ANTOLOGIA DE DECALOGOS LITERARIOS

"Los Diez Mandamientos, considerados útiles reglas morales para vivir en sociedad, tienen un excelente uso literario. El escritor, al contar sus historias, debería hacer que sus personajes violen constantemente estos mandamientos, en conjunto o por partes. Mientras alguien robe, mate, mienta, fornique, blasfeme o desee a la mujer del prójimo tendremos un conflicto y en consecuencia una historia que contar. Por el contrario, si sus personajes se portan bien, no sucederá nada: todo será aburridísimo."
Fernando Ampuero


Uno de los más interesantes y que recoge más sabiduría, tiene un solo postulado. Se lo leí a Alejandro Quintana y dice:

"Porque en realidad ya se ha contado todo; lo novedoso es contarlo de forma interesante".

Es muy común que los escritores, cuando gozan de cierto reconocimiento, decidan organizar sus ideas en forma de recomendaciones que suelen enumerar en listas, generalmente en forma de decálogos, muy a manera de configurar una suerte de "Tablas de la Ley"o de "Diez Mandamientos" , en los que pontifican,-con razón o sin ella, en concordancia con su prestigio y sabiduría o apenas haciendo gala de una vana pretensión un tanto ególatra- sobre sus verdades decantadas acerca del oficio de escribir.

Unos condensan verdaderas sentencias, otras son apenas esbozos que naufragan en su propia babosería; unos son un compendio de ingenio, otros verdaderos destellos de humor, mientras algunos apenas sí resbalan como peligroso chascarrillo en el reino del lugar común.

De todas maneras, en esta página recopilamos algunos de ellos, como elemento para el análisis y estudio de los interesados en el ejercicio de escribir. Muy recomendado para aprendices y aficionados, para lectores desprevenidos, para alumnos de talleres literarios y para todos los que se deleitan del bello arte de la Literatura.

Al final citamos los más ingeniosos, clásicos, reconocidos o polémicos.

Lo que comenzó como un divertimento, pasó a ser una disciplina que permite enriquecer la teoría de la creación literaria, en la voz de los maestros. La idea original parte de la página www.emiliorestrepo.blogspot.com
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miércoles, 29 de abril de 2020

SERGIO PITOL: REFLEXIONES SOBRE LA ESCRITURA Y LA CREACIÓN LITERARIA














Sergio Pitol (Fecha de nacimiento: 18 de marzo de 1933, Puebla, México. Fallecimiento: 12 de abril de 2018, Xalapa-Enríquez, México) fue  destacado como uno de los autores fundamentales de las letras mexicanas del siglo XX, como escritor de cuentos y novelas, pero también como editor, creador de la Biblioteca del Universitario de la Universidad Veracruzana y traductor de autores clásicos de la literatura universal, de idiomas como inglés, ruso, francés, italiano y chino. Dentro de sus obras se destacan los libros de cuentos Infierno de todos (1964), Los climas (1966), No hay tal lugar (1967) y Nocturno de Bujara (1981), y las novelas El tañido de una flauta (1972), Juegos florales (1982), El desfile del amor (1984) y Domar a la divina garza (1989).Sus cuentos han sido reunidos en dos antologías, Asimetría (1980) y Cementerio de tordos (1982), y sus ensayos en La casa de la tribu (1989). En 1981 recibió el Premio Villaurrutia y el Premio Colima por Nocturno de Bujara y en 1984 el Premio Herralde por El desfile del amor.

Con una amplia trayectoria, que arrancó en 1959 con Tiempo cercado a 2011 cuando salió a la luz Autobiografía soterrada. Sus libros también han sido traducidos y se encuentran publicados en francés, alemán, italiano, polaco, húngaro, holandés, ruso, portugués y chino.
También ha sido reconocido con el  Premio Miguel de Cervantes de 2005  y  En 1984 ganó el Premio Herralde de Novela, entre muchos otros premios.

A continuación, una breve recopilación de sus reflexiones sobre la escritura y la creación literaria. 

“…desde ese comienzo hubo algo fallido en mi trato con los idiomas, que me ha hecho poder leerlos pero con muy pocas posibilidades de hablarlos. Un defecto de oído ha exacerbado esta limitación.”

Una de las cosas que me ayudó a deshacerme del complejo de culpa por no hablar idiomas fue una visita que hice hace años con Monsiváis al profesor J. M. Cohén, el traductor de El Quijote, La Celestina, la poesía de San Juan de la Cruz; este hombre, que ha transitado por cuatro o cinco siglos de literatura española, hurgado en algunos de sus textos más complejos y traduciéndolos al inglés en versiones que tienen fama de notables, no hablaba una palabra de español, ni las cosas más sencillas. Llegamos a su casa y toda la conversación fue en inglés, Monsiváis sirvió de traductor porque yo no hablaba inglés, ¡después de haber traducido a Henry James! Volví a ver a Cohén en Barcelona y me di cuenta de que ni siquiera podía decir las cosas más elementales para comprar algo. Creo que traductores así los hay en todas las lenguas.

—La novela era como una meta soñada a la que no llegaba nunca. Desde antes de publicar Victorio Ferri cuenta un cuento en Los Presentes, la colección dirigida por Arreóla, pensaba escribir una novela de aire faulkneriano ubicada en una pequeña ciudad  de Veracruz; de algún modo mis primeros cuentos surgieron como intentos por llegar a esa novela.

Por otra parte, siempre creí en el cuento como una forma abierta que rechazara la estructura convencional de planteamiento-nudo-desenlace; sí, mis primeros cuentos se complementan unos a otros como capítulos de una novela posible.

No estoy cerrado a la posibilidad de escribir cuentos pero por el momento la novela me parece más atractiva, pues me permite este juego de cajas chinas, la “puesta en abismo”, como la llaman hoy los teóricos. Hay momentos en que un escritor pasa de un género al otro casi sin sentirlo, porque tiene necesidad de mayor espacio.

La novela ofrece mayores posibilidades de variación en el lenguaje, en el tono; una de las cosas que me parecen más atractivas de la novela son los juegos estructurales ligados a una variable tonalidad del idioma.

La novela, como el cuento, permite todas las modalidades posibles. Una de las cosas que más me sorprende en lo poco que he leído de nuestros narradores jóvenes es su falta de interés por la estructura del relato. Para mí la arquitectura en un texto es fundamental, las líneas subterráneas, los incidentes que aparecen en una parte y resurgen en otra, estos pequeños hilos que van creando subtramas, forman un ritmo lleno de variaciones que permiten que la novela no sea una planicie, sino una orografía con diversas estribaciones; muchas de las nuevas novelas se escriben por acumulación, no hay relación entre un incidente y otro, simplemente se juntan capas, como grandes sándwiches.

“…hay épocas en que escribo todos los días, pero eso no ocurre siempre. Por ejemplo, cuando estuve en París hubo grandes espacios entre una entrada y otra. El diario es un material formidable para mí y me revela, entre otras cosas, los mecanismos extrañísimos de la memoria; hay cosas que releo como si no me hubieran pasado a mí y sin embargo fueron muy importantes; el tono muestra que fue algo decisivo y sin embargo lo tengo borrado. Casi todas mis novelas salen de los diarios.”

En mis novelas las emociones están vistas de una manera oblicua, hay una corriente interna que las arrastra sin hacerlas evidentes. Creo que esa división a la que aludes sucede en la mayor parte de los autores; claro que si uno lee los diarios de Henry James encuentra algo tan elabora-do como las novelas, pero mis diarios nunca quisieron ser literarios; recogen gran cantidad de fruslerías, de malos humores, de pequeñas peleas, desahogos, preocupaciones de si llegó el gas o no llegó, rencores, fastidios; escribir eso me ayuda a despojarme de esa energía innecesaria para poder-me dedicar a cosas más “armoniosas”, como las novelas.

¿No temes que desahogarte en los diarios te lleve a una prosa más suave, más descafeinada?
—No lo creo. Si el resultado es más suave es por otras razones. Mis primeros cuentos fueron escritos antes de llevar el diario y creo que mantienen una unidad de estilo. Desde luego, hay más refinamiento en el trabajo literario (lo cual no quiere decir que sea mejor literatura), y además hay ciertas cosas que no puedo tratar en mis novelas, las escenas eróticas, por ejemplo, que son parte de la literatura más viva de nuestro tiempo, a mí me resultan imposibles; hay esbozos, aproximaciones y luego, como en la literatura caballeresca: “Fulano se acercó a la reina y le fizo un hijo.” Hay demasiadas elipsis, pero tampoco me quiero forzar, inventarme necesidades narrativas que no tengo, pues po-dría desbarrancarme en una literatura muerta, arbitraria, llena de impostaciones. Así como hay una gran literatura erótica de nuestro siglo, hay grandes autores, como Calvino, que no tratan explícitamente este fenómeno.

¿Crees en las traducciones literales, que tienen defenso-res tan notables como Kundera o Nabokov?
—No. Soy partidario de las libertades, de buscar ante todo la aproximación al espíritu de la lengua a la que traduces, sin traicionar a la otra. Hay literalidades que destruyen todo el efecto estético y están mucho más lejos del original que una traducción libre. Lo decisivo es encontrar la respiración del autor y hacer sentir esa respiración en es-pañol. Yo me tomo muchas libertades, por ejemplo con los nombres de flores y de pájaros. Las novelas inglesas están llenas de centenares de flores y yo todas las vuelvo rosas, claveles, camelias, ¡cuando mucho rododendros! Es Una enseñanza enorme. En la época en que traduje verdaderamente como galeote fue cuando más aprendí ciertos aspectos de construcción de la novela, qué cosas tienen que contrastar con otras, cuáles tienen que distanciarse para crear determinado efecto…

Nunca le he temido a las otras voces. Uno de mis primeros cuentos, “Victorio Ferri cuenta un cuento”, le debe mucho a Faulkner y a Rulfo. Otro, tal vez el primero que escribí, “Amelia Otero”, según yo era una transcripción textual de las conversaciones de mi abuela y mis tías en sus épocas de Huatusco, antes de la Revolución; creí detectar las distintas voces de las personas que contaban la historia de una mujer que había sido infiel, había matado a su amante y luego se había encerrado de por vida. Años después descubrí que era casi una calca, no de conversaciones de mi abuela, sino de aquel cuento excepcional de Faulkner... el de la mujer que se encierra...” Una rosa para Emily.” En las cosas que escribo siempre se filtran otras cosas.

Ciertos bloques de construcción provienen de otros autores; la composición en distintos escenarios a los que llega el narrador en su pesquisa. Son cimientos que no se ven; la obra negra de una novela toma elementos de todo lo que has leído, lo que has tenido frente a los ojos, lo que has oído.

“…pensé que para mejorar mi escritura debía de librarme del español oficioso;   quizá fue esto lo que me hizo buscar ciertas formas paródicas. Si hubiera seguido escribiendo como en mis primeras novelas, los personajes habrían terminado hablando como oficios: “Y asimismo le ruego a usted, con el tacto y la discreción que lo caracteriza.” Tuve que crear un lenguaje paralelo, paródico, para vencer el contagio. De un idioma muerto, rígido, alejado de la realidad, surgió el lenguaje desaforado de El desfile del amor y Domar a la divina garza. Ahora que no tengo que con-testar télex ni que redactar oficios he vuelto a un lenguaje mucho más convencional. Tal vez sea una pérdida, tal vez sea limitante estar lejos de los deleites del télex.”

Casi todos mis personajes fracasan de algún modo, trai-cionan los ideales de juventud, no cumplen sus sueños, pierden la oportunidad de enderezar su destino. Yo creo que esto obedece a mi contemplación del país: durante casi treinta años viví fuera y al no ver las vi-das cotidianas de mis amigos y conocidos en su desarrollo normal, sino simplemente como una selección de momentos de sus vidas, por lo general me quedaba con una impre-sión de desastre; matrimonios que se habían transformado en dos individualidades que se odiaban, gente que prometía muchísimo que terminó en nada, profesores que te marcaron la vida convertidos en gente de lo más rutinaria, la caída del dólar de 12.50 a 3 000 pesos, simplemente ver en qué se ha transformado esta ciudad que fue una maravillaes tener una imagen cercanísima del desastre, todas estas cosas te dan una sensación de descalabro; en buena me-dida, escribí como una reacción a todo esto. Pero creo que no hay nada especial en la “estética del fracaso”, a fin de cuentas es ella la que sostiene a la mayor parte de la novela a partir del siglo XIX.

En un principio mis personajes eran mucho más dramáticos, casi trágicos; tenía yo un sentimiento de mayor respeto por el mundo, por la grandeza del hombre y sus emociones. Con el tiempo, y gracias a la fauna con la que he convivido, encontré esos sentimientos pero en su forma paródica: caricaturas de grandes pasiones, de frases célebres. Me era muy difícil sostener esas conversaciones en serio en el mundo “cosmopolita” en el que tuve que vivir. Muchas veces tenía ganas de soltar la carcajada ante una madre que me contaba sus desdichas, todo era digno de la televisión o el folletín, y creo que se me fue filtrando la necesidad de reproducir esas parodias del medio en que me movía (¡con bastante soltura, por lo demás!, decía yo las mismas frases, encontraba le mot just, ponía las mismas caras de desvelo).

—¿Cuántas versiones haces de una novela?
—Siete u ocho.

—Cuando te sientas a escribir.; ¿conoces la línea argu-mental de principio a fin?

—Sí. Hago apuntes muy meticulosos y los vuelvo a trazar antes de cada versión, aunque la escena final casi siempre surge en el último momento, pero se trata de una escena decorativa, que ya no agrega al argumento; por ejemplo, en El tañido la imagen del cisne degollado en los canales de Venecia.


—Aparte de este trabajo de construcción minuciosa, ¿crees en la inspiración?

—Los momentos en los que se desatan las ideas son de lo más misteriosos. Supongo que a todo mundo le pasa lo mismo. Recuerdo que una vez llegué a la Embajada en Moscú y me encontré con que era día festivo y yo no lo sabía. Decidí ir a la casa de Tolstoi, pasé ahí la mañana y salí con una especie de fiebre, un delirio que me hizo escribir el cuento “Asimetría”. Recuerdo también una exposición en Praga con motivo del centenario de Egon Erwin Kisch, quien vivió en México. De repente vi fotos de personajes mexicanos de los años cuarenta, el parque España, casas de la colonia Roma donde vivían muchos refugiados europeos y me vino una nueva visión de lo que podía ser El desfile del amor. Sería tristísimo estar todo el tiempo frente a la máquina de escribir o la computadora sin tener estos momentos.

—En tus novelas resulta cada vez más importante la voz de los personajes. Domar a la divina garza es prácticamente un monólogo dramático, ¿no has pensado en escribir teatro?

—Es lo que siempre quise escribir. Estaba seguro de que iba a ser dramaturgo, pero las dos únicas veces que he escrito teatro el resultado ha sido monumentalmente mediocre, de no creerse. Hice una versión de Troilo y Crésida, ubicada en México. La escribí con un entusiasmo enorme en Varsovia; lo mismo otra obra como chejoviana. Cuando las volví a leer no creí que eso pudiera ser posible. Son de esas cosas terribles que pueden destruir a un autor después de su muerte. Pese a todo, el teatro no deja de interesarme, y mis novelas tienen planteamientos y escenarios muy teatrales.

—¿Das a leer tus manuscritos?

—Monsiváis coincidió conmigo en Londres y leyó el manuscrito de El tañido, pero en general, vivir tanto en el extranjero, lejos de medios literarios, me privó de comentar mis textos. Tuve que ser autosuficiente y a veces me queda-ba con muchas dudas.

—Una vez publicado el libro, ¿le haces caso a la crítica?

—Me encanta que salgan muchas, pero las leo en tal estado de aturdimiento que bien a bien no las entiendo. De cualquier forma, las críticas de Juan García Ponce y otros escritores me han estimulado y me han ayudado a observar rasgos que he podido potenciar en obras posteriores.

—Durante años fuiste un escritor un tanto marginal, desconocido para el gran público. Tu regreso definitivo ha sido como de hijo pródigo: premios, reediciones, un sinfín de entrevistas; alguna vez me dijiste que el reciente éxito de tu obra se debe a que vives en México.

—Yo creo que sí, de otra manera hubiera seguido publicando mis libros, teniendo un grupo de pequeños lectores, pero me hubiera quedado en un nivel muy minorita-rio. El hecho de participar en presentaciones, de salir en la televisión de vez en cuando, amplía el círculo de lectores; creo que esto le pasa a todos los autores.

—Lo cual habla de un gran provincianismo: si no te ven la cara no te leen.

—De un gran provincianismo y de un nacionalismo muy fuerte, de sólo interesarse por lo que está visible, a la mano, por lo que sirve para algo inmediato.

 He procurado ceñirme mucho a la trama y que el lenguaje sea su acompañante, busco comunicar la historia con pocas veleidades de estilo, procurando evitar que haya una autonomía de la lengua sobre la trama.

Textos tomados de la entrevista al escritor que aparece en el libro LOS ONCE DE LA TRIBU, de Juan Villoro

 *

– “Uno es los libros que ha leído, la pintura que ha visto, la música escuchada y olvidada, las calles recorridas. Uno es su niñez, su familia, unos cuantos amigos, algunos amores, bastantes fastidios. Uno es una suma mermada por infinitas restas”.

– “La inspiración es el fruto más delicado de la memoria”.

– “Un libro leído en distintas épocas se transforma en varios libros”.

– «No escribo para nadie, sino que para lo que estoy escribiendo corra después la aventura y encuentre, si es que los encuentra a sus lectores”.

– “De la única influencia de la que uno debe defenderse es la de uno mismo”.

– “Estoy convencido de que ni siquiera la inexistencia de lectores podrá desterrar la poesía”.

– “Todos, tanto los castos como los lascivos, han aprendido que el sufrimiento es la sombra de todo amor, que el amor se desdobla en amor y en sufrimiento”.

– “Un novelista es alguien que oye voces a través de las voces”.

– “Desde mis comienzos, mi escritura ha quedado cercada por límites estrechos: unos cuantos temas y personajes, un tiempo limitado. No he saltado al presente”.


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"Los caminos de la creación son imprecisos, están llenos de pliegues, de espejismos, de demoras. Se requiere la paciencia de un ángel, una buena dosis de abandono y, a la vez, una voluntad de acero para no sucumbir a las trampas con que el inconsciente se encarga de obstaculizar al escritor su camino."

"No concibo a un novelista que no utilice elementos de su experiencia personal, una visión, un recuerdo proveniente de la infancia o del pasado inmediato, un tono de voz capturado en alguna reunión, un gesto furtivo vislumbrado al azar, para luego incorporarlo a uno o varios personajes. El narrador hurga más y más en su vida a medida que su novela avanza. No se trata de un ejercicio meramente autobiográfico; novelar a secas la propia vida resulta, en la mayoría de los casos, una vulgaridad, una carencia de imaginación. Se trata de otro asunto: un observar sin tregua los propios reflejos para poder realizar una prótesis múltiple en el interior del relato."

"¡Viajar y escribir! Actividades ambas marcadas por el azar; el viajero, el escritor, sólo tendrán certeza de la partida. Ninguno de ellos sabrá a ciencia cierta lo que ocurrirá en el trayecto, menos aún lo que le deparará el destino al regresar a su Ítaca personal."

"La tarea del escritor consiste en enriquecer la tradición, aunque la venere un día y al siguiente se líe con ella a bofetadas. De ambas maneras será consciente de su existencia. Por eso me han atraído y preocupado los problemas de la forma, los recursos y posibilidades de los géneros, su capacidad de transformación."

"Un novelista es alguien que oye voces a través de las voces. Se mete en la cama y de pronto esas voces lo obligan a levantarse, a buscar una hoja de papel y escribir tres o cuatro líneas, o tan sólo un par de adejtivos o el nombre de una planta. Esas catracterísticas, y unas cuantas más, hacen que su vida mantenga una notable semejanza con la de los dementes, lo que para nada lo angustia; agradece, por el contrario, a las Musas, el haberle transmitido esas voces sin las cuales se sentiría perdido. Con ellas va trazando el mapa de su vida. Sabe que cuando ya no pueda hacerlo le llegará la muerte, no la definitiva sino la muerte en vida, el silencio, la hibernación, la parálisis, lo que es infinitamente peor."

"Todo escritor deberá desde el inicio ser fiel a sus posibilidades y tratar de afinarlas; tener el mayor respeto al lenguaje, mantenerlo vivo, renovarlos si es posible; no hacer concesiones a nadie, y menos al poder o a la moda, y plantearse en su tarea los retos más audaces que le sea posible concebir."

                               

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“Pienso que las reglas espartanas que me he impuesto podrían ser las adecuadas en una notaría, en una oficina pública o cualquier lugar menos en aquel donde trabaja un escritor. ¿No implica ya una traición a la escritura permanecer encerrado en una habitación hojeando diccionarios, eliminando o añadiendo aquí y allá una palabra? He hablado hasta la saciedad de la importancia que tiene para mí la literatura, he añadido que si aún permanezco en Varsovia es porque aquí encuentro la atmósfera ideal para escribir, pero, ¿escribir de qué, si el material que podría alimentar una narración está abajo en el parque, en la calle en el café de la esquina? Lugares donde la vida está presente, lo que no ocurre en esta buhardilla donde me obligo como castigo, como penitencia a encerrarme frente a una máquina de escribir y unos diccionarios.”

“Uno, me aventuro, es los libros que ha leído, la pintura que ha visto, la música escuchada y olvidada, las calles recorridas. Uno es su niñez, su familia, unos cuentos amigos, algunos amores, bastantes fastidios. Uno es una suma mermada por infinitas restas”

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"Esas preguntas se han hecho muchísimas veces y nadie puede contestar con exactitud, porque un escritor puede decir un día que escribe por tal razón y otras veces por otras razones. Sucede como con el músico, el pintor, el artista, el matemático. Escribo porque, como he dicho en muchas entrevistas, de niño tuve muy mala salud, pasé gran parte de mi infancia leyendo"

"Ya he encontrado la forma de que cuando tengo una serie de visiones o algo, necesito librarme de ello por medio de la palabra escrita. Y, ¿para quién escribo?Cuando escribo siempre tengo en mente a algunas personas como lectores potenciales y críticos de mi novela. A veces, cuando veo un defecto lo quito y digo, “esto”, por ejemplo, a mi amigo Carlos Monsiváis le podrá parecer una ridiculez. O tal cosa le podrá parecer bien a mi amiga fulana de tal"

"En las sociedades democráticas, la biblioteca es uno de los templos del saber. Un templo, pero no una iglesia. La diferencia es que el lector puede moverse en ella a su libre albedrío, tiene multitud de opciones. Puede encontrar un libro cuyo contenido lo domine, lo convierta en sectario de una idea, o aún de una ideología, pero encontrará tal vez otros que operen como antídoto para liberarlo de cualquier sumisión"

"Estoy seguro que durante largo tiempo el libro no desaparecerá, y si fuera así, no sería por el uso de la Internet y otros medios audiovisuales, ya que esos sistemas de comunicación son susceptibles de potenciar los efectos unos a otros"

"Cervantes es un adelantado de su época, no hay ningún ulterior corriente literaria importante que no le deba algo a El Quijote: las varias ramas del realismo, el romanticismo, el simbolismo, el surrealismo, la literatura del absurdo, la nueva novela francesa y muchísimas más encuentran sus raíces en el libro de Cervantes"


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Editorial Almadía le publicó en 2010 Una autobiografía soterrada. Ampliaciones, rectificaciones y desacralizaciones, compendio de ensayos y relatos en los que Pitol habla de recuerdos, lecturas, viajes y personas que conformaron su estilo literario. De ahí entresaco estos 10 fragmentos que lo revelan de cuerpo entero:

Puedo documentar la niñez, la adolescencia, toda mi vida a través de las lecturas. A partir de los veintitrés años, la escritura se entreveró con la lectura.

En buena parte la imaginación deriva de mis experiencias reales, pero también de los muchos libros que he transitado.

Descreo de los catálogos y las recetas universales. […] Sería monstruoso que todos los escritores obedecieran las reglas de un mismo decálogo o que siguieran el camino de un único maestro. Sería la parálisis, la putrefacción.

Cuando viajo llevo más de una docena de libros para tener varias opciones de lectura.

Hace unos días encontré en Autobiografie altrui, el último libro de Antonio Tabucchi, una frase formidable: “Carlo Emilio Gadda invitaba a desconfiar de cualquier escritor que no desconfiara de su propia labor”.

Salvo el instinto lo demás son minucias.

Mi aprendizaje es resultado de una lectura inmoderada de cuentos y novelas, de mis empeños como traductor y del estudio de algunos libros sobre aspectos de la novela […].

De la única influencia de la que uno debe defenderse es la de uno mismo.

Estoy convencido de que ni siquiera la inexistencia de lectores podrá desterrar la poesía.

Escribir ha sido para mí, si se me permite emplear la expresión de Bajtín, dejar un testimonio personal de la mutación constante del mundo.


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Sí, porque (la mala literatura, la de consumo masivo) está por todas partes y que las propias editoriales grandes, mediante la mercadotecnia, la quieren hacer pasar por obra de arte, hasta el punto de presentar al escritor o la escritora de esa literatura burra como extraordinario, magnífico o como el mejor libro escrito en 10 años. Desde el siglo XVIII, en la historia de la literatura existe esta corriente de la escritura de entretenimiento y me parece que está bien. Durante mi adolescencia y juventud había muchos escritores de este tipo, que hacían una literatura que no era erótica, sino más bien melosa, pero conocían sus límites y sabían muy bien lo que hacían. Como es habitual, ellos ganaban mucho más dinero que los escritores, pero no entraban a la historia de la literatura, ni a las ternas para los premios ni tenían posibilidades de lograr algún doctorado honoris causa. No molestaban a nadie, al contrario, eran un servicio a la sociedad. Pero ahora no sucede esto. Ahora hay un cambio importante provocado por las editoriales, que quieren situar a sus escritores en la cúspide, pero al final esto a mí no me molesta porque me he dado cuenta de que todos estos escritores de literatura de entretenimiento ya nadie los menciona ni se acuerda de ellos. Están tan marchitos que no se pueden ni siquiera reeditar.

El cuento y la novela son dos géneros diferentes. Creo que el buen cuento está más cerca de la poesía que de la novela. La novela es más fácil de escribir porque en ella hay muchos temas, muchos personajes y temáticas, mientras que al cuento no le debe de faltar ni sobrar ni una palabra.

Hay libros y cuentos que en el momento de escribirlos me han producido una felicidad enorme. Es el momento de la escritura, cuando llega el tema y los detalles y ves que la literatura lo capta bien. Lo que hago en mi vida es escribir, igual que un buen carpintero pule la madera para hacer bien el mueble. También estoy satisfecho de que desde que escribo libros nunca he hecho política literaria, de grupos, gracias a que viví muchos años fuera de México y nunca participe de estos grupos, que muchas veces están condenados al fracaso absoluto.


¿Cree que un escritor debe aspirar a la perfección?
Yo creo que sí, que la literatura, el escritor y la gran obra es un esfuerzo racional o irracional de llegar a una perfección.


“Mi obra y mi vida se imbricaban de un modo asombroso. Estaba frente a una autobiografía enmascarada, que quizás sería el único en descifrarla. En algunas partes he declarado que la literatura hace conectar todas las épocas de mi vida y les da una unidad: la infancia, los viajes, la escritura y la lectura, los sueños, una amplia variedad de sentimientos, desasosiegos, victorias, lecciones, desdichas, temores, hasta llegar a la vejez y a la proximidad de la muerte”.

“Es éste mi método: traduzco no del idioma, traduzco desde el poeta. También admito que con profundo respeto por el traducido es inevitable que el resultado en español al fin y al cabo sea un poema a cuatro manos, escrito por mí y por el traducido. En otras palabras, este es ‘mi’ Ungaretti, éste es ‘mi’ Montale, éste es ‘mi’ Quasimodo”.




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