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domingo, 28 de noviembre de 2021

Decálogos y decálogos: Tres mil mandamientos para aprender a mentir — Por GUILLERMO CARDONA

 


Tres mil mandamientos para aprender a mentir

Por 

Guillermo Cardona Marín (Medellín, 1961)

Novelas: El jardín de las delicias (2005), La bestia desatada (2007), Batallas de Champiñón (2011) y Las misas negras de san Pablo (2015).Actualmente también es integrante del consejo de redacción del periódico Universo Centro.)

Tomado de: https://universocentro.com.co/2021/11/26/tres-mil-mandamientos-para-aprender-a-mentir/
Ilustración de Fragmentaria






El poeta es un hombre
al que a veces agobian la incomprensión, el barro,
el alquiler, la luna

Raúl González Tuñón


La literatura es el arte de mentir. Mentimos incluso cuando escribimos en primera persona un diario, unas memorias o una autobiografía. El solo hecho de plasmar en el papel nuestros recuerdos, tamizados por el estado de ánimo o el ego, es ya un indicio de ficción, así sean recuerdos de esa misma mañana. La literatura puede concebirse entonces como un refinado y elusivo artefacto para hacer creíble lo imaginado, con visos a la inspiración y versos a la disciplina, al trabajo artesanal con el lenguaje. La más lúcida inteligencia, la más exquisita ironía no sirven para nada sin entrega, constancia, rigor, estudio, cosas que hacen la diferencia entre el simple oficio y el talento, una rutina que recomiendan los más grandes traficantes de ensueños y pesadillas.

Los mismos que para honrar esta flagrante violación del séptimo de los diez mandamientos mosaicos han elaborado sus propios decálogos, con miras a que los aprendices podamos afinar nuestra vocación de embusteros.

En una reciente conversación en la Fiesta del Libro, tuve oportunidad de repasar si acaso una docena de estos curiosos documentos, entre decálogos y antidecálogos, de autores como:

Piedad Bonnett,

“Cuida el silencio que hay en ti, para que la poesía del mundo te hable”.

Augusto Monterroso, del que anotaremos por lo pronto dos:

“Cuando tengas algo que decir, dilo; cuando no, también. Escribe siempre”.

“Lo que puedas decir con cien palabras dilo con cien palabras; lo que con una, con una. No emplees nunca el término medio; así, jamás escribas nada con cincuenta palabras”.

Juan Carlos Onetti,

“Mientan siempre”.

Horacio Quiroga,

“Ten fe ciega no en tu capacidad para el triunfo, sino en el ardor con que lo deseas. Ama a tu arte como a tu novia, dándole todo tu corazón”.

Jorge Luis Borges, quien recomienda en literatura evitar:

“Todo aquello que pueda ser ilustrado. Todo lo que pueda sugerir la idea de ser convertido en una película”.

Stephen Vizinczey, con coda:

“No adorarás Londrés-Nueva York-París.

El provinciano suele ser una persona inteligente y dotada que acaba por adoptar la idea de algún periodista o académico de mucha labia sobre lo que constituye la excelencia literaria, y traiciona su talento imitando a retrasados mentales que sólo tienen talento para medrar”.

Andrés Neuman,

“Nada más trivial, narrativamente hablando, que un diálogo demasiado trascendente”.

No hubo tiempo de explorar El método fácil y rápido para ser poeta, de Jaime Jaramillo Escobar, más que un decálogo todo un tratado de ese poeta sabio y sencillo al que ahora, fallecido, podemos llamar maestro sin que nos regañe. Un Método en el que trata de convencer por todos los medios a los aprendices para que no se metan en esos berenjenales de la poesía, una deidad caprichosa e inclemente que exige –sin ofrecer nada a cambio–, santidad, candor y pobreza. De todas maneras, el propio maestro Jaime nos recuerda las palabras de Pedro Salinas: “De la lista no se parte; a la lista se llega”.

También se nos quedó en el tintero, durante nuestra conversación con la profesora Clemencia Ardila, el Collage sobre los decálogos para escritores, de Darío Jaramillo Agudelo, publicado en El Malpensante, donde, con gran despliegue de erudición y buen humor, nos hace un muy interesante recorrido por 89 decálogos que detectó en algo más de una semana de exploraciones en bibliotecas reales y virtuales, con diferente número de mandamientos y matices, pero decálogos al fin y al cabo, donde brillan los aportes de:

Chéjov,

“Un escritor, más que escribir, debe bordar sobre el papel; que el trabajo sea minucioso, elaborado”.

Javier Cercas,

“Huye como de la peste de las frases bonitas”.

Roberto Bolaño,

“La verdad es que con Edgar Allan Poe todos tendríamos de sobra”.

Hemingway,

“Lee sin tregua”.

García Márquez,

“Cuando uno se aburre escribiendo el lector se aburre leyendo”.

Alison Kennedy,

“Defiéndete a ti mismo. Averigua qué te mantiene feliz, motivado y creativo”.

Italo Calvino, sobre la mejor hora para escribir:

“Soy un escritor diurno, pero como desperdicio la mañana, me he convertido en un escritor vespertino. Podría escribir de noche, pero cuando lo hago no duermo. Así que trato de evitarlo”.

George Orwell,

“Si es posible recortar una frase, eliminar una palabra, siempre hay que hacerlo”.

Juan Goytisolo,

“Dar algo consabido y previsible es tratar al lector con desprecio”.

Vargas Llosa,

“La sinceridad o insinceridad no es, en literatura, un asunto ético sino estético”.

Sarah Waters,

“Si eres realmente un gran escritor, no te hace falta aplicar ninguna de estas reglas”.

En fin, un completo y muy complejo vademécum para oficiantes del arte literario, cuyos discípulos deberán andar con tino para no tropezar con tal cantidad de prohibiciones y preceptos, muchos de ellos paradójicos cuando no contradictorios.

Para los contradictorios, mientras Vizinczey en su primer mandamiento dicta: “No beberás, ni fumarás, ni te drogarás”, porque para ser escritor se necesita el cerebro completo, Monterroso nos conmina: “Si no sabes adónde vas, detente, mira el techo, cuenta hasta diez, bebe un whisky”. Javier Cercas, por su parte, recomienda: “Cultiva tus obsesiones, tus vicios, tu locura y, con moderación, tu cordura; cultiva tus perplejidades, tus pasiones (las altas y las bajas, sobre todo las bajas), tu gusto intransferible (el bueno y el malo, sobre todo el malo), y no olvides reírte con alegre fiereza de ti mismo”. No sabemos al respecto qué dirían Hemingway o Malcolm Lowry, Porfirio Barba Jacob o Thomas de Quincy, pero resulta fácil imaginarlo.

Y en cuanto a los paradójicos, tenemos el Antidecálogo del escritor, de Jorge Luis Borges, donde afirma que en literatura es preciso evitar:

“Las parejas de personajes groseramente disímiles o contradictorios, como por ejemplo Don Quijote y Sancho Panza, Sherlock Holmes y Watson”.

“La costumbre de caracterizar a sus personajes por sus manías, como hace, por ejemplo, Dickens”.

“En el desarrollo de la trama, el recurso a juegos extravagantes con el tiempo o con el espacio, como hacen Faulkner, Borges y Bioy Casares”.

Y el summum de lo que se debe evitar en un texto literario:

“Las metáforas en general, y en particular las metáforas visuales. Más concretamente aún, las metáforas agrícolas, navales o bancarias. Ejemplo absolutamente desaconsejable: Proust”.

Otro tanto pasa, por contradictorio y paradójico, con el mismo Vizinczey quien, en su mandamiento cuatro, dictamina:

“No serás vanidoso

Si crees ser sabio, racional, bueno, una bendición para el sexo opuesto, una víctima de las circunstancias, es porque no te conoces a ti mismo lo suficiente como para escribir”.

Para, en su mandamiento cinco, ordenar:

“No serás modesto

La modestia es una excusa para la chapucería, la pereza, la complacencia; las ambiciones pequeñas suscitan esfuerzos pequeños. Nunca he conocido a un buen escritor que no intentara ser grande”.

Escribiendo historias

Para esta colección de advertencias y consejos tocó pasar a las volandas por “Los mandamientos de un escritor: decálogos, testamentos y antidecálogos”, un capítulo del libro Escribiendo historias, de Juan José Hoyos, quien nos presenta su propio catálogo de catálogos, como “un resumen de la experiencia de los artistas más experimentados”. Describe estas prescripciones como búsquedas personales refinadas en la mente de grandes maestros y a renglón seguido nos advierte que “todo autor está obligado a descubrir sus verdades y a crear su arte poética”. Y cita a José Manuel Arango como testimonio:

No hay camino, dijo el maestro

Y si acaso hubiera un camino nadie podría hallarlo

Y si alguien por ventura lo hallara no podría enseñarlo a otro

Juan José Hoyos incluye entre sus preferencias El Testamento, del escultor francés Auguste Rodin, que bien puede aplicarse también para los escritores (talladores de espectros), como cuando recomienda: “¡Paciencia! No contéis con la inspiración. Ella no existe. Las únicas cualidades del artista son prudencia, atención, sinceridad, voluntad. Cumplid vuestra tarea como honrados obreros”.

Como si fueran pocos

Y justo antes de comenzar la charla, el médico y escritor Emilio Restrepo nos sorprendió con su recorrido, caminando despacio, donde recogió algo así como 350 referencias con, mal contadas, unas tres mil prescripciones, proscripciones y consejas para neófitos. Anotaremos apenas unas cuantas:

Bertrand Russell,

“No estés absolutamente seguro de nada”.

Roald Dahl,

“Es una gran ayuda tener mucho sentido del humor. Esto no es esencial cuando se escribe para adultos, pero es de vital importancia cuando se escribe para niños”.

Stephen King,

“Creo que el camino al infierno está pavimentado con adverbios”.

William Faulkner,

“El único entorno que realmente necesita un artista es cualquiera que le proporcione paz, soledad y todo placer que para obtenerse no requiera de un alto costo”.

Anaïs Nin,

“Es en los momentos de crisis emocional cuando la verdadera humanidad se revela con mayor precisión”.

Joyce Carol Oates,

“No trates de saber lo que espera el lector ideal. Él existe, pero está leyendo a alguien más”.

Sobre la lectura

Ahora, no es ningún misterio que el mejor camino para aprender a escribir sea justamente leer de todo. A los clásicos, a los consagrados, a los contemporáneos, a los aprendices destacados o a tantos autores olvidados. Leer historia, filosofía, recetas de cocina, en un ejercicio permanente de curiosidad y devoción por esa apasionante búsqueda de no se sabe muy bien qué.

Al respecto, nuestros decálogos nos invitan:

Piedad Bonnett,

“Lee ensayo, novelas, textos científicos, periódicos, mucha poesía. Y lee, como aconseja Steiner, con un lápiz en la mano”.

Juan Carlos Onetti,

“No se limiten a leer los libros ya consagrados. Proust y Joyce fueron despreciados cuando asomaron la nariz, hoy son genios”.

Horacio Quiroga,

“Cree en un maestro —Poe, Maupassant, Kipling, Chéjov— como en Dios mismo”.

Monterroso,

“Lee El Quijote. Luego, relee El Quijote. Luego, escribe un cuento en el que nadie conoce El Quijote”.

Colm Tóibín,

“Si tienes que leer, anímate leyendo biografías de escritores que se volvieron locos”.

Roberto Bolaño,

“Hay que leer a Quiroga, hay que leer a Felisberto Hernández y hay que leer a Borges. Hay que leer a Rulfo, a Monterroso, a García Márquez. Un cuentista que tenga un poco de aprecio por su obra no leerá jamás a Camilo José Cela ni a Francisco Umbral. Sí que leerá a Cortázar y a Bioy Casares, pero en modo alguno a Cela y a Umbral”.

Aunque digo yo, sin aventurar mandamiento alguno, que debe dejarse siempre una puerta abierta y darles la oportunidad a escritores noveles, de todas las edades, condiciones, saberes y procedencias. Y leer decálogos. Que son muchos y aquí no caben.

Ahora, a qué o a quién hacerle caso, cada aprendiz deberá decidirlo, mas no debe olvidarse el célebre dictum de Augusto Monterroso que reza:

“En literatura no hay nada escrito”.

Y en cuanto al lector

No puedo terminar este artículo sin incluir el decálogo de Daniel Pennac, el único dedicado al lector, ese desvelo tan abstracto y real, representado en quien quiera meta sus narices en nuestras páginas. Según este excéntrico decálogo, los lectores tenemos derecho “a no leer, a saltarnos páginas, a no terminar un libro, a leer en cualquier sitio, a hojear o a leer en voz alta”; incluso tenemos “derecho al bovarismo”, según Pennac, “una enfermedad de transmisión textual, término alusivo a Madame Bovary, la protagonista de la novela homónima de Flaubert, lectora compulsiva y apasionada de novelas románticas”.


viernes, 26 de noviembre de 2021

Entrevista a Luis López Nieves Betuel Bonilla Rojas

 


Cuestionario para grandes cuentistas:
Entrevista a Luis López Nieves

Betuel Bonilla Rojas

Tomado de: https://ciudadseva.com/critica/el-arte-del-cuento/

1Según Borges, el racionalista Platón planteó en Ion, su diálogo de juventud -lo pensó para la poesía-, que en la creación opera algo así como la inspiración, es decir, un argumento claramente romántico. El romántico Poe, por el contrario, en su “Método de la composición”, plantea la tesis de la creación como algo sumamente racional, de puro oficio. ¿Cómo opera esto en tu creación, cómo concilias los dos elementos en el momento en que decides que vas a escribir un cuento?

En la ducha, en el tren, al acostarse: la idea llega en cualquier momento o lugar, sin pedir permiso, y de golpe tenemos ante nosotros una historia que debemos escribir. Ésta, claro, es la inspiración. Pero luego viene la redacción del cuento. Al hacerlo estamos todavía bajo el influjo de esta primera idea (llamémosla “inspiración”), pero al comenzar a redactar toman control el oficio y la experiencia. Evitamos los lugares comunes, verificamos que el comienzo del texto sea llamativo, tratamos de que el personaje no sea plano, evitamos otros errores graves. Para llevar esto a cabo hay que echar mano a las herramientas del oficio porque con la inspiración no basta. Por eso los escritores de poca experiencia cometen errores graves. Escriben clichés, son maniqueos, sus personajes son planos. Cuando esto ocurre, es porque el autor utilizó su inspiración pero no conocía las herramientas del oficio. También ocurre lo contrario: si el cuento está correctamente escrito, pero le falta chispa, entonces faltó la inspiración. Por tanto, creo que se trata de una combinación de ambos: inspiración y oficio.

2. Aunque el problema de las definiciones tiene siempre sus dificultades, ¿puedes definir, aunque sea de manera provisoria, qué es para ti un cuento?

Un cuento consiste de la narración artística, breve y en prosa, de un conflicto que se resuelve.

3. Algunos escritores dicen andar libreta en mano a la caza de fragmentos de la realidad que les puedan servir como disparadores para la escritura. Otros afirman que la imagen simplemente llega y ya, está la semilla del cuento. En tu caso ¿cuál es ese momento inicial para la escritura de tus cuentos?

Los escritores naturalistas insisten en ser muy fieles a la realidad. He sabido de autores que pasan una semana buscando el nombre exacto de la calle X de Madrid antes de empezar a escribir un cuento. Por otro lado, están los escritores que no necesitan observar la supuesta “realidad”. En mi caso, me siento muy lejos de los naturalistas que insisten en retratar la realidad con exactitud. Uso lo que tengo en la memoria. A veces me documento pero sólo para precisar algún detalle. Nunca jamás ando con libretas en caza de fragmentos de la realidad. Para eso existe el periodismo.

4. En esa biblioteca de preferencias que todos tenemos, parafraseando a Borges, ¿cuáles son esos diez cuentos memorables que no podemos dejar de leer?

Qué pregunta. Llevo sobre 50 años leyendo cuentos, he leído miles y miles de cuentos. En mi portal digital, CiudadSeva.com, tengo sobre 3300 cuentos que también he leído. Por tanto, pedirme que escoja diez es muy cruel. Pero sufriré un poco y escogeré los primeros diez que me vengan a la mente. Hay muchos otros cuentos que están en la misma categoría, porque pienso que debe haber al menos cien cuentos de calidad archisuprema en el mundo. Pero los primeros diez cuentos clásicos que me vienen a la mente son:

  • “La esperanza”, de Villiers de L’Isle Adam
  • “La metamorfosis”, de Franz Kafka
  • “Dos amigos”, de Guy de Maupassant
  • “La mujer del boticario”, de Anton Chejov
  • “La capa”, de Dino Buzzati
  • “Encender una hoguera”, de Jack London
  • “A la deriva”, de Horacio Quiroga
  • “Bartleby”, de Herman Melville
  • “Meter el diablo en el infierno”, de Giovanni Boccaccio
  • “El cocodrilo”, de Felisberto Hernández

5. He leído en alguna parte que Roberto Arlt no era lo que se dice un buen escritor, incluso, se afirma que escribía mal; sin embargo, qué cuentos los suyos, cómo nos llegan hasta el fondo. ¿Cómo es posible eso? En tu caso ¿en qué te fijas a la hora de juzgar el mérito de un buen cuento?

Para juzgar la calidad de un cuento me pregunto si me conmovió, si me asombró, si es original y si de alguna manera cambió mi visión del mundo. La originalidad es un criterio fundamental: debo sentir que nunca antes había leído un cuento similar. Otro criterio importante, pero que se activa mucho más tarde, es el recuerdo. Si han pasado cinco años y todavía recuerdo el cuento con claridad, normalmente se debe a que es un buen cuento. Los cuentos malos se olvidan. Son como las series de televisión: quizás las disfrutamos al instante, pero a los tres días ya hemos olvidado el programa, no lo andamos analizando ni discutiendo con nadie ni se nos ocurre escribir ensayos sobre el programa. En cambio, aunque leí grandes cuentos como “La esperanza” y “La metamorfosis” cuando era adolescente, todavía los recuerdo y los sigo comentando con mis amigos.

6. La idea del libro de cuentos “redondo” es casi un espejismo, una ilusión. Leemos en algún libro un buen cuento y de repente, el siguiente, ya no nos gusta tanto. ¿Podrías indicarnos cuáles son esos diez libros de cuentos redondos, en el que ninguna pieza falla?

Realmente no se me ocurre ninguno. Siempre hay algunos cuentos que sobresalen sobre otros. ¿Un libro en que todos los cuentos están al mismo nivel? Ni siquiera recuerdo un libro de Cortázar en que todos los cuentos sean extraordinarios. Además, los cuentos de grandes monstruos como Maupassant y Chejov no los he leído como libros, sino sueltos o en colecciones variadas.

7. Un problema con los cuentos es la poca difusión, la poca circulación, como si un cuentista no fuera digno de habitar en el canon literario. ¿A qué crees que se deba esa especie de paternalismo de la novela sobre el cuento?

No creo que la premisa de la pregunta es correcta. No olvidemos que tanto Borges como Cortázar, Felisberto Hernández, Arreola y muchos otros autores son del canon y deben sus grandes famas a sus cuentos, que se siguen leyendo hoy como hace muchos años. Para responder a esta pregunta necesito mucho tiempo porque es un tema complejo. El cuento moderno tuvo su momento en los siglos XIX (y una parte del XX) porque los periódicos los publicaban con frecuencia. No había televisión ni radio ni cine. Por la noche los pequeños y grandes burgueses llegaban a sus casas y podían divertirse con la lectura de un cuento… ya que no había mucho más para hacer. Sin embargo, en gran medida esa necesidad práctica de una hora de descanso y lectura la ha sustituido hoy día la televisión e Internet. La gente llega a la casa de noche y ve televisión un rato o navega por Internet, como antes leía un cuento. Así que tal vez la gente no lea los cuentos en libros, pero yo tengo un portal de Internet, CiudadSeva.com, que contiene 3300 cuentos clásicos. Mi portal recibe hasta 30,000 visitantes diarios de todo el mundo. Por tanto, te diría que hay mucha gente leyendo cuentos pero nadie se entera porque no se refleja en las ventas de las librerías ni en las visitas a las bibliotecas de papel.

8. ¿Puedes plantear, otra vez de manera provisoria, una especie de decálogo personal del género?

Llevo sobre 30 años dirigiendo talleres de cuento, conozco el tema bastante bien, pero la verdad es que nunca me había pasado por la mente redactar un decálogo. No sé si realmente pueda resumir en diez oraciones lo que he aprendido. No soy Moisés. Pero si algún día decidiese escribir sobre el asunto, creo que sería preferible un manual. Sin embargo, creo que mi poética la puedo resumir de la siguiente manera: No contar lo obvio, lo que cualquier vecino ya sabe. La televisión y el cine existen. Los periódicos existen. El escritor no es cronista, guionista ni periodista. Tampoco es el chismoso del barrio. El escritor es un artista. Nuestro objetivo es crear arte.


Nota: el mismo Bonilla preparó un decálogo, muy difundido en redes: http://decalogosliterarios.blogspot.com/2014/10/decalogo-para-cuentistas-en-apuros.html

9. En el momento de la escritura parece existir una especie de pulso con el tema para decidir entre el cuento y la novela. ¿Cómo sabes tú que el tema que tienes entre manos da para un cuento, por ejemplo, y no para una novela?

El cuento es breve y trata un solo incidente. Su trama es sencilla, como una raya; no es compleja, como las ramas de un árbol. Por tanto, si en mi historia hay más de un incidente (hay muchas ramas) y si veo que su redacción me exigirá, digamos, más de cien páginas, pues es claro que tengo en la cabeza una novela y no un cuento.

10. ¿Podrías sugerirnos diez pequeñas ideas para que los jóvenes narradores se ejerciten en la escritura de cuentos?

Estos ejercicios los he ido recopilando o creando a través de los últimos treinta años. Ya no recuerdo cuáles son míos, cuáles tomé de algún manual o cuáles inventamos entre todos en un taller. Hecha la aclaración de que probablemente no me los he inventado todos, enumero los siguientes:

  • Una mujer con falda se baja del autobús. Tropieza, cae, se le ve la ropa interior, se levanta rápidamente. Mira a su alrededor, avergonzada, porque hay mucha gente. Capta la mirada sonriente de un hombre sentado en la parada. Narrar este incidente en varios tonos radicalmente diferentes: coraje, tristeza, humor, erotismo, sátira, etc. Objetivo: controlar el tono.
  • Escribir una escena de muerte que sea sentimental, pero sin melodrama. Objetivo: evitar el sentimentalismo barato.
  • Entra una mujer a la oficina de un médico y habla con la secretaria. Contar la escena de varias maneras diferentes, para caracterizar en cada ocasión a una mujer distinta: maniática, depresiva, violenta, dócil, arrogante, etc. Objetivo: practicar caracterización indirecta.
  • Llega un autobús. Una mujer bella entra y se sienta. Comunicarle al lector que es bellísima, pero sin decirlo directamente ni usar palabra la palabra “bella” ni sinónimos. Objetivo: practicar subtexto.
  • Redactar varias versiones de “La Cenicienta” (o cualquier cuento semejante) en primera persona: desde la perspectiva de la Cenicienta, del príncipe, de la madrastra, etc. Objetivo: practicar puntos de vista.
  • Redactar varias versiones de “Caperucita Roja” (o cualquier cuento semejante) en tercera persona, pero nunca comenzar por el principio. Empezar por la escena de la cama, por el disparo del cazador, por la escena en que el lobo corre a la casa de la abuela, etc. Objetivo: experimentar con estructuras.
  • Oler un perfume con los ojos cerrados. Describir a la persona que lo usaría. Objetivo: utilizar la sugestión.
  • El escritor describirá en tercera persona un lugar específico en que fue muy feliz durante su niñez. Objetivo: trabajar lo íntimo con objetividad.
  • Sustituir las palabras en mayúsculas con palabras concretas: “La PERSONA conducía su VEHÍCULO mientras comía (QUÉ COMÍA). De pronto vio el ANIMAL en el medio de la VÍA. Desvió el VEHÍCULO y chocó contra un OBSTÁCULO. Objetivo: evitar la narración abstracta.
  • Contar la historia de un hombre armado y violento que encuentra a su mujer con otro, en un hotel. Parece que sólo hay dos opciones: que la mate o que no la mate. Buscar una tercera opción para finalizar el cuento. Objetivo: evadir lo predecible.

FIN


El arte del cuento, Betuel Bonilla Rojas, Trilce Editores, Bogotá, Colombia, 2009.



Recomendación: Del mismo autor, se recomienda este taller para la elaboración de cuentos: 

https://www.mincultura.gov.co/SiteAssets/renata/encuentro%20El%20cuento%20paso%20a%20paso.pdf