Mi manifiesto. Cátedra desde la FNPI (Asociación
libre escrita en la oscuridad del avión hacia el DF)
Rocío Montes
-Leo mucho
periodismo pero, en vista del tiempo, ya no me detengo en textos irrelevantes y
prescindibles
-Con el paso
de los años he comenzado a disfrutar de la adrenalina. Antes, al comienzo, la sufría.
-Tengo un
tiempo periodístico paralelo que camina al margen de los ritmos de los medios
en los que trabajo y, la mayoría de las veces, avanza lento y con meticulosidad
de orfebre.
-Reconozco a
los buenos periodistas porque se les ilumina la cara cuando están delante de una
buena historia. Les ocurre a los que empiezan y a los veteranos. Y hasta ahora
nunca me he equivocado.
-No me
molesto en leer crónicas y reportajes de periodistas en los que no creo como
seres humanos: ¿instalarte en el nicho de la pobreza y marginalidad solamente
porque eso vende? No, gracias.
-Soy una
coleccionista de historias. A veces las guardo durante años y no se las cuento
a nadie. Cuando siento que maduran, que están listas para nacer, abro la boca.
-Los mejores
reportajes que he escrito -los que más me gustan- me han llegado por casualidad
y fuera de los horarios laborales. Eso demuestra, para desgracia de nuestras familias,
que nunca se deja de ser periodista, ni siquiera cuando supuestamente se
descansa.
-Por más
buena que sea la historia no siempre es un buen momento para plantearla a tus
jefes. Hay que ejercitar el talento de saber esperar y dosificar la forma en
que se relata lo que tenemos entre manos.
- Antes de
trabajar un tema trato de leer todo lo que se ha publicado. Es la única forma
de detectar los agujeros oscuros, las preguntas no contestadas, los personajes
que han permanecido en silencio y los flancos donde hay que atacar.
-Siempre,
por sencillo que sea el texto, pienso en cuál será su aporte, su valor
agregado. Si no, mi trabajo no tiene ningún sentido.
-Cada vez
confío menos en la grabadora y más en las citas e imágenes que guarda mi memoria
tras una conversación.
-Al margen
de la trama de una historia específica, las crónicas y reportajes siempre
hablan de tópicos universales y que no se observan a simple vista: la soledad,
la ambición, la pérdida del poder...Antes de redactar siempre me pregunto: ¿de
qué voy a escribir realmente?
-El día en
que no sienta adrenalina paralizante ante la página en blanco, me jubilo. El
nervio, para mí, sí es un buen compañero.
-Soy de las
que escribe el texto párrafo a párrafo y sólo avanzo si un bloque ha quedado
como yo quiero. Admiro a los que redactan de una vez y luego editan.
-Alabo la
economía del lenguaje, la precisión de las palabras y no me esfuerzo en
absoluto por decorar los textos. Al contrario, los limpio.
-Cada vez
que me siento a redactar pienso en que el texto debe entenderlo mi abuela; hace
tiempo que ya no pienso en qué le guste a los periodistas.
-Admiro a
quienes escriben de política y poder como si estuvieran relatando la historia
de un carnaval. Las “noticias duras” no tienen por qué ser aburridas.
-A la hora de redactar siempre pruebo
combinaciones distintas. Prefiero equivocarme a tomar el camino facilista de
las técnicas con éxito asegurado.
-Los textos
resultan mejor cuando en tu redacción te sientes tan cómoda y contenta como en tu
propia casa.
-Siempre
queda por fuera el 90% del material. Desconfío de los periodistas que no
discuten con los diseñadores para que les achiquen las fotos y aprieten las
letras para poder escribir más.
-Soy mi
propia fact checking: soy obsesiva
con la precisión de la información y considero imperdonables las equivocaciones
absurdas.
-Me retiraré
la noche en que, tras cerrar la página, no me vaya tan contenta como cansada a mi
casa.
-También me
jubilo el día en que, al ver el texto publicado, piense que está perfecto y no
me martirice por no haberle hecho tal y cual cambio.
-Nunca me
molesto porque alguien haga una sugerencia respetuosa a lo que he escrito,
desde el director hasta el periodista que recién comienza. El ego es un
compañero traidor.
-En los momentos
más difíciles de la arquitectura periodística me consuelo recordando que todos
los periodistas del mundo, los del NYT y los del periódico de una provincia, fundamentalmente
se enfrentan a las mismas dificultades y angustias. Desde las esperas largas por
un entrevistado hasta el agobio por el cierre.
-Para
crecer como periodista es indispensable admirar a tus jefes y compañeros, por
lo quesea, y tener ganas de aprender de ellos.
-Considero
una lástima que el periodismo latinoamericano premie a los buenos periodistas
jóvenes convirtiéndolos en malos editores.
-No hay que
creerse periodista; como el sacerdocio, hay que callar y serlo.