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jueves, 23 de octubre de 2014

Un decálogo sobre la escritura-Sergio Ramírez

Un decálogo sobre la escritura
Sergio Ramírez

Uno. Dice Billy Wilder, que hizo cine y no literatura, pero para nuestros fines viene a ser lo mismo, que su primer mandamiento es “No aburrirás”, y lo respaldo tan plenamente que lo pongo a la cabeza de este decálogo.

Dos. Antes de atrapar al asesino, es necesario atrapar al lector. No sé si lo oí, lo leí, o lo inventé, pero de todos modos recomiendo tanto a los escritores maduros como a los aprendices no olvidarlo. Es peor que huya el lector, a que huya el asesino.

Tres. Si una pistola aparece en la primera escena, tiene que ser disparada antes de que termine la pieza, según el más querido de mis maestros en la adolescencia literaria, Antón Chéjov, lo que significa que en la literatura no debe haber nada gratuito, ni inútil. Chéjov se refería en este caso a las escenas de teatro, pero las reglas dramáticas son igualmente infaltables en la narrativa.

Cuatro. El arte de escribir es el arte de suprimir. Creo que este mandamiento nada novedoso, pero estrictamente necesario, viene de Kafka; y Monterroso el Breve agrega que, según Pascal, se escriben textos largos por falta de tiempo para reducirlos. Suprimir o no suprimir, he allí el dilema.

Cinco. En consonancia con el mandamiento anterior, la escritura debe ser ligera, según nos recuerda Italo Calvino, nada de mano pesada. A través de ella debe pasar el aire, como en el cuadro Las meninas de Velázquez.

Seis. Nunca enseñes cómo se construye la trampa en que ha caído el lector incauto; y deja que sea el lector precavido quien un día vea con sus propios ojos los andamios con que se edificó tu escritura, como si se tratara de una aparición.

Siete. No pienses jamás que porque el lector lee rápido no se fija en la transparencia de un párrafo fruto de sucesivas correcciones. Precisamente lee rápido porque no encuentra dificultades ni tropiezos y así puede pasar con deleite a la siguiente página.

Ocho. No reveles de antemano algo que tienes que esconder, pero revélalo a tiempo. Y nunca escondas lo que es innecesario esconder.

Nueve. El lector siempre prefiere la acción a la demora, a menos que se trate de un cuerpo desnudo. No hay que olvidar que las historias existen mientras describen, mientras progresan los episodios que están alimentados por trampas y obstáculos. Esos episodios existen en la acción, mientras no se consumen.

Diez. La realidad no es más que el clavo que nos sirve para colgar la novela, según Alejandro Dumas (padre). Es solo un clavo. Lo demás es imaginación, revuelta, incesante, como un río suspendido de un clavo.

Once. Vuelvo a Monterroso el Breve para seguir su consejo de que los decálogos no tienen por qué ser de diez mandamientos nada más. Eso solo demuestra la insuficiencia de las reglas de la lógica, que son aquellas que la escritura desafía. Por eso agrego un undécimo, para recordar a Stendhal cuando dice que “la belleza nunca es más que una promesa de felicidad”.

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