Nahum Montt y la creación literaria. Recopilación de entrevistas
Del escritor colombiano Nahum Montt, dice Wikipedia:
Egresado
de Literatura de la Universidad Nacional y Maestría en Educación en la
Universidad Externado de Colombia. Autor de las novelas Midnight dreams (1999)
y El Eskimal y la Mariposa, con la cual obtuvo el Premio Nacional de Novela
en el 2004; reeditada por Alfaguara en el 2005 y considerada por la crítica
como una “radiografía visceral y poética de la violencia colombiana de los años
ochenta y noventa del siglo XX”. Autor de la novela Lara, que versa sobre la
vida y el asesinato del Ministro de Justicia colombiano Rodrigo Lara Bonilla, a
manos de los carteles de narcotráfico en el año 1984. Lara fue recientemente
traducida y publicada en Francia. También es autor de una biografía de Miguel
de Cervantes Saavedra titulada Versado en desdichas.
Ha
sido docente de literatura en las más importantes universidades del país y
asesor pedagógico en el proyecto de uso de medios y nuevas tecnologías del
Ministerio de Educación Nacional.
En
la actualidad es director del taller de narrativa Ciudad de Bogotá, uno de los
más importantes semilleros de narradores en el país. Este taller es auspiciado
por el Ministerio de Cultura, la Secretaría de Cultura, Recreación y Deporte,
SCRD, y la Red Nacional de Talleres de escritura creativa, RENATA, en el marco
de Bogotá, capital mundial del libro.
Seleccionado
entre los cuarenta narradores colombianos después de García Márquez, cuya
exposición fotográfica, a cargo de Jorge Mario Múnera, se realizó en Liber
Madrid 2006 y en el marco del IV Congreso de la Lengua Española 2007 en
Cartagena. Escritor invitado a la XXI Feria Internacional del Libro de
Guadalajara en noviembre de 2007.
En su rol de divulgador pedagógico de los procesos de escritura
literaria, hemos seleccionados de sus múltiples entrevistas, las que tienen que
ver con los asuntos del arte de la creación, sus influencias, sus métodos:
Su
más reciente novela la protagonizan Shakespeare y Cervantes. ¿Cuál de los dos
ha llegado más al fondo de su corazón?
En mi corazón palpitan los ecos de Sancho Panza
suplicándole a Don Quijote que no se muera: “No se muera vuestra merced, señor
mío, sino tome mi consejo y viva muchos años, porque la mayor locura que puede
hacer un hombre en esta vida es dejarse morir sin más ni más, sin que nadie le
mate ni otras manos le acaben que las de la melancolía”.
¿De qué manera se encontraron en la historia
estos dos grandes escritores?
Shakespeare y Cervantes se encuentran gracias a la
ratificación del tratado de paz entre Inglaterra y España, firmado en
Valladolid en 1605. Cervantes ya ha publicado su Don Quijote, y Shakespeare ya
ha montado Hamlet en su compañía de teatro.
¿Adorador del Quijote?
Lector asiduo del Quijote. Creo que el mundo se divide
entre quienes leemos Don Quijote y aprendemos de él y los que no lo han leído y
se han perdido el maravilloso encuentro con el más hermoso y complejo personaje
literario. Personaje que terminó opacando al ser humano que lo concibió.
¿Qué rasgo del carácter del Quijote le
gustaría tener?
Su decencia, su integridad, su coherencia. Quisiera
que mi epitafio dijera: “Vivió loco como Don Quijote, murió cuerdo como don
Alonso Quijano”.
Más
allá de Don Quijote, ¿qué obras de Cervantes recomienda?
Hermanos de tinta está muy cerca de las Novelas
Ejemplares, en particular de El coloquio de los perros, El casamiento engañoso
y Rinconete y Cortadillo. Pero la novela ejemplar que más me gusta y que
siempre recomiendo para entrar en la obra de Cervantes es El licenciado
Vidriera: la historia de un estudiante brillante que es hechizado por una bruja
mediocre y amanece convencido de que se convirtió en vidrio. Un hombre de
cristal que camina por en medio de las calles por temor a romperse, con una
gran sabiduría e ingenuidad. Un chiflado que dice las más grandes verdades.
Y de Shakespeare, ¿cuáles son sus personajes
favoritos?
Mis entrañables son los secundarios, en escenas
memorables, como en Hamlet cuando Polonio le da consejos a su hijo Laertes. Le
dice:
“Primero prudencia. No te precipites a decir lo
primero que se te pasa por la mente, y piensa dos veces antes de actuar. En tu
comportamiento sé simpático, pero jamás vulgar. Si tienes amigos, y lo son a
toda prueba, no los sueltes. Aférrate a ellos con lazos de acero. Pero no
despilfarres tu dinero en agasajos a cualquier fanfarrón recién aparecido.
Tampoco busques lucirte en peleas necias. Pero cuando te toque pelear, pórtate
de tal manera que tu contrincante te respete. A todos presta oídos, a pocos da
tu voz. Escucha la opinión general, pero que las decisiones en últimas sean
tuyas…”.
¿Cuál es la obra de Shakespeare que más veces
ha leído?
Hamlet en la traducción de Joe Broderick. Es muy
bella, es como sentir que Hamlet era colombiano.
¿Qué
virtud de Shakespeare quisiera para su obra?
Su lucidez trágica.
¿Y de Cervantes?
La terquedad.
¿Qué
viajes fundamentales formaron parte de la investigación para esta novela?
Viajé al siglo XVI de la mano de Henry James. Este
autor me enseñó a conjurar los desafíos técnicos de Hermanos de tinta.
¿Por
qué autores se ha sentido influenciado?
William Faulkner y Gabriel García Márquez, que para mí
son un mismo autor. Existen otros autores que son aburrídisimos pero a los
cuales se les aprende bastante, como Henry James, Joseph Conrad, Virginia
Woolf. Y otros que se los lee como un acto de fe en el oficio de escribir:
Raymond Chandler y Dashiell Hammett, que también son uno solo. Pero los papás
de todos ellos siguen siendo las bellezas de Shakespeare y Cervantes.
¿Escribir
para qué?
Perdón si sueno arrogante, pero yo escribo para hacer
posible lo imposible, como los magos, como los locos.
Usted es un abuelo joven. ¿Cuál es su plan
favorito con sus nietos?
Jugar a leerles, jugar a abrazarlos y besarlos. Jugar
y jugar con la desvergüenza de un abuelo que perdió el sentido del ridículo y
el pudor ante el qué dirán (sentido que sí tenía con los hijos).
¿Cuál es el recuerdo más vivo que tiene de su
natal Barrancabermeja?
Son fragmentos que se juntan en una sola imagen: tengo
catorce años y hundo mis pies desnudos en la calle: el asfalto hierve con el
calor del mediodía y quedo en trance. Respiro el olor a bocachico frito y
escucho en la distancia la voz de Rubén Blades: “Dígame, Madame Kalalú, en su
bola de cristal qué ve”.
Usted ha sido maestro de escritura. ¿Cuál es
el más recurrente de sus consejos a quienes quieren aprender a escribir?
Aunque suene a verdad vieja de Perogrullo, no conozco
otra manera distinta de enseñar a escribir sino a través de la lectura. Donde
leer como escritor y escribir como un buen lector forman parte del mismo
proceso de aprendizaje. Eso sí, hay que leer muy atentos, como recomendaba Gabriel
García Márquez, leer con los ojos bien abiertos para no dejarse hipnotizar y
descubrir los trucos de los grandes escritores, que como buenos magos escondían
entre sus líneas las claves de por qué una anécdota funciona mejor que otra o
de por qué un personaje encaja mejor en una situación dramática que en otra.
¿Su mundo, desde la infancia, siempre estuvo rodeado de libros?
Pertenezco a la generación de Círculo de Lectores,
donde cada tres meses llegaba el promotor de ventas con una revista llena de
colores y libros posibles. Mi padre nos regalaba un libro. Yo era el tercero de
cinco hermanos y el hermano mayor tenía voz y voto para elegirlo. El que seguía
tenía voz y yo sólo ganas. Cuando llegaba el libro escogido por mi hermano
mayor contemplaba embelesado como le quitaba el plástico -esa especie de condón
para libros- y luego, desarrollé una absurda paciencia para contar los días que
tardaban mis dos hermanos para leerlo. Eso sí teníamos un código de honor de no
hablar ni mal ni bien de ellos hasta no haberlos leídos para no dañar la
lectura. De esa forma leí y releí El Padrino y Papillón, novelas de Robert
Ludlum y Stephen King, Sven Hassel, Ken Follet, entre otras.
¿Cuál fue el primer libro que lo cautivó y que aún recuerda con especial
cariño?
Un libro me acompaña en la memoria. Lo gané por mi
desempeño académico, ocupé el tercer lugar de primer año de primaria y me
dieron una mención de honor y un libro que hojeo en mis recuerdos: era un Don
Quijote grande y delgado en pasta dura con ilustraciones para niños. Fue mi
primer libro y me acompañó hasta entrada la adolescencia. Aunque se terminó
dehojándose en medio del intenso calor de mi pueblo, Barrancabermeja, sigo
consultándolo en los archivos privados de mi memoria.
¿Cuál fue la protagonista literaria que le robó los sueños?
Olga Forever, de Paco Ignacio Taibo II. Me encanta y
me seduce tanto que ya tengo los esbozos de un personaje femenino inspirado en
esa belleza silvestre e irascible de Olga.
¿A qué novela o novelas recurre siempre?
Me encanta volver a los cuentos y novelas de
Sherlock Holmes de Conan Doyle. Me gusta reencontrar el tono, la pregunta vital
que esconden y que te hacen seguir con las tramas. Pero más allá de los casos
resueltos me queda la impresión de haber sido testigo de una amistad entrañable
entre Holmes y Watson. Santuario de Faulkner es la novela que siempre vuelvo:
su intensidad, su atmósfera y la sensación de estar dentro de un mundo donde lo
trágico se asume como una forma del destino, inevitable como el amor.
¿Cuáles han sido sus autores favoritos?
Cervantes y Faulkner. Trato de que me acompañen cada
día de mi vida: ni un día sin la gracia de sus textos, a los cuales uno se
acerca como a esos viejos amigos que no necesitan grandes protocolos ni
invitaciones solemnes: cualquier momento es bueno para entrar en los textos de
Cervantes y Faulkner.
¿Es verdad que cuando se tiene un libro en las manos jamás se siente uno solo?
Los libros siempre acompañan: algunos son
perturbadores, te llenan de desasosiego y te hunden en la tristeza, otros te
sacuden el corazón, otros te hacen agarrar la barriga de la risa y otros, los
mejores somníferos del mundo. Así como hay poetas que recetan poemas contra el
amor no correspondido o la tristeza después de las separaciones, se deberían
recetar algunas novelas que te hacen dormir profundamente apenas lees un par de
páginas. En fin, yo no leo sólo para ser feliz o infeliz, yo leo para
mantenerme lúcido y crítico frente al mundo que habito.
¿Toda feria del libro debería ser como un Hay Festival de la vida?
Bonita esta imagen: como si la vida y los libros
estuvieran llena de momentos aburridos, olvidables. Y sólo en breves, en
fugaces instantes o escenas alcanzamos eso que podríamos llamar la sensación de
estar vivos: el encuentro feliz y deslumbrante entre una página y su lector. La
Filbo es una fiesta cargada de sorpresas y mucho entusiasmo.
¿Cómo nació la idea del premio de novela convocado por el MinCultura?
Nace ante la necesidad de reconocer que existe en Colombia
una comunidad deliberante de lectores. Tomar la iniciativa de premiar las
novelas publicadas en Colombia durante los dos años anteriores implicó también
reajustar y continuar apoyando los estímulos que otorga el Ministerio de
Cultura a los proyectos de obras literarias inéditas y en proceso de creación.
¿Qué
tipo de escritor es usted?
Yo tengo una
imagen maniquea de los escritores. Yo creo que hay dos tipos, los que escriben
antes de media noche y los que escriben en la madrugada. Cada vez que me
levanto a las dos de la madrugada a escribir, sé que hay otro que no se ha
acostado, pegado a su computador.
Creo que las horas de la madrugada son las más
privilegiadas para entrar en contacto con todo ese ambiente mágico de la
creación literaria. Creo en la musa, en mi musa, que pasa a eso de las cuatro
de la madrugada, y lo sé porque a esa hora empiezan a cantar los primeros
pájaros que la saludan.
Los indús dicen que más o menos a esa hora pasa la
diosa fortuna que es venturosa con aquellos que a esa hora están haciendo algo.
Por eso, esa hora para mi es privilegiada para escribir.
Yo escribo de dos de la madrugada a siete de la
mañana, a la hora que la gente de mi casa comienza a levantarse. A esa hora yo
ya siento que he cumplido con mi deber. El resto del día lo planea para vivir
esa otra realidad que me corresponde vivir.
A menudo, incluso, he sentido esa esquizofrenia de que
los problemas de mi ficción son más importantes que la misma realidad. Eso
quiere decir, pues, que me acuesto muy temprano. Siempre me duermo viendo las
malas noticias del país. Como usted sabrá, los noticiarios a esa hora se
dividen en dos: Una primera parte trata los problema políticos y de orden
público, y una segunda parte trata los deportes y la farándula. Así que estoy roncando a las siete y veinte. Mis hijos, entonces, aprovechan esas
circunstancias para salir los fines de semana y llegar luego tarde, y los pesco
después de la media noche entrando.
¿Qué
es lo que primero hace al despertar? ¿Planea antes la historia que escribe?
Lo primero que hago al despertar es tomarme un café y
fumarme un cigarrillo. Solo escribo literatura a esa hora. Siento que la musa
me castigaría si invierto ese tiempo en otra cosa distinta, por ejemplo, a
adelantar deberes atrasados del Ministerio de Cultura.
Cuando estoy escribiendo el borrador de un primer
texto, por lo regular escribo muy a lo pasional, muy a lo que me salga. Después
hago una decantación de lo que he escrito para superar esa mirada narcisista
sobre el texto, entonces me doy cuenta que de catorce páginas solo salvo media
hoja. De ahí entro en un proceso
distinto, escribo más pausado, más lento, menos impulsivo, y siento que
comienzo a superar esa simple anécdota utilizando los recursos del lenguaje y
de la narración.
Por otro lado, la lectura siempre es para mi
indispensable en mi formación como escritor. Siempre llevo en la mochila un
libro que saco en esos momentos muertos del día.
¿Escribe
varios textos a la vez?
Yo he conocido escritores que tiene mañas increíbles,
como por ejemplo escribir en dos computadores distintos a la vez, dos relatos o
novelas al tiempo; es el caso de Guillermo Fadanelli, escritor mexicano.
Gracias a que me gané el premio de novela 2004 con El
eskimal, me metí enserio en el oficio de la escritura y comencé a pesar en
varios textos al mismo tiempo. Por ejemplo, a Lara le dediqué mucho tiempo por
la investigación. Ahora en este momento
estoy dedicado a la voluptuosidad de la dispersión creativa. Me siento como en
una maratón de tramas y de historias que se me están dando y no sé cuál de
todas estas ideas va en últimas a consumirme.
¿Cómo
fue el proceso creativo de El eskimal y la mariposa?
El eskimal es una novela que quiero mucho porque fue
ella la que me abrió las puertas al ámbito literario nacional. Yo vine a ganar el premio después del enorme
éxito que fue Al diablo la maldita primavera, de Alonso Sánchez Baute. También
fue una obra que fui escribiendo de forma clandestina. En una época muy dura.
Recuerdo que estaba escribiendo sobre la obra y a la
misma vez investigando sobre ella. Estaba manejando tensión porque sentía la
necesidad de un reconocimiento, ya que llevaba veinte años escribiendo y
escribiendo. A esto se le suma que en aquel tiempo estaba haciendo una maestría
en las noches, y dictaba clases para enseñarle a escribir a estudiantes de
comunicación y a futuros docentes del área del lenguaje.
Por otro lado, puedo decir que mi novela nace de esos
vacíos históricos que tuvieron los asesinatos de dos candidatos a la
presidencia. Uno de ellos muerto en la sala de espera del aeropuerto El Dorado,
Bernardo Jaramillo Ossa, y días después el asesina en pleno vuelo de Carlos
Pizarro León Goméz.
A mi, esos hechos, que me parecieron sacados de la
ficción, comencé a investigarlos, amarrando cabos sueltos que se me
presentaban, y que en últimas me llevaron hasta la muerte de Luis Carlos Galán,
ocurrida en agosto de 1989. Digamos entonces que tenía sobre la mesa un montón
de piezas y de acontecimientos importantes que marcaron una generación. Lo otro
fue reorganizar los eventos y contarlos, no desde el lado que siempre se contó,
desde las víctimas, sino desde los asesinos, de cómo fue la conspiración, el
complot.
Entiendo
que en su caso, su incursión en este género (novela negra) no es tanto producto
del estudio concienzudo. ¿Qué lecturas lo condujeron a él?
La verdad es que fue más el resultado de meterme con
la realidad y la historia de este país. Yo siento que de manera natural uno
termina construyendo relatos propios de la Novela Negra, porque la realidad del
país es propia de este género. De niño siempre leía novelas de vaqueros, los
trillers norteamericanos y demás, y tenía la predisposición, pero siento que lo
que finalmente termina definiendo mis textos como Novela Negra es que ha habido
una toma de posición como escritor de empezar a narrar este país por sus
hechos, sus eventos, sus acontecimientos históricos. Y cuando uno lo narra a
través de la literatura, casi de manera natural cae en el género Negro.
¿En
algún momento ha temido que los espacios reales aludidos en estas novelas
disminuyeran su significación frente a un lector no familiarizado con ellos?
Interesante la pregunta. Los relatos se construyen
con la intencionalidad de ser autónomos e independientes en sí mismos de esa
realidad a la cual se refieren, de esa historia de la cual se nutren. Es
probable que sí, y eso es lo bello de la literatura, que admite distintas
lecturas. Un lector no familiarizado con este contexto va a leer un relato tal
vez de aventura donde siempre hay un final desdichado. Lo curioso es que detrás
de ese final desdichado y ese relato de aventuras hay unos hechos que
ocurrieron y que están ocurriendo ahora en el país. Pero eso le queda más bien
al lector. La función del autor es proponer y tratar de escribir un relato que
ante todo sea verosímil, que sea convincente y que atrape al lector para que
pueda disfrutarlo.
Además
de esos referentes, a algunos lectores jóvenes les puede resultar un poco ajeno
el marco de la novela por estar basada en hechos del pasado (acá aproximamos más
a la Novela Histórica ). ¿Cómo hace para conciliar con lectores de edades tan
dispares?
Fíjate que yo siento que escribo para los jóvenes.
Siento que los jóvenes son extranjeros del pasado de este país, y viven en este
país como si fuera un eterno presente. La novela no puede caer en la trampa
justificar o intentar explicarles a los jóvenes lo que pasó. No. Simplemente
muestra unos eventos, y si el joven está interesado en saber más, es éste quien
tiene que investigar y rastrear. La novela es sólo un punto de partida para
avanzar… Más que en novelas históricas, yo pensaría en novelas policíacas,
donde generalmente ocurre un evento, se investiga y al final hay un desenlace
fatal.
¿Usted
compartiría la apreciación de que en sus novelas la ciudad marca a los
personajes?
Por supuesto, porque yo no concibo un personaje in
vitro, metido en una especie de tubo de ensayo. Y siento que la ciudad es un
recurso expresivo que tiene el escritor para darle una dimensión humana a esos
personajes. «Somos en el mundo», decía Ortega y Gasset. Y ese mundo nos sirve
para iluminar los estados de ánimo del personaje, sus preocupaciones estéticas,
sus obsesiones, su condición humana. Es un medio que uno utiliza en la
narrativa para mostrar al personaje como es. Te doy un ejemplo sencillo:
«Pepito Pérez estaba muy triste». Eso es muy fácil de decir desde la oralidad y
la cotidianidad. Pero si tu dices: «Pepito Pérez el día que salió a recorrer
las calles se encontró una ciudad muy fría y lluviosa, que le calaba los
huesos, que le llevaba a recordar aquella época en que empezada a…». ¿Entonces,
si ves? El espacio, la ciudad, en ese momento se vuelve un detonador que
ilumina la condición humana del personaje.
En
entrevistas anteriores, refiriéndose a la novela Lara, usted ha dicho que
algunos de estos personajes de la vida pública nacional eran, de por sí,
novelescos. ¿Cuándo sabe uno que un personaje de la vida real tiene ese
potencial?
Esa es la gran capacidad que debe tener un escritor.
La capacidad de observación más allá de esos días que transcurren con eventos
aparentemente insignificantes. Todos tenemos en potencia cualidades novelescas,
pero depende de la capacidad de observación del escritor encontrarlas y
poderlas representar a través de la literatura —dicho esto, Nahum Montt giró a
su derecha y observó a un policía de tránsito haciendo guardia—. Personaje
novelesco puede ser un vigilante que sostiene una valla en medio de la noche,
en una calle del Centro Histórico de Cartagena. Que es portador de muchas
historias. Que tiene familia, tiene hijos, tal vez tenga amante o novia. Y que
a pesar de estar cumpliendo simplemente una labor allí, es un personaje digno
de ser llevado a la literatura. No hay nadie que no lo sea, y, en esa medida,
siento que los escritores estamos allí para tratar de ver lo que otros no ven,
e intentar contarlo lo mejor posible. Esa es la función social de un escritor.
En
un coloquio de la Universidad Distrital, la escritora y profesora Alejandra
Jaramillo dijo que prefería arriesgar su estómago escribiendo sobre estos temas
considerados «de violencia», a tener que volver a vivir esa historia del País.
¿Siente que a usted le pasa lo mismo?
Por supuesto, y es una toma de posición consciente,
deliberada. Yo no me veo escribiendo sobre un intelectual que tiene problemas
para comprar el cornflakes o el cereal del desayuno, en Barcelona, sintiendo un
vacío existencial. Eso funciona por allá en Europa, para esa gente que vive en
esas realidades tan aburridas. Yo siento la enorme necesidad de contar la historia
de este país a partir y a través del asombro. Aquí ocurren cosas que no ocurren
en otro lugar del mundo. Y me siento feliz de arriesgar ese estómago, como
diría la profe Jaramillo.
Otra
cosa que le he escuchado decir es que a un escritor nunca hay que creerle.
¿Entonces en qué términos queda esta entrevista?
(Risas) Lo que pasa es que el escritor es un
mentiroso profesional, que se sirve de la ficción para contar la verdad. Esa es
la gran paradoja. Entonces al escritor hay que aprenderlo a descifrar, hay que
aprender a descubrir en sus mentiras dónde se halla escondida esa verdad.
Esta es la apuesta literaria de Nahum Montt, quien en
la actualidad escribe una obra de teatro ambientada en su ciudad: Tomar hechos
de la historia reciente para escribir relatos ficticios que terminen
comunicando una idea muy próxima a la realidad histórica y actual; o como
resume la frase célebre de John Ford, incluida como epígrafe en la tercera
novela del barranqueño: «Es todo inventado, pero todo es verdad».
Usted
en El eskimal y la mariposa (2005) y en Lara (2008) aborda desde la ficción la
violencia colombiana de finales de los ochenta. Háblenos del oficio del
escritor a la hora de contar los problemas que enfrenta la sociedad a la cual
pertenece.
Colombia es un país de novela. Lo novelesco ocurre a
diario: sicarios que disparan en aviones, ministros perseguidos y abandonados a
su destino trágico; magos que hipnotizan niños y no pueden despertarlos;
safaris organizados por el ministerio del Medio Ambiente para asesinar
hipopótamos que estaban depredando las fincas de poderosos ganaderos; un agente
de la DEA asesinado por un payaso que nunca había estado en un circo… No es
necesario tener mucha imaginación para ser escritor en Colombia. Lo importante
es mantener vivo el asombro, estar siempre atento y dispuesto a la sorpresa.
La
historia reciente del país ha sido contada, al menos la de los tiempos del
narcotráfico y el paramilitarismo, por los medios de comunicación en formatos
como la serie televisiva. Qué opinión tiene del auge de estas narraciones y su
impacto en la memoria nacional.
El cuento de recuperar la memoria histórica da para
todo. Incluso para terminar haciendo apologías de los criminales más tenebrosos
que hemos tenido en Colombia en los últimos años. Lo que han hecho en las
series televisivas resulta tan escandaloso que es como si en Alemania actual
hicieran una serie de televisión sobre el campo de concentración de Auschwitz.
Y con el lema “Nosotros también recordamos” narraran esa historia desde el
punto de vista de los soldados nazis y dejaran en esa zona penumbra de
personajes menores y secundarios a los judíos víctimas inocentes de dicha
campaña de exterminio. Los guionistas de estas series colombianas habría que
obligarlos, como hacen en las escuelas de secundaria, a que leyeran A sangre
fría, de Truman Capote, y aprendieran que cuando uno narra desde el punto de
vista de los asesinos es inevitable terminar identificándose con ellos, no
importa lo crueles y canallas que hayan sido.
En
el proceso de investigación para El eskimal y la mariposa y Lara ¿siempre tuvo
claro que el producto final sería una ficción? ¿No le coqueteó la no ficción?
¿Qué pesó en la decisión?
La historia de este país da para todos los géneros:
desde el fantástico, la ciencia ficción, la novela negra, romántico
sentimental, hasta el gótico más delirante: acabo de ver un periódico donde
dicen que lo ocurrió en Bogotá el 9 de abril de 1948 fue en realidad un ataque
zombie. No existe una línea divisoria que separe la realidad de la ficción: una
especie de frontera donde el escritor salta y dice: “Oh, acabo de entrar en el
país de la ficción.” y luego da otro salto y exclama: “Ahora regreso a esta
cosa loca que llamamos realidad.” Por otra parte, nunca me creí el cuento de la
no ficción: es un concepto tan absurdo como escuchar a una linda muchacha decir
que está un poquito embarazada: “Sí mira, estoy un tris de embarazada, ¿cómo te
parece?” Y uno se queda pensativo. Y se pregunta qué le hizo falta a la pobre
muchachita para embarazarse por completo. Y le responde la voz de la
conciencia: “Eso fue que de niña comió mucho choco-ramo.”
Usted
ha estado vinculado a diferentes procesos de formación en escritura creativa,
especialmente como coordinador de talleres de novela ¿cuáles son las
principales inquietudes y ambiciones de los noveles escritores? ¿Se puede, a
raíz de esta experiencia, saber hacia dónde va la literatura colombiana?
Los espacios de los talleres son vitales para los
escritores en procesos de formación. Les ayudan a romper el aislamiento que
viven quienes se dedican a este extraño oficio de escribir literatura. Les
permiten trascender las valoraciones subjetivas de sus familiares y amigos que
no van más allá de asentir con la cabeza y decirles: “Ay, qué lindo escribe el
muchacho.” Y si no le entienden ponen cara de preocupación y dicen: “Eso es
como filosófico, ¿no te parece?”
Los talleres amplían el horizonte del proceso creativo
de la escritura. Y además, ayuda a precisarlo, a concretarlo: allí se habla en
términos de construcción de los personajes, manejo de diálogos, estructura
dramática del relato, manejo del tiempo, de los puntos de vistas… Y lo más
importante, quien escribe se reconoce como alguien perteneciente a una
tradición literaria, a una comunidad de lectores y escritores.
¿Cómo
fue tu primer encuentro con la novela negra?
Nací y crecí en Barrancabermeja, una población que
gira en torno a una refinería, una especie de Arabia Saudita pero versión
latinoamericana: pura desigualdad y puro medio oeste. Mataban a los jóvenes que
fumaban marihuana. Mataban a uno y preguntaban: ¿Y por qué lo mataron? Y la
misma gente respondía: Por marihuanero. Y todos lo aceptaban. Ser marihuanero
era causa suficiente para ser asesinado. En la década del Ochenta se dieron
paros cívicos organizados por los empleados de la refinería. Hubo algunos
desórdenes en el pueblo y nos enviaron un contingente de paracaidistas: los
boinas verdes. Los soldados mejor preparados del ejército colombiano. Entraron
a mi pueblo en un camión gigante, que se detuvo en uno de los semáforos. Y
todos los chicos que estábamos curioseando nos quedamos viendo la nube de humo
que salía de la parte trasera del camión…Pura marihuana. Nuestros Rambos, los
defensores de nuestra democracia eran un grupo de marihuaneros. Esta imagen
siempre me persigue cuando escribo novela negra. La paradoja: el lado bueno de
los asesinos y el lado malo de los buenos. Creo que esta paradoja define lo que
intento escribir.
¿Qué autor de novela negra consideras
indispensable?
Más que un autor —ser autor es una circunstancia, un
accidente— pienso en libros indispensables: el primero: Cosecha roja, de
Dashiell Hammett. La historia del tipo que llega a un pueblo llamado
Personville pero que todos llaman Poisonville, o Villa veneno y desata una
matazón ni la hijuemadre; es la novela que más me impresiona (Me encanta la
escena donde el investigador habla con un sindicalista llamado Bill Quint y el
hombre le hace un resumen ejecutivo de los bajos fondos del pueblo). También me
impresiona mucho Santuario de William Faulkner: sus atmósferas y el truco de
dejar por fuera lo más importante de la narración (La escena del velorio de un
joven asesinado por Popeye: están en un bar y uno de los dolientes lleva un
montón de botellas que desencadena una borrachera babilónica, donde los
asistentes terminan tumbando el cuerpo del muchacho muerto).
¿De
qué escritor has leído más libros?
Silver Kane y sus novelas de vaquero. Me leí más de
cien cuando era un candoroso seminarista en mi pueblo natal. Era apenas un
muchacho y vivía en el medio oeste, en la ciudad de las tres PPP: Petróleo,
Plata y Putas. También había muchos bandoleros y sheriff corruptos. Y un calor,
que no se imaginan: al mirar las calles, desprendían tal cantidad de vapor que
parecía uno estar entrando en el mismo infierno.
¿Cuál
te parece el mejor detective de todos los tiempos y por qué?
El noctámbulo de Dupin, el detective creado por Edgar
Allan Poe. ¿Y saben por qué? Porque Dupin no pertenece a esa raza de
investigadores que rastrean y siguen huellas como si fueran pinches perros: comenzando
por el periquero de Holmes y terminando con esa saga de sabuesos gringos y las
franquicias de CSI. Dupin piensa y resuelve los casos como si fueran un simple
ejercicio mental. Se toma su tiempo y deja que los demás se vayan detrás de las
huellas. Su talento analítico está por encima del olfato y las intuiciones de
Holmes.
A esta estirpe de investigadores pensadores pertenece
el inspector y después comisario Martín Beck, creado por esa pareja genial de
suecos Maj Sjöwall y Per Wahlöö. Me encanta por el equipo de incompetentes con
quienes trabaja.
De
todos los criminales literarios conocidos, ¿cuál te parece el mejor construido?
El Anibal Lecter, creado por Harris, iluminado por la
traumatizada Clarice Sterling. Aunque creo que Anibal sin Clarice es como el
Quijote sin Sancho, Holmes sin Watson.
¿Qué
debe tener una novela negra para atraparte?
Un buen arranque y después la suficiente pericia
narrativa para mantener el ritmo y el interés sin caer en trucos efectistas, de
esos que usan los autores nórdicos para mantenerte en vilo, donde cierran
capítulos con frase del tipo: “alguien tocó su hombro, giró la cabeza y no pudo
ocultar su sorpresa…”
Si
la novela negra fuera un automóvil, ¿qué modelo sería?
Es más, una bicicleta, donde tienen que pedalear autor
y lector ganar un premio de montaña fuera de categoría.
Y
si fuera una bebida…
Un café de la sierra nevada de Santa Marta, el más
delicioso y alucinógeno del mundo.
Una
ciudad…
Bogotá: a 2.600 metros de altura: con poco oxígeno y
ni una pizca de nieve. Una jungla con soroche.
Si tú fueras una novela negra, ¿cuál sería tu
título?
Las aventuras del capitán Venganza. Y sería un
bandolero fantasmal que administra justicia en un pueblo sin ley ni derechos.
¿Qué
te motiva a escribir novela negra? ¿Cómo eliges el crimen que quieres contar?
Las barbaridades que pasan en mi país y el resto del
mundo. He tomado como punto de partida para escribir mis relatos de ficción los
magnicidios que ocurrieron en la década de los Ochenta. He contado desde la
novela El Eskimal y la Mariposa, los crímenes de dos candidatos a la
presidencia. Y en Lara narré los últimos días del ministro de justicia, Rodrigo
Lara Bonilla, antes de ser ejecutado por las mafias del narcotráfico.
En Colombia, como en el resto del mundo, nadie le pide
verosimilitud a la realidad. Y por eso nos divertimos cuando escuchamos en la
radio o vemos en la televisión que en una isla asiática adoraron como una
divinidad a una muñeca inflable que cayó del cielo. O que en California dos
tipos disfrazados de ninjas asaltaron una camioneta que distribuía marihuana
medicinal a pacientes terminales. O que en el De efe, después de un aguacero
torrencial, la gente le tomó fotografías a un ataúd que flotaba sobre los
arroyos de sus calles inundadas.
Nosotros no nos quedamos atrás: hace varios años, un
mago fue arrestado porque hipnotizó a un grupo de cuarenta niños en una escuela
y no fue capaz de despertarlos; los niños fueron llevados en ambulancia al
hospital y el mago fue a dar a la cárcel para evitar su linchamiento.
Hace poco fue arrestado un loro llamado Lorenzo. La
policía adelantaba una redada sorpresa para atrapar a una banda de pequeños
traficantes que se hacen llamar los Panaverdes. Y los hubieran capturado pero
el loro gritó desde su jaula, sobre un balcón: “corre, corre, corre, que te coge
el gato”. Al único que pudieron arrestar fue a Lorenzo, el loro campanero.
Aquí, a este tipo de eventos extraordinarios que
desafían la imaginación les llamamos Colombianadas. En México les dicen
Mejicanadas; y así, de manera sucesiva, las demás repúblicas resultamos
hermanadas por el absurdo de nuestras realidades.
Los hechos superan la imaginación. Lo cual no es lo
mismo que decir que la realidad supera a la ficción.
¿Qué
peso tiene el concepto de impunidad en tu obra?
Es un síntoma de una anomia, un problema que es mucho
más complejo que la ausencia de justicia, aunque sea poética.
¿Dónde
ocurren tus historias y cuál es el peso del lugar en ellas?
Es el espacio quien define a mis personajes. Es la
atmósfera la que da sentido y coherencia al relato.
¿Crees
en los finales felices?
Claro que creo en los finales felices. En
Buenaventura, principal puerto de Colombia en el Pacífico, en un taller de
escritura creativa, un niño sordo escribió la mejor fábula que jamás haya
leído. El niño sordo escribió:
“Había una leona que tenía tres cachorritos. La leona
estaba muy preocupada porque creía que sí ella moría, sus cachorritos también
morirían. Un día la leona murió.”
Durante muchos años la vi como un reflejo cruel de
nuestra historia reciente y me imaginé cómo uno de esos cachorritos que nada
sabían del mundo, estrenando orfandad. Un día como hoy, tengo otra
interpretación. Creo que a pesar de sus apariencias el texto del niño sordo no
es una fábula sino una parábola, una alegoría de nuestra historia reciente.
Hoy, más de una década después de que este niño
escribiera este pequeño relato, mi visión es más esperanzadora. Hoy creo que la
leona es una metáfora de la guerra, que siempre estuvo con nosotros. La guerra
ha terminado y ahora tendremos que aprender a vivir sin ella, como cachorros
que estrenan la paz.
¿Tiene
algún ritual a necesita estar en algunas condiciones especiales, para sentarse
a escribir?
Sí. Yo me levantó a las 2:00 AM. a escribir,
hasta las 8:00 ó 10:00 AM. Y para llevar
ese ritmo, siempre me acuesto, a las 7:00 PM. y me duermo, como a las 7:15, cuando
están mostrando la parte de las noticias malas, en el televisor. Tengo 8 hijos y en mi rincón en el mundo, que
es mi casa, en La Castellana (Bogotá), he tratado de generar un ecosistema
sensible alrededor de la escritura, con pájaros, palomas, tortugas y mucha
gente que me ama. Ese es el entorno
afectivo que me permite escribir.
¿Cuál
es la clave para recrear minuciosamente situaciones de momentos históricos y
conversaciones que usted jamás podrá saber cómo se dieron realmente?
Mucha imaginación.
Uno se rige por una premisa básica que es verosimilitud, no
veracidad. Uno busca que lo que aparezca
ahí resulte convincente. En esa medida,
me costó muchísimo llegar a un tono para que el lector pudiera creer lo que
está leyendo. Cuando comencé a entrar en
la dimensión humana de los personajes, empecé a descubrir esas voces, esos
diálogos... Evité, por ejemplo, ponerlos mucho a reflexionar. Esta novela se mueve desde la acción y los
personajes siempre se están moviendo y no reflexionando sobre el mundo, sin
hacer nada por cambiarlo.
¿Para
esta novela(LARA), se situó desde el enfoque de escritor, periodista o
historiador?
Un poco de las tres.
Hubo un proceso riguroso, de más de 2 años, de rastreo de fuentes,
entrevistas e investigación y después, articular toda esa información que había
recopilado, que fue muchísima, y comenzar a pensar en un texto. La historia siempre se ubica en eventos
públicos, pero nunca alumbra esas zonas oscuras que son las cotidianidades de
los seres humanos y el ser humano como tal. Y la ficción le ayuda a uno a
meterse por ahí y a llenar los vacíos de la historia.
UN Periódico: La sociedad colombiana tiende a olvidar su historia reciente, es como querer sepultar el dolor padecido. Y en su novela están los magnicidios, la corrupción, la ilegalidad, el asesinato de dos grandes líderes: Jaramillo Ossa y Carlos Pizarro. ¿Por qué se interesó en contar esa historia?
Nahum Montt: No he intentado librar una cruzada contra el olvido, ni aclarar los enigmas de sus muertes, ni mucho menos asumir posiciones panfletarias o emocionales. Creo, como Borges, que la memoria esta hecha de olvidos: "Somos lo que olvidamos, no lo que recordamos". ¿Qué hice entonces? Amarré unos cabos sueltos a una trama policíaca, me inventé unos personajes y reescribí una historia que indaga por la condición humana de los asesinos. El mundo está lleno de canallas sentimentales capaces de cometer las más atroces brutalidades y después acariciar conmovidos a sus mascotas, a sus hijos, a sus amantes.
Además, lo que ocurrió en aquella época fue muy lamentable, muy triste. Había un desencanto, una desesperanza, una tristeza colectiva. Como si nos hubieran matado un sueño.
UNP: ¿Hubo alguna dificultad en escribir sobre los asesinos y no juzgarlos, es decir, hacer sentir que no se estaba hablando de villanos sino de seres humanos?
NH: Es muy complejo llegar a lo que se llama "distancia estética". La trampa más próxima que uno tiene cuando empieza a escribir es tomar partido a favor de sus personajes y envilecer a otros. Lo otro, es que me considero un escritor de personajes. Me empiezan a llegar, los visualizo, y poco a poco los voy armando; después, cuando ya los conozco, los pongo en circunstancias problemáticas. Por eso es que el jurado dice que la novela tiene personajes entrañables, pero creo que son personajes delirantes, con concepciones de mundo muy particulares. En la realidad hay acontecimientos más insólitos y ficticios que en la misma literatura. Los atrapo, les doy un nuevo sentido y se los devuelvo a los lectores para que se miren allí como en un espejo.
UNP: ¿Qué ventajas tiene el lenguaje literario frente a otros lenguajes a la hora de narrar sobre estos personajes históricos?
NH: Asumir una posición estética implica distanciarse de los lugares comunes, clichés y de tanta flacidez de pensamiento. La literatura nos permite profundizar en lo humano y nos salva de valoraciones y apreciaciones superficiales. Uno no puede quedarse en la sangre, hay que hacer catarsis de tanto muerto. Si la literatura me sirve para realizar un acto de fe en la vida, aunque tenga que despertar a los asesinos y sus víctimas, y traerlos a esta época, pues lo hago. Para mí siempre será una afirmación vital. Y más allá de esa concepción de la memoria que intenta recuperar recuerdos, yo veo una memoria fundada en olvidos que se reconstruye a diario, que se rehace, se repiensa. Al transformarla en literatura, el lector puede volver a vivir una atmósfera e inferir que no somos ni buenos ni malos, sino una contradicción entre el bien y el mal.
UNP: ¿Qué tan difícil es hablar sobre la historia del país?
NM: Al escribir la novela tuve también mis crisis y me pregunté: ¿Vale la pena intentarlo? Emergía cada madrugada. Porque meterse con la historia de este país es muy complicado. Algunos escritores lo han in-tentado y pocos han salido bien librados; muchos prefieren otras temáticas, otras épocas, otras formas sutiles de evasión; tal vez nuestra realidad no les dice mucho o ya están anestesiados y no los cuestiono, pues la literatura como el arte en general, está más allá de presupuestos éticos o moralistas. Los únicos principios en los cuales creo son la calidad y la autenticidad.
UNP: ¿Qué significa ganarse este premio?
NH: Enrique Serrano, ganador del Juan Rulfo, me dio una imagen que aún me ronda. Me dijo que había una fila muy larga de escritores. Y los concursos te sacan de esa fila, te hacen cruzar el umbral iniciático y permite estos encuentros, que ustedes me conozcan, me lean. Ahora me siento muy tranquilo. Entre un costal de moralejas he guardado algunas verdades de Perogrullo; por ejemplo, recuerdo lo que decía Kipling: "Cuando sepas encontrarte con el fracaso y el éxito y tratar del mismo modo a esos dos impostores.". Ahora asumo el oficio de escribir con mayor rigor, constancia y seriedad, más allá de estas imposturas.
UNP: ¿Qué está preparando ahora?
NH: El Eskimal y la Mariposa explora la pérdida del horror de matar. Llevo dos años escribiendo una novela sobre Rodrigo Lara Bonilla, el ministro de Justicia asesinado hace más de 20 años. Ésta se ubica del lado de la víctima. Ya está prácticamente acabada, tengo varios meses para pulirla y publicarla el año entrante. Me llamó la atención que Lara Bonilla pasó a la historia de este país como un mártir en la lucha contra el narcotráfico, pero en realidad fue un político con una visión integral de la justicia, lo social, lo ideológico, además que era un ser humano excepcional con una memoria prodigiosa y un sentido del humor chispeante e ingenioso. Al comienzo había escrito un texto argumentativo más próximo a lo historiográfico, después lo escribí en forma de crónica y al final me dije: ¿A quién trato de engañar? Si yo no soy historiador ni periodista, lo único que sé es narrar. Así que me lancé a la novela y siento que no me equivoqué, pues la literatura nos permite acercarnos a esas metáforas eternas, a esas historias donde los ideales puestos a prueba por la adversidad se enaltecen y salen fortalecidos.
Los asesinos responsables de dos magnicidios que cambiaron la historia del país toman la palabra en un texto policíaco que obtuvo el Premio Nacional de Novela, otorgado por el Instituto Distrital de Cultura y Turismo (Idct). UN Periódico conversó con el autor, un barranqueño egresado de la Universidad Nacional.
Los asesinos responsables de dos magnicidios que cambiaron la historia del país toman la palabra en un texto policíaco que obtuvo el Premio Nacional de Novela, otorgado por el Instituto Distrital de Cultura y Turismo (Idct). UN Periódico conversó con el autor, un barranqueño egresado de la Universidad Nacional.
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