ANTOLOGIA DE DECALOGOS LITERARIOS

"Los Diez Mandamientos, considerados útiles reglas morales para vivir en sociedad, tienen un excelente uso literario. El escritor, al contar sus historias, debería hacer que sus personajes violen constantemente estos mandamientos, en conjunto o por partes. Mientras alguien robe, mate, mienta, fornique, blasfeme o desee a la mujer del prójimo tendremos un conflicto y en consecuencia una historia que contar. Por el contrario, si sus personajes se portan bien, no sucederá nada: todo será aburridísimo."
Fernando Ampuero


Uno de los más interesantes y que recoge más sabiduría, tiene un solo postulado. Se lo leí a Alejandro Quintana y dice:

"Porque en realidad ya se ha contado todo; lo novedoso es contarlo de forma interesante".

Es muy común que los escritores, cuando gozan de cierto reconocimiento, decidan organizar sus ideas en forma de recomendaciones que suelen enumerar en listas, generalmente en forma de decálogos, muy a manera de configurar una suerte de "Tablas de la Ley"o de "Diez Mandamientos" , en los que pontifican,-con razón o sin ella, en concordancia con su prestigio y sabiduría o apenas haciendo gala de una vana pretensión un tanto ególatra- sobre sus verdades decantadas acerca del oficio de escribir.

Unos condensan verdaderas sentencias, otras son apenas esbozos que naufragan en su propia babosería; unos son un compendio de ingenio, otros verdaderos destellos de humor, mientras algunos apenas sí resbalan como peligroso chascarrillo en el reino del lugar común.

De todas maneras, en esta página recopilamos algunos de ellos, como elemento para el análisis y estudio de los interesados en el ejercicio de escribir. Muy recomendado para aprendices y aficionados, para lectores desprevenidos, para alumnos de talleres literarios y para todos los que se deleitan del bello arte de la Literatura.

Al final citamos los más ingeniosos, clásicos, reconocidos o polémicos.

Lo que comenzó como un divertimento, pasó a ser una disciplina que permite enriquecer la teoría de la creación literaria, en la voz de los maestros. La idea original parte de la página www.emiliorestrepo.blogspot.com
Comentarios y aportes, favor remitirlos a emiliorestrepo@gmail.com

viernes, 24 de octubre de 2014

14 pasos básicos para corregir tu propio libro - Gabriella Campbell

14 pasos básicos para corregir tu propio libro

 Gabriella Campbell
En un mundo ideal, todos los libros publicados contarían con un buen corrector. Y con un excelente portadista, maquetador y editor, pero no vivimos en un mundo ideal, como demuestran las portadas de muchas obras autoeditadas de novela romántica. Hay cientos de ejemplos.
"Corregir bien es esencial para editar bien"
Los buenos correctores, sobre todo los de estilo, son caros. Bueno, dejad que cambie esa frase. Una corrección cuesta una suma importante de dinero, más importante todavía para una empresa o emprendedor en un negocio tan competitivo como el editorial. Las buenas correcciones no son caras: si te pones a calcular cuánto se está sacando el corrector por hora (hora de mirar una pantalla llena de texto con concentración absoluta, de darle cien vueltas a la cabeza con cada frase) te sorprenderías de lo mal pagado que está. Pero a ti, editor o escritor, te sigue suponiendo una cantidad importante en total.
Y el escritor medio se pregunta: ¿por qué no puedo corregir yo mismo mi libro? ¡Qué va a saber un corrector de mi estilo? ¡Y si me cambia algo porque es demasiado atrevido, diferente, genial! (Con lo que tiende a demostrar que no entiende muy bien cómo funciona una corrección de estilo, o que está todavía en esa fase inicial en la que cree que todo lo que escribe es perfecto).
Obviamente el trabajo de un buen corrector, que tiene muchos años de estudio y experiencia en corrección, no puede ser sustituido. Pero sí podéis tener en cuenta algunos consejillos de lo más útiles. Son catorce consejos básicos, así que a muchos de los que me leéis, escritores avezados y experimentados, os parecerán fáciles y simplones, pero os aseguro que un porcentaje muy alto de los textos que pasan por mis manos como correctora (¡o como lectora editorial!) desconocen estos principios. Y sí, claro que yo también me los cargo de vez en cuando:
1. Pon en el buscador de tu procesador de texto “mente”, a ver qué sale. Los adverbios terminados en –mente pueden usarse, no están prohibidos, pero su abuso es síntoma de escritura abigarrada, confusa y atropellada. Con demasiados adverbios, tu prosa será indecentemente obtusa. Jodidamente mareada. Estúpidamente barroca. Etc.
2. El orden lógico de una oración siempre es la mejor elección (¿veis que rima y todo?). Si tienes dudas acerca de una frase, cámbiala para que siga su orden “natural” (sujeto+verbo+predicado). Si lo que es un sujeto o predicado no sabes, YA vas a tener que empezar a estudiar gramática y sintaxis.
(Lo bueno de esto, además, es que de vez en cuando puedes colar una frase desordenada y el efecto será de lo más interesante, porque destacará sobre las demás).
3. Esto también puede aplicarse a los adjetivos. Antes de utilizar un adjetivo y hacerlo antepuesto (ponerlo delante del sustantivo), piensa si realmente queda mejor. Prueba a ponerlo detrás, en su sitio de siempre. ¿Te queda la frase menos prepotente, más bonica y clara? De nada. Para mí es un delicioso placer ayudarte.
4. La mitad de tus palabras sobran. Oh, sí. Como decía Stephen King, kill your darlings. No solo los adverbios, también esos gerundios tan feos y excesivos, ese siendo que, de todas formas, estás utilizando mal. Esos adjetivos redundantes, toda esa pirotecnia florida, fastuosa, flamígera y flamboyante (y sí, también es importante no usar palabras cuyo significado desconozcas o que directamente no existan en español, como bizarro (y con esa hemos picado todos, me incluyo) o flamboyante.
5. Que tus metáforas tengan un sentido claro y profundo, que no sean simples uniones de palabras que suenan bien juntas (cosas como «mi piel lloraba», ¿eso es que estás sudando?). Y que estén vivas, como decía Ricoeur. Las metáforas vivas son aquellas que no son típicas, aquellas que, que tú sepas, no se han utilizado todavía. Así, evitaríamos expresiones como «las perlas de su boca» y podríamos decir «las pastillas blancas de chicle de su boca», si no quedara tan horroroso decir eso.
6. Menos subordinadas. Sobre todo adjetivas de relativo, o cualquier cosa con que. Ese que, esa manía de alargar las frases, de hacerlas recursivas ad infinitum, es lo que nos distingue de los animales. Y de los buenos escritores, también. El hecho de que yo te diga que debes eliminar todas esas subordinadas que te sobran implica que conseguirás frases mucho más sencillas y fáciles de entender que gustarán más a tus lectores y no te harán quedar como un incompetente que no sabe que las frases demasiado largas casi sin comas y con tanta subordinada y coordinada junta, que realmente no sirven para nada, no hacen más que confundirlos y hacer que se pregunten de qué iba esta frase al principio, porque ahora no lo recuerdan (¿ves?). Y, al igual que en el punto 4, si utilizas frases sencillas, oraciones simples, las que metas complicadas destacarán y quedarán tope guay.
7. Precisamente por esto, evita el abuso de conectores. Por esto, a pesar de, aunque, es decir (en serio, si tienes que explicar algo una segunda vez, es que la primera no lo has hecho bien), sin embargo, no obstante, por consiguiente (¿qué eres, abogado?)… puedes usarlos, pero con mesura.
8. ¡Cuidado con los verbos! Usa bien los tiempos. Recuerda la diferencia entre perfectivos (aquellos que expresan acciones ya terminadas) e imperfectivos (aquellos que expresan acciones que no han terminado o no tienen por qué haber terminado). Mezclarlos sin razón clara es peligroso.  Si estás hablando de cosas ya terminadas que hiciste la semana pasada, no suele encajar un presente o un pretérito imperfecto metido con calzador.
9. No te repitas. No te repitas. No te repitas. De entrada es difícil reconocer nuestras muletillas; aquí el buscador es tu amigo. Aunque hay repeticiones comunes a muchos autores (el temido sin embargo, por ejemplo), cada personas tiene, sin saberlo, palabras y expresiones favoritas que usa una y otra vez. Encuentra las tuyas y elimínalas sin pena. Porque de poco sirve esa pena. Esa pena no sirve de nada.
(Aquí no cuentan, como es evidente, repeticiones creadas con intención estética. Pero con esas también hay que tener cuidado; no siempre quedan tan bien como creemos).
10. Dentro de las repeticiones, miremos también la rima (haz lo que yo digo, no lo que he hecho en el punto 2). Esto suele sorprender a muchos escritores, y algunos se resisten a modificarlo, lo cual es muy comprensible, ya que les gusta. Por desgracia, a los lectores no suele gustarles mucho, a no ser que sea consciente y utilizada, como las demás repeticiones deliberadas, con un propósito estético muy consciente. Lo mismo pasa con las aliteraciones en general (repeticiones de un sonido): fornicarás fallando forzado con profiláctico tu fantástico final. Cuidado con consonantes repetidas y, por supuesto, con sílabas repetidas. No digamos ya con palabras que riman en una misma frase. Las rimas internas crean una sensación de texto facilón que desconcierta al lector.
11. Lee tu texto en voz alta. Esto se recomienda siempre para diálogos, pero es muy útil en general. Al leer en alto reconocemos qué partes del texto suenan extraños, artificiosos, mal construidos. Y nos damos cuenta de que utilizar palabras poco comunes o complicadas, como hallar en vez de encontrarvisionar en vez de ver o contender en vez de luchar, crean una sensación de texto forzado que no funciona en absoluto. Lo cual nos lleva al siguiente consejo.
12. Mi reino por la palabra precisa. Con cuidado de no caer en la pedantería que acabamos de mencionar, vamos a intentar usar la palabra que corresponde en cada sitio. En vez de «fue más deprisa» diremos «aceleró». En vez de «el barco salió del puerto» podemos decir «el barco zarpó»; en vez de «colocó todas las piezas para formar la estantería» diremos «montó la estantería». Parece fácil, pero de fácil no tiene nada. Es una forma de simplificar el texto, hacerlo más elegante, sin perder significado.
13. Cuidado con la puntuación. El punto y coma existe, eso para empezar. Los dos puntos, también. Y las comas, oh, las comas. No funcionan como crees que funcionan. Y nunca, nunca, nunca, debes ponerlas detrás de sujeto (a no ser que, como en la frase que he puesto antes, «los dos puntos, también», estén marcando una elipsis verbal). Otro consejo fundamental: aprende a usar las rayas de diálogo.
14. Y el último consejo, al que nadie hace caso nunca, es el siguiente: aprende las reglas antes de romperlas. Y claro que no hacemos caso, yo tampoco. Todos queremos ser McCarthy, Juan Ramón Jiménez, Lorca, Joyce o Foster Wallace, sin darnos cuenta de que las formas revolucionarias de estos escritores parten de un conocimiento maestro de cómo funciona la lengua. Todos lo hemos intentado, nos hemos creído «revolucionarios» (sí, yo siempre, mucho, también, y me llevo las manos a la cabeza cuando leo textos de tiempos pasados). Para revolucionar hay que entender muy bien contra qué te estás rebelando. El texto aparentemente absurdo de Lorca en su poesía más vanguardista se basa en una deconstrucción minuciosa de estructuras y de imágenes. Las oraciones copulativas y eternas de McCarthy se basan en una comprensión profunda del ritmo musical de la frase. Esos conocimientos no salen de la nada. Son fruto de años y años de lectura y estudio.
Aprende a escribir sencillito para poder escribir complicado. Es mucho más difícil que empezar con lo barroco y enrevesado. Los fuegos artificiales destacan sobre el negro de una noche sobria. Si el cielo está iluminado por completo, se crea una sobrecarga de estímulos visuales que hacen que el espectador pierda interés. Con la escritura pasa lo mismo. Si le das a un comensal dieciocho platos de comida grasienta y empalagosa, enseguida perderá el aprecio por esta. Lo mismo.

Estos son solo algunos aspectos formales del texto. Faltan muchos más; solo he querido señalar los más comunes, los que más llaman la atención cuando lees, los que personalmente encuentro con más frecuencia. En otro artículo me preocuparé de ofreceros los errores más frecuentes de contenido, aquellos que cometemos los que escribimos sin apenas darnos cuenta.

Tomado de :
http://www.gabriellaliteraria.com/?p=1505

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