La novela negra en seis pasos, según
Leonardo Padura
ELENA HIDALGO Santander 23 AGO 2010
El escritor
cubano Leonardo Padura desliza su pluma por los entresijos de la novela negra
desde hace 20 años. Su hijo literario más conocido, el investigador cubano
Mario Conde, protagoniza ya seis obras y va camino de una séptima. "Es un
personaje por el que la gente me pregunta como si existiera de verdad, ¿cómo va
Mario Conde?, me dicen por la calle", sostiene el escritor. Padura, que ha
impartido un curso sobre novela policiaca en la Universidad Internacional
Menéndez Pelayo, nos da las que para él son las seis claves del género.
Los clichés saltan por los aires. Mujeres fatales, atmósferas hechas
de humo denso y un hombre sentado en el ángulo más oscuro del local, que
siempre resuelve el caso pero, indefectiblemente, pierde en lo personal. Son
ingredientes afianzados en la tradición del género que Padura aconseja utilizar
con una "perspectiva posmoderna". "Yo los utilizo sabiendo que
son clichés. Están en mis libros, pero no como una parte fundamental, sino como
un guiño al lector; son parte del juego literario".
La novela negra tiene banda sonora. Si el jazz envolvía las cuitas de
Santiago Biralbo en El invierno en Lisboa de Antonio Muñoz Molina y el Bernard
Gunter de Philip Kerr rumiaba sus preocupaciones a ritmo de tango en los
locales más decadentes de Buenos Aires en Esa llama misteriosa, la música no es
menos relevante para Padura. "La música es importantísima en la novela
policiaca", asegura. En su caso, las historias transcurren en Cuba y allí,
explica el autor, "la música es una presencia constante". "Mario
Conde tiene una relación nostálgica con la música de los años 60, que a Cuba
llegó con retraso. En cinco de las novelas discute con su amigo el flaco sobre
qué van a escuchar en un momento determinado, Beatles o Rolling Stones, al
final, eligen a la Creedence".
Una forma astuta de cometer un delito
no basta. No hay que
quedarse en la mera anécdota. "El escritor se puede quedar en el ingenio,
en la superficie, o profundizar en la vida, la sociedad y la Historia;
cualquiera de los grandes asuntos de la literatura pueden abordarse desde la
novela negra, que es muy dúctil". Y recuerda que su novela Pasado perfecto
trata de la nostalgia y la memoria; Vientos de cuaresma, del amor, y la
marginación y el engaño se abordan en Máscaras y Paisajes de otoño.
El lector se identifica con el
antihéroe. "Es
clave tener un personaje que exprese un punto de vista ético, social y humano,
y que tenga una mirada propia sobre un contexto determinado". Y hay que
conseguir que el lector se identifique con él, incluso en los aspectos de
antihéroe. "Son personajes con un sentido ético peculiar". Para
Padura, su Mario Conde es un nieto del Marlowe de Raymond Chandler y un hijo
del Carvalho de Manuel Vázquez Montalbán. El resultado, un personaje "de
mirada crítica e ironía desencantada".
Romper las estructuras. El autor invita a jugar al despiste
con el lector. "Hay que conocer las reglas del juego, hacer un ejercicio
racional y romperlas. En casi todos los casos se cuenta la historia según el
esquema del principio, desarrollo, clima y desenlace; pero a veces conviene
violar esas estructuras". Como ejemplo recurre a su novela La neblina del
ayer: "el crimen se comete a la mitad de la historia".
Huir de lo maniqueo. Ningún lugar físico ni ningún
espacio moral está libre de albergar el delito. "Hay que mover las líneas
entre buenos y malos", explica el autor, que habla de policías corruptos,
y recorre en sus tramas desde los barrios marginales hasta los de clase alta.
"Trato la degradación de ciertas formas de pensar y actuar de un sector de
la población que debería ser representante del ideal revolucionario y que, sin
embargo, se aprovecha de su posición para obtener ciertos beneficios".
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