Manual
de eufemismos elegantes
[o
de cómo opinar cuando prefiere no hacerlo]
Lizzy
Cantú
Uno.
Elogie el atrevimiento de perseverar en el mal gusto. “Me parece
una propuesta muy valiente/joven/honesta”. Los libros de historia
están llenos de audaces. Los cementerios también.
Dos.
Sea un pacifista. “¿Por qué pelear por esto si podemos pelear por
otras cosas?”.
Tres.
La sinceridad absoluta funciona solo en términos muy generales. “Lo
que más me gustó es que me hizo pensar mucho”. Después excúsese
y vaya a pensar mucho en otras cosas.
Cuatro.
Emplee el método de la papa caliente. “Sé de alguien a quien va a
encantarle”. Después derívelo con la competencia. Funciona igual
si le han mostrado un avance de un documental o lo nombraron jurado
del postre que hizo su sobrina adolescente.
Cinco.
Contribuya al progreso del otro. “¿Y has pensado qué vas a hacer
después de ‘esto’?”. Olvídese de aclarar que esto se refiere
a la vergüenza, la infamia o la impotencia.
Seis.
Si es necesario, recurra al autodesprecio y excúsese en la propia
ignorancia o ineptitud. “Francamente no siento que yo sea la
persona adecuada para juzgarlo”. Para mayor credibilidad, evite el
cliché “Creo que soy yo”. Pero establezca distancia. “Yo nunca
podría hacer algo así”.
Siete.
Evite dejar constancia de su juicio. “¿Te parece mejor si te
llamo?”. No aplica si le piden un prólogo, una contratapa o que
sea en algún festival muy concurrido. Para esos casos, recurra a
alguno de los otros mandamientos.
Ocho.
Muestre siempre genuino interés. “¿Cuánto te tardaste en
terminarlo? Me interesa mucho saber cómo lo hiciste”. En algunas
ocasiones puede usarse la variante psicoanalítica. “¿Por qué
decidiste hacer algo así?”. Aprenda de los errores ajenos.
Nueve.
Apele al mal gusto del público para justificar una mala obra. “Creo
que es para un cierto público muy selecto”. Después
contextualice. “Esto en [inserte aquí una época o lugar lejano]
sería perfecto”. Algunos optimistas con visión de largo plazo
aprecian la incomprensión que algunas veces precede a la genialidad.
Diez.
Rehúse dar una opinión anteponiendo un valor supremo. “¿Para qué
arriesgar nuestra amistad?”. Funciona con encuentros amorosos
fallidos y manuscritos de muy malas novelas. En el peor de los casos,
el sujeto en cuestión preferirá conservar su amistad.
Aparte tomado de:
No hay comentarios:
Publicar un comentario