Breve taxonomía de ejercicios en los
talleres de escritura
Por: Andrés Delgado
OPINIÓN ONLINE | En esta breve taxonomía, Andrés
Delgado examina y presenta algunos ejercicios de sus talleres de escritura
creativa.
12/10/2018
La expresión “taller de escritura” es una divagación,
un rodeo, una ambigüedad. Lo es porque es evidente que existen múltiples
talleres para aprender y practicar la escritura. Por ejemplo, hay talleres de
escritura periodística a los que van los poetas que evitan morir de hambre.
Allí aprenden a resumir y concretar, evitando los adjetivos floridos y los
juicios alborotados. Hay talleres de escritura académica: para aprender a
firmar papers y ganar prestigio en la universidad. También existen talleres de
escritura jurídica, administrativa, médica. Hay talleres de escritura
científica: para bajar a la tierra el lenguaje de las ecuaciones diferenciales.
A propósito, el matemático James Maxwell decía que hasta que no describía en
inglés sus ecuaciones no tenía plena seguridad de haberlas entendido. Y, claro,
hay talleres de escritura literaria, que transmiten una emoción: allí están los
talleres de poesía, de cuento, de novela, incluso los talleres de crónica y
ensayo, géneros donde el autor cobra lo suyo y no tiene que conservar el
anonimato. En esta breve taxonomía de ejercicios comentaremos algunos que se
proponen en los talleres de escritura literaria.
Ejercicios de estilo
En un taller de escritura literaria, doña Doralba
alegaba que estaba harta de escucharme repetir que el estilo se refiere a las
palabras que un escritor decidía utilizar. “El estilo es otra cosa”, decía, “el
estilo no puede definirse de manera tan sencilla”. Ante tal enojo era mejor
quedarse calladito, además porque a Doralba le encantaba escribir, pero no
leer. De manera que yo cerraba el pico. Siempre es bueno saber en qué pelea
ajustarse las mangas y en cual hacerse el bobo.
Ejercicios de estilo de Raymond Queneau está muy bien
para estudiar el concepto. El libro va sobre una historia sencilla contada en
dos párrafos. Luego Queneau la reescribe noventa y nueve veces de maneras
distintas, aplicando diferentes estilos, diferentes maneras de usar las
palabras. La historia sencilla cobra otro nivel.
En la tarea de escoger las palabras, en un primer
momento, podría ayudar el estudio de La cocina de la escritura de Cassany.
Luego, un poco al mismo nivel está el Manual de escritura de Andrés Hoyos donde
se dejan consejos como “la voz activa es preferible a la voz pasiva”, “la
afirmación es preferible a la retórica”, “el lead y la coda: lo que bien
comienza bien termina”, “privilegie los sustantivos” y “pastoree sus
adjetivos”.
Bien sea para escribir poesía, cuento o crónica es muy
importante molerse el cerebro con las palabras que funcionan y con las que no,
es decir, forjándose un inventario de cada categoría. Yo, por supuesto, tengo
una tablita de Excel con una columna para cada una. De esta manera tener
claridad para saber cuáles se ajustan para saber cuáles sirven en la
descripción de un atardecer en el Peñol, en la Isla Martinica o en la Pampa
argentina. Para pintar a un ladrón o a un policía, que por estos días algunas
palabras funcionan para uno y para otro.
Por este lado, podría leer: Apegos y agotamientos:
sobre las implicaciones estilísticas del uso de algunas palabras
Ejercicios creativos
El mercado está plagado de libros y ejercicios de
escritura creativa. Keri Smith escribió varios: Este no es un libro y Destroza
este diario. Son un par de inventarios al estilo de “escribe un mensaje secreto
para un extraño, arranca esta página y déjala en un lugar público”. Un buen
reto para talleres de escritura creativa para muchachos de colegios.
Otros títulos que marchan por esta línea son Este
libro lo escribes tú, de Carlos García Miranda, en el que se proponen 78 retos
de escritura creativa. Uno de los más graciosos es “las cosas están vivas”. La
consigna es tomar la voz de algunos objetos y escribir lo que dirían. De esta
manera, se pretende plasmar lo que pensaría la taza de tu baño, por ejemplo,
las plantas que siempre olvidas regar, el limón podrido que mantienes en la
nevera o el libro que tienes pendiente de leer en la mesita de noche desde hace
más de un año.
Son libros livianos y entretenidos. Son para recrearse
y jugar, para soltar el teclado, el lápiz, para destrabar las palabras a
diestra y siniestra, es decir talleres de escritura creativa.
En esta misma parte de la biblioteca se podrían
ubicar: El gozo de escribir de Natalie Goldberg y El camino del artista de
Julia Cameron y otros libros con expresiones como “mayor libertad”,
“disparadores creativos”, “desbloqueo”, “encuentros con el artista interior”,
“el juego”, “introspección guiada”, “horizontes imaginativos”, incluso “camino
espiritual” y “nuestra verdadera naturaleza”.
Hay ocasiones en que estos retos apelan más a las
terapias de autovaloración que a la creación estética. Lo cierto es que en la
escritura creativa hay una palabra clave: disparadores; es decir, los
detonantes, la pólvora con la que se descubre una idea. Muy cerca de este punto
está la escritura automática de André Breton y los surrealistas. Es seguro que
me voy a ganar un problema con mis amigos poetas. No importa. Acá vamos. Ellos
me perdonarán de antemano.
En la escritura creativa podrían encajar esas cosas
del cadáver exquisito, la irracionalidad, la visceralidad, el trance y la fuma.
Es un tipo de escritura que no tiene filtro y el autor permite que toda
ocurrencia, cualquier asociación, recuerdo, nostalgia o apuesta por el futuro,
cualquier juicio o justificación quede escrita. Desde esta trinchera disparó en
muchas ocasiones el querido Andrés Caicedo y su flujo de la conciencia, la
herencia de Joyce y Proust, y a pesar de ello Caicedo escribió cosas muy
buenas. Por acá también aparece Cortázar y su combo.
En este cajón cabe buena parte de los talleres que se
realizan en ferias y fiestas del libro, en espacios en los que se prioriza en
el juego. Pero por supuesto, eso es claro (qué tal obligar a la gente a
quebrarse el lomo con un buen cuento o poema).
Ahora bien, un taller de escritura literaria no debería
detenerse solamente en estos ejercicios. Son necesarios otros prototipos de
problemas que acá llamaremos ejercicios de rigor.
Ejercicios de rigor
En este tipo de ejercicios hay una palabra clave:
edición. Cuando la escritura creativa pasa por la edición parece que se
convierte en otra cosa. Las novelas, por lo general, tienen que salvar un
filtro y aunque parezcan naturales y espontáneas son cerebrales y premeditadas.
¿Y los poemas no se editan? Dirán mis amigos poetas.
Se editan, claro, pero no todos, y por eso algunos poemas también son
“ejercicios técnicos”. Algunos libros que siguen esta línea son Mientras
escribo, de Stephen King; Cartas a un joven novelista, de Mario Vargas Llosa;
El guion, de Robert McKee. La crítica más común para ellos es que son muy
flojos porque parecen enseñando trucos, porque dejan fórmulas, recetas, como si
la literatura se tratara de una ecuación, como si el arte obedeciera a la
operación de algunas variables que siempre arrojarían un resultado.
Son libros “muy aristotélicos” dicen los
vanguardistas. Y es verdad, son trucos muy básicos, pero también es cierto que
son necesarios. Lo que sucede es que este tipo de libros se ocupan de problemas
fundamentales de la narrativa. No estoy seguro si estos mecanismos también se
presentan en la poesía. En algunos casos también se necesitan para la crónica,
sobre todo en la construcción de escenas, diálogos y descripción de
personajes.
Este tipo de libros, que llamaremos “textos
aristotélicos” para darle gusto a la vanguardia, contestan las preguntas de la
narrativa primaria: qué es un personaje, cómo se construye un villano, qué es
un clímax narrativo, preguntas básicas que todo estudiante de escritor podría
aprender. Qué es un acontecimiento narrativo, cómo se construye una escena,
cómo se crea una conexión emocional con el lector, entre otros, son problemas
narrativos que podrían estudiarse si se tiene la pretensión de contar
historias.
En este punto vale la pena anotar que, por ejemplo, en
la pintura antes de pasar al impresionismo siempre es bueno estudiar la teoría
del color y la perspectiva, así como en la música antes de pasar por la
atonalidad es conveniente estudiar la armonía básica y la polifonía.
Los “textos aristotélicos” ayudan a escribir
literatura para el entretenimiento, porque es verdad, la literatura de la línea
dura responde a otros pálpitos. Ya lo hemos dicho por otros lados. La
literatura del entretenimiento es masiva, popular y aparentemente sencilla. Por
los “textos aristotélicos” ayudan a resolver problemas de estructura, de
conflictos, de escenas.
Se ha dicho que un taller de escritura narrativa es un
gimnasio mental donde se fuerzan repeticiones para agilizar y fortalecer los
músculos de las habilidades necesarias para el género. Si lo que quiero es
aprender a crear un personaje necesitaré obligatoriamente repetir el ejercicio
una y otra vez, inventar uno, otro y otro, hasta que incorpore la técnica para
crearlos. Y lo mismo con la creación de atmósferas y clímax narrativos. La
clave es ensayar, repetir, volver a repetir, como en un gimnasio, ejecutándolas
muchas veces.
Los ejercicios creativos hacen hincapié en los
disparadores mientras que los ejercicios de rigor en la técnica.
¿Y entonces, cómo se ejercita el músculo
en una maestría de escrituras creativas?
La creatividad es muy necesaria para el punto de
partida, para la generación de las ideas y para aliviar bloqueos. Sin embargo,
una vez superada la etapa inicial hay que vaciarlo todo en el colador,
decantarlo, pulir para que se pueda leer. Y esto solo es posible si se
racionaliza editando con las herramientas de la técnica.
En el libro Cómo se cuenta un cuento, que recopilan
algunas sesiones del taller de escritura de guion de Gabriel García Márquez, se
expone la metodología del taller: se proponen historias y entre todos los
asistentes las van comentando y puliendo. El título del libro es un tanto
engañoso pero enganchador, como todo lo de Gabo, porque no es un taller de
cuento es un taller de guion. Pero no importa, aun así, es un gran libro para
asomarse a esta metodología.
En una oportunidad, intentando solucionar un problema
narrativo, al elegir un suceso entre varios posibles, el maestro resumió la
diferencia entre ejercicios técnicos y creativos de la siguiente manera: “Sí,
esta propuesta parece ser la mejor. Es la más creativa. Por cierto, estas
palabras —creativo, creativa— las vamos a oír mucho aquí, en el taller. Las
reservaremos para aquellas soluciones que no sean simplemente técnicas. A la
técnica pertenecen algunos recursos… que nos ayudan a decir, de la mejor manera
posible, lo que queremos decir. Pero las ideas fundamentales, las que hacen
avanzar la historia, pertenecen al campo de la creación”.
Gabo señala que, si bien al principio se necesita
pasar por ejercicios de creatividad, luego hay que hacer una ronda de
ejercicios de rigor. Desde este punto de vista un taller de escritura creativa
se queda corto cuando abarca algunos géneros como las novelas y los cuentos. El
taller parece insuficiente porque encaja solamente un tipo de ejercicios, los
que hacen avanzar la historia. Por eso, creo, es diferente un taller de
escritura creativa a uno de escritura narrativa.
Ahora vamos al subtítulo. Al respecto se vienen varias
preguntas. ¿En una maestría en escrituras creativas qué tipo de ejercicios se
prioriza? ¿Los disparadores? ¿La técnica? Creo que el nombre de la maestría
tiene ya una ruta y según lo que hemos comentado hasta entonces ya tiene un
derrotero para seguir.
Por otra parte, en una entrevista el escritor mexicano
Alberto Ruy Sánchez dijo que “la escritura se enseña mal, pero hay que
aprenderla bien”. Y Gabriel García Márquez dijo que "la literatura no se
aprende en la universidad, sino leyendo y leyendo a los otros escritores".
Para dar luces sobre el tema le pregunté al escritor y
cronista Alberto Salcedo Ramos qué pensaba y esto me dijo: “Borges decía que un
maestro es alguien capaz de contagiar un entusiasmo. Si en una maestría en
escritura uno encuentra por lo menos un maestro capaz de inspirar, de abrir
algún camino nuevo, ya se habrá justificado la experiencia. En todo caso, no
creo que la maestría sea una fábrica de fórmulas milagrosas. Quien quiere
escribir debe estar dispuesto a forjarse con sus propias equivocaciones y
búsquedas. Nada está garantizado. Hay que aplicar el célebre verso navajo:
‘salta, ya aparecerá el piso’”.
Y lo mismo le pregunté al escritor Gilmer Mesa, y esto
contestó: “Para escribir se requieren dos cosas: tener algo que contar y saber
cómo hacerlo. Lo primero es indudable que solo se logra viviendo a fondo,
partiéndose la crisma con el día a día, sin importar en donde se esté y cómo se
viva. La segunda es algo más complicado y se aprende con atención y dedicación
al oficio y en eso creo que sí cumplen un papel fundamental los cursos de
escritura creativa. Nadie puede enseñar el talento, eso es algo imposible de
definir y a lo más que llegamos es a descubrir quién lo tiene y quién no. Pero
la técnica, el ritmo, la estructura y todas las herramientas que hacen de un
texto algo digerible, encarretador y fluido se aprenden. De manera que se estudian
estas maestrías para depurar la técnica y mejorar el estilo. Además, allí hay
gente apropiada para leer las creaciones y encontrar quien lea objetivamente lo
que uno hace.”
¿Un aprendiz de escritor para qué tendría que ir a la
universidad? Entre otras, me parece, para aprender a leer, pero no a leer de
cualquier manera, sino a aprender a leer como escritor. El inefable Ricardo
Piglia lo explica en el libro El último lector y particularmente en el ensayo
Cómo está hecho el “Ulysses”. Piglia desempaca su destornillador y su martillo
para intentar abrir la máquina de Joyce. En las páginas siguientes
destornillará y machacará abriendo los mecanismos y ojeando formalismos,
retirará un tornillo y otro, limpiará y echará un ojo para descubrir qué hay
dentro. Entonces encuentra algunos dispositivos formales que le interesan. Solo
algunos, los que lo seducen, los que tiene tiempo de describir, los que le
caben en el ensayo porque es claro que Piglia limita su trabajo descriptivo
dejando otros dispositivos narrativos por fuera. Al escritor argentino le
interesan, en este ensayo, como él mismo dice, “los problemas de la
construcción y no los de la interpretación”.
Sigamos con la idea: aprender a leer “desde una
posición cercana a la composición misma”. En Cómo está hecho el “Ulysses”
Ricardo Piglia cita a Nabokov: “El buen lector, el lector admirable no se
identifica con los personajes del libro, sino con el escritor que compuso el
libro”. Efectos personales de Juan Villoro es otro ejemplo de esta propuesta,
lecturas personales que describen cómo se relacionó el escritor con un texto
desde la construcción.
Volviendo con la opinión de Gabo, por este lado
también se difiere con él. Creo que, en una maestría de escritura, aparte de
los ejercicios, sean cualquier que fueran, sería muy bueno entrenar un método
de lectura, aquel que enseña a leer como escritor. En una maestría de escritura
creativa, sería muy interesante que a un estudiante además de la hermenéutica,
se le enseñe a usar el destornillador y el martillo. Con ellos podría desarmar
los libros con las poéticas que le interesan. Si le interesa la literatura de
la línea dura el estudiante podría aprender a desarmar las obras con los que se
siente identificado. Si al aprendiz de escritor le interesa la literatura del
entretenimiento podría buscar su poética en estos autores. Ahora, otro asunto
diferente, y problemático sucede en los ámbitos académicos en los que se
denigra de la literatura popular, la literatura masiva, y se cree que estas
obras no merecen ser objeto de estudio. Pero esa es otra discusión.
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