ANTOLOGIA DE DECALOGOS LITERARIOS

"Los Diez Mandamientos, considerados útiles reglas morales para vivir en sociedad, tienen un excelente uso literario. El escritor, al contar sus historias, debería hacer que sus personajes violen constantemente estos mandamientos, en conjunto o por partes. Mientras alguien robe, mate, mienta, fornique, blasfeme o desee a la mujer del prójimo tendremos un conflicto y en consecuencia una historia que contar. Por el contrario, si sus personajes se portan bien, no sucederá nada: todo será aburridísimo."
Fernando Ampuero


Uno de los más interesantes y que recoge más sabiduría, tiene un solo postulado. Se lo leí a Alejandro Quintana y dice:

"Porque en realidad ya se ha contado todo; lo novedoso es contarlo de forma interesante".

Es muy común que los escritores, cuando gozan de cierto reconocimiento, decidan organizar sus ideas en forma de recomendaciones que suelen enumerar en listas, generalmente en forma de decálogos, muy a manera de configurar una suerte de "Tablas de la Ley"o de "Diez Mandamientos" , en los que pontifican,-con razón o sin ella, en concordancia con su prestigio y sabiduría o apenas haciendo gala de una vana pretensión un tanto ególatra- sobre sus verdades decantadas acerca del oficio de escribir.

Unos condensan verdaderas sentencias, otras son apenas esbozos que naufragan en su propia babosería; unos son un compendio de ingenio, otros verdaderos destellos de humor, mientras algunos apenas sí resbalan como peligroso chascarrillo en el reino del lugar común.

De todas maneras, en esta página recopilamos algunos de ellos, como elemento para el análisis y estudio de los interesados en el ejercicio de escribir. Muy recomendado para aprendices y aficionados, para lectores desprevenidos, para alumnos de talleres literarios y para todos los que se deleitan del bello arte de la Literatura.

Al final citamos los más ingeniosos, clásicos, reconocidos o polémicos.

Lo que comenzó como un divertimento, pasó a ser una disciplina que permite enriquecer la teoría de la creación literaria, en la voz de los maestros. La idea original parte de la página www.emiliorestrepo.blogspot.com
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miércoles, 29 de abril de 2020

SERGIO PITOL: REFLEXIONES SOBRE LA ESCRITURA Y LA CREACIÓN LITERARIA














Sergio Pitol (Fecha de nacimiento: 18 de marzo de 1933, Puebla, México. Fallecimiento: 12 de abril de 2018, Xalapa-Enríquez, México) fue  destacado como uno de los autores fundamentales de las letras mexicanas del siglo XX, como escritor de cuentos y novelas, pero también como editor, creador de la Biblioteca del Universitario de la Universidad Veracruzana y traductor de autores clásicos de la literatura universal, de idiomas como inglés, ruso, francés, italiano y chino. Dentro de sus obras se destacan los libros de cuentos Infierno de todos (1964), Los climas (1966), No hay tal lugar (1967) y Nocturno de Bujara (1981), y las novelas El tañido de una flauta (1972), Juegos florales (1982), El desfile del amor (1984) y Domar a la divina garza (1989).Sus cuentos han sido reunidos en dos antologías, Asimetría (1980) y Cementerio de tordos (1982), y sus ensayos en La casa de la tribu (1989). En 1981 recibió el Premio Villaurrutia y el Premio Colima por Nocturno de Bujara y en 1984 el Premio Herralde por El desfile del amor.

Con una amplia trayectoria, que arrancó en 1959 con Tiempo cercado a 2011 cuando salió a la luz Autobiografía soterrada. Sus libros también han sido traducidos y se encuentran publicados en francés, alemán, italiano, polaco, húngaro, holandés, ruso, portugués y chino.
También ha sido reconocido con el  Premio Miguel de Cervantes de 2005  y  En 1984 ganó el Premio Herralde de Novela, entre muchos otros premios.

A continuación, una breve recopilación de sus reflexiones sobre la escritura y la creación literaria. 

“…desde ese comienzo hubo algo fallido en mi trato con los idiomas, que me ha hecho poder leerlos pero con muy pocas posibilidades de hablarlos. Un defecto de oído ha exacerbado esta limitación.”

Una de las cosas que me ayudó a deshacerme del complejo de culpa por no hablar idiomas fue una visita que hice hace años con Monsiváis al profesor J. M. Cohén, el traductor de El Quijote, La Celestina, la poesía de San Juan de la Cruz; este hombre, que ha transitado por cuatro o cinco siglos de literatura española, hurgado en algunos de sus textos más complejos y traduciéndolos al inglés en versiones que tienen fama de notables, no hablaba una palabra de español, ni las cosas más sencillas. Llegamos a su casa y toda la conversación fue en inglés, Monsiváis sirvió de traductor porque yo no hablaba inglés, ¡después de haber traducido a Henry James! Volví a ver a Cohén en Barcelona y me di cuenta de que ni siquiera podía decir las cosas más elementales para comprar algo. Creo que traductores así los hay en todas las lenguas.

—La novela era como una meta soñada a la que no llegaba nunca. Desde antes de publicar Victorio Ferri cuenta un cuento en Los Presentes, la colección dirigida por Arreóla, pensaba escribir una novela de aire faulkneriano ubicada en una pequeña ciudad  de Veracruz; de algún modo mis primeros cuentos surgieron como intentos por llegar a esa novela.

Por otra parte, siempre creí en el cuento como una forma abierta que rechazara la estructura convencional de planteamiento-nudo-desenlace; sí, mis primeros cuentos se complementan unos a otros como capítulos de una novela posible.

No estoy cerrado a la posibilidad de escribir cuentos pero por el momento la novela me parece más atractiva, pues me permite este juego de cajas chinas, la “puesta en abismo”, como la llaman hoy los teóricos. Hay momentos en que un escritor pasa de un género al otro casi sin sentirlo, porque tiene necesidad de mayor espacio.

La novela ofrece mayores posibilidades de variación en el lenguaje, en el tono; una de las cosas que me parecen más atractivas de la novela son los juegos estructurales ligados a una variable tonalidad del idioma.

La novela, como el cuento, permite todas las modalidades posibles. Una de las cosas que más me sorprende en lo poco que he leído de nuestros narradores jóvenes es su falta de interés por la estructura del relato. Para mí la arquitectura en un texto es fundamental, las líneas subterráneas, los incidentes que aparecen en una parte y resurgen en otra, estos pequeños hilos que van creando subtramas, forman un ritmo lleno de variaciones que permiten que la novela no sea una planicie, sino una orografía con diversas estribaciones; muchas de las nuevas novelas se escriben por acumulación, no hay relación entre un incidente y otro, simplemente se juntan capas, como grandes sándwiches.

“…hay épocas en que escribo todos los días, pero eso no ocurre siempre. Por ejemplo, cuando estuve en París hubo grandes espacios entre una entrada y otra. El diario es un material formidable para mí y me revela, entre otras cosas, los mecanismos extrañísimos de la memoria; hay cosas que releo como si no me hubieran pasado a mí y sin embargo fueron muy importantes; el tono muestra que fue algo decisivo y sin embargo lo tengo borrado. Casi todas mis novelas salen de los diarios.”

En mis novelas las emociones están vistas de una manera oblicua, hay una corriente interna que las arrastra sin hacerlas evidentes. Creo que esa división a la que aludes sucede en la mayor parte de los autores; claro que si uno lee los diarios de Henry James encuentra algo tan elabora-do como las novelas, pero mis diarios nunca quisieron ser literarios; recogen gran cantidad de fruslerías, de malos humores, de pequeñas peleas, desahogos, preocupaciones de si llegó el gas o no llegó, rencores, fastidios; escribir eso me ayuda a despojarme de esa energía innecesaria para poder-me dedicar a cosas más “armoniosas”, como las novelas.

¿No temes que desahogarte en los diarios te lleve a una prosa más suave, más descafeinada?
—No lo creo. Si el resultado es más suave es por otras razones. Mis primeros cuentos fueron escritos antes de llevar el diario y creo que mantienen una unidad de estilo. Desde luego, hay más refinamiento en el trabajo literario (lo cual no quiere decir que sea mejor literatura), y además hay ciertas cosas que no puedo tratar en mis novelas, las escenas eróticas, por ejemplo, que son parte de la literatura más viva de nuestro tiempo, a mí me resultan imposibles; hay esbozos, aproximaciones y luego, como en la literatura caballeresca: “Fulano se acercó a la reina y le fizo un hijo.” Hay demasiadas elipsis, pero tampoco me quiero forzar, inventarme necesidades narrativas que no tengo, pues po-dría desbarrancarme en una literatura muerta, arbitraria, llena de impostaciones. Así como hay una gran literatura erótica de nuestro siglo, hay grandes autores, como Calvino, que no tratan explícitamente este fenómeno.

¿Crees en las traducciones literales, que tienen defenso-res tan notables como Kundera o Nabokov?
—No. Soy partidario de las libertades, de buscar ante todo la aproximación al espíritu de la lengua a la que traduces, sin traicionar a la otra. Hay literalidades que destruyen todo el efecto estético y están mucho más lejos del original que una traducción libre. Lo decisivo es encontrar la respiración del autor y hacer sentir esa respiración en es-pañol. Yo me tomo muchas libertades, por ejemplo con los nombres de flores y de pájaros. Las novelas inglesas están llenas de centenares de flores y yo todas las vuelvo rosas, claveles, camelias, ¡cuando mucho rododendros! Es Una enseñanza enorme. En la época en que traduje verdaderamente como galeote fue cuando más aprendí ciertos aspectos de construcción de la novela, qué cosas tienen que contrastar con otras, cuáles tienen que distanciarse para crear determinado efecto…

Nunca le he temido a las otras voces. Uno de mis primeros cuentos, “Victorio Ferri cuenta un cuento”, le debe mucho a Faulkner y a Rulfo. Otro, tal vez el primero que escribí, “Amelia Otero”, según yo era una transcripción textual de las conversaciones de mi abuela y mis tías en sus épocas de Huatusco, antes de la Revolución; creí detectar las distintas voces de las personas que contaban la historia de una mujer que había sido infiel, había matado a su amante y luego se había encerrado de por vida. Años después descubrí que era casi una calca, no de conversaciones de mi abuela, sino de aquel cuento excepcional de Faulkner... el de la mujer que se encierra...” Una rosa para Emily.” En las cosas que escribo siempre se filtran otras cosas.

Ciertos bloques de construcción provienen de otros autores; la composición en distintos escenarios a los que llega el narrador en su pesquisa. Son cimientos que no se ven; la obra negra de una novela toma elementos de todo lo que has leído, lo que has tenido frente a los ojos, lo que has oído.

“…pensé que para mejorar mi escritura debía de librarme del español oficioso;   quizá fue esto lo que me hizo buscar ciertas formas paródicas. Si hubiera seguido escribiendo como en mis primeras novelas, los personajes habrían terminado hablando como oficios: “Y asimismo le ruego a usted, con el tacto y la discreción que lo caracteriza.” Tuve que crear un lenguaje paralelo, paródico, para vencer el contagio. De un idioma muerto, rígido, alejado de la realidad, surgió el lenguaje desaforado de El desfile del amor y Domar a la divina garza. Ahora que no tengo que con-testar télex ni que redactar oficios he vuelto a un lenguaje mucho más convencional. Tal vez sea una pérdida, tal vez sea limitante estar lejos de los deleites del télex.”

Casi todos mis personajes fracasan de algún modo, trai-cionan los ideales de juventud, no cumplen sus sueños, pierden la oportunidad de enderezar su destino. Yo creo que esto obedece a mi contemplación del país: durante casi treinta años viví fuera y al no ver las vi-das cotidianas de mis amigos y conocidos en su desarrollo normal, sino simplemente como una selección de momentos de sus vidas, por lo general me quedaba con una impre-sión de desastre; matrimonios que se habían transformado en dos individualidades que se odiaban, gente que prometía muchísimo que terminó en nada, profesores que te marcaron la vida convertidos en gente de lo más rutinaria, la caída del dólar de 12.50 a 3 000 pesos, simplemente ver en qué se ha transformado esta ciudad que fue una maravillaes tener una imagen cercanísima del desastre, todas estas cosas te dan una sensación de descalabro; en buena me-dida, escribí como una reacción a todo esto. Pero creo que no hay nada especial en la “estética del fracaso”, a fin de cuentas es ella la que sostiene a la mayor parte de la novela a partir del siglo XIX.

En un principio mis personajes eran mucho más dramáticos, casi trágicos; tenía yo un sentimiento de mayor respeto por el mundo, por la grandeza del hombre y sus emociones. Con el tiempo, y gracias a la fauna con la que he convivido, encontré esos sentimientos pero en su forma paródica: caricaturas de grandes pasiones, de frases célebres. Me era muy difícil sostener esas conversaciones en serio en el mundo “cosmopolita” en el que tuve que vivir. Muchas veces tenía ganas de soltar la carcajada ante una madre que me contaba sus desdichas, todo era digno de la televisión o el folletín, y creo que se me fue filtrando la necesidad de reproducir esas parodias del medio en que me movía (¡con bastante soltura, por lo demás!, decía yo las mismas frases, encontraba le mot just, ponía las mismas caras de desvelo).

—¿Cuántas versiones haces de una novela?
—Siete u ocho.

—Cuando te sientas a escribir.; ¿conoces la línea argu-mental de principio a fin?

—Sí. Hago apuntes muy meticulosos y los vuelvo a trazar antes de cada versión, aunque la escena final casi siempre surge en el último momento, pero se trata de una escena decorativa, que ya no agrega al argumento; por ejemplo, en El tañido la imagen del cisne degollado en los canales de Venecia.


—Aparte de este trabajo de construcción minuciosa, ¿crees en la inspiración?

—Los momentos en los que se desatan las ideas son de lo más misteriosos. Supongo que a todo mundo le pasa lo mismo. Recuerdo que una vez llegué a la Embajada en Moscú y me encontré con que era día festivo y yo no lo sabía. Decidí ir a la casa de Tolstoi, pasé ahí la mañana y salí con una especie de fiebre, un delirio que me hizo escribir el cuento “Asimetría”. Recuerdo también una exposición en Praga con motivo del centenario de Egon Erwin Kisch, quien vivió en México. De repente vi fotos de personajes mexicanos de los años cuarenta, el parque España, casas de la colonia Roma donde vivían muchos refugiados europeos y me vino una nueva visión de lo que podía ser El desfile del amor. Sería tristísimo estar todo el tiempo frente a la máquina de escribir o la computadora sin tener estos momentos.

—En tus novelas resulta cada vez más importante la voz de los personajes. Domar a la divina garza es prácticamente un monólogo dramático, ¿no has pensado en escribir teatro?

—Es lo que siempre quise escribir. Estaba seguro de que iba a ser dramaturgo, pero las dos únicas veces que he escrito teatro el resultado ha sido monumentalmente mediocre, de no creerse. Hice una versión de Troilo y Crésida, ubicada en México. La escribí con un entusiasmo enorme en Varsovia; lo mismo otra obra como chejoviana. Cuando las volví a leer no creí que eso pudiera ser posible. Son de esas cosas terribles que pueden destruir a un autor después de su muerte. Pese a todo, el teatro no deja de interesarme, y mis novelas tienen planteamientos y escenarios muy teatrales.

—¿Das a leer tus manuscritos?

—Monsiváis coincidió conmigo en Londres y leyó el manuscrito de El tañido, pero en general, vivir tanto en el extranjero, lejos de medios literarios, me privó de comentar mis textos. Tuve que ser autosuficiente y a veces me queda-ba con muchas dudas.

—Una vez publicado el libro, ¿le haces caso a la crítica?

—Me encanta que salgan muchas, pero las leo en tal estado de aturdimiento que bien a bien no las entiendo. De cualquier forma, las críticas de Juan García Ponce y otros escritores me han estimulado y me han ayudado a observar rasgos que he podido potenciar en obras posteriores.

—Durante años fuiste un escritor un tanto marginal, desconocido para el gran público. Tu regreso definitivo ha sido como de hijo pródigo: premios, reediciones, un sinfín de entrevistas; alguna vez me dijiste que el reciente éxito de tu obra se debe a que vives en México.

—Yo creo que sí, de otra manera hubiera seguido publicando mis libros, teniendo un grupo de pequeños lectores, pero me hubiera quedado en un nivel muy minorita-rio. El hecho de participar en presentaciones, de salir en la televisión de vez en cuando, amplía el círculo de lectores; creo que esto le pasa a todos los autores.

—Lo cual habla de un gran provincianismo: si no te ven la cara no te leen.

—De un gran provincianismo y de un nacionalismo muy fuerte, de sólo interesarse por lo que está visible, a la mano, por lo que sirve para algo inmediato.

 He procurado ceñirme mucho a la trama y que el lenguaje sea su acompañante, busco comunicar la historia con pocas veleidades de estilo, procurando evitar que haya una autonomía de la lengua sobre la trama.

Textos tomados de la entrevista al escritor que aparece en el libro LOS ONCE DE LA TRIBU, de Juan Villoro

 *

– “Uno es los libros que ha leído, la pintura que ha visto, la música escuchada y olvidada, las calles recorridas. Uno es su niñez, su familia, unos cuantos amigos, algunos amores, bastantes fastidios. Uno es una suma mermada por infinitas restas”.

– “La inspiración es el fruto más delicado de la memoria”.

– “Un libro leído en distintas épocas se transforma en varios libros”.

– «No escribo para nadie, sino que para lo que estoy escribiendo corra después la aventura y encuentre, si es que los encuentra a sus lectores”.

– “De la única influencia de la que uno debe defenderse es la de uno mismo”.

– “Estoy convencido de que ni siquiera la inexistencia de lectores podrá desterrar la poesía”.

– “Todos, tanto los castos como los lascivos, han aprendido que el sufrimiento es la sombra de todo amor, que el amor se desdobla en amor y en sufrimiento”.

– “Un novelista es alguien que oye voces a través de las voces”.

– “Desde mis comienzos, mi escritura ha quedado cercada por límites estrechos: unos cuantos temas y personajes, un tiempo limitado. No he saltado al presente”.


                                     *

"Los caminos de la creación son imprecisos, están llenos de pliegues, de espejismos, de demoras. Se requiere la paciencia de un ángel, una buena dosis de abandono y, a la vez, una voluntad de acero para no sucumbir a las trampas con que el inconsciente se encarga de obstaculizar al escritor su camino."

"No concibo a un novelista que no utilice elementos de su experiencia personal, una visión, un recuerdo proveniente de la infancia o del pasado inmediato, un tono de voz capturado en alguna reunión, un gesto furtivo vislumbrado al azar, para luego incorporarlo a uno o varios personajes. El narrador hurga más y más en su vida a medida que su novela avanza. No se trata de un ejercicio meramente autobiográfico; novelar a secas la propia vida resulta, en la mayoría de los casos, una vulgaridad, una carencia de imaginación. Se trata de otro asunto: un observar sin tregua los propios reflejos para poder realizar una prótesis múltiple en el interior del relato."

"¡Viajar y escribir! Actividades ambas marcadas por el azar; el viajero, el escritor, sólo tendrán certeza de la partida. Ninguno de ellos sabrá a ciencia cierta lo que ocurrirá en el trayecto, menos aún lo que le deparará el destino al regresar a su Ítaca personal."

"La tarea del escritor consiste en enriquecer la tradición, aunque la venere un día y al siguiente se líe con ella a bofetadas. De ambas maneras será consciente de su existencia. Por eso me han atraído y preocupado los problemas de la forma, los recursos y posibilidades de los géneros, su capacidad de transformación."

"Un novelista es alguien que oye voces a través de las voces. Se mete en la cama y de pronto esas voces lo obligan a levantarse, a buscar una hoja de papel y escribir tres o cuatro líneas, o tan sólo un par de adejtivos o el nombre de una planta. Esas catracterísticas, y unas cuantas más, hacen que su vida mantenga una notable semejanza con la de los dementes, lo que para nada lo angustia; agradece, por el contrario, a las Musas, el haberle transmitido esas voces sin las cuales se sentiría perdido. Con ellas va trazando el mapa de su vida. Sabe que cuando ya no pueda hacerlo le llegará la muerte, no la definitiva sino la muerte en vida, el silencio, la hibernación, la parálisis, lo que es infinitamente peor."

"Todo escritor deberá desde el inicio ser fiel a sus posibilidades y tratar de afinarlas; tener el mayor respeto al lenguaje, mantenerlo vivo, renovarlos si es posible; no hacer concesiones a nadie, y menos al poder o a la moda, y plantearse en su tarea los retos más audaces que le sea posible concebir."

                               

                                     *

“Pienso que las reglas espartanas que me he impuesto podrían ser las adecuadas en una notaría, en una oficina pública o cualquier lugar menos en aquel donde trabaja un escritor. ¿No implica ya una traición a la escritura permanecer encerrado en una habitación hojeando diccionarios, eliminando o añadiendo aquí y allá una palabra? He hablado hasta la saciedad de la importancia que tiene para mí la literatura, he añadido que si aún permanezco en Varsovia es porque aquí encuentro la atmósfera ideal para escribir, pero, ¿escribir de qué, si el material que podría alimentar una narración está abajo en el parque, en la calle en el café de la esquina? Lugares donde la vida está presente, lo que no ocurre en esta buhardilla donde me obligo como castigo, como penitencia a encerrarme frente a una máquina de escribir y unos diccionarios.”

“Uno, me aventuro, es los libros que ha leído, la pintura que ha visto, la música escuchada y olvidada, las calles recorridas. Uno es su niñez, su familia, unos cuentos amigos, algunos amores, bastantes fastidios. Uno es una suma mermada por infinitas restas”

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"Esas preguntas se han hecho muchísimas veces y nadie puede contestar con exactitud, porque un escritor puede decir un día que escribe por tal razón y otras veces por otras razones. Sucede como con el músico, el pintor, el artista, el matemático. Escribo porque, como he dicho en muchas entrevistas, de niño tuve muy mala salud, pasé gran parte de mi infancia leyendo"

"Ya he encontrado la forma de que cuando tengo una serie de visiones o algo, necesito librarme de ello por medio de la palabra escrita. Y, ¿para quién escribo?Cuando escribo siempre tengo en mente a algunas personas como lectores potenciales y críticos de mi novela. A veces, cuando veo un defecto lo quito y digo, “esto”, por ejemplo, a mi amigo Carlos Monsiváis le podrá parecer una ridiculez. O tal cosa le podrá parecer bien a mi amiga fulana de tal"

"En las sociedades democráticas, la biblioteca es uno de los templos del saber. Un templo, pero no una iglesia. La diferencia es que el lector puede moverse en ella a su libre albedrío, tiene multitud de opciones. Puede encontrar un libro cuyo contenido lo domine, lo convierta en sectario de una idea, o aún de una ideología, pero encontrará tal vez otros que operen como antídoto para liberarlo de cualquier sumisión"

"Estoy seguro que durante largo tiempo el libro no desaparecerá, y si fuera así, no sería por el uso de la Internet y otros medios audiovisuales, ya que esos sistemas de comunicación son susceptibles de potenciar los efectos unos a otros"

"Cervantes es un adelantado de su época, no hay ningún ulterior corriente literaria importante que no le deba algo a El Quijote: las varias ramas del realismo, el romanticismo, el simbolismo, el surrealismo, la literatura del absurdo, la nueva novela francesa y muchísimas más encuentran sus raíces en el libro de Cervantes"


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Editorial Almadía le publicó en 2010 Una autobiografía soterrada. Ampliaciones, rectificaciones y desacralizaciones, compendio de ensayos y relatos en los que Pitol habla de recuerdos, lecturas, viajes y personas que conformaron su estilo literario. De ahí entresaco estos 10 fragmentos que lo revelan de cuerpo entero:

Puedo documentar la niñez, la adolescencia, toda mi vida a través de las lecturas. A partir de los veintitrés años, la escritura se entreveró con la lectura.

En buena parte la imaginación deriva de mis experiencias reales, pero también de los muchos libros que he transitado.

Descreo de los catálogos y las recetas universales. […] Sería monstruoso que todos los escritores obedecieran las reglas de un mismo decálogo o que siguieran el camino de un único maestro. Sería la parálisis, la putrefacción.

Cuando viajo llevo más de una docena de libros para tener varias opciones de lectura.

Hace unos días encontré en Autobiografie altrui, el último libro de Antonio Tabucchi, una frase formidable: “Carlo Emilio Gadda invitaba a desconfiar de cualquier escritor que no desconfiara de su propia labor”.

Salvo el instinto lo demás son minucias.

Mi aprendizaje es resultado de una lectura inmoderada de cuentos y novelas, de mis empeños como traductor y del estudio de algunos libros sobre aspectos de la novela […].

De la única influencia de la que uno debe defenderse es la de uno mismo.

Estoy convencido de que ni siquiera la inexistencia de lectores podrá desterrar la poesía.

Escribir ha sido para mí, si se me permite emplear la expresión de Bajtín, dejar un testimonio personal de la mutación constante del mundo.


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Sí, porque (la mala literatura, la de consumo masivo) está por todas partes y que las propias editoriales grandes, mediante la mercadotecnia, la quieren hacer pasar por obra de arte, hasta el punto de presentar al escritor o la escritora de esa literatura burra como extraordinario, magnífico o como el mejor libro escrito en 10 años. Desde el siglo XVIII, en la historia de la literatura existe esta corriente de la escritura de entretenimiento y me parece que está bien. Durante mi adolescencia y juventud había muchos escritores de este tipo, que hacían una literatura que no era erótica, sino más bien melosa, pero conocían sus límites y sabían muy bien lo que hacían. Como es habitual, ellos ganaban mucho más dinero que los escritores, pero no entraban a la historia de la literatura, ni a las ternas para los premios ni tenían posibilidades de lograr algún doctorado honoris causa. No molestaban a nadie, al contrario, eran un servicio a la sociedad. Pero ahora no sucede esto. Ahora hay un cambio importante provocado por las editoriales, que quieren situar a sus escritores en la cúspide, pero al final esto a mí no me molesta porque me he dado cuenta de que todos estos escritores de literatura de entretenimiento ya nadie los menciona ni se acuerda de ellos. Están tan marchitos que no se pueden ni siquiera reeditar.

El cuento y la novela son dos géneros diferentes. Creo que el buen cuento está más cerca de la poesía que de la novela. La novela es más fácil de escribir porque en ella hay muchos temas, muchos personajes y temáticas, mientras que al cuento no le debe de faltar ni sobrar ni una palabra.

Hay libros y cuentos que en el momento de escribirlos me han producido una felicidad enorme. Es el momento de la escritura, cuando llega el tema y los detalles y ves que la literatura lo capta bien. Lo que hago en mi vida es escribir, igual que un buen carpintero pule la madera para hacer bien el mueble. También estoy satisfecho de que desde que escribo libros nunca he hecho política literaria, de grupos, gracias a que viví muchos años fuera de México y nunca participe de estos grupos, que muchas veces están condenados al fracaso absoluto.


¿Cree que un escritor debe aspirar a la perfección?
Yo creo que sí, que la literatura, el escritor y la gran obra es un esfuerzo racional o irracional de llegar a una perfección.


“Mi obra y mi vida se imbricaban de un modo asombroso. Estaba frente a una autobiografía enmascarada, que quizás sería el único en descifrarla. En algunas partes he declarado que la literatura hace conectar todas las épocas de mi vida y les da una unidad: la infancia, los viajes, la escritura y la lectura, los sueños, una amplia variedad de sentimientos, desasosiegos, victorias, lecciones, desdichas, temores, hasta llegar a la vejez y a la proximidad de la muerte”.

“Es éste mi método: traduzco no del idioma, traduzco desde el poeta. También admito que con profundo respeto por el traducido es inevitable que el resultado en español al fin y al cabo sea un poema a cuatro manos, escrito por mí y por el traducido. En otras palabras, este es ‘mi’ Ungaretti, éste es ‘mi’ Montale, éste es ‘mi’ Quasimodo”.




miércoles, 15 de abril de 2020

Salman Rushdie, ideas y opiniones sobre la creación literaria







Salman Rushdie nació en Bombay en 1947. Debutó con la novela “Grimus” en 1975, a la que siguieron la multipremiada “Hijos de la medianoche” (1981, premios Booker y Booker of Bookers en sus ediciones 25 y 40). Por “Los versos satánicos” el ayatolá Jomeini de Irán, pronunció la fetua en su contra debido a sus referencias al Islam y al Corán. Las amenazas de muerte cambiaron por una década su forma de vida. Ha publicado una decena de novelas, dos libros para niños y ensayo. En sus propias palabras, se hizo el escritor más famoso del mundo por los motivos equivocados. Tuvo que adoptar una identidad falsa, Joseph Anton, que, dos décadas después, daría título al libro de memorias en el que explica su periodo en la sombra. Pasada la tormenta, Rushdie es hoy un hombre libre que, además de un activista por la libertad de expresión, vuelve a ser valorado como un gran escritor y no como víctima del fanatismo religioso.

Este autor, inteligente, rápido de mente y juguetón con las ideas, tiene mucho que enseñarnos con respecto a la creación literaria. Ha pensado mucho en ello, tiene gran impacto mediático y con sus 20 libros que han pasado la prueba del tiempo, se ha ganado el respeto de los lectores y de la crítica 

 FRASES: 

“En los años de protección policiaca, me pidieron que encontrara un seudónimo que pudiera utilizarse para alquilar casas en donde fuera a vivir. Entonces saqué el nombre de Joseph Conrad y Antón Chejov, porque pensaba que Conrad escribía muy bien sobre un mundo secreto, sobre espías e intriga, y yo me encontraba en ese mundo. Y Chejov, porque escribía sobre el aislamiento y la nostalgia, sentimientos que tenía yo en todo momento. Empecé a escribir el libro en primera persona, como uno haría cuando escribe sobre su vida. No me gustó. Me parecía narcisista. Quería que el libro diera la impresión de ser un relato novelesco y el problema con la primera persona en una autobiografía es que el personaje que habla desde su yo tiene experiencias diferentes a las de los demás personajes, entonces, en tercera persona este personaje es uno entre tantos otros y puede tener sus propias experiencias”.

Al tratar de escribir un libro en el momento exacto de los acontecimientos, se da esa sensación de estar toreando muy cerca. Pero es emocionante, de pronto estúpido y fatal, pero emocionante. Sientes que si lo haces mal, el libro va a ser irrelevante inmediatamente, como un periódico de ayer. Pero si tienes suerte, vas a poder capturar un momento de la historia. Creo que algunas de las grandes novelas han logrado hacer eso. Por ejemplo, ‘El Gran Gatsby’.
Una novela no es una tesis. En una tesis, si usted se contradice, el trabajo pierde valor. Pero en una novela, si hay muchos procesos contradictorios simultáneos, eso puede enriquecer la lectura. A mí no me molesta que la ficción se contradiga. Sí, es una contradicción. Pero eso es algo bueno.
Yo no creo que las novelas nos puedan enseñar muchas cosas. Pero creo que nos pueden mostrar el mundo de una forma interesante.

El problema de la religión es que cree que posee la verdad y a mí siempre me ha causado desconfianza la gente que piensa así, porque probablemente no la posee. La verdad es mucho más compleja y no puede ser reducida a un conjunto de ideas. Entonces me preocupa el papel que la religión ya juega en el mundo, un papel cada vez más opresor. Y no solo estoy hablando del Islam radical, sino que en Estados Unidos, donde hoy vivo, uno ve los devastadores efectos del cristianismo radical, como los movimientos en contra del aborto que terminan en masacres en clínicas de Planned Parenthood.




—La narrativa es indestructible, porque es una gran y profunda necesidad. Las nuevas formas se inventan todo el tiempo, con esta nueva tecnología aún no sabemos cómo serán esos nuevos formatos. Quizá se conviertan en algo grande, como los blogs. Es una forma de escribir que hace años no escribía. En términos literarios no veo de dónde surgirá la nueva forma de arte excepcional, con la nueva tecnología. Creo que no hemos llegado todavía. A diferencia del arte visual, que han encontrado ya muchas maneras de utilizarla. Lograron dar el salto a esa tecnología. En literatura creo que todavía falta llenar ese vacío, pero lo haremos. No seré yo, claro, alguien de mi edad ya no; alguien de tu generación sí.

P— En “Las mil y una noches”, que homenajeas con tu nuevo libro, la narración está armada de una manera en que parece una caja adentro de una caja. ¿Cómo retomaste esa técnica narrativa??

R—Una de las técnicas de las antiguas colecciones de cuentos es tener una historia dentro de otra historia y dentro de otra. Una de las cosas que he aprendido de eso es que así es como vivimos: nosotros tenemos nuestra propia historia que está dentro de la historia de la familia, que está en la historia de la ciudad, y cuya historia está dentro de la del país. Vivimos en una historia dentro de otra y de otra. Por eso ese tipo de formato es atractivo, porque se siente similar a la manera en que vivimos.
P— ¿Qué tan complicado es ese recurso?

R—Escribir es muy difícil, de por sí. Pero con este libro tuve algunos problemas técnicos: tiene varias líneas narrativas que deben ir unidas. Me tomó cerca de un año y medio comprender cómo sería la narrativa. Una vez que lo resolví me divertí mucho escribiéndolo.

Para mí, como escritor, los nombres han sido algo muy importante, es un gran asunto para mí.


P. Por un lado, usted habla de la inmensa autonomía que tienen los personajes de su obra, y cómo en ella el personaje adquiere vida y vuelo propios. Y no obstante, de alguna manera, usted mismo parece que fuera un personaje de su propia ficción. ¿Cómo se siente esta clase de dualidad de ser a un tiempo creador y creado, autocreado?

SALMAN RUSHDIE: A veces creo que es como una venganza de mis personajes de ficción contra mí, su autor. Cualquier personaje mío de ficción podrá decirle que estar en uno de mis libros es un destino bastante duro. En general, son muy maltratados. Muy pocos salen con vida. Tienden
a estallar y se les caen los edificios encima, les afligen enfermedades terribles, se les acercan desconocidos a tajearles la cara. En fin, es duro ser personaje de ficción en estos tiempos. Así que supongo que llegó la hora de la venganza. Me acuerdo de cuando se publicó mi novela Hijos de la
medianoche, que trata de un muchacho que tenía la nariz muy grande y algo acatarrada: cada vez que yo iba a hacer una lectura del libro en público, me resfriaba. Siempre pensé que, con eso, él se vengaba de mí. Uno de los motivos para escribir de este modo es que siempre me pareció que el mundo en realidad es así; y resulta espantoso descubrir que uno tiene razón. El mundo es así: el mundo ya no es un lugar tranquilo, ya no es el que conoció Jane Austen, que podía describir la vida humana como una serie de fiestas y casamientos; está muy lejos de eso, lamentablemente, y los acontecimientos recientes parece que así lo demuestran.
“…hay que proteger el derecho de la gente a creer o no creer, y a expresar esto como le plazca, pero sin que eso genere un ambiente de rechazo a la indagación. Es decir, en tanto ideas o conjuntos de ideas, las religiosas no difieren de ningún otro conjunto de ideas y están
sujetas a las mismas reglas. Introducir el concepto de la ofensa, en el discurso intelectual, vea
usted, es muy extraño, porque si la regla es que uno no debe ofender, entonces simplemente no puede hablar. Todas las cosas ofenden a alguien. Muchas de las cosas que dicen las personas religiosas me ofenden a mí. Pero no se trata de eso. Si fuese por motivos de ofensa, ciertamente habría que prohibir la mayor parte de las grandes obras maestras del siglo XX. Se sostuvo que Ulysses, de James Joyce, ofendía a la Iglesia Católica; en su época se la tuvo por muy pornográfica. Lolita, de Nabokov, se consideró que era un libro sobre la vejación de menores y muy sucio.


"Admiro a García Márquez, sabe usted, y me parece que es un gran escritor. Yo, como la mayoría de los escritores, soy gran lector. Me parece que los escritores leen mucho y, entonces, las raíces, o las cosas que tocan campanadas en la cabeza de uno, pueden provenir de casi cualquier parte.
En el caso mío, hace largo tiempo que me intereso mucho por la literatura latinoamericana, la que se puede encontrar cada vez más en buenas traducciones, cosa que no ocurría en la época en que comencé a interesarme por ella.
…Pero para mí la verdadera revelación, cuando todavía era estudiante universitario, fue Borges.
…El ambiente fantasmal de mi novela le debe algo a Rulfo.
…Y luego García Márquez. No sé, siempre me juntan con él. Es muy halagador, en cierto modo, porque estimo que es uno de los grandes escritores del mundo. Pero creo que hay profundas diferencias entre nosotros que, para decirlo en la forma más simple, surgen del contrapunto campo-ciudad."

"Creo que la pregunta sobre el personaje central de una novela y lo estrecha que es su relación con el autor siempre pone a los autores a la defensiva. Porque lo que todo escritor diría es: “No tiene nada que ver conmigo”, y eso será siempre una mentira. Pero lo contrario tampoco sería la verdad. El hecho es que este personaje no soy yo; desde el momento en que uno crea un personaje, que es el que refleja el punto de vista de la novela, por supuesto que algo del punto de vista propio se expresa por ese medio. Es decir, cómo podría no ser así, por qué lo haría uno de otro modo. … Supongo que él no soy yo, pero de todos modos comparte algunas de mis ideas y, bueno, otra vez, por ser personaje de una de mis novelas, lo pasa muy mal. Pero hay ciertos aspectos de su vida que no puedo negar que no serían como son si las cosas no me hubieran ocurrido a mí como me ocurrieron.
… En un caso como éste, cuando el personaje de mi novela habla de cómo venció sus temores, por cierto que tiene mucho que ver con lo que me sucedió a mí."

Y en todos los libros que he escrito ha habido más o menos algún deseo de enfrentarme a alguna versión oficial de la verdad, con el fin de decir que hay otra manera de ver las cosas, que tiene relación con la memoria y no con la versión oficial. De esto nace una paradoja extraordinaria, y es que quienes poseen el poder se convierten en creadores de ficciones, y que los que son creadores de ficciones terminan por tener que decir la verdad. Una curiosa inversión de los papeles.


"Lo que me gustaba del Quijote, por un lado, es que es un necio obsesionado con cosas absurdas, pero que es noble, porque se aferra a su mirada del mundo contra toda evidencia. Me parece que Cervantes estaba tratando de satirizar la cultura basura de su época, así que pensé 'pues nosotros también tenemos cultura basura”
Creo que uno como escritor no tiene que repetirse. Me parece que el enorme impacto de García Márquez llevó a muchos escritores latinoamericanos a tomar otra dirección.

Si hablamos de premios, creo que he tenido mi cuota. Cuando ganas es muy lindo y cuando no, no importa. El mejor premio es que el libro sobreviva.


“El problema de la vida real es que no se ajusta a los parámetros de una trama interesante. Los hechos se suceden lentamente y no siempre están en conexión unos con otros”.


El Londres de Dickens, por ejemplo, está descrito con detalles absolutamente realistas. Y sin embargo, en sus novelas emergen personajes mucho más grandes que ese mundo, mucho más grandes que la vida. Y funcionan precisamente porque surgen de ese tremendamente detallado universo.

P. ¿Para terminar, usted cree que a través de la escritura, y sobre todo de la literatura, podemos entender esta, nuestra realidad actual?

R. Espero que sí. Sin duda creo que una de las cosas que puede hacer hoy la literatura es, volviendo un poco al principio, enseñarnos o recordarnos cómo realmente somos los seres humanos, en un momento en que caemos, cada vez con más fuerza, en posiciones extremas. El ser no es singular, es plural. Es muchas cosas, es contradictorio. Si nos entendemos así, es más fácil encontrar puntos de encuentro con otras personas. Deberíamos entonces aprovechar ese poder de la literatura, el de mostrarnos las cosas en su variedad, en su multiplicidad, en su complejidad, cosa que nos permitirá reencontrar lazos en esta sociedad tan rota.

Lo cierto es que en todo lo que escribo hay un fuerte componente de humor, aunque a veces sea un humor negro. De hecho, no creo haber escrito nunca nada sin humor porque, personalmente, aborrezco leer libros que no tengan algo divertido. Hay grandísimos escritores como, por ejemplo, George Eliot, al que encuentro muy difícil de leer porque no permite ni el esbozo de una sonrisa en toda su obra. Es siempre de una inquebrantable seriedad.

P. ¿Por qué esperó tanto tiempo para escribir sus memorias, sobre todo con lo que ocurrió tras la publicación de 'Los versos satánicos'?
R. Tardé un tiempo hasta que decidí que había llegado el momento de contar lo que había vivido. Además, convendrá conmigo en que es una historia interesante, y yo no dejo de ser un escritor. Quería también ser el primero en contar mi historia. Mucha gente creía saber cómo habían sido las cosas, pero solamente yo tenía la información veraz de lo que había pasado todos esos años. Uno de los beneficios de haber esperado tanto es que en el momento de escribir mis recuerdos de esos años, ya no tenía una implicación emocional con los hechos. Escribir este libro tres o cuatro años antes hubiera sido muy duro para mí y hubiera revivido muchos sentimientos negativos. Quise esperar hasta que yo estuviera al mando de la historia y que no fuera la historia la que me dominara a mí. Si le soy sincero, el libro supuso una liberación. Fueron muchos años guardando el secreto de cómo habían sido las cosas. Secreto que no solamente guardaba yo, sino todos aquellos que me ayudaron y nunca dijeron nada.


“Un ensayista estadounidense decía que el puritanismo es el miedo de que alguien pueda llegar a ser feliz. Así el placer se convierte en un acto revolucionario”.

“La libertad de expresión es lo que hace posible el arte”.

“La libertad de expresión está siendo atacada y necesita ser defendida. La mejor manera de hacerlo es ejerciéndola. Escribir lo que hay que escribir; dibujar lo que hay que dibujar”.

“La ficción es un lugar peligroso. (…). No siempre lo que hay ahí es verdad. Aunque puede generar verdades de la naturaleza humana”.

“Simplemente creo que el humor es algo muy civilizado. Reírse de uno mismo es uno de los aspectos centrales de cualquier civilización. Los seres humanos aburridos nunca tienen sentido del humor. Los tiranos tienen un mundo sin humor...".

“Lo más importante es que un escritor debe tener un buen detector de mierda de su propia escritura”.

“Siempre me ha gustado infringir las fronteras culturales. Hay que conocer los ambientes de los que se va a escribir”.

“Hay dos clases de novelas: una de todo y otra de casi nada. Esta es de todo”.

“¿Qué por qué el sueño de querer ponerlo todo? Porque somos muy arrogantes”.

"Hay muchas formas narrativas. El realismo es un recién llegado para reclamar que es lo único".

“El personaje ficticio más peligroso es Dios”.

“Hay que tener cuidado con lo que deseas. Si se quiere un mundo ideal, y el precio de eso es la pérdida del sueño y la oscuridad de aquello que levanta monstruos, puede ser aburrido. Quizá ese es el problema del ser humano: que no queremos lo que queremos”.

“Hemos perdido algo importante en la literatura, y es ese pacto con el lector de la suspensión de la incredulidad”.

"La ficción fantástica es muy rigurosa y realista, y debe ser así si quieres que el lector te acompañe".

"Cuando escribí Joseph Anton me liberé de una parte de mí. ¡Estuve con ella 20 años!".

“Cuando usas tu verdad para escribir, luego no sabes que es verdad y que no”.

“En mi futuro como escritor no iré hacia la no ficción. Estoy contento de volver a la ficción”.



“No es la literatura la que va a resolver los problemas del mundo, no puede hacerlo directamente, pero en casos muy raros hay libros que tienen una influencia directa de la vida de la gente. La literatura no funciona así, pero lo que sí creo es que la literatura puede modificar la actitud y la mentalidad de los lectores”.

Lo cierto es que el poder de la novela radica en que no necesita mucha tecnología para conseguir un mensaje: basta escritorio, pluma y papel

“En ese momento el lector no sabe en qué momento del libro sucederá este milagro y el escrito tampoco sabe en qué lectores producirá ese efecto, aunque sí es verdad que algunos libros conmueven profundamente a algunos lectores y modifican su forma de ver el mundo”

“Todos soñamos y cuando dormimos pasan cosas sumamente raras en nuestro cerebro. Pero pienso que mientras tengamos la capacidad de soñar seguiremos teniendo la de inventar historias”.

Desde tiempos inmemoriales el ser humano cuenta historias y lo ha hecho para entenderse a sí mismo. Por eso, “cuando un niño nace, una vez que es alimentado, está calientito y se le ha bañado, lo que viene es que se le cuente un cuento. Casi siempre, lo primero que dice un niño es: ‘Cuéntame un cuento".

¿La fatwa lo cambió? “Sí, algo. Me convirtió en alguien más obstinado y descubrí que cuando alguien te hace callar no debes hacerlo, sino hacer oír tu voz más fuerte. Me dio formación, me guió en otra dirección y me obligó a ser uno de los primeros en indignarse por este fenómeno”.


P. HBR: ¿Cómo puedes saber que estás listo para empezar un nuevo libro?

R. - ¡Hola! Normalmente porque una idea me molesta. A veces tienes una persona sobre la que quieres escribir, a veces hay un evento que quieres explorar. Joseph Heller dijo que todas sus novelas comenzaron con una frase: uno vendría a él, y sabría que contenía muchas más. Si una idea se queda, todavía me interesa, surge cada mañana cuando me despierto, eso me dice que tengo que prestar atención. Y a veces eso puede tomar muchos años. Antes de escribir La Encantadora de Florencia, Había estado pensando tanto en el emperador Akbar como en Niccolò Maquiavelo durante décadas. Siempre pensé, «Voy a escribir sobre ellos uno de estos días». Nunca se me ocurrió que acabarían en la misma novela. Pero en algún momento empezaron a hablar entre sí, y me di cuenta de que era el libro.

P. ¿Cómo trabajas? ¿Y ha cambiado con los años?

R. Siempre me he dicho que lo trate como un trabajo de 9 a 5. Sólo ve a hacerlo. No importa si te sientes bien ese día. No creo que escritores o artistas puedan permitirse tener un «temperamento creativo» o esperar a que descienda la inspiración. Tienes que sentarte ahí y hacerte hacerlo. Y con los años esa es una disciplina que realmente desarrollé. Puedo sentarme en mi escritorio todos los días y hacer mi trabajo, nunca darme permiso para no hacerlo. Una vez que tu mente entiende que no tiene excusas, es notable cómo comienza a seguir adelante. Tal vez soy inusual entre los escritores en que no soy un recluso. Muchos escritores, especialmente cuando están profundamente comprometidos con la escritura, se retiran del mundo. Encuentro que me siento muy nutrido por participar en el trabajo exterior, estar con gente que me importa, hacer cosas que me gusta hacer. Eso me revive y me da energía y me permite volver al trabajo renovado al día siguiente. Lo que ha cambiado es que cuando empecé, solía escribir mucho más en un día que ahora: cuatro páginas, cinco páginas. Ahora estoy haciendo 400 o 500 palabras. La diferencia es que el trabajo solía necesitar mucha revisión. Ahora escribo mucho menos, pero está más cerca de una pieza terminada. También solía sentir la necesidad de tener un buen sentido de la estructura de la historia antes de poder comenzar. A medida que me he hecho más viejo, tal vez uno se pone más valiente al saltar de un acantilado, me encuentro más dispuesto a empezar sin planear todo. A menudo, la historia que termino es bastante diferente a la historia que pensé que había empezado a escribir. La escritura se convierte en un proceso de descubrimiento.

P.¿Es su habilidad para escribir mejor prosa la primera vez ahora debido a la práctica o disciplina?

R. Creo que es una de esas cosas que mejora con la práctica. Pero hay algo más: hay un punto en el que realmente comienzas a saber quién eres y en qué dirección esperas que tu trabajo vaya, y eso te da mayor confianza y claridad, para que lo consigas bien la primera vez.

P. ¿Cómo sabes cuándo un libro está terminado?

R. Agotamiento. No es que esté físicamente cansado, pero mi imaginación sí. Hay un punto en el que no lo estás haciendo mejor, solo lo estás haciendo diferente. Tienes que ser bueno reconociendo ese punto. Hemingway dijo que una de las cosas más importantes que necesitaba un escritor era, si me disculpan, un detector de basura muy bueno. Y creo que eso es cierto: la capacidad de saber cuándo es bueno, cuándo no es bueno y cuándo está hecho.

P. ¿Solicita comentarios?


R. No comparto el trabajo en progreso, porque me parece demasiado frágil. Si estoy escribiendo una escena divertida, y te la muestro y no te ríes, me siento triste, pierdo la confianza. Así que lo llevo tan lejos como puedo antes de mostrárselo a nadie. Pero luego me interesa mucho lo que los editores y amigos tienen que decir. No se trata tanto de necesitar que les guste, aunque siempre es agradable. Lo que realmente quiero es que me digan dónde están los problemas. Normalmente hay media docena de personas a las que les muestro el libro cuando estoy listo: editores y amigos. Necesitas personas no sicofánticas que te digan la verdad.

P. Estás cerca de muchos otros escritores. ¿Cómo se apoyan e inspiran los unos a los otros?

R. Si dijera que nos reunimos y hablamos de literatura, no te estaría diciendo la verdad. Hablamos de casi todo lo demás. Pero tenemos una especie de comprensión instintiva el uno del otro, porque todos estamos haciendo lo mismo. Lo que también ha sido valioso es conocer escritores mucho más jóvenes que yo. Hay una tendencia a estar muy comprometido con su propia generación y a sentirse inspirado por las generaciones anteriores o a discutir con ellas. Así que es fácil olvidar a la generación que viene después. Pero esos jóvenes escritores son tan útiles como viejos amigos. Te mantienen fresco y te permiten ver cómo las personas de otro punto en el tiempo, criadas en un mundo diferente, piensan y hacen las cosas.

P. ¿Cuál es la parte más difícil de tu trabajo?

R. Comprender el mundo es algo muy difícil. Llevar a los seres humanos a la vida en la página es algo difícil. Siempre he sentido que un escritor también debería tener alguna relación con el lenguaje que cambia todo el tiempo: nuevas voces, nuevos estilos, nuevas formas, y eso es un combate constante. Lo más difícil es que no se sienta difícil para el lector. Pero estoy haciendo que suene como si fuera sólo un trabajo duro. No lo es. En realidad es lo más agradable que se me ocurre hacer. Los momentos en los que soy más feliz son cuando escribo un libro y siento que funciona. Es emocionante, mucho más que publicar un libro. En realidad, con el paso del tiempo, temo cada vez más el momento de la publicación.

P. ¿Por qué? ¿Por las rondas de publicidad?

R. Sí, en parte por lo que se espera de ti. Pero también, es un momento muy vulnerable. Cuando escribes, te engañas pensando que es un acto privado. Estás solo en una habitación. Nadie más está leyendo. Sólo eres tú y la página, y estás tratando de hacer que funcione. Y puede tomar muchos años; he tardado tres veces cinco años en escribir un libro. Así que parece algo que es sólo tuyo y de nadie más, y luego viene la publicación, y estás obligado a admitir que esta cosa es en realidad un acto extremadamente público. Y te sientes desnuda. Es como desnudarse en público. Además, usted no quiere prescribir el libro a la gente, para decirles de qué se trata y cómo leerlo. Quieres que traigan su imaginación. Así que la forma en que se comercializan los libros va en contra de mis instintos. Si nos fijamos en el siglo XVIII, uno de los grandes períodos de la historia de la literatura inglesa, era totalmente posible que los libros se volvieran extremadamente famosos mientras que sus autores seguían siendo más o menos desconocidos. Piense en Viajes de Gulliver, Robinson Crusoe, Tristram Sandy. Eran libros famosos, pero sus autores no tenían que hacer nada para promoverlos.

P. Trabajaste brevemente en una agencia de publicidad. ¿Qué aprendiste de esa experiencia?

R. Una cosa es la disciplina. Si tienes que producir trabajo para el jueves a las 2:30 porque ahí es cuando llega el cliente, aprenderás a hacerlo. También trabajé en publicidad durante un período en el que las personas que se convertirían en los cineastas británicos más talentosos de su generación estaban haciendo comerciales. Hice un comercial de Clairol Loving Care con Nicolas Roeg. Hice un comercial de secador de pelo con Tony Scott, antes de que él fuera a hacer Top Gun. Hugh Hudson, Alan Parker. Terminé trabajando con este grupo de personas extraordinariamente talentosas.

P.Tu primer libro fue repasado. ¿Por qué lo has hecho?

R. Escribir es realmente una llamada. Es necesario para la persona que lo hace. El mundo se está ahogando en libros; incluso si lees una gran obra maestra todos los días, nunca serías capaz de leer todas las que ya existen. Así que si quieres añadir un libro a esa montaña, será mejor que sea necesario. De lo contrario, salva los árboles.

P. ¿Cómo respondiste a las críticas al principio de tu carrera, y eso ha cambiado con el tiempo?

R. Cualquiera que diga que no le importa probablemente esté mintiendo. Me sorprendió mucho cuando mi primer libro fue recibido sin amabilidad. Fue perturbador. Pero también fue muy útil, porque me hizo cuestionar de nuevo lo que pensaba acerca de escribir y cómo hacerlo, y empezar de nuevo de una manera diferente. Y eso llevó a Los niños de medianoche. Así que tal vez fue un error que tuve que cometer para encontrar al escritor que tenía dentro de mí. Por cierto, ese primer libro todavía está impreso y lo está haciendo bastante bien, así que a veces pierdes el juego corto pero ganas el largo.

P. Niños de medianoche ha recibido tantos elogios. ¿Alguna vez sientes como si estuvieras persiguiendo su éxito?

R. Ese libro hizo cosas maravillosas por mí. Creó el sentido de la gente de mí como escritor. Me hizo financieramente independiente. Pero ya no escribo así. Era un libro de jóvenes. Cuando empecé a escribirlo, tenía 27 o 28 años. Cuando fue publicado, yo tenía 33 años. Y estoy a punto de tener 68 años. Fue hace mucho tiempo. Lo bueno de la vida escrita es que no hay edad de jubilación. Todo lo que haces es escribir el siguiente libro.

P. ¿Cómo afectó la fatwa tu trabajo?

R. Inmediatamente después, no tuve mucho tiempo ni espacio para pensar en el trabajo; el mundo gritaba en mis oídos. Pero no quería que me descarrilaran como artista. Así que me dije firmemente: «Sigue siendo el escritor que siempre has sido». Y si muestras mis libros en secuencia cronológica a alguien que no sabe nada de mi vida, no creo que ese lector diría: «Oh, mira, algo terrible sucedió en 1989, y todos los libros después de eso se ven afectados». Creo que verían continuidad en la literatura. No hay gran interrupción. Y estoy orgulloso de eso... el hecho de que fui capaz de seguir siendo yo mismo como artista.

P. Eres muy activo en Twitter. ¿Cuál es la apelación?

R. Sólo inmediatamente— poder decir lo que tienes que decir de inmediato, sin mediar. Sabes, los libros tardan mucho tiempo en escribir. Es ridículo tratar de abordar temas de actualidad en la ficción, porque vivimos en un momento de cambio muy rápido. Las redes sociales son lo opuesto a los libros. Los tweets no tienen una vida a largo plazo, pero tienen una inmediatez útil. Me resistí a Twitter al principio, pero un amigo me retorció el brazo, así que lo intenté, y para mi completo shock, estoy en un millón de seguidores. Te pone un megáfono en la mano. Y cuando hay algo por lo que gritar, es útil tener un megáfono.

P. En un reciente discurso de iniciación en Emory, le dijo al público que se esforzara por algo más allá de la felicidad. ¿Por qué te esfuerzas?

R. Mi amigo Martin Amis tiene una frase maravillosa: «Lo que esperas hacer es dejar atrás un estante de libros». Quieres ser capaz de entrar en una librería y decir: «De aquí a aquí, soy yo». Esa idea de hacer algo duradero que perdure más que la moda, los eventos contemporáneos, hay algo muy hermoso en eso para mí. Los escritores de ficción popular están buscando libros que un gran número de personas querrá leer y disfrutar de inmediato. Pero los libros que admiro como lector y que estaría feliz de hacer como escritor son los que aguantan la prueba del tiempo. Estoy muy contento, por ejemplo, de que Niños de medianoche tiene ahora 34 o 35 años y que las personas que no nacieron cuando salió el libro pueden conectarse a él.

P. ¿Por qué los empresarios deberían leer ficción?

R. La no ficción se vende mejor que la ficción en estos días. Pero una cosa que aprendes como un mayor de historia es cómo son los eventos impugnados. Los hechos son resbaladizos. La verdad es imperfecta. La ficción lo reconoce. También hay otro tipo de verdad —la verdad de cómo los seres humanos nos relacionamos unos con otros, para colocar, para ideas y sistemas de creencias— y eso se encuentra en una novela. A medida que las personas tienen acceso a mejores traducciones, pueden usar la literatura para entender otras partes del mundo. Si ves Afganistán en las noticias, son explosiones y gente gritando. Pero si lees, digo, El Kite Runner, empiezas a entender la experiencia vivida de un afgano.

Diría que la literatura en sí misma, las palabras en la página, son generalmente más fuertes que las fuerzas que las atacan. Por ejemplo, la poesía de García Lorca ha probado ser más fuerte que la Falange y los escritores de la Unión Soviética han probado ser más duraderos el que régimen de Stalin.

Entonces la literatura es poderosa, los frágiles somos los autores. Es muy fácil atacar al cuerpo del escritor, llevarlo a la cárcel, torturarlo y asesinarlo; por ello considero que debemos de pensar en defender a los escritores ya que, de alguna forma, su trabajo les sobrevivirá.

No estoy hablando sólo de escritores creativos, de ficción, porque creo que vivimos en una época de enorme peligro para los periodistas; nos ha quedado muy claro que los periodistas han sido considerados como blancos estratégicos para muchas zonas en guerra, y si no estuvieran ahí cumpliendo con su trabajo no sabríamos nada de lo que ocurre, entonces estamos atestiguando un esfuerzo heroico y literario de otro ámbito que debemos reconocer y debemos reflexionar acerca de lo que podemos hacer para proteger mejor a los periodistas.
Yo no quiero declarar en defensa de la literatura, si ella misma es más grande o de lo que puede ser capaz de provocar. La literatura no puede resolver los problemas del mundo, tampoco puede cambiar directamente la forma en que vivimos en el mundo.

En rarísimas ocasiones surgen libros que tienen una influencia directa en las personas; esto se puede decir de la novela La cabaña del tío Tom, que tuvo un gran efecto en el debate sobre la esclavitud dentro de Estados Unidos, pero la mayoría de la literatura no funciona así.

Lo que creo que puede hacer la literatura es modificar la mentalidad de cada uno de los lectores, ya que cuando amas un libro éste se convierte en una manera de percibir el mundo y el asunto es que ni el lector sabe cuándo un libro tendrá efecto en su vida, como tampoco sabe el autor cuál de sus lectores será afectado de tal forma.

Ocurre de vez en cuando que algunos libros motivan a ciertos lectores que buscan cambiar la forma en que vemos el mundo y la mayoría de nosotros podemos decir cuáles han sido esos libros que nos han cambiado la visión del mundo, y serán diferentes para cada quien y nos cambiarán en muy distintas maneras, pero ésa es la forma en que los libros nos hacen cambiar, no como un gran cambio que se gesta como movimiento político o social, lo hacen con un lector a la vez.

Lo que sucede con los premios, y he tenido algo que ver con ellos, es que a veces vienen hacia ti pero no deben ser la motivación para trabajar. Me explico: yo sólo quiero escribir mis libros y si unos caballeros en Suecia piensan que debería ganarlo me daría mucho gusto, pero no paso mi tiempo pensando en ello.

El mundo está lleno de escritores geniales y sólo hay uno de esos premios al año, entonces hagan sus cálculos y gracias por considerarme.

Nunca he creído a los políticos. Ha habido momentos en mi vida en los que estoy escribiendo sobre algún tema y la versión oficial es totalmente opuesta a lo que digo, pero sé que la versión oficial no es cierta. Por ejemplo, cuando escribía Hijos de la medianoche, hay un capítulo que narra los actos genocidas practicados por el ejército paquistaní en la región que se convertiría en el país independiente de Bangladesh; los asesinatos en masa que ocurrieron han sido bien documentados y existen evidencias fotográficas, de todo tipo, y sin embargo la versión oficial de Pakistán, hasta hace poco tiempo, era que nada de esto había pasado. Entonces te encuentras “cometiendo” un acto de recordar al hacer memoria y escribir “esto fue lo que vi, esto pasó así”, de pronto eres un problema porque tu versión entra en conflicto con la versión oficial.

Es una enfermedad muy difícil de transmitir. He pasado mucho tiempo contando historias a mis hijos, pero ellos no han adquirido la enfermedad, es como el ébola, difícil de contagiar.

Aparentemente todo iba a matar a la novela. Cuando surgió el radio, iba a matar a la novela; cuando llegó el cine, iba a matar a la novela; la televisión también, todo trata de matar a la novela y ésta sigue con vida. Creo que una de las razones por las que sigue viva es su cualidad de ser una forma de tecnología muy elemental, sólo requiere a una persona, un lápiz y papel. Cualquier otra forma requiere de mayor tecnología que es generalmente más cara y por ello más fácil de controlar.

Por el contrario, esta forma de tecnología elemental es muy fácil de producir y muy difícil de controlar, ello la convierte en poderosa.


P. Desde que empezó hasta hoy, ¿ha cambiado mucho como escritor?

R. Cuando escribí Hijos de la medianoche era un obseso de la técnica. Lo fundamental para mí era la arquitectura del relato, que tenía que ser de una perfección absoluta. La estructura de la novela tenía que estar resuelta antes de ponerme a escribir la primera línea. Con el tiempo ha dejado de ser así. Ahora cuando escribo, improviso más, de manera parecida a como hacen los músicos de jazz. Mientras voy creando, espero a ver qué pasa. Cuando la técnica deja de ser un problema, no es necesario pensar en ella y se crea con mucha más libertad. Me empezó a pasar cuando escribía El último suspiro del Moro. No era yo quien tomaba las decisiones, sino que esperaba a ver qué pasaba en la página y lo ­disfrutaba.

P. ¿Qué escritores han influido más en usted?

R. Dickens más que nadie, porque… Últimamente hay una polémica acerca de si el arte de contar historias es algo distinto de la literatura… Para mí son cosas inseparables. Todo es lenguaje. Cuando abro un libro quiero que me cuenten una historia, ver cómo los personajes se mueven por el mundo. Antes hablamos de Lolita. Sin ella no hay historia. Dickens entiende mejor que nadie la función narrativa de las historias, por eso es capaz de desplegar tantos planos narrativos que se entrecruzan sin jamás confundir al lector. Es la misma técnica que utilizan las series de televisión hoy. Solo que Dickens ya lo hacía en el siglo XIX. En sus novelas hay arzobispos y asesinos, tenderos y putas, nada queda fuera de su alcance. Doy clases de escritura creativa y lo primero que digo a mis estudiantes es que lo más importante es tener una buena historia que contar.

Un escritor se puede considerar afortunado si uno de sus libros, uno solo, llega a tocar el corazón de la gente de verdad. Que te admiren, que te respeten, ser famoso…, todo eso está muy bien, pero que la gente ame de verdad una obra tuya… no suele suceder, y eso es lo que me ha pasado a mí con Harún y el Mar de las Historias. Se publicó hace casi 30 años y siempre que estoy de gira con un libro nuevo se presentan lectores con un ejemplar de Harún. Hay gente que me cuenta que lo conoce porque se lo leyeron sus padres siendo niños y ahora se lo leen ellos a sus hijos. Me parece fascinante que una novela pueda pasar así de generación en generación.