Frases y consejos de César Aira
César Aira: Escritor, ensayista, novelista,
dramaturgo y traductor argentino, escritor sagaz y notable traductor, autor de
"La liebre" (1991), "Cómo me hice monja" (1993), "Los
dos payasos" (1995), "Ema, la cautiva" (1997), "Las noches
de Flores" (2004) y "Los dos hombres" (2011) y 80 títulos más.
Candidato al Nobel, cada libro de Aira nace de una
paradoja, de una idea extravagante. Nunca superan las cien páginas. «Cuanto más
gordo es un libro, menos literatura encierra» sostiene este paradójico
admirador de Proust y sus monumentales novelas. Ninguno se parece a otro y en
todos hay ironía, que para Aira «es una forma de cortesía, de tomar distancia».
Descrito como «el secreto mejor guardado de la literatura argentina», él se
presenta como «un sabio loco que fabrica juguetes literarios». Está en España
para presentar la biblioteca Aira que publica Random House.
Compilación de frases y consejos:
He sido siempre un gran lector, de esos fanáticos de
un libro por día, y sigo siéndolo.
Hace muy poco tiempo, comprendí que la literatura no
es algo menor, sino el arte supremo.
Si me dediqué a la literatura fue por eso. Para
encontrar un ámbito de libertad absoluta.
Escribo abierto a todas las posibilidades. Me dejo
guiar por el capricho y la imaginación y la fantasía.
“No creo que ningún escritor joven se proponga
escribir libros como los míos, y por cierto que no se lo deseo. En cambio, sí
me gustaría llegar a ser un buen ejemplo de vocación, de compromiso con la
literatura, y de empeño en la busca de libertad.”
Sólo un artista puede transmitir los fantasmas de
una época, el estilo, hacer palpable la atmósfera de un mundo que se perdió.
Escribo mis novelas como diarios, las voy
improvisando página a página y voy metiendo hechos que me suceden, cosas que me
inspiran.
“Hablando con propiedad, la imaginación, ¿Para qué
sirve? ¿No es ella también, y ella en primer lugar, un objeto sin función
aparente incrustado en la mente? Son los objetos extraños los que le crean una
función...”
La única función que me asigno es dejarle al mundo
algo que no haya tenido antes de mí. Ésa es la función más genuina de un
escritor.
«Cuanto más gordo es un libro, menos literatura
encierra»
A mis libros, más que como reflejo o representación,
los pienso como instrumentos o herramientas, para operar sobre la realidad,
precisamente.
“¿Qué ocurre cuando una vida se desvanece? Quizás
otro color desciende sobre el mundo, y se agrega a la gran suma imperfecta y
fluctuante. Pero no podemos estar seguros. Nunca hemos presenciado ese
acontecimiento, y sólo podemos imaginarlo, para lo cual es preciso imaginar
previamente grandes modificaciones en el mundo.”
Una historia, cualquiera, se desvanece, pero la vida
que ha sido rozada por esa historia queda por toda la eternidad. El recuerdo se
borra, pero queda otra cosa en su lugar.
“Nunca fui de esos novelistas que se sientan a la
máquina de escribir y escriben en extenso. Lo mío fue, y sigue siendo, el
dibujo laborioso de una escena, y al día siguiente otra, como los collages de
Max Ernst o las cajas de Joseph Cornell.”
Uno siempre espera grandes aventuras, grandes
intensidades existenciales, y cuando mira hacia atrás se da cuenta de que en
realidad no pasó nada. La literatura es un modo de transformar esa nada en
algo.
El sueño real era la forma de la realidad como
felicidad, como paraíso. En el mismo movimiento la realidad se hacía delirio o
sueño, pero el sueño también se hacía sueño, y eso era el ángel, o la realidad.
El 90% de los escritores, si nos sacamos la careta y
decimos la verdad, tenemos que admitir que la gran fuente de la inspiración son
los libros. En general uno tiende a decir las experiencias, la vida, pero...
“No me gusta lo convencional. Quiero que la
sinuosidad de los acontecimientos sea la textura de mis novelas. Que sorprendan
página a página. Creo que improvisar, saber adaptarse y responder al instante
es la clave de la felicidad.”
“Nunca me ha preocupado mucho la cuestión de los
géneros. Lo mío es la narración, y trato de llegar a una extensión que permita
hacer un libro, eso es todo. No me gusta que haya más de una historia en un
libro, no sé bien por qué. Mis historias se han ido haciendo más breves con el
tiempo. (...) No entiendo qué tiene de malo un libro de pocas páginas. Como
lector, son mis favoritos.”
ENTREVISTA
—Tras 80 libros ¿sabe si la literatura es más útil
para el lector o para el escritor?
—No tiene ninguna utilidad. Proporciona placer a la
pequeña, pequeñísima minoría, que ha encontrado el gusto por este arte que
llamamos literatura. No sirve para nada. Los libros de estudios sí. Pero los
literarios solo para el placer. Escritor y lector son a menudo la misma
persona. Como lector, soy el control de calidad de lo que escribo. Pienso si lo
que hago me gusta como lector.
—¿Acepta la etiqueta de posmoderno que le colocan?
—Estoy en la tradición de la modernidad. Podía ser
un autor de cuentos de hadas dadaístas. ‘Preneodadaísta’ sería más divertido.
En mis libros hay algo de la narrativa popular, folletinesco, de aventura,
pasado a un nivel literario más intelectual. Fabrico juguetes literarios para
adultos.
—Ensayos disfrazados de novelas, dice ¿Los géneros
están hechos para ser dinamitados?
—Lo mío es la narrativa, el relato. Contar una
historia. Pero no puedo evitar que a cada paso me asalten ideas. Teorías sobre
esto o aquello. Me doy una gran libertad. Interrumpo la narración con una
descripción poética o reflexiones filosóficas. Introduzco una teoría de sabio
loco. Mis experimentos no son científicos. Son de sabio loco. Es lo que soy.
Siempre me gustó esa figura en los dibujos animados y los cómics. El tipo que
inventa algo para dominar el mundo y siempre le sale mal. Ahí está la gracia,
la tensión, el equívoco. La invención, a la que le doy mucha importancia, pero
que está muy decaída en la literatura actual. Inventar algo nuevo. Crear otra
cosa. Eso es literatura.
—La ironía es primordial sus libros ¿Por qué?
—Tiene algo de cortesía. De distanciamiento. De no
tomarse las cosas en serio y verlas con cierto distanciamiento. Es
consustancial a mi carácter. Veo todo con distancia. A veces parezco un budista
que no le importa nada. Joyce dijo cuando estalló la guerra que le daba igual
ver caer una bomba que una hoja de un árbol. No era vedad, pero eso es ironía.
Es el principio básico del trabajo artístico. Tomar distancia. Dejar a los
demás que piensen por su cuenta.
—¿De veras cree que los libros gordos encierran
menos literatura que los delgados?
—Sí. Me formé entre poetas que escribían libros
delgaditos. Siempre pensé que la novela gorda es un poco tosca frente a esos
elegantes libritos. Lo que escribo tiene cierta densidad teórica. En cada frase
hay una idea. No da para más de cien páginas. ¿Quién se pone a leer esos
bestsellers gordísimos que llenan mesas en las librerías?.
—¿Odia los ‘bestsellers’?
—No. Les estoy agradecido. Viví de traducirlos
durante más de 30 años. La mayoría tiene una respetable honestidad. Son
correctos e interesan al lector. Pero son productos. El escritor es el primer
paso de la cadena. El editor le da forma y corrige el estilo. Tienen poco que
ver con la literatura. Es un producto bien hecho y hasta de los malos libros se
aprende. Vi lo que no hay que hacer. Hasta esa subliteratura tiene el mérito de
ir a la yugular del lector. Como un perro con buen olfato, autores como Stephen
King saben dónde está el interés del lector. Trato de hacer lo mismo. La
lectura es un proceso de interés.
—¿Escribir es un placer o una tortura?
—Nunca fue una tortura. Soy de los raros escritores
a los que les gusta escribir. Hay muchos escritores a los que les gusta ser
escritores. Y Para eso tienen que escribir. Lo hacen a regañadientes. Sacan un
libro cada diez años para mantener vigente su carnet de escritor. Quieren las
ventajas de ser un escritor. No escribir. No he dejado de escribir desde que
tengo 18 años. Es parte de mi rutina, de mi higiene personal diaria.
—¿Siempre escribe en cafés?
—Sí, pero no quiero aislarme. No podría escribir en
un lugar cerrado. Necesito alzar la vista después de cada frase. Que se ventile
el cerebro. Levantó la vista y miro a la gente. Pienso de otra cosa.
—Siempre a mano. ¿Reniega de los ordenadores?
—No. Pero prolifera una narrativa poco interesante y
creo que se debe al uso de ordenadores. Se escriben veinte páginas por hora sin
decir nada. Los ordenadores generan peor literatura. La máquina exige que sigas
escribiendo. Lo mío es todo lo contrario. Escribo a mano lo paso al ordenador y
lo imprimo. Soy hombre de papel y de una página diaria. Necesito la pausa, el
ritmo lento para seguir inventando y dándole vueltas al asunto. En literatura
más es menos.
—Apenas tiene premios, pero según Carlos Fuentes el
Nobel le llegará en 2020 ¿Aceptaría?
—Jamás soñé con el Nobel, pero claro que lo
aceptaría. Los premios son para gente seria y lo mío es más lúdico. Las
instituciones y jurados han de justificarse, y lo hace en términos sociales,
por los derechos humanos o la ecología. Se dan pocos premios por ser buen escritor,
y si tengo algún mérito es meramente literario. Estoy maldito para los premios.
El Nobel es para quienes contribuyeron al progreso moral de la humanidad, al
respeto de los derechos humanos, la afirmación de la democracia y la
autodeterminación de los pueblos, asuntos de los que jamás me ocupé.
—Aparece en su propias historias ¿Es usted su mejor
personaje?
—No. Cuando me he puesto de personaje ha sido para
burlarme de mí.
—Tampoco está en la pomada, que se diría en España.
—Me aburre. No domino el escenario social. Me quedo
en casa.
—No tiene móvil ¿Es alérgico a lo digital?
-No. Crecí sin televisión y teléfono en el campo en
los años 50. No tuve teléfono hasta los treinta años y nunca me habitué. Me
pone nervioso. Cuando apareció el email me sentí muy cómodo. Me da tiempo para
reflexionar. Lo uso mucho. También busco en Internet.
Tomada de:
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Otros artículos del autor del blog:
La serie de opinión, CONSEJOS A UN JOVEN COLEGA, en Youtube:
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