QUIERO SER ESCRITOR. TRES
LECCIONES DE LOS GRANDES MAESTROS
LISA
PELIZZON·LETRASLITERATURA·NOV 5, 2020
La generación de los escritores
que aprendieron a escribir bebiendo, por suerte, se ha extinguido y, con ella,
otros falsos mitos que desde siempre han acompañado este oficio tan admirado,
deseado e idealizado. Francis Scott Fitzgerald admitía sin tapujos que no podía
entender cómo algunos podían concebir, aunque solo fuera una sola frase, bajo
el efecto de las drogas cuando para él el oficio requería litros de café,
noches en vela y encierro.
Tanto él como otros profesionales
de la escritura coinciden en que, lejos de ser el producto de una buena dosis
de whiskey o de una fulmínea inyección de inspiración, escribir requiere
formación, disciplina, método y constancia. Vamos, nada de “me dejo inspirar
por las mágicas teclas de una máquina de escribir o por el olor de una hoja de
papel”. Trabajo, bien organizado y puro trabajo.
EL ESCRITOR NACE O SE HACE
En los últimos años se ha
asistido a la proliferación de un nuevo tipo de escuela y de programas
universitarios cuyo objetivo es enseñar el oficio del escritor. El Master in
Fine Art in Creative Writing de la universidad de Iowa, la Gotham Writers
Workshop de Nueva York, el Ateneu Barcelonés, la Escuela de Escritores de
Madrid o la más reciente Scuola Holden de Turín en Italia, por citar algunos
nombres entre una amplísima oferta académica, sobre todo americana y británica.
Las escuelas de escritura
creativa, ya consolidadas en los Estados Unidos desde 1880 con la primera clase
impartida en Harvard, llegan a Europa con este mensaje revelador: el escritor
se hace. Da igual que tengas o no talento, sostiene Murakami: el talento no
vale de nada si no se demuestra que puede perdurar en el tiempo o, mejor dicho,
si no perdura en el tiempo la necesidad de escribir, auténtica chispa de la
creación literaria.
De repente, todo lo que se había
escuchado sobre el poseer o no el don de la escritura suena a patraña elitista.
Consuela saber que hay maneras de enfrentarse a este oficio con la justa
perspectiva y que haya alguien dispuesto a enseñarnos cómo.
APRENDE DE LAS LAGARTIJAS
“Corre rápido y quédate inmóvil”
esta es la lección de las lagartijas según el escritor de ciencia-ficción, Ray
Bradbury. Al observar el movimiento de estos reptiles, el aspirante a escritor
aprende que la velocidad lo es todo. Más rápido escribe y de menos tiempo
dispone para parar a pensar. Si no se detiene a diseccionar su pensamiento,
entonces es muy probable que su voz sea honesta.
Sin embargo, hacer que la
escritura brote rápido y que además sea auténtica requiere mucha disciplina.
Como en todos los oficios, si no se desempeñan con ganas y una pizca de alegría
será difícil convertirse en un verdadero profesional. Para ser escritor,
insiste Murakami, es esencial que se mantenga la ilusión por dar rienda suelta
a nuestro mundo interior, solo así nos sentiremos libres de expresarnos. Sin
libertad, no habrá palabras capaces de captar la atención del lector, sino solo
una aglomeración de signos sin emoción.
Dorothea Brande, una de las
editoras más influyentes del siglo XX, sostenía por ejemplo que para obtener el
máximo beneficio de nuestro inconsciente hay que aprovechar el momento en que
nuestra mente todavía está entre el sueño y la vigilia. “Sin hablar, sin leer
el periódico de la mañana, sin coger el libro que dejaste anoche en la mesilla,
empezar a escribir”: en pocas palabras, dejar que los pensamientos surjan de
manera azarosa y sin ataduras.
Puede que en esta fase, cuando
todavía está uno buscando su camino o su voz, lo más difícil sea callar esa
vocecita que dice: “¿Pero qué quieres contar? ¡Esto no funciona!”. La tendencia
a censurarnos es frecuente y muy peligrosa, ya que ahora es el momento de
aprender de las lagartijas: hay que correr para no pensar, para disfrutar de lo
que el inconsciente tenga que revelar. Ahí se esconden los tesoros que todavía
no se han descubierto y que solo la espontaneidad y la constancia pueden
revelar.
La escritora Julia Cameron ha
incluso bautizado ese momento creativo de la mañana con el apelativo de
“Morning Pages”, una rutina muy concreta que consiste en redactar al menos tres
páginas al día, a mano y en un cuaderno de tamaño A4 todo el flujo de nuestros
pensamientos. Escribir a mano obliga ante todo a proceder despacio, a fijarnos
en la página que tenemos delante y, además, ayuda a que la mente suspenda su
juicio durante un rato. Algunos estarán pensando: “Bueno, es el diario de toda
la vida”. Sí, solo que aquí se convierte en un recurso de autoanálisis y
desahogo muy poderoso. La fuente de la que brotan las ideas, los sentimientos,
las emociones, incluso los tabúes o lo nunca dicho, sin que los filtros de las
falsas creencias impidan el proceso.
ENCUENTRA Y NUTRE TU MUSA
A lo largo de la vida, nos llenamos de sonidos, imágenes, olores, sabores, paisajes, animales y personas; poco a poco se almacenan en el inconsciente recuerdos e informaciones que representan nuestra manera de ver y vivir el mundo alrededor. Ray Bradbury lo define “el archivo”, “el depósito”; Julia Cameron, “la fuente”; la “caja de herramientas”, Stephen King.
Cambian las denominaciones, pero
no el concepto: lo que erróneamente se llamaba “inspiración” no es otra cosa
que un almacén de potenciales ideas que cada escritor tiene la obligación de
nutrir constantemente. Cada almacén y el uso que se hace de él distingue un
escritor de otro: constituye su seña de identidad.
Ahora bien, no es una fuente
interminable de ideas: se pueden agotar. De ahí que el primer deber del
escritor sea nutrir su musa.
Una visita al museo, un paseo por
el bosque, ver una obra de teatro o una película son para Julia Cameron citas
obligatorias a partir de las cuales el escritor observa, reflexiona y recolecta
emociones, sensaciones, informaciones para alimentar su creatividad. Se trata
de un mensaje clave que indica cómo el escritor no es en absoluto un ser
aislado de la realidad: vive en ella en constante contacto con las personas que
encuentra y con las que habla; se nutre de lo que observa y captura su
atención; se mantiene activo, despierto y atento.
Refuerza este enfoque también
Murakami quien lleva corriendo y nadando todos los días desde hace años. Para
escribir se necesita energía física, no solamente intelectual y, en su opinión,
no existiría la una sin la otra. De alguna manera, el esfuerzo físico y mental
que sirven para salir todos los días a entrenar ayudan a forjar la disciplina
necesaria para enfrentarse a la escritura.
En suma, cada escritor recurre a
maneras distintas de alimentar su musa, sin embargo todos coinciden en que el
ingrediente principal del régimen creativo es la lectura. Leer nos permite
compararnos con los grandes, aprender de sus estrategias, imitarlas si queremos
pero, sobre todo, construir nuestra manera de ver el mundo.
La lectura permite recoger
material literario valioso, además de facilitar el proceso creativo y
convertirlo en algo más familiar. Si no lee, el escritor no dispone de ninguna
referencia para saber si lo que escribe merece ser leído o no. Insiste Stephen
King que la lectura cotidiana nos empuja “hacia un lugar, una actitud mental”
donde seremos capaces de producir páginas y páginas sin ninguna inhibición. Y
si no llegan a ser páginas, podrían ser cuadernos de notas como las que rellenaba
Fitzgerald en su cuaderno y que le producían un placer inmenso con solo
leerlas.
PON TU ESCRITORIO EN EL CENTRO DE
LA HABITACIÓN
Dice Stephen King: “pon tu
escritorio en una esquinita de la habitación y todas las veces que te sientes a
escribir, pregúntate por qué no está en el centro”. El arte al servicio de la
vida: si se quiere escribir hay empezar por aquí.
Si quieres escribir,
probablemente tienes una historia que contar, una imagen que constituye el
núcleo de una novela o de un relato. De ahí al producto final hay un trecho y
poner literalmente el escritorio en el centro de la habitación significa
dedicar tiempo y esfuerzo a tu proyecto todos los días. Cada uno a su estilo.
Hemingway, por ejemplo, propiciaba el reencuentro con su escritorio dejando de
escribir cada noche cuando todavía tenía algo que decir. Al día después, su
imaginación estaba lista para empezar.
Raymond Carver, en cambio, no
podía permitirse sesiones cotidianas, sino sentadas maratonianas de fin de
semana en las que daba a luz sus cuentos y poemas. Stephen King, en cambio,
acude puntual a su cita con la página todas las mañanas y ahí se queda hasta
que no alcanza su objetivo cotidiano.
En fin, está claro que el proceso
creativo surge y desarrolla en cada escritor de mil maneras distintas, pero en
todos permanece intacta esta idea: si quieres escribir, hazlo, no lo dejes de
lado, ponlo al centro de tu vida.
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