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martes, 4 de julio de 2017

DECÁLOGO DE DAVID BETANCOURT


DECÁLOGO DE DAVID BETANCOURT



















Con sus libros, sus premios en concursos literarios y las polémicas en las que se ha visto envuelto, además de su indiscutible calidad como narrador de cuento urbano, David Betancourt se ha vuelto un notable y reconocido cuentista. De la entrevista que publicó la Revista Corónica, y otras varias, extrajimos sus ideas sobre el cuento, y sin querer(queriendo), quedó diseñado un decálogo para ser leído, discutido, disertado o cuestionado por los interesados en estas lides y en los talleres se escritura creativa. Bienvenida la polémica.



1.     EL MÉTODO. Yo no escribo todos los días ni me pongo horario para escribir ni escribo para ejercitarme ni para soltar la mano ni para no dejar de sentirme escritor... El método mío es no tener método. Si tuviera horarios y esas cosas escribir se me volvería como un trabajo y no pasaría tan bueno como le digo. Desde hace casi un año no he escrito una sola línea, pero sí he leído parejo y comido ensalada y montado bicicleta.La musa de inspiración no es otra cosa que tener cosas por decir. Mi musa no sabe de disciplina. A veces se aparece durante seis meses y no me deja descansar, me dicta cuentos y cuentos, pero a veces sale a paro por un año y no escribo nada. Cualquier día me levanto con ganas de escribir y tengo algo para decir y escribo. No soy de los que tienen la escritura como un trabajo, mi caso es de más libertad, de disfrute. No me obligo a escribir. Cuando digo que un libro lo escribí en un año cualquiera solo estoy diciendo que me senté a redactarlo (escribo los cuentos primero en papel, los reescribo varias veces en papel, y luego los paso al computador, y puliéndolos, podándolos, corrigiéndolos… me quedo otro rato largo). Antes de ponerme a redactar ya tengo muy claro todo.

2.     ADEMÁS DE ESCRIBIR. Dejar de leer si no me dejo, no me lo permito. Yo escribo únicamente cuando me dan ganas y tengo ideas y cosas en la cabeza y como no trabajo ni estudio me puedo dar el lujo de sentarme un año enterito y darle todos los días todo el día. Pero siempre voy sin afán. Eso sí, todo el tiempo, cuando estoy barriendo, trapeando, cocinando, sacudiendo, arreglando el solar, jugando con los gatos, matando zancudos, viendo partidos, remendando las medias… estoy escribiendo cuentos en la mente y apuntando cosas en un cuaderno. Ahora tengo un libro terminado, sobre vicios, que no me falta sino escribir.

3.     PERSONAJES. Estos tres libros son los que más he disfrutado escribiendo y los escribí como te dije: se me ocurre algo, leo o veo o escucho algo que me gusta, lo pienso bien, lo voy escribiendo en la cabeza y cuando ya está terminado en mi cabeza lo escribo en papel. Los libros con un personaje que protagonice todos los cuentos se me facilitan más, paso más bueno escribiéndolos porque no tengo que ponerme a buscarle un tono a cada cuento (diez o quince tonos en total por libro), ni un personaje por cuento (o sea diez o quince), ni necesito inventarme diez o quince maneras de hablar ni diez o quince estilos…, sino que el mismo personaje se despacha, se desahoga, se contradice, se equivoca solo y el escritor, creo, el autor del libro, no se ve o se ve menos. El que se ve es el personaje.  Mis personajes son puras cosas leídas, vividas, escuchadas e inventadas.Los personajes de mis cuentos son pura gente inventada de la vida real, que a veces se quiere parecer a mí más de la cuenta, pero ahí sí me pongo serio y no la dejo. Que sean ficción ellos que para eso están y a mí que me dejen tranquilo porque, si no, si se empiezan a parecer mucho a mí, les hago lo que les hacía a los personajes de mis primeros cuentos. Ellos saben que yo soy capaz.  A los personajes les pongo zancadillas, los pongo a fracasar, a perder, me los invento pobres y feos y de malas y llenos de problemas, les pongo enfermedades y se las quito y les pongo otras más graves, me desquito de algunos volviéndolos hinchas del Nacional o uribistas o filólogos, los mato y los resucito y los vuelvo a matar dos y tres veces más duro y cosas así por el estilo. Ese humor es de ese de las puras ironías de la vida: a mucha gente buena le va mal y a la que le va mal le va más mal de lo que se merece. Cuando parece que se asoma una luz llega el totazo más fuerte y barre con las esperanzas. La risa y la desgracia ocurren a la vez.


4.     INFLUENCIAS. Yo no sé cuáles cuentistas me han ayudado a comprender los mecanismos de la ficción corta, como vos decís, pero sí sé que Felisberto Hernández hoy es el que más me gusta. Su humor, la espontaneidad, la ironía, la gracia, el personaje de sus libros, lo patético, lo raro. Felisberto no se pone a inventar cambiando de narrador cada dos renglones ni se inventa estructuras complejas ni se pone a inventar cambiando de tiempo todo el tiempo ni le interesa tener una “prosa potente” que vaya a mil ni lucírsele al lector ni quiere descrestarlo con trucos y experimentos… Lo que le interesa a Felisberto, como a mí, es contar una historia sencillita, cotidiana, en primera persona (excepto la novela corta Las Hortensias, que escribió en tercera persona) y listo. Pare de contar. Parecen cuentos chiquiticos, pero son inmensos y algunos llegan muy adentro de uno. También me gustan mucho Ibargüengoitia, Cepeda Samudio, García Márquez, Rulfo y muchos otros, por lo mismo.

5.     DEFINICIÓN. Antes  hubiera contestado que el cuento no debe desviarse, no debe irse por las ramas, que debe tener tensión e intensidad, que no debe contar más de una historia, que no puede ser más largo de la cuenta porque deja de ser cuento y se vuelve novela o más corto porque cambia de nombre, que debe ganar por nocaut y tener un inicio, un nudo y un desenlace y todas esas cosas que dicen los manuales y que la gente repite y que enseñan en algunos talleres. Ahora, hoy, te contesto que un cuento para mí puede ser cualquier cosa, que hay muchas maneras de escribirlo, que cada cuento tiene sus propias reglas, que nadie tiene la razón y todos la tienen cuando hablan de lo que es el cuento y que lo único que tiene que importar es que esté bien escrito.

6.     CARACTERÍSTICAS. Un cuento necesita libertad, que lo escriban como se le antoje al escritor. A mí me gustan mucho los cuentos espontáneos, que son como narraciones orales, con gracia, sin lenguaje rebuscado o refinado, sabiendo que detrás de esa espontaneidad hay muchísimo trabajo, mucho cerebro para que se lea espontáneo, o sea cero espontaneidad.No soy capaz de escribir con ciertas palabras, ni tonos, ni sobre ciertos temas. Me gusta escribir como hablo, con mis palabras y con mis exageraciones, con el lenguaje de la calle, del barrio, el que le escucho a la gente común y corriente. Me gusta escribir sobre los personajes que me encuentro en los parques, en las fiestas, sobre un ladrón propio que tuve en Medellín que me robaba todos los fines de semana y que me está haciendo como falta en México, por ejemplo. Sobre lo que conozco y me interesa me gusta escribir.


7.     PREMIOS. Los premios me han servido para motivarme a escribir, para agarrar confianza, para no tener que pasármela buscando editoriales que publiquen mis libros y para que lo que escribo sea más fácil de conseguir y la gente me lea más. Cuando uno no tiene amigos en este medio ni en los medios, cuando uno vive fuera del país, cuando uno no es de los que se mantiene tirando elogios por ahí a todo el que se le atraviese ni se mantiene metido en ferias y reuniones de escritores y redes sociales… ganar premios es una de las poquitas maneras de hacerse ver.

8.     DETRACTORES. Eso sí, ganar concursos también sirve, y mucho, para conseguir enemigos y gente que no lo quiera a uno ni poquito y, por eso mismo, que lo lea a uno todo el tiempo con juicio y hable de uno y lo mantenga vigente.

9.     MEDIOS. Con mis cuentos y con mis libros y con los premios que he ganado he conseguido más amigos y gente que me quiere y que piensa y habla bien de mí. Sin embargo, esta gente buena gente conmigo no ha logrado con sus comentarios positivos lo que sí han logrado los cinco que no me quieren. Por ejemplo: los cinco dicen algo malo sobre mí y entonces me entrevistan más, me buscan editoriales, revistas, aumenta la gente de la que es querida conmigo y por eso se venden más mis libros y a mí me va mejor. También me escriben escritores y me dicen puras cosas buenas y me apoyan y algunos me hablan de la frase famosa que una vez dijo Cochise. Además, me escribe gente contándome que los cinco que no me quieren aprovechan los talleres que dan para seguir hablando mal de mí. Eso pasa siempre en la vida. A muchos les duele que a los otros les vaya bien. Si los cinco que no me quieren tuvieran la razón y sus acusaciones fueran ciertas no me apoyarían escritores ni me buscarían editoriales ni me publicarían cuentos ni me invitarían a ferias del libro ni a charlas ni me estuvieras entrevistando vos ni llegaría tanta y tanta gente de la que es querida conmigo.

10. PLAGIO. Esto es algo personal que ya, y me lo han dicho varias personas, es evidente, patente. Ellos me acusan de algo que García Márquez, y solo lo menciono a él, hizo muchísimo: jugar, algunas veces, con una idea de otro escritor, sin copiar ni una sola línea. Desconocen que en la literatura las ideas no se protegen porque si se protegieran no existiría ni la mitad de los libros que existen. Yo a este tema no le paro bolas y no le voy a perder más tiempo. Mi tiempo lo invierto leyendo y escribiendo. Apunten lo primero, para que no lo olviden: la originalidad es un imposible.

...ninguno de los cuatro cuentos, constituyen plagio, pues no hay nada literal, simplemente parten de una idea de otro con la intención de profundizarla, o mejorar, con mis limitaciones, lo que en otro me pareció una falencia, o acomodar una historia a mis palabras, a mi lenguaje, a mi estilo, a mi manera de ver el mundo, entre muchas otras cosas. Por favor, déjenme jugar.

... Es decir, gracias a las versiones, a los homenajes, a las imitaciones, a las reescrituras, en general a la intertextualidad (jamás el plagio) es que la literatura se ha nutrido y no estancado. Estas formas de escritura alimentan la literatura, la transforman.

   11  TEMAS. Para mí cualquier cosa es un tema. Mis historias parten de cualquier situación cotidiana. Y los temas en mis cuentos no varían de un libro a otro, del primer libro al último. Mis cuentos son de desamor, de vida, de muerte, de locura, de crímenes, de desencuentros, de enemigos, de muchachos… En fin, de lo que son todos los cuentos. Mis temas son los mismos de todos los escritores, la diferencia no está en el tema sino en la manera de abordarlo, en la manera de narrar la historia, entre otras cosas. Eso sí, en la mayoría de mis cuentos la niñez y la juventud son los protagonistas.

  12. GENEROS.Escribo cuentos simplemente porque es el género literario que más me gusta leer, el género que más disfruto y me divierte, el género que va más con mi personalidad. La extensión es lo de menos. He escrito cuentos de una página, pero también de veinte. Y mis libros tienen la extensión de novelas. Me gusta contar historias sin irme por las ramas, eso es todo.Se dice que el cuento es el entrenamiento para escribir una novela, y no estoy de acuerdo. No es más complejo escribir una novela que un libro de cuentos, es más, creo que es más difícil lograr un buen libro de cuentos que una buena novela. La diferencia entre los dos géneros es que la novela es extensa y el cuento intenso. Faulkner, por ejemplo, decía irónicamente que “todo novelista quiere escribir poesía, descubre que no puede y a continuación intenta el cuento, y al volver a fracasar, y solo entonces, se pone a escribir novelas”.Además, no he pensado en escribir una novela porque el cuento me gusta mucho. Me reta eso de la economía del lenguaje, escribir sin retórica, sin adornos, sin rodeos, sin ripios, sin irse por las ramas dejando abandonada la historia, sin personajes secundarios, digresiones… Me gusta el cuento porque va al grano, mientras que la novela divaga. A mi juicio, y entendiendo que la novela busca otros efectos y se mueve en un universo diferente, en su mayoría son ripiosas, relatos a los que les sobran muchas páginas, cuentos hipertrofiados. El novelista, el mal novelista, decía el escritor Julio César Londoño, es un parlanchín que sigue hablando cuando el lector ya se ha ido. Por eso me quedo con el cuento, porque le doy más importancia a la historia (a la anécdota), característica del cuento, que a la reflexión, característica de la novela.


13.   CONCURSOS. Sí, siempre es sorpresivo ganarse un concurso, a menos de que esté arreglado y uno sepa de antes que ganó. Uno confía en su libro, en su escritura, claro que tiene esperanzas, pero uno también sabe que hay gente muy buena que como uno puede ganar. Los concursos, además de la calidad de la obra, tienen un gran porcentaje de suerte: que no participe un libro mejor, que el jurado sea el más pertinente para el ganador (los mismos gustos), que en el momento de la lectura de tu libro los jurados no tengan sueño, que tu sobre de manila con el manuscrito llegue a la dirección correcta, que el concurso no tenga ganador antes de que salgan las bases, que los jurados no se encuentren con un amigo entre los participantes, muchas cosas.

14. HUMOR. Yo no es que quiera escribir cosas cómicas. Lo que pasa es que a mí me están gustando últimamente personajes raros o personajes no muy comunes y entonces yo solo escribo lo que son ellos y lo que hacen y a lo que se enfrentan, y eso hace reír. El humor en mi literatura está más que todo en los personajes que elijo. Me gusta mucho el humor, la literatura que es pura imaginación, la absurda, la que arriesga, la que le pierde el respeto a la misma literatura, la que ignora la solemnidad, la que está llena de ironía, gracia, sarcasmo, caricaturas, exageraciones, espontaneidad.A veces con el humor pasa todo lo contrario. Alguien se indigna o llora con un comentario que a otro hace reír. El humor es relativo, depende de cada persona, de su inteligencia, de lo cultural, de lo social, de lo histórico, de lo económico… Yo me puedo enojar porque alguien dice que ser enano es muy bueno porque se le facilita ver tangas y vos reírte de eso e imaginarte a un enano en esas. El humor es muy subjetivo. Para escribir con humor se necesita cierta personalidad. Cierta gracia. Cierta torpeza. Una inteligencia distinta. El escritor de humor vive siempre corriendo riesgos en cada frase y a casi nadie le gusta correr riesgos.Para escribir con humor se necesita cierta personalidad. Cierta gracia. Cierta torpeza. Una inteligencia distinta. El escritor de humor vive siempre corriendo riesgos en cada frase y a casi nadie le gusta correr riesgos.  



15. NOTORIEDAD. En general se publica y se vende al autor y no a la obra. Alguien con “nombre” no hace la fila, tampoco alguien recomendado por alguien con “nombre”, entonces la opción es enviar a concursos, que tardan meses o años en dar el resultado y solo gana uno. Además, los concursos tienen poca difusión como para sacar a un autor del anonimato. El tiempo y la calidad de la obra, creo, sacan del anonimato a cualquier escritor bueno. O un escándalo u otras cosas que no tienen que ver con la calidad.






A propósito de este escritor, cae muy bien este comentario crítico de un agudo lector

David Betancourt escribe por obra y gracia de... su antimétodo

 

Orlando Ramírez Casas <orcasas45@gmail.com>

 

Hola, jóvenes:

Estoy enfrascado en la lectura del libro “Veinte escritores colombianos nos revelan sus secretos de creación”.

¿Qué puede encontrar de nuevo en este libro un aspirante a escritor, un aprendiz de los talleres de escritura literaria? ¡Todo! Todo el libro está plagado de consejos, de tips, para ayudarlo en la tarea.

Para los que por años trasegamos esos talleres, para los que llevamos años inmersos en la tarea con más o menos dedicación, con más o menos éxito, con más o menos estilo que otros, tal vez es poco lo nuevo que podamos encontrar porque para nosotros todo está dicho en uno u otro decálogo, en uno u otro prólogo, en una u otra entrevista. Todo está dicho ya, para los veteranos.

Sabiendo esto, no esperaba encontrar nada que me sorprendiera, pero sí lo encontré.

En los consejos para escribir es un tópico aquello de que hay escritores que requieren de absoluto silencio y aislamiento, en plena sobriedad, para poder hacerlo; mientras otros pueden escribir en medio de una ruidosa fiesta y con gran cantidad de tragos entre pecho y espalda. Muchos requieren sentarse en su silla preferida frente a la máquina de escribir, pero William S. Burroughs hacía fichas tecleando de pie como en un atril, y las pegaba en una cartelera para luego irlas acomodando en distinto orden hasta tener un corpus con un hilo conductor. Ese era su estilo y, diría yo, era un transgresor del método imperante entre sus demás colegas. En esto no hay verdades absolutas, y la fórmula del uno no es aplicable a los otros porque cada quién es un caso aparte.

Yo suelo comparar la habilidad de escribir con la habilidad de montar en bicicleta, la habilidad de tocar violín, la habilidad de ser un nadador de competencia, para explicar que uno no se hace artista en estas lides de un día para otro, de la noche a la mañana, sino que requiere de talento innato, de preparación, de apoyo y orientación, y de práctica constante para fortalecer los músculos y mejorar las técnicas. He dicho a veces que uno no se hace escritor por obra y gracia del Espíritu Santo, como tampoco se hace ciclista del Tour de Francia en un instante tras ser tocado por un rayo.

Tengo que tragarme mis palabras, porque me encuentro en este libro con el testimonio de David Betancourt, un paisa nacido en 1982 que es cuentista, periodista, y filólogo hispanista. Como cuentista, ha ganado cuatro premios en concursos nacionales e internacionales, y ha sido mención de honor en otro de ellos. Todo un palmarés. Él, dicen los editores de este libro “se ha vuelto un notable y reconocido cuentista… de indiscutible calidad”, y dicen también que se ha visto envuelto en polémicas.

 

 Ignoro cuáles sean esas polémicas, pero hace él unas afirmaciones que me obligan a quitarme el sombrero ante él porque las encuentro verdaderamente sorprendentes y, diría yo, sus consejos no son aplicables a los aprendices del común porque, de ser así, habría que concluir con que el arte de la escritura no es uno que se adquiere y se forma con las lecturas y los talleres de escritura y los consejos de otros escritores, sino que cae del cielo por obra y gracia… me estoy repitiendo. Leamos su testimonio:

“Yo no escribo todos los días, ni me pongo horario para escribir, ni escribo para ejercitarme, ni para soltar la mano, ni para no dejar de sentirme escritor…”.

Es el curioso caso de una bicicleta o un violín que permanecen colgados en la pared del garaje y de pronto, pasados unos días y tal vez semanas, son descolgados y se desempeñan con virtuosismo y soltura, sin requerir de ningún entrenamiento, por obra y gracia de las piernas y las manos de su ejecutor, así de facilito. Es un caso especial y aparte, no comparable con el del resto de la humanidad que sí tiene que esforzarse.

“El método mío es no tener método. Si tuviera horarios y esas cosas, escribir se me volvería como un trabajo y no pasaría tan bueno como digo”.

Entiendo que no tenga horarios, está bien, aunque sé que algunos como García Márquez escriben mejor en horas de la mañana, y hay otros como Mejía Vallejo que pueden escribir en la tarde noche, y otros como William Ospina que escriben mejor en la medianoche o en la madrugada, eso está bien. Lo que no me cabe es el hecho de que no escriba con frecuencia y que, cuando lo haga, lo haga bien por obra y gracia… Pero la explicación tal vez resida en el hecho de que:

“Pero sí he leído parejo, y comido ensalada, y montado en bicicleta”.

Este escritor es un mamagallista y, si nos atenemos a sus consejos, para escribir bien hay que comer ensalada y montar en bicicleta.

La afirmación siguiente es más difícil de digerir y, francamente, no me cabe en la cabeza:

“Desde hace casi un año no he escrito una sola línea”.

Un año sin escribir y, cuando lo hace, escribe doce o quince cuentos, no sé, y queda de finalista o gana el primer premio en un concurso. No sé de ningún otro escritor que obtenga tan exitosos resultados con un método que consiste en no tener método, y en no escribir una línea en meses de meses. Su caso es sorprendente, a decir verdad.

“La musa de inspiración no es otra cosa que tener cosas por decir. Mi musa no sabe de disciplina. A veces se aparece durante seis meses y no me deja descansar, me dicta cuentos y cuentos, pero a veces sale a paro por un año y no escribo nada. Cualquier día me levanto con ganas de escribir, y tengo algo para decir, y escribo”.

 

 

 

Según esto, la tarea de escribir no es una tarea persistente sino el resultado de una indisciplinada musa que se pierde por tiempos y de pronto aparece bendiciendo a su elegido. Que yo sepa, muchos no son tan afortunados con sus musas y les cuesta más trabajo conseguir lo suyo a base de arduos esfuerzos.

Creo que aquí hay un problema de comunicación entre lo que el escritor nos quiere decir y lo que con aire provocador y transgresor nos dice, porque tal vez lo que nos está queriendo decir es que no se sienta a escribir directamente en el computador sino que maquina sus cuentos con apuntes a mano, en borrador, los arma en la cabeza, y cuando tiene todo articulado sí se sienta a escribir y a pulir frente al teclado. Eso ya viene a ser otra cosa, porque hay el reconocimiento de un trabajo oculto que no se ve, pero existe. Es otra cosa.

“No soy de los que tienen la escritura como un trabajo, mi caso es de más libertad, de disfrute. No me obligo a escribir. Cuando digo que un libro lo escribí en un año cualquiera, sólo estoy diciendo que me senté a redactarlo porque escribo los cuentos primero en papel, los reescribo varias veces en papel, y luego los paso al computador. Me quedo otro largo rato puliéndolos, podándolos, corrigiéndolos… Antes de ponerme a redactar (en el computador), ya tengo muy claro todo (en la cabeza)”.

Tiene él una herramienta sin la cual nadie, ni él, puede salir adelante con la tarea de escribir: Él es un buen lector. Ahí está el secreto. Lee mucho, y cita a Felisberto Hernández, a Jorge Ibargüengoitía, a Álvaro Cepeda Samudio, a Gabriel García Márquez, a Juan Rulfo, y a muchos otros, ¿Qué más bagaje para escribir que el de ser aficionado a las buenas lecturas? Obsérvese que ni Corín Tellado ni Virginia Vallejo ni el Osito Escobar figuran entre sus escritores preferidos:

“Dejar de leer, sí no lo dejo, no me lo permito. Yo escribo únicamente cuando me dan ganas y tengo ideas y cosas en la cabeza, y como no trabajo ni estudio, me puedo dar el lujo de sentarme un año enterito y darle todos los días, todo el día. Pero siempre voy sin afán. Eso sí, todo el tiempo, cuando estoy barriendo, trapeando, cocinando, sacudiendo, arreglando el solar, jugando con los gatos, matando zancudos, viendo partidos, remendando las medias, estoy escribiendo cuentos en la mente y apuntando cosas en un cuaderno. Ahora tengo un libro terminado sobre vicios, que no me falta sino escribir”.

No trabaja ni estudia, es amo de casa que remienda medias, y escribir para él es un lujo que bien puede permitirse. Eso me queda claro. Pero también me queda claro que haga lo que haga siempre está pensando en las cosas que tiene por escribir, que está escribiendo dentro de su cabeza, antes de sentarse a teclearlas. Pónganle el nombre que quieran, pero eso para mí es un método y no un antimétodo. Un método muy sui generis, pero un método.

Como esos perros guardianes de finca que hacen su autopresentación ante el visitante que llega a la portada, terminados los ladridos y gruñidos y mostradas de colmillo, acompañan al dueño a abrir el portón y vuelven a las voleadas de cola, satisfechos porque ya hicieron su papel de meter susto; este escritor, terminadas las provocaciones al interlocutor y al lector, pasó a hablar en la entrevista de cosas más serias, que tienen mucho sentido.

 

 

Habla de que su participación en concursos, y de que haber ganado en ellos le ha dado un reconocimiento y aprecio de mucha gente, la comodidad de no tener que rogar a las editoriales para que le publiquen sus trabajos, y la tranquilidad de poder seguir adelante sin afugias, teniendo ya un mercado cautivo que compra sus libros. Pero también le ha ganado enemigos, y habla de algunos que, como en los carteles de tauromaquia, son (5) cinco de pura casta (5).

“Cuando uno vive fuera del país, cuando uno no es de los que mantienen tirando elogios por ahí a todo el que se atraviese, ni se mantiene metido en ferias y reuniones de escritores y redes sociales, ganar premios es una de las poquitas maneras de hacerse ver… Eso sí, ganar concursos también sirve, y mucho, para conseguir enemigos y gente que no lo quiera a uno ni poquito y, por eso mismo, que lo lea a uno todo el tiempo con juicio y hable de uno y lo mantenga vigente”.

Amo a mis enemigos, porque ellos me mantienen alerta, le oí decir a alguno.

“Con mis cuentos y con mis libros y con los premios que he ganado he conseguido más amigos y gente que me quiere y que piensa y habla bien de mí. Sin embargo, estos buena gente conmigo no han logrado con sus comentarios positivos lo que sí han logrado los cinco que no me quieren. Ellos dicen algo malo sobre mí, y entonces me entrevistan más, me buscan las editoriales, las revistas, aumenta la gente que es querida conmigo y por eso se venden más mis libros y a mí me va mejor… y algunos me hablan de la frase famosa que una vez dijo Cochise (En Colombia la gente se muere más de envidia que de cáncer)… me escribe gente contándome que los cinco que no me quieren aprovechan los talleres que dan para seguir hablando mal de mí. Eso pasa en la vida. A muchos les duele que a otros les vaya bien. Si los cinco que no me quieren tuvieran la razón y sus acusaciones fueran ciertas, no me apoyarían escritores ni me buscarían editoriales ni me publicarían…”.

No he leído los cuentos de este escritor, para poder juzgar su obra, pero muy herido en sus sentimientos se muestra con esos cinco contradictores a los que él ha dedicado esta entrevista. Sus razones tendrá, pero tengo mis sospechas de que eso de andar lanza en ristre pueda ser una estrategia publicitaria de autopromoción que seguramente le ha redituado beneficios. No es el primero al que el truco le dé resultados.

Al parecer ha sido acusado de plagio, pero él defiende la intertextualidad y habla de que una cosa es el plagio flagrante y otra cosa es tomar una idea y darle un tratamiento diferente del que le dio el otro autor.

“Desconocen que en la literatura las ideas no se protegen porque, si se protegieran, no existiría ni la mitad de los libros que existen… la originalidad es un imposible… la diferencia no está en el tema, sino en la manera de abordarlo, en la manera de narrar la historia, entre otras cosas”.

Estoy de acuerdo con Betancourt. Cualquier cantidad de novelas se han escrito con el tema del hacendado que se casa con la hija del mayordomo, del presidente de la empresa que se casa con la secretaria, del hijo de la patrona que se casa con la muchacha del servicio, de la millonaria que se casa con su instructor de tenis. Todas son variaciones alrededor de la idea del cuento de La Cenicienta, y no por eso pueden ser tildadas de plagios.

 

 Dice una frase que los editores tomaron como epígrafe de este capítulo:

“La diferencia entre una novela y un cuento es que aquella es más extensa, y éste es más intenso… me gusta el cuento porque va al grano, mientras que la novela divaga”.

Afortunada definición que deja claro un punto indiscutible: Los dos, son géneros distintos. Aunque las dos sean música, no se compara una balada con una zarzuela, ni se compara un tango con una ópera, así el argumento sea el mismo (el amor, la traición, el desamor).

Mi experiencia personal me hizo desencantarme hace rato de los concursos, y en algún momento tuve la sensación de estar haciéndole el juego a concursos amañados, arreglados para que se los gane determinada persona, y eso me fastidia y enerva. Todo concurso necesita una masa de participantes que haga bulto y entre en las estadísticas para que el anuncio del ganador no sea un escándalo. Dos participantes insignes en concursos, y ganadores, son Betancourt y don Mario Escobar Velásquez. Ambos coinciden en que un participante depende de la suerte, y también de los gustos de los jurados, y de otras circunstancias que se salen de las manos del participante. El hecho de que ambos hayan ganado, indica que no todos los concursos coinciden en esas características; pero el hecho de que ambos hagan la observación, indica que tales cosas pueden suceder.

“Los concursos, además de la calidad de la obra, tienen un gran porcentaje de suerte: Que no participe un libro mejor, que el jurado sea el más pertinente para el ganador o sea que tenga sus mismos gustos, que en el momento de la lectura de tu libro los jurados no tengan sueño, que tu sobre de manila con el manuscrito llegue a la dirección correcta, que el concurso no tenga ganador escogido antes de que salgan las bases, que los jurados no se encuentren con un amigo suyo entre los participantes, muchas cosas”.

Esto me confirma en que yo no andaba tan descaminado cuando tomé la decisión de no volver a participar en concursos, después de haberlo hecho en dos o tres cuando daba los primeros pasos. Resolví escribir en primer lugar para mí mismo, y no depender del gusto o de la opinión de los demás. Fue una decisión liberadora. Resolví hacerlo, en primer lugar, porque el asunto de la fama o de la gloria me tenía sin cuidado; y, en segundo lugar, porque el asunto del dinero del premio sí revestía algún interés para mí, pero no al punto de sacrificar la tranquilidad de lo que me resta de vida al prurito de adquirirlo. El tiempo me ha dado la razón. García Márquez se quejaba de que tras ganar el Premio Nobel no volvió a tener tranquilidad, porque por toda parte donde iba lo rodeaban admiradores, gentes conocidas y gentes extrañas, gentes que querían tener un autógrafo o que querían hacerle una entrevista. Él hubiera querido volver a ser pobre, feliz, e indocumentado, pero la fama lo hizo su prisionero y ya no lo quiso soltar.

Betancourt es un provocador y un transgresor, pero tiene que ser bueno. No es gratuito que una persona gane premios en los concursos y sea solicitada para entrevistas y opiniones. Esas son cosas que no se sostienen si no van avaladas por una buena obra, porque la crítica literaria no perdona pero, sobre todo, los lectores son implacables.

 

 

 

Alguien me dijo alguna vez que no le gustaba Isabel Allende, y yo le dije:

“Profesor, está en su derecho de tener sus gustos, pero no perdamos de vista que ella, con sus defectos, ¡Vende! Los suyos son libros que ¡Se venden!”.

Eso es algo que no todo el mundo puede decir.

Leído lo anterior, sentí curiosidad por ver al personaje, y encontré esta entrevista que le hicieron en la FILU (Feria Internacional del Libro Universitario) 2019, en México:

https://www.youtube.com/watch?v=4or8HaFeXtA

Bueno, ya puesto en estas, será mejor que busque algún escrito de este cuentista para… para poder saber de quién diablos es que estamos hablando. Es como maluco uno hablar de alguien y no saber exactamente de qué se trata. ¿Sí o qué? Dos o tres cosas leí, y me gustaron. Escribe bien. Entretenido. Dan ganas de seguir leyendo. Ya me había quitado el sombrero, pero se me quitaron las ganas de volvérmelo a poner. Pa qué. El hombre es un teso.

https://www.planetadelibros.com.co/libros_contenido_extra/36/35661_1_La_vida_me_vive_amargando_la_vida.pdf

ORLANDO RAMÍREZ-CASAS (ORCASAS)

Celular: 301 – 441 52 58

Email: orcasas1945@gmail.com

 

Referencia: Veinte escritores colombianos nos revelan sus secretos de creación.  Recopilación y notas: Emilio Alberto Restrepo. 2020, Editorial Libros para pensar