1. La inspiración y el talento comparten una característica: son imposibles de
evocar por medio de la voluntad. El bloqueo de escritor es permanente,
los momentos en que la escritura fluye sin trabas son tan pocos que no
entran en la estadística. Conviene quitar esas variables de la ecuación y
quedarme solo con el esfuerzo; sentarme a escribir todos los días,
dedicar la cantidad de horas que sean posibles a alternar la mirada
entre la pantalla de la computadora y la ventana. Y leer siempre, todo
lo que se pueda.
2. Escribo sobre lo que no entiendo, no sobre lo que ya sé ni con alguna
idea ingeniosa que creo poder manejar. El misterio que encierra un
cuento, que es su núcleo, se devela a medida que lo voy escribiendo.
Parto de una imagen que me inquieta, del rasgo de algún personaje,
y busco qué hay ahí, qué pasa luego, hacia dónde va la historia. En
algún momento, el misterio se percibe con cierta claridad, se lee
sin estar enunciado. Recién entonces entiendo de qué trata el cuento;
y cuando llego al final vuelvo al principio, empiezo a corregir para que
todo apunte en la misma dirección. Como lector, lo más placentero
son esos momentos epifánicos en los que comprendo algo sin que me
lo digan.
3. A veces imagino la historia completa, con principio, desarrollo y final.
En otras ocasiones es apenas una imagen, algo bastante vago que no
toma forma hasta que empiezo a escribir. Lo que sucede siempre, en
cualquiera de los casos, es que antes de bajarlo al papel ese cuento
en potencia tenía una gracia que se pierde. Al rodear eso que vimos
en determinada situación de coordenadas y descripciones, necesarias
para que otro comprenda, se vuelve pesado y torpe. Es inevitable,
lo importante es aprovechar el envión y seguir adelante, no detenerme
en cuestiones de estilo, mucho menos preguntarme de qué trata
el cuento hasta haberlo entendido sin necesidad de explicármelo.
4. Después viene el trabajo real, corregir. Una vez que tengo la primera
versión, puedo hacerle al texto todas las preguntas incómodas que
quiera, eliminar lo que sobre, tensar lo que está flojo y reordenar para
acercarme lo más posible a aquel estado previo, de pureza y fluidez.
Eso requiere tiempo y paciencia, dejar pasar uno o dos meses, releer
con una mirada más fresca, corregir de nuevo. Y, por último, asumir
la frustración de que nada de lo que escriba va a estar a la altura de
mis expectativas.
5. Si algo no funciona, no funciona. Hay que ser honesto y despiadado.
A veces cuesta tanto escribir una página, que luego parece un despropósito
desecharla. Pero todo sirve, quizás como germen de otra historia, o
al menos para saber que ese camino en particular no conduce a ningún lado.
6. Las opiniones de colegas y amigos son más que útiles, son necesarias.
Aportan la distancia y objetividad que yo no tengo. Y no tiene sentido
defender mis interpretaciones frente a las de los demás, mucho menos
ofenderme ante las críticas. Lo mejor es saber escuchar y aprovechar
la oportunidad, única, de saber qué ve un lector en eso que escribí. Eso
no significa que tenga que escribir para alguien en particular, no
se escribe para complacer. Tengo que escribir pensando que a nadie
le interesa lo que estoy haciendo, que nadie me lo pidió y que, quizás,
nadie lo vaya a leer. Pero tengo que escribir de todas formas.
7. No importa qué estoy contando, lo importante es cómo. Tengo
que avanzar con seguridad y sin ningún tipo de prejuicios, olvidar que
estoy inventando a un narrador, a personajes que atraviesan
situaciones que estoy imaginando. Hay que habitar ese mundo,
observarlo como si fuese real y hubiese estado siempre ahí; e hilar
una lógica interna que no se explique sino que se desprenda de
las acciones de los personajes, de la causalidad del relato. La verosimilitud
se construye en los detalles y las particularidades. Si uno escribe
un cuento desde el punto de vista de un monstruo, ¿qué es la
monstruosidad?
8. La novela suele apoyarse en sus personajes –con tiempo
y espacio para desarrollarlos en profundidad– y en la empatía que generan,
el arco que recorren. Un buen cuento, en cambio, se sostiene en
la tensión de determinadas situaciones; en lo no dicho y la inminencia
que genera. Tiene que haber algo contenido, que en general no termina
de estallar y que se lee entre líneas e impide cerrar el libro.
9. El autor de un cuento tiene que ser invisible. No tengo que
intentar lucirme con palabras rebuscadas o juegos de ingenio, mucho
menos hablar de mí mismo. Tengo que crear un narrador que cuente
lo mejor posible una buena historia, nada más. El cuento es un
objeto estético autónomo, no se completa buscando en él pistas de la
personalidad del autor, sus gustos o secretos.
10. Sentarse a escribir es un acto de fe. Por eso necesito recordarme estas
cosas todos los días. Algunas de ellas, probablemente, sean mentiras,
quizás solo suenen bien. Porque en literatura no existen las certezas, lo que
me permite cambiar de opinión, adquirir mi propia experiencia, buscar
respuestas nuevas para las mismas preguntas.
evocar por medio de la voluntad. El bloqueo de escritor es permanente,
los momentos en que la escritura fluye sin trabas son tan pocos que no
entran en la estadística. Conviene quitar esas variables de la ecuación y
quedarme solo con el esfuerzo; sentarme a escribir todos los días,
dedicar la cantidad de horas que sean posibles a alternar la mirada
entre la pantalla de la computadora y la ventana. Y leer siempre, todo
lo que se pueda.
2. Escribo sobre lo que no entiendo, no sobre lo que ya sé ni con alguna
idea ingeniosa que creo poder manejar. El misterio que encierra un
cuento, que es su núcleo, se devela a medida que lo voy escribiendo.
Parto de una imagen que me inquieta, del rasgo de algún personaje,
y busco qué hay ahí, qué pasa luego, hacia dónde va la historia. En
algún momento, el misterio se percibe con cierta claridad, se lee
sin estar enunciado. Recién entonces entiendo de qué trata el cuento;
y cuando llego al final vuelvo al principio, empiezo a corregir para que
todo apunte en la misma dirección. Como lector, lo más placentero
son esos momentos epifánicos en los que comprendo algo sin que me
lo digan.
3. A veces imagino la historia completa, con principio, desarrollo y final.
En otras ocasiones es apenas una imagen, algo bastante vago que no
toma forma hasta que empiezo a escribir. Lo que sucede siempre, en
cualquiera de los casos, es que antes de bajarlo al papel ese cuento
en potencia tenía una gracia que se pierde. Al rodear eso que vimos
en determinada situación de coordenadas y descripciones, necesarias
para que otro comprenda, se vuelve pesado y torpe. Es inevitable,
lo importante es aprovechar el envión y seguir adelante, no detenerme
en cuestiones de estilo, mucho menos preguntarme de qué trata
el cuento hasta haberlo entendido sin necesidad de explicármelo.
4. Después viene el trabajo real, corregir. Una vez que tengo la primera
versión, puedo hacerle al texto todas las preguntas incómodas que
quiera, eliminar lo que sobre, tensar lo que está flojo y reordenar para
acercarme lo más posible a aquel estado previo, de pureza y fluidez.
Eso requiere tiempo y paciencia, dejar pasar uno o dos meses, releer
con una mirada más fresca, corregir de nuevo. Y, por último, asumir
la frustración de que nada de lo que escriba va a estar a la altura de
mis expectativas.
5. Si algo no funciona, no funciona. Hay que ser honesto y despiadado.
A veces cuesta tanto escribir una página, que luego parece un despropósito
desecharla. Pero todo sirve, quizás como germen de otra historia, o
al menos para saber que ese camino en particular no conduce a ningún lado.
6. Las opiniones de colegas y amigos son más que útiles, son necesarias.
Aportan la distancia y objetividad que yo no tengo. Y no tiene sentido
defender mis interpretaciones frente a las de los demás, mucho menos
ofenderme ante las críticas. Lo mejor es saber escuchar y aprovechar
la oportunidad, única, de saber qué ve un lector en eso que escribí. Eso
no significa que tenga que escribir para alguien en particular, no
se escribe para complacer. Tengo que escribir pensando que a nadie
le interesa lo que estoy haciendo, que nadie me lo pidió y que, quizás,
nadie lo vaya a leer. Pero tengo que escribir de todas formas.
7. No importa qué estoy contando, lo importante es cómo. Tengo
que avanzar con seguridad y sin ningún tipo de prejuicios, olvidar que
estoy inventando a un narrador, a personajes que atraviesan
situaciones que estoy imaginando. Hay que habitar ese mundo,
observarlo como si fuese real y hubiese estado siempre ahí; e hilar
una lógica interna que no se explique sino que se desprenda de
las acciones de los personajes, de la causalidad del relato. La verosimilitud
se construye en los detalles y las particularidades. Si uno escribe
un cuento desde el punto de vista de un monstruo, ¿qué es la
monstruosidad?
8. La novela suele apoyarse en sus personajes –con tiempo
y espacio para desarrollarlos en profundidad– y en la empatía que generan,
el arco que recorren. Un buen cuento, en cambio, se sostiene en
la tensión de determinadas situaciones; en lo no dicho y la inminencia
que genera. Tiene que haber algo contenido, que en general no termina
de estallar y que se lee entre líneas e impide cerrar el libro.
9. El autor de un cuento tiene que ser invisible. No tengo que
intentar lucirme con palabras rebuscadas o juegos de ingenio, mucho
menos hablar de mí mismo. Tengo que crear un narrador que cuente
lo mejor posible una buena historia, nada más. El cuento es un
objeto estético autónomo, no se completa buscando en él pistas de la
personalidad del autor, sus gustos o secretos.
10. Sentarse a escribir es un acto de fe. Por eso necesito recordarme estas
cosas todos los días. Algunas de ellas, probablemente, sean mentiras,
quizás solo suenen bien. Porque en literatura no existen las certezas, lo que
me permite cambiar de opinión, adquirir mi propia experiencia, buscar
respuestas nuevas para las mismas preguntas.
*Tomás Downey es uno de los cinco finalistas del Premio Hispanoamericano
de Cuento Gabriel García Márquez 2016. Llegó a esa instancia con el libro
Acá el tiempo es otra cosa, un total de "dieciocho cuentos extraños que
oscilan entre el género fantástico, el terror y cierto naturalismo enrarecido",
según reza la contraportada.
de Cuento Gabriel García Márquez 2016. Llegó a esa instancia con el libro
Acá el tiempo es otra cosa, un total de "dieciocho cuentos extraños que
oscilan entre el género fantástico, el terror y cierto naturalismo enrarecido",
según reza la contraportada.
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