Salman Rushdie nació en Bombay en 1947. Debutó con la
novela “Grimus” en 1975, a la que siguieron la multipremiada “Hijos de la
medianoche” (1981, premios Booker y Booker of Bookers en sus ediciones 25 y
40). Por “Los versos satánicos” el ayatolá Jomeini de Irán, pronunció la fetua en su contra
debido a sus referencias al Islam y al Corán. Las amenazas de muerte cambiaron
por una década su forma de vida. Ha publicado una decena de novelas, dos libros
para niños y ensayo. En sus propias palabras, se hizo el escritor más famoso
del mundo por los motivos equivocados. Tuvo que adoptar una identidad falsa,
Joseph Anton, que, dos décadas después, daría título al libro de memorias en el
que explica su periodo en la sombra. Pasada la tormenta, Rushdie es hoy un
hombre libre que, además de un activista por la libertad de expresión, vuelve a
ser valorado como un gran escritor y no como víctima del fanatismo religioso.
“En los años de protección policiaca, me pidieron que
encontrara un seudónimo que pudiera utilizarse para alquilar casas en donde
fuera a vivir. Entonces saqué el nombre de Joseph Conrad y Antón Chejov, porque
pensaba que Conrad escribía muy bien sobre un mundo secreto, sobre espías e
intriga, y yo me encontraba en ese mundo. Y Chejov, porque escribía sobre el
aislamiento y la nostalgia, sentimientos que tenía yo en todo momento. Empecé a
escribir el libro en primera persona, como uno haría cuando escribe sobre su
vida. No me gustó. Me parecía narcisista. Quería que el libro diera la
impresión de ser un relato novelesco y el problema con la primera persona en una
autobiografía es que el personaje que habla desde su yo tiene experiencias
diferentes a las de los demás personajes, entonces, en tercera persona este
personaje es uno entre tantos otros y puede tener sus propias experiencias”.
Al tratar de escribir un libro en el momento exacto de
los acontecimientos, se da esa sensación de estar toreando muy cerca. Pero es
emocionante, de pronto estúpido y fatal, pero emocionante. Sientes que si lo
haces mal, el libro va a ser irrelevante inmediatamente, como un periódico de
ayer. Pero si tienes suerte, vas a poder capturar un momento de la historia.
Creo que algunas de las grandes novelas han logrado hacer eso. Por ejemplo, ‘El
Gran Gatsby’.
Una novela no es una tesis. En una tesis, si usted se
contradice, el trabajo pierde valor. Pero en una novela, si hay muchos procesos
contradictorios simultáneos, eso puede enriquecer la lectura. A mí no me
molesta que la ficción se contradiga. Sí, es una contradicción. Pero eso es
algo bueno.
Yo no creo que las novelas nos puedan enseñar muchas
cosas. Pero creo que nos pueden mostrar el mundo de una forma interesante.
El problema de la religión es que cree que posee la
verdad y a mí siempre me ha causado desconfianza la gente que piensa así,
porque probablemente no la posee. La verdad es mucho más compleja y no puede
ser reducida a un conjunto de ideas. Entonces me preocupa el papel que la
religión ya juega en el mundo, un papel cada vez más opresor. Y no solo estoy
hablando del Islam radical, sino que en Estados Unidos, donde hoy vivo, uno ve
los devastadores efectos del cristianismo radical, como los movimientos en contra
del aborto que terminan en masacres en clínicas de Planned Parenthood.
—La narrativa es indestructible, porque es una gran y
profunda necesidad. Las nuevas formas se inventan todo el tiempo, con esta
nueva tecnología aún no sabemos cómo serán esos nuevos formatos. Quizá se
conviertan en algo grande, como los blogs. Es una forma de escribir que hace
años no escribía. En términos literarios no veo de dónde surgirá la nueva forma
de arte excepcional, con la nueva tecnología. Creo que no hemos llegado
todavía. A diferencia del arte visual, que han encontrado ya muchas maneras de
utilizarla. Lograron dar el salto a esa tecnología. En literatura creo que
todavía falta llenar ese vacío, pero lo haremos. No seré yo, claro, alguien de
mi edad ya no; alguien de tu generación sí.
P— En “Las mil y una noches”, que homenajeas con tu
nuevo libro, la narración está armada de una manera en que parece una caja
adentro de una caja. ¿Cómo retomaste esa técnica narrativa??
R—Una de las técnicas de las antiguas colecciones de
cuentos es tener una historia dentro de otra historia y dentro de otra. Una de
las cosas que he aprendido de eso es que así es como vivimos: nosotros tenemos
nuestra propia historia que está dentro de la historia de la familia, que está
en la historia de la ciudad, y cuya historia está dentro de la del país.
Vivimos en una historia dentro de otra y de otra. Por eso ese tipo de formato
es atractivo, porque se siente similar a la manera en que vivimos.
P— ¿Qué tan complicado es ese recurso?
R—Escribir es muy difícil, de por sí. Pero con este
libro tuve algunos problemas técnicos: tiene varias líneas narrativas que deben
ir unidas. Me tomó cerca de un año y medio comprender cómo sería la narrativa.
Una vez que lo resolví me divertí mucho escribiéndolo.
Para mí, como escritor, los nombres han sido algo muy
importante, es un gran asunto para mí.
P. Por un lado, usted habla de la inmensa autonomía que
tienen los personajes de su obra, y cómo en ella el personaje adquiere vida y
vuelo propios. Y no obstante, de alguna manera, usted mismo parece que fuera un
personaje de su propia ficción. ¿Cómo se siente esta clase de dualidad de ser a
un tiempo creador y creado, autocreado?
SALMAN RUSHDIE: A veces creo que es como una venganza
de mis personajes de ficción contra mí, su autor. Cualquier personaje mío de
ficción podrá decirle que estar en uno de mis libros es un destino bastante duro.
En general, son muy maltratados. Muy pocos salen con vida. Tienden
a estallar y se les caen los edificios encima, les
afligen enfermedades terribles, se les acercan desconocidos a tajearles la
cara. En fin, es duro ser personaje de ficción en estos tiempos. Así que
supongo que llegó la hora de la venganza. Me acuerdo de cuando se publicó mi
novela Hijos de la
medianoche, que trata de un muchacho que tenía la
nariz muy grande y algo acatarrada: cada vez que yo iba a hacer una lectura del
libro en público, me resfriaba. Siempre pensé que, con eso, él se vengaba de
mí. Uno de los motivos para escribir de este modo es que siempre me pareció que
el mundo en realidad es así; y resulta espantoso descubrir que uno tiene razón.
El mundo es así: el mundo ya no es un lugar tranquilo, ya no es el que conoció
Jane Austen, que podía describir la vida humana como una serie de fiestas y
casamientos; está muy lejos de eso, lamentablemente, y los acontecimientos
recientes parece que así lo demuestran.
“…hay que proteger el derecho de la gente a creer o no
creer, y a expresar esto como le plazca, pero sin que eso genere un ambiente de
rechazo a la indagación. Es decir, en tanto ideas o conjuntos de ideas, las
religiosas no difieren de ningún otro conjunto de ideas y están
sujetas a las mismas reglas. Introducir el concepto de
la ofensa, en el discurso intelectual, vea
usted, es muy extraño, porque si la regla es que uno
no debe ofender, entonces simplemente no puede hablar. Todas las cosas ofenden
a alguien. Muchas de las cosas que dicen las personas religiosas me ofenden a
mí. Pero no se trata de eso. Si fuese por motivos de ofensa, ciertamente habría
que prohibir la mayor parte de las grandes obras maestras del siglo XX. Se sostuvo
que Ulysses, de James Joyce, ofendía a la Iglesia Católica; en su época se la
tuvo por muy pornográfica. Lolita, de Nabokov, se consideró que era un libro
sobre la vejación de menores y muy sucio.
"Admiro a García Márquez, sabe usted, y me parece que
es un gran escritor. Yo, como la mayoría de los escritores, soy gran lector. Me
parece que los escritores leen mucho y, entonces, las raíces, o las cosas que
tocan campanadas en la cabeza de uno, pueden provenir de casi cualquier parte.
En el caso mío, hace largo tiempo que me intereso
mucho por la literatura latinoamericana, la que se puede encontrar cada vez más
en buenas traducciones, cosa que no ocurría en la época en que comencé a interesarme
por ella.
…Pero para mí la verdadera revelación, cuando todavía
era estudiante universitario, fue Borges.
…El ambiente fantasmal de mi novela le debe algo a
Rulfo.
…Y luego García Márquez. No sé, siempre me juntan con
él. Es muy halagador, en cierto modo, porque estimo que es uno de los grandes
escritores del mundo. Pero creo que hay profundas diferencias entre nosotros
que, para decirlo en la forma más simple, surgen del contrapunto campo-ciudad."
"Creo que la pregunta sobre el personaje central de una
novela y lo estrecha que es su relación con el autor siempre pone a los autores
a la defensiva. Porque lo que todo escritor diría es: “No tiene nada que ver
conmigo”, y eso será siempre una mentira. Pero lo contrario tampoco sería la
verdad. El hecho es que este personaje no soy yo; desde el momento en que uno
crea un personaje, que es el que refleja el punto de vista de la novela, por
supuesto que algo del punto de vista propio se expresa por ese medio. Es decir,
cómo podría no ser así, por qué lo haría uno de otro modo. … Supongo que él no
soy yo, pero de todos modos comparte algunas de mis ideas y, bueno, otra vez,
por ser personaje de una de mis novelas, lo pasa muy mal. Pero hay ciertos
aspectos de su vida que no puedo negar que no serían como son si las cosas no
me hubieran ocurrido a mí como me ocurrieron.
… En un caso como éste, cuando el personaje de mi
novela habla de cómo venció sus temores, por cierto que tiene mucho que ver con
lo que me sucedió a mí."
Y en todos los libros que he escrito ha habido más o
menos algún deseo de enfrentarme a alguna versión oficial de la verdad, con el
fin de decir que hay otra manera de ver las cosas, que tiene relación con la
memoria y no con la versión oficial. De esto nace una paradoja extraordinaria,
y es que quienes poseen el poder se convierten en creadores de ficciones, y que
los que son creadores de ficciones terminan por tener que decir la verdad. Una
curiosa inversión de los papeles.
"Lo que me gustaba del Quijote, por un lado, es
que es un necio obsesionado con cosas absurdas, pero que es noble, porque se
aferra a su mirada del mundo contra toda evidencia. Me parece que Cervantes estaba
tratando de satirizar la cultura basura de su época, así que pensé 'pues
nosotros también tenemos cultura basura”
Creo que uno como escritor no tiene que repetirse. Me
parece que el enorme impacto de García Márquez llevó a muchos escritores
latinoamericanos a tomar otra dirección.
Si hablamos de premios, creo que he tenido mi cuota.
Cuando ganas es muy lindo y cuando no, no importa. El mejor premio es que el
libro sobreviva.
“El problema de la vida real es que no se ajusta a los
parámetros de una trama interesante. Los hechos se suceden lentamente y no
siempre están en conexión unos con otros”.
El Londres de Dickens, por ejemplo, está descrito con
detalles absolutamente realistas. Y sin embargo, en sus novelas emergen
personajes mucho más grandes que ese mundo, mucho más grandes que la vida. Y
funcionan precisamente porque surgen de ese tremendamente detallado universo.
P. ¿Para terminar, usted cree que a través de la
escritura, y sobre todo de la literatura, podemos entender esta, nuestra
realidad actual?
R. Espero que sí. Sin duda creo que una de las cosas que
puede hacer hoy la literatura es, volviendo un poco al principio, enseñarnos o
recordarnos cómo realmente somos los seres humanos, en un momento en que
caemos, cada vez con más fuerza, en posiciones extremas. El ser no es singular,
es plural. Es muchas cosas, es contradictorio. Si nos entendemos así, es más
fácil encontrar puntos de encuentro con otras personas. Deberíamos entonces
aprovechar ese poder de la literatura, el de mostrarnos las cosas en su
variedad, en su multiplicidad, en su complejidad, cosa que nos permitirá reencontrar
lazos en esta sociedad tan rota.
Lo cierto es que en todo lo que escribo hay un fuerte
componente de humor, aunque a veces sea un humor negro. De hecho, no creo haber
escrito nunca nada sin humor porque, personalmente, aborrezco leer libros que
no tengan algo divertido. Hay grandísimos escritores como, por ejemplo, George
Eliot, al que encuentro muy difícil de leer porque no permite ni el esbozo de
una sonrisa en toda su obra. Es siempre de una inquebrantable seriedad.
P. ¿Por qué esperó tanto tiempo para escribir sus
memorias, sobre todo con lo que ocurrió tras la publicación de 'Los versos
satánicos'?
R. Tardé un tiempo hasta que decidí que había llegado
el momento de contar lo que había vivido. Además, convendrá conmigo en que es
una historia interesante, y yo no dejo de ser un escritor. Quería también ser
el primero en contar mi historia. Mucha gente creía saber cómo habían sido las
cosas, pero solamente yo tenía la información veraz de lo que había pasado
todos esos años. Uno de los beneficios de haber esperado tanto es que en el
momento de escribir mis recuerdos de esos años, ya no tenía una implicación
emocional con los hechos. Escribir este libro tres o cuatro años antes hubiera
sido muy duro para mí y hubiera revivido muchos sentimientos negativos. Quise
esperar hasta que yo estuviera al mando de la historia y que no fuera la
historia la que me dominara a mí. Si le soy sincero, el libro supuso una
liberación. Fueron muchos años guardando el secreto de cómo habían sido las
cosas. Secreto que no solamente guardaba yo, sino todos aquellos que me
ayudaron y nunca dijeron nada.
“Un ensayista estadounidense decía que el puritanismo
es el miedo de que alguien pueda llegar a ser feliz. Así el placer se convierte
en un acto revolucionario”.
“La libertad de expresión es lo que hace posible el
arte”.
“La libertad de expresión está siendo atacada y
necesita ser defendida. La mejor manera de hacerlo es ejerciéndola. Escribir lo
que hay que escribir; dibujar lo que hay que dibujar”.
“La ficción es un lugar peligroso. (…). No siempre lo
que hay ahí es verdad. Aunque puede generar verdades de la naturaleza humana”.
“Simplemente creo que el humor es algo muy civilizado.
Reírse de uno mismo es uno de los aspectos centrales de cualquier civilización.
Los seres humanos aburridos nunca tienen sentido del humor. Los tiranos tienen
un mundo sin humor...".
“Lo más importante es que un escritor debe tener un
buen detector de mierda de su propia escritura”.
“Siempre me ha gustado infringir las fronteras
culturales. Hay que conocer los ambientes de los que se va a escribir”.
“Hay dos clases de novelas: una de todo y otra de casi
nada. Esta es de todo”.
“¿Qué por qué el sueño de querer ponerlo todo? Porque
somos muy arrogantes”.
"Hay muchas formas narrativas. El realismo es un
recién llegado para reclamar que es lo único".
“El personaje ficticio más peligroso es Dios”.
“Hay que tener cuidado con lo que deseas. Si se quiere
un mundo ideal, y el precio de eso es la pérdida del sueño y la oscuridad de
aquello que levanta monstruos, puede ser aburrido. Quizá ese es el problema del
ser humano: que no queremos lo que queremos”.
“Hemos perdido algo importante en la literatura, y es
ese pacto con el lector de la suspensión de la incredulidad”.
"La ficción fantástica es muy rigurosa y
realista, y debe ser así si quieres que el lector te acompañe".
"Cuando escribí Joseph Anton me liberé de una
parte de mí. ¡Estuve con ella 20 años!".
“Cuando usas tu verdad para escribir, luego no sabes
que es verdad y que no”.
“En mi futuro como escritor no iré hacia la no
ficción. Estoy contento de volver a la ficción”.
“No es la literatura la que va a resolver los
problemas del mundo, no puede hacerlo directamente, pero en casos muy raros hay
libros que tienen una influencia directa de la vida de la gente. La literatura
no funciona así, pero lo que sí creo es que la literatura puede modificar la
actitud y la mentalidad de los lectores”.
Lo cierto es que el poder de la novela radica en que
no necesita mucha tecnología para conseguir un mensaje: basta escritorio, pluma
y papel
“En ese momento el lector no sabe en qué momento del
libro sucederá este milagro y el escrito tampoco sabe en qué lectores producirá
ese efecto, aunque sí es verdad que algunos libros conmueven profundamente a
algunos lectores y modifican su forma de ver el mundo”
“Todos soñamos y cuando dormimos pasan cosas sumamente
raras en nuestro cerebro. Pero pienso que mientras tengamos la capacidad de
soñar seguiremos teniendo la de inventar historias”.
Desde tiempos inmemoriales el ser humano cuenta
historias y lo ha hecho para entenderse a sí mismo. Por eso, “cuando un niño
nace, una vez que es alimentado, está calientito y se le ha bañado, lo que
viene es que se le cuente un cuento. Casi siempre, lo primero que dice un niño
es: ‘Cuéntame un cuento".
¿La fatwa lo cambió? “Sí, algo. Me convirtió en
alguien más obstinado y descubrí que cuando alguien te hace callar no debes
hacerlo, sino hacer oír tu voz más fuerte. Me dio formación, me guió en otra
dirección y me obligó a ser uno de los primeros en indignarse por este
fenómeno”.
P. HBR: ¿Cómo puedes saber que estás listo para
empezar un nuevo libro?
R. - ¡Hola! Normalmente porque una idea me molesta. A
veces tienes una persona sobre la que quieres escribir, a veces hay un evento
que quieres explorar. Joseph Heller dijo que todas sus novelas comenzaron con
una frase: uno vendría a él, y sabría que contenía muchas más. Si una idea se
queda, todavía me interesa, surge cada mañana cuando me despierto, eso me dice
que tengo que prestar atención. Y a veces eso puede tomar muchos años. Antes de
escribir La Encantadora de Florencia, Había estado pensando tanto en el
emperador Akbar como en Niccolò Maquiavelo durante décadas. Siempre pensé, «Voy
a escribir sobre ellos uno de estos días». Nunca se me ocurrió que acabarían en
la misma novela. Pero en algún momento empezaron a hablar entre sí, y me di
cuenta de que era el libro.
P. ¿Cómo trabajas? ¿Y ha cambiado con los años?
R. Siempre me he dicho que lo trate como un trabajo de
9 a 5. Sólo ve a hacerlo. No importa si te sientes bien ese día. No creo que
escritores o artistas puedan permitirse tener un «temperamento creativo» o
esperar a que descienda la inspiración. Tienes que sentarte ahí y hacerte
hacerlo. Y con los años esa es una disciplina que realmente desarrollé. Puedo
sentarme en mi escritorio todos los días y hacer mi trabajo, nunca darme
permiso para no hacerlo. Una vez que tu mente entiende que no tiene excusas, es
notable cómo comienza a seguir adelante. Tal vez soy inusual entre los
escritores en que no soy un recluso. Muchos escritores, especialmente cuando
están profundamente comprometidos con la escritura, se retiran del mundo.
Encuentro que me siento muy nutrido por participar en el trabajo exterior,
estar con gente que me importa, hacer cosas que me gusta hacer. Eso me revive y
me da energía y me permite volver al trabajo renovado al día siguiente. Lo que
ha cambiado es que cuando empecé, solía escribir mucho más en un día que ahora:
cuatro páginas, cinco páginas. Ahora estoy haciendo 400 o 500 palabras. La
diferencia es que el trabajo solía necesitar mucha revisión. Ahora escribo
mucho menos, pero está más cerca de una pieza terminada. También solía sentir
la necesidad de tener un buen sentido de la estructura de la historia antes de
poder comenzar. A medida que me he hecho más viejo, tal vez uno se pone más
valiente al saltar de un acantilado, me encuentro más dispuesto a empezar sin
planear todo. A menudo, la historia que termino es bastante diferente a la
historia que pensé que había empezado a escribir. La escritura se convierte en
un proceso de descubrimiento.
P.¿Es su habilidad para escribir mejor prosa la
primera vez ahora debido a la práctica o disciplina?
R. Creo que es una de esas cosas que mejora con la
práctica. Pero hay algo más: hay un punto en el que realmente comienzas a saber
quién eres y en qué dirección esperas que tu trabajo vaya, y eso te da mayor
confianza y claridad, para que lo consigas bien la primera vez.
P. ¿Cómo sabes cuándo un libro está terminado?
R. Agotamiento. No es que esté físicamente cansado,
pero mi imaginación sí. Hay un punto en el que no lo estás haciendo mejor, solo
lo estás haciendo diferente. Tienes que ser bueno reconociendo ese punto.
Hemingway dijo que una de las cosas más importantes que necesitaba un escritor
era, si me disculpan, un detector de basura muy bueno. Y creo que eso es
cierto: la capacidad de saber cuándo es bueno, cuándo no es bueno y cuándo está
hecho.
P. ¿Solicita comentarios?
R. No comparto el trabajo en progreso, porque me
parece demasiado frágil. Si estoy escribiendo una escena divertida, y te la
muestro y no te ríes, me siento triste, pierdo la confianza. Así que lo llevo
tan lejos como puedo antes de mostrárselo a nadie. Pero luego me interesa mucho
lo que los editores y amigos tienen que decir. No se trata tanto de necesitar
que les guste, aunque siempre es agradable. Lo que realmente quiero es que me
digan dónde están los problemas. Normalmente hay media docena de personas a las
que les muestro el libro cuando estoy listo: editores y amigos. Necesitas
personas no sicofánticas que te digan la verdad.
P. Estás cerca de muchos otros escritores. ¿Cómo se
apoyan e inspiran los unos a los otros?
R. Si dijera que nos reunimos y hablamos de
literatura, no te estaría diciendo la verdad. Hablamos de casi todo lo demás.
Pero tenemos una especie de comprensión instintiva el uno del otro, porque
todos estamos haciendo lo mismo. Lo que también ha sido valioso es conocer
escritores mucho más jóvenes que yo. Hay una tendencia a estar muy comprometido
con su propia generación y a sentirse inspirado por las generaciones anteriores
o a discutir con ellas. Así que es fácil olvidar a la generación que viene
después. Pero esos jóvenes escritores son tan útiles como viejos amigos. Te
mantienen fresco y te permiten ver cómo las personas de otro punto en el
tiempo, criadas en un mundo diferente, piensan y hacen las cosas.
P. ¿Cuál es la parte más difícil de tu trabajo?
R. Comprender el mundo es algo muy difícil. Llevar a
los seres humanos a la vida en la página es algo difícil. Siempre he sentido
que un escritor también debería tener alguna relación con el lenguaje que
cambia todo el tiempo: nuevas voces, nuevos estilos, nuevas formas, y eso es un
combate constante. Lo más difícil es que no se sienta difícil para el lector.
Pero estoy haciendo que suene como si fuera sólo un trabajo duro. No lo es. En
realidad es lo más agradable que se me ocurre hacer. Los momentos en los que
soy más feliz son cuando escribo un libro y siento que funciona. Es
emocionante, mucho más que publicar un libro. En realidad, con el paso del
tiempo, temo cada vez más el momento de la publicación.
P. ¿Por qué? ¿Por las rondas de publicidad?
R. Sí, en parte por lo que se espera de ti. Pero
también, es un momento muy vulnerable. Cuando escribes, te engañas pensando que
es un acto privado. Estás solo en una habitación. Nadie más está leyendo. Sólo
eres tú y la página, y estás tratando de hacer que funcione. Y puede tomar
muchos años; he tardado tres veces cinco años en escribir un libro. Así que
parece algo que es sólo tuyo y de nadie más, y luego viene la publicación, y
estás obligado a admitir que esta cosa es en realidad un acto extremadamente
público. Y te sientes desnuda. Es como desnudarse en público. Además, usted no
quiere prescribir el libro a la gente, para decirles de qué se trata y cómo
leerlo. Quieres que traigan su imaginación. Así que la forma en que se
comercializan los libros va en contra de mis instintos. Si nos fijamos en el
siglo XVIII, uno de los grandes períodos de la historia de la literatura
inglesa, era totalmente posible que los libros se volvieran extremadamente
famosos mientras que sus autores seguían siendo más o menos desconocidos.
Piense en Viajes de Gulliver, Robinson Crusoe, Tristram Sandy. Eran libros
famosos, pero sus autores no tenían que hacer nada para promoverlos.
P. Trabajaste brevemente en una agencia de publicidad.
¿Qué aprendiste de esa experiencia?
R. Una cosa es la disciplina. Si tienes que producir
trabajo para el jueves a las 2:30 porque ahí es cuando llega el cliente,
aprenderás a hacerlo. También trabajé en publicidad durante un período en el
que las personas que se convertirían en los cineastas británicos más talentosos
de su generación estaban haciendo comerciales. Hice un comercial de Clairol
Loving Care con Nicolas Roeg. Hice un comercial de secador de pelo con Tony
Scott, antes de que él fuera a hacer Top Gun. Hugh Hudson, Alan Parker. Terminé
trabajando con este grupo de personas extraordinariamente talentosas.
P.Tu primer libro fue repasado. ¿Por qué lo has hecho?
R. Escribir es realmente una llamada. Es necesario
para la persona que lo hace. El mundo se está ahogando en libros; incluso si
lees una gran obra maestra todos los días, nunca serías capaz de leer todas las
que ya existen. Así que si quieres añadir un libro a esa montaña, será mejor
que sea necesario. De lo contrario, salva los árboles.
P. ¿Cómo respondiste a las críticas al principio de tu
carrera, y eso ha cambiado con el tiempo?
R. Cualquiera que diga que no le importa probablemente
esté mintiendo. Me sorprendió mucho cuando mi primer libro fue recibido sin
amabilidad. Fue perturbador. Pero también fue muy útil, porque me hizo
cuestionar de nuevo lo que pensaba acerca de escribir y cómo hacerlo, y empezar
de nuevo de una manera diferente. Y eso llevó a Los niños de medianoche. Así
que tal vez fue un error que tuve que cometer para encontrar al escritor que
tenía dentro de mí. Por cierto, ese primer libro todavía está impreso y lo está
haciendo bastante bien, así que a veces pierdes el juego corto pero ganas el
largo.
P. Niños de medianoche ha recibido tantos elogios.
¿Alguna vez sientes como si estuvieras persiguiendo su éxito?
R. Ese libro hizo cosas maravillosas por mí. Creó el
sentido de la gente de mí como escritor. Me hizo financieramente independiente.
Pero ya no escribo así. Era un libro de jóvenes. Cuando empecé a escribirlo,
tenía 27 o 28 años. Cuando fue publicado, yo tenía 33 años. Y estoy a punto de
tener 68 años. Fue hace mucho tiempo. Lo bueno de la vida escrita es que no hay
edad de jubilación. Todo lo que haces es escribir el siguiente libro.
P. ¿Cómo afectó la fatwa tu trabajo?
R. Inmediatamente después, no tuve mucho tiempo ni
espacio para pensar en el trabajo; el mundo gritaba en mis oídos. Pero no
quería que me descarrilaran como artista. Así que me dije firmemente: «Sigue
siendo el escritor que siempre has sido». Y si muestras mis libros en secuencia
cronológica a alguien que no sabe nada de mi vida, no creo que ese lector
diría: «Oh, mira, algo terrible sucedió en 1989, y todos los libros después de
eso se ven afectados». Creo que verían continuidad en la literatura. No hay
gran interrupción. Y estoy orgulloso de eso... el hecho de que fui capaz de
seguir siendo yo mismo como artista.
P. Eres muy activo en Twitter. ¿Cuál es la apelación?
R. Sólo inmediatamente— poder decir lo que tienes que
decir de inmediato, sin mediar. Sabes, los libros tardan mucho tiempo en
escribir. Es ridículo tratar de abordar temas de actualidad en la ficción,
porque vivimos en un momento de cambio muy rápido. Las redes sociales son lo
opuesto a los libros. Los tweets no tienen una vida a largo plazo, pero tienen
una inmediatez útil. Me resistí a Twitter al principio, pero un amigo me
retorció el brazo, así que lo intenté, y para mi completo shock, estoy en un
millón de seguidores. Te pone un megáfono en la mano. Y cuando hay algo por lo
que gritar, es útil tener un megáfono.
P. En un reciente discurso de iniciación en Emory, le
dijo al público que se esforzara por algo más allá de la felicidad. ¿Por qué te
esfuerzas?
R. Mi amigo Martin Amis tiene una frase maravillosa:
«Lo que esperas hacer es dejar atrás un estante de libros». Quieres ser capaz
de entrar en una librería y decir: «De aquí a aquí, soy yo». Esa idea de hacer
algo duradero que perdure más que la moda, los eventos contemporáneos, hay algo
muy hermoso en eso para mí. Los escritores de ficción popular están buscando
libros que un gran número de personas querrá leer y disfrutar de inmediato.
Pero los libros que admiro como lector y que estaría feliz de hacer como escritor
son los que aguantan la prueba del tiempo. Estoy muy contento, por ejemplo, de
que Niños de medianoche tiene ahora 34 o 35 años y que las personas que no
nacieron cuando salió el libro pueden conectarse a él.
P. ¿Por qué los empresarios deberían leer ficción?
R. La no ficción se vende mejor que la ficción en
estos días. Pero una cosa que aprendes como un mayor de historia es cómo son
los eventos impugnados. Los hechos son resbaladizos. La verdad es imperfecta.
La ficción lo reconoce. También hay otro tipo de verdad —la verdad de cómo los
seres humanos nos relacionamos unos con otros, para colocar, para ideas y
sistemas de creencias— y eso se encuentra en una novela. A medida que las
personas tienen acceso a mejores traducciones, pueden usar la literatura para
entender otras partes del mundo. Si ves Afganistán en las noticias, son
explosiones y gente gritando. Pero si lees, digo, El Kite Runner, empiezas a
entender la experiencia vivida de un afgano.
Diría que la literatura en sí misma, las palabras en
la página, son generalmente más fuertes que las fuerzas que las atacan. Por
ejemplo, la poesía de García Lorca ha probado ser más fuerte que la Falange y
los escritores de la Unión Soviética han probado ser más duraderos el que
régimen de Stalin.
Entonces la literatura es poderosa, los frágiles somos
los autores. Es muy fácil atacar al cuerpo del escritor, llevarlo a la cárcel,
torturarlo y asesinarlo; por ello considero que debemos de pensar en defender a
los escritores ya que, de alguna forma, su trabajo les sobrevivirá.
No estoy hablando sólo de escritores creativos, de
ficción, porque creo que vivimos en una época de enorme peligro para los
periodistas; nos ha quedado muy claro que los periodistas han sido considerados
como blancos estratégicos para muchas zonas en guerra, y si no estuvieran ahí
cumpliendo con su trabajo no sabríamos nada de lo que ocurre, entonces estamos
atestiguando un esfuerzo heroico y literario de otro ámbito que debemos
reconocer y debemos reflexionar acerca de lo que podemos hacer para proteger
mejor a los periodistas.
Yo no quiero declarar en defensa de la literatura, si
ella misma es más grande o de lo que puede ser capaz de provocar. La literatura
no puede resolver los problemas del mundo, tampoco puede cambiar directamente
la forma en que vivimos en el mundo.
En rarísimas ocasiones surgen libros que tienen una
influencia directa en las personas; esto se puede decir de la novela La cabaña
del tío Tom, que tuvo un gran efecto en el debate sobre la esclavitud dentro de
Estados Unidos, pero la mayoría de la literatura no funciona así.
Lo que creo que puede hacer la literatura es modificar
la mentalidad de cada uno de los lectores, ya que cuando amas un libro éste se
convierte en una manera de percibir el mundo y el asunto es que ni el lector
sabe cuándo un libro tendrá efecto en su vida, como tampoco sabe el autor cuál
de sus lectores será afectado de tal forma.
Ocurre de vez en cuando que algunos libros motivan a
ciertos lectores que buscan cambiar la forma en que vemos el mundo y la mayoría
de nosotros podemos decir cuáles han sido esos libros que nos han cambiado la
visión del mundo, y serán diferentes para cada quien y nos cambiarán en muy
distintas maneras, pero ésa es la forma en que los libros nos hacen cambiar, no
como un gran cambio que se gesta como movimiento político o social, lo hacen
con un lector a la vez.
Lo que sucede con los premios, y he tenido algo que
ver con ellos, es que a veces vienen hacia ti pero no deben ser la motivación
para trabajar. Me explico: yo sólo quiero escribir mis libros y si unos
caballeros en Suecia piensan que debería ganarlo me daría mucho gusto, pero no
paso mi tiempo pensando en ello.
El mundo está lleno de escritores geniales y sólo hay
uno de esos premios al año, entonces hagan sus cálculos y gracias por considerarme.
Nunca he creído a los políticos. Ha habido momentos en
mi vida en los que estoy escribiendo sobre algún tema y la versión oficial es
totalmente opuesta a lo que digo, pero sé que la versión oficial no es cierta.
Por ejemplo, cuando escribía Hijos de la medianoche, hay un capítulo que narra
los actos genocidas practicados por el ejército paquistaní en la región que se
convertiría en el país independiente de Bangladesh; los asesinatos en masa que
ocurrieron han sido bien documentados y existen evidencias fotográficas, de
todo tipo, y sin embargo la versión oficial de Pakistán, hasta hace poco
tiempo, era que nada de esto había pasado. Entonces te encuentras “cometiendo”
un acto de recordar al hacer memoria y escribir “esto fue lo que vi, esto pasó
así”, de pronto eres un problema porque tu versión entra en conflicto con la
versión oficial.
Es una enfermedad muy difícil de transmitir. He pasado
mucho tiempo contando historias a mis hijos, pero ellos no han adquirido la
enfermedad, es como el ébola, difícil de contagiar.
Aparentemente todo iba a matar a la novela. Cuando
surgió el radio, iba a matar a la novela; cuando llegó el cine, iba a matar a
la novela; la televisión también, todo trata de matar a la novela y ésta sigue
con vida. Creo que una de las razones por las que sigue viva es su cualidad de
ser una forma de tecnología muy elemental, sólo requiere a una persona, un
lápiz y papel. Cualquier otra forma requiere de mayor tecnología que es
generalmente más cara y por ello más fácil de controlar.
Por el contrario, esta forma de tecnología elemental
es muy fácil de producir y muy difícil de controlar, ello la convierte en
poderosa.
P. Desde que empezó hasta hoy, ¿ha cambiado mucho como
escritor?
R. Cuando escribí Hijos de la medianoche era un obseso
de la técnica. Lo fundamental para mí era la arquitectura del relato, que tenía
que ser de una perfección absoluta. La estructura de la novela tenía que estar
resuelta antes de ponerme a escribir la primera línea. Con el tiempo ha dejado
de ser así. Ahora cuando escribo, improviso más, de manera parecida a como
hacen los músicos de jazz. Mientras voy creando, espero a ver qué pasa. Cuando
la técnica deja de ser un problema, no es necesario pensar en ella y se crea
con mucha más libertad. Me empezó a pasar cuando escribía El último suspiro del
Moro. No era yo quien tomaba las decisiones, sino que esperaba a ver qué pasaba
en la página y lo disfrutaba.
P. ¿Qué escritores han influido más en usted?
R. Dickens más que nadie, porque… Últimamente hay una
polémica acerca de si el arte de contar historias es algo distinto de la
literatura… Para mí son cosas inseparables. Todo es lenguaje. Cuando abro un
libro quiero que me cuenten una historia, ver cómo los personajes se mueven por
el mundo. Antes hablamos de Lolita. Sin ella no hay historia. Dickens entiende
mejor que nadie la función narrativa de las historias, por eso es capaz de
desplegar tantos planos narrativos que se entrecruzan sin jamás confundir al
lector. Es la misma técnica que utilizan las series de televisión hoy. Solo que
Dickens ya lo hacía en el siglo XIX. En sus novelas hay arzobispos y asesinos,
tenderos y putas, nada queda fuera de su alcance. Doy clases de escritura
creativa y lo primero que digo a mis estudiantes es que lo más importante es
tener una buena historia que contar.
Un escritor se puede considerar afortunado si uno de
sus libros, uno solo, llega a tocar el corazón de la gente de verdad. Que te
admiren, que te respeten, ser famoso…, todo eso está muy bien, pero que la
gente ame de verdad una obra tuya… no suele suceder, y eso es lo que me ha
pasado a mí con Harún y el Mar de las Historias. Se publicó hace casi 30 años y
siempre que estoy de gira con un libro nuevo se presentan lectores con un
ejemplar de Harún. Hay gente que me cuenta que lo conoce porque se lo leyeron
sus padres siendo niños y ahora se lo leen ellos a sus hijos. Me parece
fascinante que una novela pueda pasar así de generación en generación.
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