escritura? El territorio más cercano de la escritura es mi propia gente. O sea,
cuando soy capaz de contar historias sobre los míos.
Personajes: Y cuando estoy hablando de mi gente,
hablo de mis tíos, mis primos, mis hermanos y demás parentela, que es la gente
más cercana. Ahí lograríamos una primera idea de producir literatura. Estas
personas que nos son cercanas son muy fáciles de imaginar para nosotros. En
todas las casas antioqueñas hay uno que siempre ha vivido no sabemos cómo. A
ese lo sostiene la familia y si algo hace, no sabemos cómo lo logró. Pero ese
señor sobrevive a lo largo de la historia y se muere de viejo y más sano que
todo el resto. Aparece, entonces, este territorio cercano, que es el primer
ejercicio y espacio propicio de escritura.
Entorno: Eso es lo más importante de todo,
situarse. Por eso Borges decía: “lo primero que hice fue poetizar mi barrio”. Y
escribe un libro bellísimo sobre su propio barrio, Adrogué, que se llama Fervor
de Buenos Aires, donde define la ciudad a partir de su propio espacio: por ahí
caminaba, por ahí lo conocían, por ahí sabían quién era quién, quién era el
uno, quién era el otro. Así, toda esa cercanía nos permite dar un testimonio de
si estoy en el mundo, ¿dónde estoy?
Influencias: Lo mismo pasa con la escritura. En
la medida en que uno lee buenos escritores, en esa medida uno se motiva a
escribir. O sea, los que escribimos somos el fruto de otros escritores. No
sería capaz de decir que a mí no me ha
influenciado nadie. Sí, he tenido el influjo de mucha gente, incluso tengo un
maestro y ese fue el que seguí. Un escritor que me gustó, un escritor muy
completo, al que me puse a estudiarlo para saber cómo escribía, de qué hablaba,
cómo desarrollaba su mundo. Ese maestro fue Isaac Bashevis Singer. Si uno no
tiene un maestro es muy difícil acertar. Lo mismo pasa en las profesiones, uno
siempre tiene un referente teórico grande.. Lo mismo sucede con la literatura,
uno tiene que ser un gran lector y, aclaro, un gran lector no implica leer
muchos libros, sino leer bien un libro. Cuando me gusta un libro, lo fotocopio
y digo que me dejen libre la hoja de atrás porque ese libro lo leeré haciéndole
anotaciones en la hoja que está limpia. De esa manera me puedo gastar dos
meses, lo que sea, y logro sacarle al libro lo mejor que contiene. Ya, el libro
que compré, lo tengo en la biblioteca para llevármelo a leer. Un libro se debe
aprender a trabajar. Ya, cuando uno logra hacer carrera literaria, es porque
domina a ese maestro que lo influyó. Y ese dominio es contar lo que él no pudo
contar.
Inmersión en el tema: Hay un tercer elemento que a mí me
gusta mucho cuando estamos hablando de estos temas y es que un escritor tiene
que caminarse la ciudad. Y caminársela es a pie, es meterse a todas partes, es
comer lo que la gente come, es no privarse de nada de lo que me da la ciudad,
la ciudad me da de todo. Ahora que venía para la Autónoma, había un montón de
negocios en donde venden madera, telas, de todo, ahí hay cantidad de historias
para contar, que las lograré contar si tengo muy claro el espacio que yo
camino, si soy curioso con mi propia ciudad. Medellín a mí, por ejemplo, todos
los días me asombra. Cada vez que estoy aburrido (o estoy, como les pasa a
todos, desmoralizado) me voy a caminar la ciudad. Y ahí vuelvo y me reconcilio
con la vida porque encuentro gente que está haciendo algo maravilloso por
simple que sea. Vuelvo y repito, no podemos caer en la trampa en la que se está
cayendo ahora en Colombia de producir sólo novela de violencia, como si un
panadero no pudiera ser un gran personaje de novela, como si un estudiante
universitario no pudiera contener en sí una historia maravillosa. Hay historias
más especiales y trascendentes que esa, que es noticia rutinaria en los
periódicos. Este tercer elemento, y es muy bueno que hagamos de esto un
conversatorio, es mi ciudad. Montar en buses, dominar el metro. Eso es lo que
uno tiene que saber narrar, porque yo no puedo narrar sólo lo que veo, tengo
que narrar lo que siento.
Dominio del tema: Hay un cuarto espacio importante y
es que yo no puedo narrar nada que no conozca a pesar de que la literatura es
una ficción y se define como algo que pudo haber pasado. El sitio donde se da
la historia tiene que ser completamente real, el momento histórico en el que se
da la ficción tiene que ajustarse a lo que realmente pasó. Lo anterior implica
que, para uno narrar, tiene que conocer sobre eso que narra. A mí me gusta
narrar esas historias de los inventores que fallan, pero para eso tiene uno que
estudiar física y geometría a fin de saber de qué máquina está hablando. De
inmediato se nota que un escritor sabe de qué está hablando, no está inventando
nada, lo único que no es cierto es la historia que cuenta, el resto existe, es
cierto.
Y viene un quinto elemento: es la
pasión, uno sin pasión no hace nada. La pasión es lo que lo lleva a uno a hacer posible las
cosas. Soy profesor en la universidad y cuando uno pone un trabajo, los alumnos
lo miran a uno y se preguntan: “¿este señor cree que yo tengo tiempo, que a mí
me sobra el tiempo, será que cree que yo me puedo partir en dos?” Uno a los estudiantes
les pide lo imposible para que hagan cosas que ellos mismos no creían que eran
capaces de hacer. Así que la exigencia es para que desarrollen pasión. Cuando
uno crea pasión por algo, llega a donde no se imagina. Y llegar donde no se
imagina es el primer marco de la escritura. Pero no basta la pasión. El
escritor se fundamenta, toda literatura y toda forma de escritura se fundamenta
en algo.
3. Tipos de escrituras. Cada vez que usted está escribiendo,
está escribiendo historia, o sea,
usted está produciendo un documento que en las manos de un historiador, dentro
de 100 ó 200 años será tremendamente valioso si está bien escrito. Nosotros
sabemos qué ha pasado, cómo estudiaba la gente, qué cosas estudiaba,
precisamente porque hubo gente que escribió bien sus trabajos y quedaron tan
claros que después los tomó un historiador, como Georges Duby, por ejemplo, que
investigó la vida privada, y a partir de ellos recreó lo que la historia
oficial no cuenta: la historia de las mentalidades. O sea, al escribir algo uno
no está cumpliendo con una mera tarea. Uno, en la universidad se está
imponiendo una tarea. Y es la de que a través de mí doy testimonio de lo que yo
soy capaz de hacer, de lo que pienso, de la manera de resolverlo. Ese testimonio
es lo que se convierte en historia el día de mañana. Diría que la primera forma
de escritura es cualquier documento, cualquier trabajo que esté bien hecho,
¿para qué?, para no equivocarme, para que nos podamos reconocer en la historia
y no nos condenemos a repetirla. Esto ya se ha discutido mucho.
Habría un
segundo tipo de la escritura y es aquella escritura que discute conceptos. Los filósofos, los
científicos, los teóricos sociales, discuten formas de pensar y actuar. Y si
bien pueden estar equivocados, al menos hay un documento de partida. La verdad
es una búsqueda que vamos construyendo y a partir de ahí mejoramos. Nadie tiene
la verdad, la verdad es la exposición de unos códigos, porque el código tiene
que partir como verdad para que las sociedades funcionen o sino no funcionarían
nunca. De igual manera damos como ciertos los manuales tecnológicos,
construyendo verdades normativas, verdades para que esa tecnología nos
funcione. Ya el día de mañana, le agregarán cosas al código, le agregarán
nuevas normas al manual, lo que sea, pero hoy estamos dando fe de cómo pensamos
y de cómo, a través de nuestras normas, evitamos cometer el mayor error. La
norma es clara, es escritura que plantea lo que ahora damos como lógico.
Con la
escritura doy, dejo de estar solo, soy útil. Pero no se trata de escribir
tonterías sino de dar un testimonio.
La poesía, por ejemplo, se encarga de nombrar lo que no está nombrado, de
encontrar posibilidades donde no han sido halladas. La poesía no es hacer
versos que rimen, no. La poesía es como una fotografía. Una buena fotografía se
convierte en una idea, y esa idea tiene palabras y a partir de ahí se descubren
nuevas formas de ver y sentir.
4. La búsqueda. La búsqueda hace parte de cualquier
profesional que se respete. Así, en lo que escribimos hay una búsqueda. El
trabajo del escritor es el de buscar y en eso que busca (en las preguntas que
se hace) está la literatura. En aquello que accionamos, inventamos todo el
tiempo con base en dos inventos nuestros: las palabras y los números. Hay dos
cosas que nunca existieron en la naturaleza, las palabras y los números. Esto
lo inventamos nosotros para comparar las cosas, para medirlas, para darles un
sentido, pero de palabras y números no existe en la naturaleza. El mundo es un
problema de lenguaje, una construcción de nuestro lenguaje. La creación de
nuestras palabras y números sirve sólo para nosotros. Escribimos para dar
testimonio de nuestra época, para contar qué pasa, para contar cómo me siento,
para contar lo que es capaz de hacer un ser humano.
5. La necesidad de hacerlo verosímil. La
literatura ha terminado salvando la condición humana, porque, como los
escritores contamos lo que no es mera realidad sino algo más, lo que no es sólo
cierto sino posible, logramos trascender lo evidente. La literatura advierte
sobre un asunto y lo representa como verosímil; presenta un valor, la moral
verosímil, el desorden moral verosímil. Y con base en la verosimilitud, piensa
el ser humano y se hace preguntas. Hay muchas maneras de llegar a las cosas. En
mi caso, las novelas que leo, me marcan de alguna manera. Me marca la buena
escritura. Esta es la tarea del escritor, marcar al lector, darle una idea del
mundo. Los que escribimos literatura somos más libres para escribir y pensar,
no tenemos compromisos, los personajes hacen lo que quieren, piensan como
quieren, no se comprometen con nada que no sea su propia historia. El escritor,
simplemente, está frente a una ventana mirando y si le gusta mucho la historia,
se mete en ella y da sus razones sobre la vida y el mundo. Así, siguiendo una
frase de Augusto Roa Bastos, el gran escritor paraguayo, uno escribe el libro
que uno quisiera estar leyendo. Eso es lo que hace el escritor que, al igual
que un buen lector, mientras escribe, se pregunta: esto para dónde va, qué es
lo que hacen esos personajes, por qué ven de esa manera el mundo, cómo se aman
y se pierden o encuentran, sobre qué discuten y reflexionan. La literatura
termina siendo una visión de las cosas, una idea sobre algo. Una gran pregunta
que se resuelve.
6. Ir más allá de la anécdota. La anécdota sin reflexión no es
literatura, es periodismo o historia objetiva. Esto debe quedar claro. ¿Qué
sucede con lo que ha pasado en la ciudad? Si a alguno de ustedes le gusta
escribir, la ciudad plantea realidades múltiples. Nosotros, como los de
cualquier parte, no tenemos una sola realidad. Esto sería terrible. La realidad
es múltiple y diferenciada. Cuando se va a Buenos Aires, lo primero que hace
uno es no mirar mucho las vitrinas de las librerías por la cantidad de libros
que narran la ciudad. ¿Y por qué hay tantos libros sobre Buenos Aires? Porque
todos cuentan situaciones diferentes: amor, delirio, sueños, absurdos, magia,
humor, etc.. Nosotros, en Colombia, hemos caído en una trampa. Producimos una
sola realidad: la violencia. Y si a esto le añadimos, como dice Javier Marías,
el monoteísmo rabioso, sólo tenemos una sola persona para legitimar lo que se
hace: un mejor jugador de fútbol, un mejor escritor, un mejor pintor, un mejor
tal cosa. Y, claro está, una mejor realidad (la necro filia que las editoriales
venden). Es un problema de monoteísmo mal entendido. Como decía Mel Books, un
humorista norteamericano, los hebreos eran tan pobres que sólo tenían un solo
Dios. Creo que somos muy pobres porque sólo tenemos de a uno. Y si no hay uno,
tenemos uno y muchas crías de ese. Nos adelantamos en esto de la clonación.
Hace un par de años estuve en una librería en Berlín y allí pedí que, por
favor, me recomendaran un libro del mejor escritor alemán. El librero se quedó
mirándome y me dijo: “señor, mejor en qué. Aquí hay muchos escritores, dígame
qué quiere usted, novela policíaca, histórica, contemporánea, científica”. Fue
una buena lección. A García Márquez lo leo como un clásico del Caribe, igual
que leo a Homero y el Mediterráneo. Pero no estoy condenado a leerlo ni
aceptarlo como escritor único. Pero no, en nuestro medio sólo hay uno y ese uno
habrá de resolverlo todo. Como digo, es un monoteísmo mal entendido y una
trampa que los medios y las editoriales ponen a los demás escritores,
obligándolos a hacer copias o a desaparecer. Este problema, que nos impide leer
novelas de amor, de situación de los homosexuales, de problemas financieros, de
inmigrantes, etc., como si sólo hubiera un tema único (la tanatofilia) y
estuviéramos obligados a rendirle culto, es lo que ha hecho que ya nadie se
interese en traducir nuestra literatura. Realmente, no hay nada qué traducir.
“Tráigame algo distinto”, me decía un editor en Zürich, algo que no sepamos”.
7. Las opciones. Claro que hay otro problema y es
que los lectores no protestan contra esta literatura única, que niega las otras
versiones de la realidad. No, hay muchas opciones de novela en la ciudad y los
escritores deben buscar esas opciones: la historia de la empleada, la del obrero
que estudia, la del cura que se niega a reconocer que no puede serlo, etc. No
quiere decir esto que niegue que matan en las ciudades. Claro que sí matan,
pero también hay gente que va al cine y enamora, que fracasa con un invento,
que vive silenciosamente una tragedia con su mujer. La tarea de escribir,
entonces, es hacerse una pregunta y darle rienda suelta a la imaginación, estableciendo
lo que pudo haber pasado. Por esta razón, lo primero que se hace necesario para
escribir es tener una historia que contar, no necesariamente cierta (para no
caer en el anecdotismo). La literatura vuelve verosímil lo que se cuenta.
8. Los temas. No hay nada más libre que
la literatura. La literatura reitera los temas: novelas del amor, novelas de la
muerte, novelas del odio, novelas de la guerra, novelas de la locura, novelas
del absurdo, pero siempre de manera diferente. Cada escritor es un mundo, un
asteroide como los que conocía El Principito. Los temas literarios son muy
pocos, pero se reescriben permanentemente porque cada uno es una reacción
distinta. Así, uno comienza a escribir cuando ya se montó en la historia. Y
entonces, comienza la película, con sus escenarios y personajes, con el
lenguaje bien escrito, con sus sensaciones y preguntas. Y en esto soy claro,
para escribir se necesita saber hacerlo bien. Alguien recomendaba aprender
idiomas extranjeros para valorar la propia lengua, para encontrarle más
posibilidades.
9. Las herramientas. He descubierto en el español muchas
posibilidades después de conocer otras lenguas, porque uno tiene que escribir
de manera gramatical. ¿Qué es la
gramática? Es pensar en orden. Por eso los grandes profesionales son
grandes gramáticos, piensan de manera ordenada. La misma gramática del lenguaje
es la gramática de las matemáticas y de la ciencia. Es una manera clara de
expresar algo. Y si no se tiene clara la estructura gramatical, pensamos de
forma confusa. De aquí que quien está demostrando si piensa de manera ordenada
o no, quien tiene una redacción
(incluyendo la ortografía)
impecable, tiene un orden mental impecable. La ortografía es la forma de
escribir correctamente lo que estoy diciendo. La ortografía es la manera de no
contradecirse con lo que se dice de manera oral, es llevar sonidos a la
escritura, la forma de hablar, por eso las tildes y las letras correctas. La
gramática, entonces, es lograr de lo que pienso el orden mayor, el mejor de los
órdenes. Y si se pasa por encima de la gramática, lo que se muestra es un gran
desorden. Sucede cuando se habla una lengua extranjera: si se habla bien, se
obtiene un reconocimiento. Una buena pronunciación, una buena disposición de la
frase, acerca a las personas, las hace más confiables. A quien le va mal en un
país extranjero, se debe a que no habla bien. Todo inmigrante que comienza a
hablar correctamente en el país donde está, sube inmediatamente. Con palabras y
frases correctas, los demás saben que lo pueden oír, que ya sabe entender.
Llevemos esto a la literatura: nos admite en la medida en que sabemos escribir
y lo que se cuenta obedece a un orden. En la escritura todos somos inmigrantes.
El Premio
Nobel de Literatura se da a la escritura, a quien cuenta sobre una cultura y da
razón de sus espacios y encuentros, de la Filosofía y el Derecho, de lo
cotidiano y la humanidad que allí se desenvuelve. Y en esa escritura se hace la
demostración de saber argumentar lo que pudo ser, eso que es verosímil porque
no va contra la razón.
Un cuento es una situación
(Apuntes
sobre el asunto de la fragmentación)
1.Los
hombres —sean éstos mujeres u hombres o una mezcla de los dos— nos inventamos
el lenguaje, algo tan enorme que únicamente podemos acceder a él a través del
fragmento: la palabra. Y también las matemáticas, con las que medimos y
pesamos, establecemos cantidades y un lugar en el espacio, preciso y pequeño
para lograr ser entendido. O sea que habitamos el fragmento, un pedazo, nunca
nada entero. Por esta razón, frente al cosmos evidenciamos apenas el
microcosmos. Y en éste nos encontramos con nuestro yo, con unas circunstancias,
con el otro o con lo otro. Somos en espacios reducidos.
2.La vida de
una persona está compuesta por muchos cuentos, algunos bellos, otros atroces.
La tarea de psicoanalista se centra en reescribir estos últimos. Y de esos
cuentos con los que construimos nuestra educación sentimental (los bellos, los
feos, los invisibles), nunca sabemos cuáles fueron ciertos o imaginarios.
Nuestra vida es un acto de fe. La memoria no es ninguna certidumbre, es sólo la
literatura que hemos hecho de nuestra vida. La historia, que trata de demostrar
lo contrario, termina mintiendo para que los hechos narrados sean verosímiles.
Y si miente, como bien sabemos, imagina. No estoy, entonces en contra de la
historia sino de su presunción de convertir lo general en un hecho único,
evadiendo los fragmentos que la hicieron posible como algo digno de saber. La
historia, como descubrió Georges Duby, más que acontecimientos que se
representan en estatuas o en catecismos (hoy los llamamos manuales), es fruto
de las mentalidades, de los cuentos que nos creamos para ponernos de acuerdo en
lo bueno y en lo malo, en que D’s existe o en que tenemos una geografía y, a
partir de ella, un sitio leído para imaginar. Y siendo en el cuento, pues sólo
estamos en lo que pensamos, como dice Rabí Israel Baal Shem Tov, nos enteramos
de nuestra existencia, que puede ser real o fabularia. Lo importante no es el
hecho sino la impresión del hecho, la marca que crea en nosotros, la palabra
que tomamos o escupimos, ésa con la que nos untamos o nos limpiamos.
3.El cuento,
la situación única posible, no niega el resto de la literatura. Una novela,
como bien demostraron Plinio Apuleyo y Miguel de Cervantes, es un compuesto de
cuentos que se dan en torno a un mismo personaje. De ahí que la tradición de la
novela se centre en cuentos por capítulo. Igual pasa con la poesía, que es un
cuento que narra la sensación de sentir. Y con una oración, que narra el cuento
de someterse a la obediencia. Y con el ensayo, que narra el cuento de un hombre
que reflexiona. Esto quiere decir que seguimos en el fragmento como única
posibilidad de saber qué somos y hacemos en un momento determinado.
4.En nuestro
medio, salvo algunas dignas resistencias —gracias a cualquiera de los dioses—,
la literatura sobre la violencia es una constante (es el tema general) y se
pasa de un sicario a otro, de un sapo al otro, de una prepago a la otra, como
si el mundo se hubiera reducido a la tanato-porno-miseria. El resto del mundo
no existe, sólo el dolor y la necesidad apremiante de dinero. El despecho
cantado, la inflamación genital, las balas rezadas, se han apoderado del
espacio narrativo. Sólo hay una memoria: la del dolor. Y con ella una expresión
única: la guerra. Las demás puertas, esas otras realidades ajenas al
religionerismo y a la morbosidad de asistir a la muerte atroz, permanecen
cerradas. ¿Qué ha pasado con el amor y el erotismo del que sabe que la caricia
existe? ¿Qué ha sucedido con el humor y el absurdo? ¿Ha desaparecido la
inteligencia y la capacidad de reflexión? ¿Somos una gran máquina que escupe
muertos? Creo que no tenemos cuento. ¿Y cómo tenerlo si únicamente vemos la
generalidad y lo que es peor, la más delirante de las generalidades?
5.Los
cuentos, eso que los norteamericanos llamaron a short story, son hoy, en
primera instancia, la única posibilidad de leer las múltiples realidades
humanas. Y si tenemos en cuenta que en cada espacio se da una historia
diferente, ya que los hechos son distintos, no importa que se vean asediados
por lo mismo (como en el caso del Decamerón de Giovanni Bocaccio), la
posibilidad de salirse de la realidad única (la mediática y la que obedece a
intereses extraños) es muy amplia. En este momento en una cuidad del tamaño de
Medellín, pueden estar sucediendo muchas cosas. Y digo pueden, porque la
literatura cuenta lo que pudo haber sucedido y no lo que sucede, para ello
están los periódicos libres y autónomos —muy pocos, por cierto—. Digo entonces
que pueden suceder hechos que tienen que ver con el amor de una muchacha que
espera el bus, con la economía de un obrero, con el asombro de alguien que
reza, con la muerte sin sumario de un hombre que debe dinero, con una señora
que sube unas escaleras, con un niño que se masturba por primera vez, con una
maestra a la que la menstruación no le llega, con un profesor de química
invadido por los celos, con una mujer madura a la que se le ha despertado de
nuevo el deseo, etc. Estos hechos son dignos de ser narrados. En lo que puede
pasar no sólo está el acontecimiento violento. Sin embargo, nuestro cuento
sigue siendo general. Pasa igual con los negocios que se copian y a nadie se le
ocurre más sino lo mismo. Ahora, si esto debe ser así, quiere decir que en
Colombia no hay inteligencia y menos creación. Los animales se caracterizan por
hacer lo mismo. Los hombres por no hacerlo.
6.Pues bien,
siempre estamos al lado de algo que se puede narrar. ¿Cómo no hablar de Darío,
de sus caminatas bajo el sol y la lluvia, de sus peleas con las palabras (las
ciertas y las mentidas), de sus desencantos frente a una ciudad que se
automatiza y convierte la acción entre dos (del mismo o de diferente sexo) en
un mero acto de consumo? ¿Cómo no hablar de mi pasado, distinto en geografías y
concepciones del mundo? ¿Cómo no hablar de mis viajes en bus, de las caricias
negadas en un cine, de mis ascensos hasta un séptimo piso subiendo unas
escaleras deformes? ¿Cómo no hablar de ustedes, aquí presentes, que oyen lo que
decimos, que quizá nos odian o nos quieren? Un escritor siempre vive a la
orilla de un cuento, está en vecindad con él, puede ser en él. Ya lo decía
Horacio Quiroga en su decálogo: el autor es uno de los personajes.
7.Para hacer
literatura hay que saber de qué se habla. Y con eso que se sabe, hacer una
transformación. Uno de esos disfraces que tanto le gustaban a Gustave Flaubert.
Y en esto soy claro: el cuento que está a nuestra orilla no es un hecho
anecdótico sino un acontecimiento fenomenológico. Es decir, enfrento el hecho
con lo que sé, los conceptos que tengo del mundo y mis posibilidades de
relación con él. Y sumando lo que hay ahí con lo que quiero que sea, y con lo
que tengo para que sea así y no de otra manera, lo transformo. El cuento,
entonces, aparece como una segunda realidad, más necesaria que la primera para
que haya algo nuevo sobre la tierra.
8.Un cuento
es una situación inesperada pero posible. Y lo posible es aquello que está
dentro de lo verosímil. No es entonces una verdad ni una mentira. Es lo que hay
entre estos dos conceptos, la memoria que va entre lo vivido y lo imaginario.
Es un acontecimiento fragmentado que permite dobles: Una realidad doble, una
situación doble, una palabra doble, una orilla doble como ésa que usan los
hombres y mujeres que caminan sobre las aguas.
9.Estar a la
otra orilla del cuento es asistir a la vida. Y como dice Norman Mailer, dotarla
de una pregunta. Porque la realidad es real (lo que los griegos llaman una
apóstasis), cuando nos confronta y nos obliga a responder. Y esta respuesta es
un cuento primero, algo inverosímil que se vuelve verosímil a medida que le
agregamos o quitamos palabras. De los cuentos de Tennesse Williams nacieron sus
obras de teatro. Los cuentos de William Faulkner produjeron novelas. Es que
entraron al otro lado de la orilla, haciéndose preguntas, que es la mejor
manera de escribir. El cuento, entonces, es una situación. Y entre más simple, más
evidente. No es una vitrina llena de asuntos, como las que se ven en los
almacenes de promoción. Es un cartel, un grito pegado a la pared. Y como en
unas buenas vacaciones, quien pase por él debe salir transformado. O, en
términos religiosos, una oración que si al ser rezada no cambia el mundo,
sirvió para nada. Así, cada vez que entramos en un buen cuento (leyéndolo o
escribiéndolo) pasamos de un paisaje a otro. Y ese paisaje ya no se va, así lo
cubran de publicidad y propaganda. Y lo más excepcional: nadie me lo puede
quitar, ni D’s ni un presidente loco.