David Betancourt escribe por obra y
gracia de... su antimétodo
Orlando Ramírez Casas
<orcasas45@gmail.com>
Hola, jóvenes:
Estoy enfrascado en la lectura del libro
“Veinte escritores colombianos nos revelan sus secretos de creación”.
¿Qué puede encontrar de nuevo en este libro
un aspirante a escritor, un aprendiz de los talleres de escritura literaria?
¡Todo! Todo el libro está plagado de consejos, de tips, para ayudarlo en la
tarea.
Para los que por años trasegamos esos
talleres, para los que llevamos años inmersos en la tarea con más o menos
dedicación, con más o menos éxito, con más o menos estilo que otros, tal vez es
poco lo nuevo que podamos encontrar porque para nosotros todo está dicho en uno
u otro decálogo, en uno u otro prólogo, en una u otra entrevista. Todo está
dicho ya, para los veteranos.
Sabiendo esto, no esperaba encontrar nada
que me sorprendiera, pero sí lo encontré.
En los consejos para escribir es un tópico
aquello de que hay escritores que requieren de absoluto silencio y aislamiento,
en plena sobriedad, para poder hacerlo; mientras otros pueden escribir en medio
de una ruidosa fiesta y con gran cantidad de tragos entre pecho y espalda.
Muchos requieren sentarse en su silla preferida frente a la máquina de escribir,
pero William S. Burroughs hacía fichas tecleando de pie como en un atril, y las
pegaba en una cartelera para luego irlas acomodando en distinto orden hasta
tener un corpus con un hilo conductor. Ese era su estilo y, diría yo, era un
transgresor del método imperante entre sus demás colegas. En esto no hay
verdades absolutas, y la fórmula del uno no es aplicable a los otros porque
cada quién es un caso aparte.
Yo suelo comparar la habilidad de escribir
con la habilidad de montar en bicicleta, la habilidad de tocar violín, la
habilidad de ser un nadador de competencia, para explicar que uno no se hace
artista en estas lides de un día para otro, de la noche a la mañana, sino que
requiere de talento innato, de preparación, de apoyo y orientación, y de
práctica constante para fortalecer los músculos y mejorar las técnicas. He
dicho a veces que uno no se hace escritor por obra y gracia del Espíritu Santo,
como tampoco se hace ciclista del Tour de Francia en un instante tras ser
tocado por un rayo.
Tengo que tragarme mis palabras, porque me
encuentro en este libro con el testimonio de David Betancourt, un paisa nacido
en 1982 que es cuentista, periodista, y filólogo hispanista. Como cuentista, ha
ganado cuatro premios en concursos nacionales e internacionales, y ha sido
mención de honor en otro de ellos. Todo un palmarés. Él, dicen los editores de
este libro “se ha vuelto un notable y reconocido cuentista… de indiscutible
calidad”, y dicen también que se ha visto envuelto en polémicas.
Ignoro cuáles sean esas polémicas, pero hace
él unas afirmaciones que me obligan a quitarme el sombrero ante él porque las
encuentro verdaderamente sorprendentes y, diría yo, sus consejos no son
aplicables a los aprendices del común porque, de ser así, habría que concluir
con que el arte de la escritura no es uno que se adquiere y se forma con las
lecturas y los talleres de escritura y los consejos de otros escritores, sino
que cae del cielo por obra y gracia… me estoy repitiendo. Leamos su testimonio:
“Yo no escribo todos los días, ni me pongo
horario para escribir, ni escribo para ejercitarme, ni para soltar la mano, ni
para no dejar de sentirme escritor…”.
Es el curioso caso de una bicicleta o un
violín que permanecen colgados en la pared del garaje y de pronto, pasados unos
días y tal vez semanas, son descolgados y se desempeñan con virtuosismo y
soltura, sin requerir de ningún entrenamiento, por obra y gracia de las piernas
y las manos de su ejecutor, así de facilito. Es un caso especial y aparte, no
comparable con el del resto de la humanidad que sí tiene que esforzarse.
“El método mío es no tener método. Si
tuviera horarios y esas cosas, escribir se me volvería como un trabajo y no
pasaría tan bueno como digo”.
Entiendo que no tenga horarios, está bien,
aunque sé que algunos como García Márquez escriben mejor en horas de la mañana,
y hay otros como Mejía Vallejo que pueden escribir en la tarde noche, y otros
como William Ospina que escriben mejor en la medianoche o en la madrugada, eso
está bien. Lo que no me cabe es el hecho de que no escriba con frecuencia y
que, cuando lo haga, lo haga bien por obra y gracia… Pero la explicación tal
vez resida en el hecho de que:
“Pero sí he leído parejo, y comido
ensalada, y montado en bicicleta”.
Este escritor es un mamagallista y, si nos
atenemos a sus consejos, para escribir bien hay que comer ensalada y montar en
bicicleta.
La afirmación siguiente es más difícil de
digerir y, francamente, no me cabe en la cabeza:
“Desde hace casi un año no he escrito una
sola línea”.
Un año sin escribir y, cuando lo hace,
escribe doce o quince cuentos, no sé, y queda de finalista o gana el primer
premio en un concurso. No sé de ningún otro escritor que obtenga tan exitosos
resultados con un método que consiste en no tener método, y en no escribir una
línea en meses de meses. Su caso es sorprendente, a decir verdad.
“La musa de inspiración no es otra cosa que
tener cosas por decir. Mi musa no sabe de disciplina. A veces se aparece
durante seis meses y no me deja descansar, me dicta cuentos y cuentos, pero a
veces sale a paro por un año y no escribo nada. Cualquier día me levanto con
ganas de escribir, y tengo algo para decir, y escribo”.
Según esto, la tarea de escribir no es una
tarea persistente sino el resultado de una indisciplinada musa que se pierde
por tiempos y de pronto aparece bendiciendo a su elegido. Que yo sepa, muchos
no son tan afortunados con sus musas y les cuesta más trabajo conseguir lo suyo
a base de arduos esfuerzos.
Creo que aquí hay un problema de
comunicación entre lo que el escritor nos quiere decir y lo que con aire
provocador y transgresor nos dice, porque tal vez lo que nos está queriendo
decir es que no se sienta a escribir directamente en el computador sino que
maquina sus cuentos con apuntes a mano, en borrador, los arma en la cabeza, y
cuando tiene todo articulado sí se sienta a escribir y a pulir frente al
teclado. Eso ya viene a ser otra cosa, porque hay el reconocimiento de un
trabajo oculto que no se ve, pero existe. Es otra cosa.
“No soy de los que tienen la escritura como
un trabajo, mi caso es de más libertad, de disfrute. No me obligo a escribir.
Cuando digo que un libro lo escribí en un año cualquiera, sólo estoy diciendo
que me senté a redactarlo porque escribo los cuentos primero en papel, los
reescribo varias veces en papel, y luego los paso al computador. Me quedo otro
largo rato puliéndolos, podándolos, corrigiéndolos… Antes de ponerme a redactar
(en el computador), ya tengo muy claro todo (en la cabeza)”.
Tiene él una herramienta sin la cual nadie,
ni él, puede salir adelante con la tarea de escribir: Él es un buen lector. Ahí
está el secreto. Lee mucho, y cita a Felisberto Hernández, a Jorge
Ibargüengoitía, a Álvaro Cepeda Samudio, a Gabriel García Márquez, a Juan
Rulfo, y a muchos otros, ¿Qué más bagaje para escribir que el de ser aficionado
a las buenas lecturas? Obsérvese que ni Corín Tellado ni Virginia Vallejo ni el
Osito Escobar figuran entre sus escritores preferidos:
“Dejar de leer, sí no lo dejo, no me lo
permito. Yo escribo únicamente cuando me dan ganas y tengo ideas y cosas en la
cabeza, y como no trabajo ni estudio, me puedo dar el lujo de sentarme un año
enterito y darle todos los días, todo el día. Pero siempre voy sin afán. Eso
sí, todo el tiempo, cuando estoy barriendo, trapeando, cocinando, sacudiendo, arreglando
el solar, jugando con los gatos, matando zancudos, viendo partidos, remendando
las medias, estoy escribiendo cuentos en la mente y apuntando cosas en un
cuaderno. Ahora tengo un libro terminado sobre vicios, que no me falta sino
escribir”.
No trabaja ni estudia, es amo de casa que
remienda medias, y escribir para él es un lujo que bien puede permitirse. Eso
me queda claro. Pero también me queda claro que haga lo que haga siempre está
pensando en las cosas que tiene por escribir, que está escribiendo dentro de su
cabeza, antes de sentarse a teclearlas. Pónganle el nombre que quieran, pero
eso para mí es un método y no un antimétodo. Un método muy sui generis, pero un
método.
Como esos perros guardianes de finca que
hacen su autopresentación ante el visitante que llega a la portada, terminados
los ladridos y gruñidos y mostradas de colmillo, acompañan al dueño a abrir el
portón y vuelven a las voleadas de cola, satisfechos porque ya hicieron su
papel de meter susto; este escritor, terminadas las provocaciones al
interlocutor y al lector, pasó a hablar en la entrevista de cosas más serias,
que tienen mucho sentido.
Habla de que su participación en concursos,
y de que haber ganado en ellos le ha dado un reconocimiento y aprecio de mucha
gente, la comodidad de no tener que rogar a las editoriales para que le
publiquen sus trabajos, y la tranquilidad de poder seguir adelante sin afugias,
teniendo ya un mercado cautivo que compra sus libros. Pero también le ha ganado
enemigos, y habla de algunos que, como en los carteles de tauromaquia, son (5)
cinco de pura casta (5).
“Cuando uno vive fuera del país, cuando uno
no es de los que mantienen tirando elogios por ahí a todo el que se atraviese,
ni se mantiene metido en ferias y reuniones de escritores y redes sociales,
ganar premios es una de las poquitas maneras de hacerse ver… Eso sí, ganar
concursos también sirve, y mucho, para conseguir enemigos y gente que no lo
quiera a uno ni poquito y, por eso mismo, que lo lea a uno todo el tiempo con
juicio y hable de uno y lo mantenga vigente”.
Amo a mis enemigos, porque ellos me
mantienen alerta, le oí decir a alguno.
“Con mis cuentos y con mis libros y con los
premios que he ganado he conseguido más amigos y gente que me quiere y que
piensa y habla bien de mí. Sin embargo, estos buena gente conmigo no han
logrado con sus comentarios positivos lo que sí han logrado los cinco que no me
quieren. Ellos dicen algo malo sobre mí, y entonces me entrevistan más, me
buscan las editoriales, las revistas, aumenta la gente que es querida conmigo y
por eso se venden más mis libros y a mí me va mejor… y algunos me hablan de la
frase famosa que una vez dijo Cochise (En Colombia la gente se muere más de
envidia que de cáncer)… me escribe gente contándome que los cinco que no me quieren
aprovechan los talleres que dan para seguir hablando mal de mí. Eso pasa en la
vida. A muchos les duele que a otros les vaya bien. Si los cinco que no me
quieren tuvieran la razón y sus acusaciones fueran ciertas, no me apoyarían
escritores ni me buscarían editoriales ni me publicarían…”.
No he leído los cuentos de este escritor,
para poder juzgar su obra, pero muy herido en sus sentimientos se muestra con
esos cinco contradictores a los que él ha dedicado esta entrevista. Sus razones
tendrá, pero tengo mis sospechas de que eso de andar lanza en ristre pueda ser
una estrategia publicitaria de autopromoción que seguramente le ha redituado
beneficios. No es el primero al que el truco le dé resultados.
Al parecer ha sido acusado de plagio, pero
él defiende la intertextualidad y habla de que una cosa es el plagio flagrante
y otra cosa es tomar una idea y darle un tratamiento diferente del que le dio
el otro autor.
“Desconocen que en la literatura las ideas
no se protegen porque, si se protegieran, no existiría ni la mitad de los
libros que existen… la originalidad es un imposible… la diferencia no está en
el tema, sino en la manera de abordarlo, en la manera de narrar la historia,
entre otras cosas”.
Estoy de acuerdo con Betancourt. Cualquier
cantidad de novelas se han escrito con el tema del hacendado que se casa con la
hija del mayordomo, del presidente de la empresa que se casa con la secretaria,
del hijo de la patrona que se casa con la muchacha del servicio, de la
millonaria que se casa con su instructor de tenis. Todas son variaciones
alrededor de la idea del cuento de La Cenicienta, y no por eso pueden ser
tildadas de plagios.
Dice
una frase que los editores tomaron como epígrafe de este capítulo:
“La diferencia entre una novela y un cuento
es que aquella es más extensa, y éste es más intenso… me gusta el cuento porque
va al grano, mientras que la novela divaga”.
Afortunada definición que deja claro un
punto indiscutible: Los dos, son géneros distintos. Aunque las dos sean música,
no se compara una balada con una zarzuela, ni se compara un tango con una
ópera, así el argumento sea el mismo (el amor, la traición, el desamor).
Mi experiencia personal me hizo
desencantarme hace rato de los concursos, y en algún momento tuve la sensación
de estar haciéndole el juego a concursos amañados, arreglados para que se los
gane determinada persona, y eso me fastidia y enerva. Todo concurso necesita
una masa de participantes que haga bulto y entre en las estadísticas para que
el anuncio del ganador no sea un escándalo. Dos participantes insignes en
concursos, y ganadores, son Betancourt y don Mario Escobar Velásquez. Ambos
coinciden en que un participante depende de la suerte, y también de los gustos
de los jurados, y de otras circunstancias que se salen de las manos del participante.
El hecho de que ambos hayan ganado, indica que no todos los concursos coinciden
en esas características; pero el hecho de que ambos hagan la observación,
indica que tales cosas pueden suceder.
“Los concursos, además de la calidad de la
obra, tienen un gran porcentaje de suerte: Que no participe un libro mejor, que
el jurado sea el más pertinente para el ganador o sea que tenga sus mismos
gustos, que en el momento de la lectura de tu libro los jurados no tengan
sueño, que tu sobre de manila con el manuscrito llegue a la dirección correcta,
que el concurso no tenga ganador escogido antes de que salgan las bases, que
los jurados no se encuentren con un amigo suyo entre los participantes, muchas
cosas”.
Esto me confirma en que yo no andaba tan
descaminado cuando tomé la decisión de no volver a participar en concursos,
después de haberlo hecho en dos o tres cuando daba los primeros pasos. Resolví
escribir en primer lugar para mí mismo, y no depender del gusto o de la opinión
de los demás. Fue una decisión liberadora. Resolví hacerlo, en primer lugar,
porque el asunto de la fama o de la gloria me tenía sin cuidado; y, en segundo
lugar, porque el asunto del dinero del premio sí revestía algún interés para
mí, pero no al punto de sacrificar la tranquilidad de lo que me resta de vida
al prurito de adquirirlo. El tiempo me ha dado la razón. García Márquez se
quejaba de que tras ganar el Premio Nobel no volvió a tener tranquilidad,
porque por toda parte donde iba lo rodeaban admiradores, gentes conocidas y gentes
extrañas, gentes que querían tener un autógrafo o que querían hacerle una
entrevista. Él hubiera querido volver a ser pobre, feliz, e indocumentado, pero
la fama lo hizo su prisionero y ya no lo quiso soltar.
Betancourt es un provocador y un transgresor,
pero tiene que ser bueno. No es gratuito que una persona gane premios en los
concursos y sea solicitada para entrevistas y opiniones. Esas son cosas que no
se sostienen si no van avaladas por una buena obra, porque la crítica literaria
no perdona pero, sobre todo, los lectores son implacables.
Alguien me dijo alguna vez que no le
gustaba Isabel Allende, y yo le dije:
“Profesor, está en su derecho de tener sus
gustos, pero no perdamos de vista que ella, con sus defectos, ¡Vende! Los suyos
son libros que ¡Se venden!”.
Eso es algo que no todo el mundo puede
decir.
Leído lo anterior, sentí curiosidad por ver
al personaje, y encontré esta entrevista que le hicieron en la FILU (Feria
Internacional del Libro Universitario) 2019, en México:
https://www.youtube.com/watch?v=4or8HaFeXtA
Bueno, ya puesto en estas, será mejor que
busque algún escrito de este cuentista para… para poder saber de quién diablos
es que estamos hablando. Es como maluco uno hablar de alguien y no saber
exactamente de qué se trata. ¿Sí o qué? Dos o tres cosas leí, y me gustaron.
Escribe bien. Entretenido. Dan ganas de seguir leyendo. Ya me había quitado el
sombrero, pero se me quitaron las ganas de volvérmelo a poner. Pa qué. El
hombre es un teso.
ORLANDO RAMÍREZ-CASAS (ORCASAS)
Celular: 301 – 441 52 58
Email: orcasas1945@gmail.com
Referencia: Veinte escritores colombianos
nos revelan sus secretos de creación.
Recopilación y notas: Emilio Alberto Restrepo. 2020, Editorial Libros
para pensar