ANTOLOGIA DE DECALOGOS LITERARIOS

"Los Diez Mandamientos, considerados útiles reglas morales para vivir en sociedad, tienen un excelente uso literario. El escritor, al contar sus historias, debería hacer que sus personajes violen constantemente estos mandamientos, en conjunto o por partes. Mientras alguien robe, mate, mienta, fornique, blasfeme o desee a la mujer del prójimo tendremos un conflicto y en consecuencia una historia que contar. Por el contrario, si sus personajes se portan bien, no sucederá nada: todo será aburridísimo."
Fernando Ampuero


Uno de los más interesantes y que recoge más sabiduría, tiene un solo postulado. Se lo leí a Alejandro Quintana y dice:

"Porque en realidad ya se ha contado todo; lo novedoso es contarlo de forma interesante".

Es muy común que los escritores, cuando gozan de cierto reconocimiento, decidan organizar sus ideas en forma de recomendaciones que suelen enumerar en listas, generalmente en forma de decálogos, muy a manera de configurar una suerte de "Tablas de la Ley"o de "Diez Mandamientos" , en los que pontifican,-con razón o sin ella, en concordancia con su prestigio y sabiduría o apenas haciendo gala de una vana pretensión un tanto ególatra- sobre sus verdades decantadas acerca del oficio de escribir.

Unos condensan verdaderas sentencias, otras son apenas esbozos que naufragan en su propia babosería; unos son un compendio de ingenio, otros verdaderos destellos de humor, mientras algunos apenas sí resbalan como peligroso chascarrillo en el reino del lugar común.

De todas maneras, en esta página recopilamos algunos de ellos, como elemento para el análisis y estudio de los interesados en el ejercicio de escribir. Muy recomendado para aprendices y aficionados, para lectores desprevenidos, para alumnos de talleres literarios y para todos los que se deleitan del bello arte de la Literatura.

Al final citamos los más ingeniosos, clásicos, reconocidos o polémicos.

Lo que comenzó como un divertimento, pasó a ser una disciplina que permite enriquecer la teoría de la creación literaria, en la voz de los maestros. La idea original parte de la página www.emiliorestrepo.blogspot.com
Comentarios y aportes, favor remitirlos a emiliorestrepo@gmail.com

domingo, 17 de mayo de 2015

Prestigio del diez - ROBERTO BURGOS CANTOR

Prestigio del diez  - ROBERTO BURGOS CANTOR

El escritor y editor colombiano Roberto Burgos Cantor compartió con Arcadia 10 consejos para tener en cuenta a la hora de escribir buenas historias.

El primer diario de la peste, en Egipto, relata 10 plagas.
Los primeros 10 días del mes, período propicio para los sacrificios.
Las tablas de la ley prescribieron 10 mandatos.
Algo debe vibrar entre la atracción por la unidad y el misterio del cero para que este número determine suficiencias y múltiples decálogos.
¿Serán posibles 10 consejos para quien padece entre la espalda y el pecho el misterio incierto de un deseo?

Probemos:

1. Escribe de lo que no sabes y tiene el poder de estremecerte con su enigma. Así conocerás la dificultad.

2. Olvídate del lector, es una vanidad de redactores. Cada texto llama, imagina su lector, le hace guiños, se merecen. Evita aquello de aprieto al lector por el cuello. Es imposible: no lo conoces y quien escribe no se prepara para manejar la horca.

3. Descree de la realidad: es una apariencia, una engañifa, un juego de espejos nublados. Aférrate al sueño y sobrevive a la incertidumbre. Así surgirá tu voz. A menos que te interesen los coros, pero entonces no es necesario que escribas.

4. Escritor es quien escribe, no quien se pone en esa fila inoficiosa de quienes esperan el milagro de una circunstancia a la medida de un vacío.

Una tarde de lloviznas el padre Enrique Gaitán S. J, nos convidó a Fernando Garavito y a mí para hablar de creación con sus maestros y alumnos, en el socavón de una capilla. Por imprecisión o por debilidad dije algo que Fernando interpretó como una queja. Con risa y sorna, replicó: Roberto quiere un mecenas o un consulado. Esa noche, avergonzado, no pude dormir buscando las palabras de un cuento.

Lo que se escribe solo existe en la escritura, es su forma única de existencia y expresión.

5. Debes leer siempre: es una condena. En esas lecturas conocerás a tus amigos. Con ellos dialogarás en las soledades de la escritura. Te exigirán y te darán aliento. Ya verás que la mayoría de esos cómplices están muertos. El amor con los muertos no se negocia, puro sentimiento radical. Imprecación y llamado.

6. Hay un amigo que te dirá. Los amigos dicen una sola vez para no convertirse en voceros de la cantaleta. Te dirá: la precisión es la poesía de la prosa. Si te sirve tatúalo en tu pulso. Recuerda, como el joyero con los metales, que tu asunto es con las palabras y debes entrar a la mina de la lengua y reventarla para que saques las de tu texto.

7. Escoge, busca sin cansancio, tu poesía. Como quien reconoce su estrella. Hay quienes confunden la poesía con las rimas involuntarias, con flores podridas. La poesía despoja a la prosa de solemnidad, de sometimiento a la regla, la incita al riesgo. Es conveniente en una época en la que la narración está entregada al desgaste de las palabras, al abuso de la repetición, monedas falsas circulando sin pudor ni sanción para que nos entendamos menos.

8. Si no crees en la inspiración, actúa con la prudencia medida de la escritora norteamericana, del Sur. Espérala, y siempre pon de tu parte: sudar la letra. Es un revuelto de gracia y esfuerzo que recompensa a los constantes, voluntariosos, creyentes. La disciplina gratifica, como el ciclista o el boxeador, se ejercita toda la vida, hasta cuando renuncia a ella.

9. Leer sin sosiego. Leyendo y leyendo percibirás que los escritores que establecen a manera de normas, recomendaciones, reglas, sobre el oficio no son permanentes ni universales, como las admoniciones de los moralistas. Ellos mismos las transgreden. Cada obra de creación es única, es la tuya. En eso consiste su valor. En mostrar que cada ser humano tiene algo qué decir y vivir y cantar y llorar. Ese carácter de único le da sentido a la ambición del escritor.

¿Si no para qué? Nos dedicamos a los crucigramas.

10. Escribe sin designio distinto al pacto contigo. No cedas a la tentación de las proclamas. Ni a las demostraciones. La libertad del arte auxiliará tu acercamiento al abismo.

Ahora, ya verás que no requieres de 10 anti-consejos. Apenas de lápiz y papel. Tu aventura te mostrará lo que necesitas, apenas a ti. Y por una sola vez.

Al boxeador tirado en la lona le cuentan hasta 10 para su salvación o para su derrota.
Tomado de:


http://www.revistaarcadia.com/libros/articulo/consejos-para-escribir-roberto-burgos-cantor/42539


Ñapa: Entrevista al escritor, a propósito de creación literaria:
Tomada de : https://www.librosyletras.com/2018/10/homenaje-al-escritor-roberto-burgos_16.html?utm_source=feedburner&utm_medium=email&utm_campaign=Feed%3A+LibrosYLetras+%28Libros+y+Letras%29


- ¿Le gusta más vivir en el silencio o a veces es buena la bulla? 
Yo combino bulla y silencio como en el documental de Pablo Burgos. Hay ruidos que conducen al silencio. 

- ¿Cómo surgió la primera imagen de su libro Ese silencio
- Alguien me contaba la última vez que vio al hombre con quien se había amado hacía muchos años. Fue un ver sin verse. 

- ¿Cuál es el tema central del libro? 
- Observo que las narraciones de estos días, como la vida, pierden con prontitud el centro. Son más como un laberinto de opciones, en todos los senderos te sientes perdido pero se camina. En Ese silencio están el infierno y el amor, la redención y la conciencia. Y narrar para saberse. 

-¿En dónde o en qué radica la fascinación del cuento?
El cuento es un pariente muy cercano de la poesía. Su orden cerrado, sus hallazgos repentinos, las revelaciones de una intuición capaz de dar cuenta de lo innombrable, son elementos que se conjugan para potenciar su capacidad de seducir, encantar, fascinar. Es probable que en esa manera delicada y poco deliberada de acercarse a lo invisible esté el secreto de su talismán secreto, como si cada palabra ahondara en el orbe del misterio, de aquello que brota sin requerir desarrollos progresivos.

- ¿En dónde radica la dificultad para escribir un cuento?
La verdad es que en todas las artes subyace un elogio a la dificultad, No hay arte fácil. Siempre se está proponiendo un riesgo, una revelación, muchas veces incomprendida en su momento. Así en el cuento al construir su orden cerrado, exacto, misterioso, sin ripios, se enfrenta el escritor al arte del joyero de miniaturas: mostrar un mundo en eso minúsculo que en lugar de disminuir agigante la percepción, profundiza la inquietud, torna incomodo a lo real.

- ¿Qué cuentistas le han robado el alma?
Para responder con verdad hay que volver otra vez a la edad del asombro: ese momento en el cual el escritor o quien pretende serlo (siempre, cada vez, se pretende serlo) está en la incertidumbre de afinar su radar, de buscar lo que quiere y lee como loco. Ese asombro de esa edad es inolvidable e irrepetible. Después uno se convierte en un lector utilitario, se la pasa dasarmando mecanismos narrativos, para nada, porque perdió la inocencia. Se lee entonces por afinidades. Nada vuelve a ser igual. De esa edad del asombro: “Dublineses” del que sabemos. “Al final del juego” y “Las armas secretas” de Julio Cortázar. “El Hacedor” de Jorge Luis Borges (Serán cuentos ¿?), “El llano en llamas” de Juan Rulfo, “Los funerales de la mama grande” de Gabriel García Márquez. Varios de Hemingway. Álvaro Cepeda SamudioSomerset Maugham. “La muralla china” de Franz Kafka. Estos trece de William Faulkner. Todos los de Juan Carlos Onetti (se aprende mucho de los fracasos). 
Así en la paz como en la guerra de Guillermo Cabrera InfanteJoao Guimaraes RosaRubem Fonseca.

- Sus obras siempre tienen un dejo de nostalgia ¿Ésta siempre lo acompaña?
Sí. La nostalgia de lo inasible, de lo que te lleva a buscar.

- ¿A veces es complicado para el escritor encontrar los títulos acertados para sus novelas?
Con los años uno comprende que los títulos son arbitrarios, pero tiene su complicación encontrarlos.

- ¿A qué edad le picó el zancudo de la escritura? ¿Apareció una musa? ¿Qué escribió? ¿A qué edad?
Es probable que eso que llamas escritura, el arte de la escritura, esconda una ambición noble: enriquecer la vida, ampliarla, postularle sentidos más allá de su precariedad. Por eso tal vez ocurre que no es suficiente amar sino que hay que escribir un amor; no basta con ser cobarde y expiarlo u ocultarlo sino que hay que escribir un cuento, una novela y establecer esa vergüenza y su salvación. O su extravío. Sentí de esto cuando estaba en la escolaridad de los hermanos de La Salle. Comenzaba historias que no lograba concluir. Inventé una de hormigas que llegaban a la luna en un satélite. Y así hasta terminar el bachillerato cuando escuché un relato a un señor mayor, una especie de padre de resto de crianza de mi madre. Me puse a recrearlo y encontré sin darme cuenta el tono y la forma. Debía tener quince años por entonces.

- Cuando dijo en casa que quería ser escritor, ¿pusieron el grito en el cielo?
Mi vocación junto con sus garabatos fue descubierta por mi madre. Ella recurrió a su marido, mi padre, quien como era natural en la época atendía los asuntos fuera de lo ordinario que tenían que ver con los hijos varones. Ambos, padre y madre, eran educadores. El señor ejercía en la Universidad y la señora en la casa. Una delicada imparcialidad por parte de mi padre, respetuosa por cierto y no exenta de amor, lo llevó a consultar los papeles que le entregó mi madre con Manuel Zapata Olivella.
Este antecedente dispuso el camino para que al momento de concluir la secundaria y definir la profesión se pudiera hablar de la vocación íntima. Mi padre recomendó que estudiara Derecho por el sentido humanístico que tenía en esa época. No lo entendí mucho pero con los años aumenta la gratitud con él porque me permitió salvaguardar la autonomía de la literatura, no subordinarla al pan comer; y también he ido encontrando en el arte un sentido de justicia que estaba en esa profesión del Derecho hoy envilecida.

- ¿Cómo fueron sus primeros intentos de escribir?
Aunque no lo sabía Cartagena de Indias insistía en ser una urbe cuidada y propia de reyes. Así una tarde me encontré enfrentado a decir la belleza de una niña del barrio que fue coronada reina del baile. Quedé desconcertado por la virtud de las palabras que arañan la belleza. Pero eso no era. Después el silencio y la clandestinidad me llevaron a escribir a escondidas. Allí apartado de cualquier destino, entregado al designio de incertidumbre de las palabras, las vi llegar. Así fue que yo pude ver.

- ¿Cómo se llamó el primer intento publicado en un suplemento o en un periódico o en un libro?
Si de intento se trata supongo que fue una nota sobre Jorge Luis Borges quien había estado en la Universidad de Cartagena presentado por Fernando Arbeláezy mi padre. Esa nota, la primera escritura de mi vida la publicó el maestro José Morilloen el Diario de la Costa. Ya sabes que cada ciudad tiene un sabio clandestino. En Cartagena de Indias había dos: en el periódico El Universal Manuel Clemente Zabala, el jefe de redacción de Gabriel García Márquez; y en el Diario de la CostaJosé Morillo.


- Volvamos a los cuentos. ¿Hoy cree que es más complicado escribir cuentos que novelas?
Ambos son cada vez más difíciles. El arte es el único oficio que no acumula experiencia. Cuando lo hace se vuelve repetición, fórmula, aburrimiento. Lo que conserva el artista es la fuerza de la niñez para seguir tirándose a abismos desconocidos.
En el cuento te puede destruir la iluminación; en la novela el riesgo de quedar atrapado en un espacio donde se podría vivir.

- ¿Existe algún secreto para que algunos cuentos perduren en el recuerdo de la gente como un tatuaje y otros se evaporen en forma inmediata?
Es como en el amor: a veces una mujer bella con esa leve sombra de imperfección necesaria para despertar la mirada encanta a alguien y a otro lo deja indiferente. ¿Por qué? La sensibilidad y la formación establecen afinidades. Quien ve un cuento que lo marca es porque también se está viendo. No te podría explicar por qué el cuento " Manuscrito hallado en una botella" de Edgar Alan Poe es el que está en mi a pesar de reconocer y gozar cada vez que lo leo lo que aporta y revela "Los crímenes de la calle Morgue". Debe ser la diferencia entre el espíritu y la mente.

-Cuando apareció su primer cuento en letras de molde ¿qué sensación tuvo?
Concluía la secundaria cuando apareció en la revista Letras NacionalesLa lechuza dijo el réquiem. Me asusté mucho y escondí la revista al pensar que estaba metido en un fenomenal lío.

- Pero luego esa “Lechuza” le abrió caminos. ¿Fue así?
Si. Estar metido en un lío se manifiesta pronto. Yo recibí con motivo de "La lechuza dijo el réquiem" una bella carta, manuscrita con letra elegante, clara, ordenada, de maestro, de Policarpo Varón, quien la firmaba en El Cisne, un legendario bar, restaurante, sitio de tertulias de la Bogotá de entonces. Al poco tiempo otra carta, con menos modales de correspondencia, de Gerardo Rivas Moreno me solicitaba un cuento para una antología que salió al poco tiempo: 15 cuentistas colombianos. Le envié "Cadáveres para el alba". Con este cuento el director de cine Duni Kusmanitz realizó un cortometraje. Y estando en el primer año de los estudios universitarios en Bogotá me sorprendió un cheque, en marcos, nunca lo pude cambiar, por concepto de los derechos de una traducción que había hecho alguien que firmaba Peter Schultze-Kraft, por un antología en alemán que sólo pude conseguir diez años después. Como ves nada se reproduce más rápido que los líos. Y el peso en el alma de sostener el merecimiento de que te llamaran escritor.

- ¿Cómo veía el mundo de las letras en Colombia, con El Cisne, el nadaísmo, Cóndores no entierran todos los díasel Premio Esso de Novela, El Noviembre llega el arzobispoLa mala hora…
Era un mundo de una presencia significativa en la sociedad. Acababa de cumplirse un ciclo interesante de novelas y cuentos sobre la violencia rural de los años cincuenta. Su aspecto testimonial, la condena moral, su ingenuidad estética, empezó a debatirse con aquel escrito de García Márquez sobre una narrativa que se ensañaba en los muertos y olvidaba a los vivos. Para muchos de mi edad nos seducía el fenómeno político que empezaba a incubarse con los análisis sociales del padre Camilo Torres. Y éramos fanáticos de la revista Mito y dos libros que habían publicado: La casa grande de Álvaro Cepeda Samudio y unos cuentos de Pedro Gómez Valderrama. Por supuesto los ensayos y la poesía de Gaitán Durán eran leídos con fervor. Ahora que lo preguntas,  recuerdo esos años como una época de confluencia. Los debates de Jorge Zalamea. Las irreverencia religiosas unas del Nadaísmo y la rebelión política que acabó con la vida de “El hombre de la llama”. Empezaba la experiencia de Letras Nacionalesdirigida por Manuel Zapata Olivellay en cuyos primeros números se publicaron unos ensayos con ambición total sobre el arte colombiano de Francisco Posada Díaz. Y por supuesto mencionas a Héctor Rojas Herazoquien con su novela Respirando el Verano quedó de segundo premio nacional de novela el año que ganó La Mala Hora. Para los escritores que nos iniciábamos había una rica modernidad en el debate pero una asfixiante ruralidad en la mayor parte de la producción literaria.

- Mientras unos tiraban piedras, los otros se iban para la guerrilla, los de más allá adorában al Che y seguían al cura Camilo, y los de mucho más allá escribían. ¿En qué bando estaba?
Eran tiempos aquellos en los cuales la idea de la revolución era la gran devoradora. Exigía sacrificios. Yo estaba en el infierno de ser leal a la vocación de escritor y torturarme con las incertidumbres sobre la realidad de la violencia. Prefería la imaginación al poder que como ya sabes termina expulsada por las temerosas ortodoxias de la autoridad temerosa.

- ¿De qué protagonistas de qué novelas se enamoró?
Bueno, allí quedan como esas esquelas de las cuales uno no se decide a desprenderse:
Meursault, de El Extranjero, de Camus.
Natasha, de Guerra y Paz, de Tostoi.
La pastora Marcela de El hidalgo caballero Don Quijote.
Odette, de En la búsqueda del tiempo perdido, de Proust.
Holly Golightly, de Desayuno en Tiffany´s, de Capote.
La maga, de Rayuela, de Cortázar.
Alejandra, de Sobre Heroes y Tumbas, de Sabato.
La Habana, de La Habana para un Infante Difunto, de Cabrera Infante.
El de los pescaditos de oro, de Cien años de soledad, de García Márquez.
La ballena, de Moby Dick, de Melville.
Melissa, de El cuarteto de Alejandría, de Durrell.
La muchacha de Brighton Rock, de Graham Greene.
La rusa, de La consagración de la Primavera, de Carpentier.
Y así. Como ves aquí la poligamia es fecunda y ambiciosa.

- ¿Devoraba con inmensa pasión las obras de qué escritores colombianos y latinoamericanos?
Es un tiempo de la vida en que se lee en medio de un ambicioso desorden. Es el tiempo en que el escritor cachorro busca sus parientes, afina su intuición, se esfuerza por encontrar interlocutores. Leí mucho de la literatura llamada de la violencia con su esfuerzo moral y testimonial. Quería saber en qué estado del arte estaba mi tierra. Leí A Zapata OlivellaCaballero CalderónJorge ZalameaJosé Antonio Osorio LizarazoEutiquio LealAlberto SierraÁlvaro Cepeda SamudioManuel Mejía VallejoAntonio MontañaFuenmayorGabriel García MárquezEnrique PosadaEduardo Zalamea. Rivera. Isaacs. Soto Aparicio, Gaitán Durán. Conocí los cuentos de Rulfo. Leí a Vargas Llosa, al Sábato de El Túnel, a Borges, a Asturias, a Neruda, a Icaza, a Roa Bastos. Cuentos de Cortázar. Si, los leí antes de venirme a Bogotá.

- Cuándo llega a Bogotá, ¿qué ideas tenía de esta ciudad?
Tenía una idea que tal vez conté en Señas Particulares (mi libro de testimonio de la vocación) y era tomar un poco de distancia de la vida en el Caribe, del ámbito familiar. En el Caribe a fuerza de ser solidarios y amistosos la vida se convierte en un tejido que no permite la soledad. También me ocurría que la vida universitaria en Cartagena de Indias me permitiría privilegios por la reputación de mi padre quien había fundado el Departamento de Humanidades de la Universidad de Cartagena. De alguna manera Bogotá tenía la leyenda del frío, del recogimiento, de los café, de las librerías. Y así me vine para la Universidad Nacionalla Facultad de Derecho y Ciencias Políticas y Sociales que fue una experiencia que afinó y determinó mi mirada del mundo.

- ¿Fue muy duro romper ese cordón umbilical entre el calor y la cultura de Cartagena, los abrazos del papá y las caricias de la mamá, para tratar de querer una ciudad, grande, fría, lejana?
Si. Todo el tiempo me persigue la ausencia del mar. Creo que el ingrediente de nostalgia o melancolía que se asoma en mi proviene de haber abandonado a Cartagena de Indias, la bella. Ya sabes que la pregunta semanal de Eligio García Márquez, con una constancia ejemplar, durante sus últimos cinco años fue: ¿Y cuándo nos volvemos a Cartagena, la cangrejera? 

- En aquellos años ¿leía más escritores europeos, estadounidenses, latinoamericanos? ¿Era la fantasía del boom? ¿de los colombianos?
La verdad es que durante los años de formación del escritor, formación que no acaba nunca, se lee con una voracidad abierta, insaciable. Con las lecturas el escritor se da cuenta que una vez establecido el estado del arte, más que leer por ambición se lee para encontrar interlocutores, esas lecturas que hacen guiños. Así leía de todo.

- ¿A quién quería copiar cuando empezó con este maravilloso oficio de escribir?
Es probable que mi encandilamiento estuviera con Joyce y Kafka. Pero se abría camino, muy temprano, la oscura conciencia de que nadie puede escribir como otro. Que todo el empeño consiste en encontrarse con uno mismo. Encuentro no siempre posible. Copiar a otro es estéril, al contrario del copista aprendiz de pintor, aprende de copiar. En la literatura no. Se termina como Menard el personaje de Borges. La expresión no es termina como, sino queda como está.

- ¿Cree que encuentros como el Hay Festival sean un poco discriminatorios?
El mundo del comercio, de la llamada industria cultural, ha creado la engañifa de que el arte, los artistas, los libros, hay que ponerlos cerca al público. Nadie se opondría a tan loable propósito sino ocurriera que la noción de cercanía y de público están impregnadas de un profundo desprecio hacia la gente, se parte de que la gente es tonta y no entiende nada; y consideran que solo puede ser cercano lo fácil, lo que no problematiza, lo que se parece a la media que el comercio crea para evitar demandas de calidad. Ahora por principio, en un país de abundantes y violentos desencuentros, todo encuentro sirve para generar comunicación, humanidad, diálogo. Por supuesto, así como pienso que las campañas políticas deben excluir de manera total el dinero, con mucha más razón es indispensable erradicar el negocio de la difusión de los bienes culturales entre una comunidad dada.




De le excelente entrevista que le hizo Elkin Restrepo para la Revista de la U de A, extraemos unas que tienen que ver con influencias y procesos. Vale la pena leerla completa en:

Pero tienes una suerte que no la tiene nadie: García Márquez, Sábato, Mutis, atentos a tu trabajo, promoviéndolo.

¿Sabes? Fui consciente de eso tarde. Uno se da cuenta mucho después del tema de la suerte, pero repasando...

—No digo suerte, digo, un privilegio, que muchas veces no se da en el momento que es.

—Sí, muchas veces no se da en el momento, es verdad, y yo estaba repasando, ¿recuerdas la famosa entrevista con Faulkner en Paris Review, donde a éste le preguntan qué es lo que un buen escritor necesita, y el viejo Faulkner empieza a decir: tal porcentaje de talento, tal porcentaje de disciplina, tal…, y de pronto antes de terminar la respuesta, dice: “Y a un escritor no le hace nada mal un poco de suerte, es bueno un poco de suerte”? Entonces ésa ha sido la suerte, tener unos amigos de esa condición y calidad, sí.

Tu escritura pienso estaba muy motivada en un principio, como en otros, por la misma escritura de Cortázar.

Sin duda. ¿Recuerdas que hubo un texto en el Magazín Dominical de un contemporáneo nuestro, Ricardo Cano Gaviria, llamado algo así como “Prontuario de la literatura colombiana”, y en él hizo unas fichas breves de algunos escritores? Escritores de narrativa me acuerdo. Y yo estaba en ese prontuario, creo que lo cerraba, y él puso: “Empezará a ser mejor cuando se olvide de Cortázar”? Sí, sí, a mí Cortázar me interesa mucho, lo transgresor, lo experimental, lo lúdico; sin duda, siempre me llamó la atención Cortázar.

¿Qué otros escritores estuvieron cerca en ese momento de formación de tu estilo y lenguaje?

Yo en esos años leí con mucha curiosidad, incluso pasión, a dos o tres autores del objetalismo.
Me interesaba mucho Robbe-Grillet, me interesaba mucho Michel Butor y me interesaba Nathalie Sarraute, aunque de ella me interesaban más los ensayos. Una escritora que yo creo que cambió el registro, pero que en un primer momento también me interesaba mucho, era Marguerite Duras.
Los leía con pasión. También leía a Neruda y a Vallejo. Al Neruda de Residencia en la tierra. A Saint-John Perse. Vallejo me interesaba mucho. Había unos autores italianos cercanos al neorrealismo, unas novelas preciosas de Passolini, otras de Pratolini, de Pavese. Esas eran lecturas recurrentes. Y del área norteamericana, había un autor de novelas y cuentos, Saroyan, que me gustaba por su transparencia, su ternura...

Un autor que también le interesaba mucho a Cepeda Samudio

Sí, y curiosamente cuando terminé el bachillerato, mi padre, que había estado en esos días en Bogotá, me dio uno de los primeros… no me regaló muchos libros, porque él suponía que la biblioteca era de todos, pero me entregó dos libros: uno de Saroyan y París era una fiesta de Hemingway... En Cartagena en ese entonces no había muchas librerías, pero la papelería-librería Mogollón tenía unos estantes de libros y un día, curioseando, me llamó la atención un libro por el formato, la tapa dura, las manchas como de acuarela, y era Saint- John Perse, traducido por Jorge Zalamea; ahí hubo una revelación también...

¿Qué podrías decir vos de tus cuentos y novelas?

Las ficciones, por lo general, son aventuras de la incertidumbre. El escritor está inmerso en una especie de navegación, empujado, arrastrado o detenido por corrientes desconocidas pero guiado por la brújula de su instinto. Un instinto afinado en la fatalidad de aceptar que cada vez que escribe un cuento, una novela, un ensayo, está otra vez al comienzo. Y ese comienzo es un empezar de mayor dificultad, sabe menos, y el logro está más lejos, porque la ambición no puede domesticarla sino que lo reta con crueldad. ¿Has visto el minero que aparece en una fotografía con la esmeralda más grande del mundo? La encontró, y al día siguiente se fue más temprano al socavón a ver si hallaba otra más grande aún. Es decir, el escritor nunca abandona el riesgo si quiere seguir siendo escritor.
 Empecé escribiendo cuentos. Ellos me enseñaron que la divulgada opinión de que ellos son una preparación para escribir novela no es cierta. Es un género exigente, de extraña perfección, de ajustes secretos, y que me consuela de no ser invocador de poesía. Las exigencias del cuento lo preparan a uno para el rigor y quizás ese aprendizaje explique por qué algunos escritores nos iniciamos en el cuento. El cuento nos prepara para la dificultad. Aunque una escritora de cuentos, espléndidos por cierto, dice que ella no entiende que se califique al cuento de difícil ya que la gente se la pasa contando, como una actitud natural de la vida. Siempre nos contamos algo.
Así el primer libro, el que salvó mi condición de escritor fue Lo amador. Cada día me da sorpresas gratas. Desde el regaño de David Jiménez cuando yo afirmé que era un libro que sólo habían leído mis amigos, hasta los conceptos de Alonso Salazar, quien me confió que lo utilizaba en sus clases.
Y ya sabes lo que ocurre: al boxeador de la categoría Walter-junior cuando gana una pelea empiezan a hostigarlo con la pregunta de cuándo pasa al peso pesado; o al beisbolista del campo Santa Rita en Cartagena de Indias cuando batea un home-run que llega hasta el cerro de La Popa enseguida le preguntan: “¿Cuándo te vas para las grandes ligas?”. Al escritor de cuentos igual:
“¿Y qué esperas para escribir la novela?”. Entonces no esperé nada, sino que me apliqué a escribir la novela: El patio de los vientos perdidos. Desde esos libros he continuado con lo que Capote llama el don y el látigo. El escritor se vuelve un experto en crueldades.

Las propias del oficio que en lo fundamental se reúnen bajo el sentimiento de una insatisfacción permanente, y el estado de inseguridad por volverse un trastornador de la realidad, alguien que la desembruja, que advierte trampas en sus espejismos, y las que devienen de su aparecer en el mundo exterior en el cual alguien te pregunta: “¿Y de qué trata su novela?” Y así. Ahora, después del libro de cuentos Una siempre es la misma, se publicará Ese silencio, una novela. El uno y la otra me ayudaron a tomar distancia del territorio de sufrimiento de La ceiba de la memoria, esa meditación sobre la libertad que me condujo a ver y mostrar la ausencia de humanidad que extravía al proyecto de civilización. Ahí vamos.

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