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viernes, 27 de mayo de 2016

Gramática de la conversación (Decálogo de aquel que escucha) Julio Cesar Londoño

Gramática de la conversación

(Decálogo de aquel que escucha)
Julio Cesar Londoño
Las habilidades lingüísticas son cuatro: leer, escribir, hablar y escuchar. Las tres primeras son estudiadas y promovidas. Leer y escribir, porque sobre ellas descansan las estrategias pedagógicas. De hablar no se habla. Se supone que todo el mundo sabe hacerlo. Pero algunos cultivan esta habilidad porque abrigan la esperanza de alcanzar una curul o un púlpito y llevar una vida descansada. Escuchar, en cambio, es el patito feo del grupo. Nadie, si exceptuamos los servicios de inteligencia, quiere escuchar a nadie. Quizá es por esto que fracasan los diálogos.
Escuchar es una actividad tan descuidada que ni siquiera hay una buena palabra para designar al que la domina, como sí existen, sonoras y prestigiosas, para las otras habilidades: orador, lector, escritor.
Debemos prestarle más orejas al asunto porque si no escuchamos naufraga la conversación, ese arte que nos permite pensar en grupo, seducir y conspirar en privado, hacer negocios con extraños y fiestas con los amigos.
Todos dicen amar la conversación pero olvidan que se trata de un contrapunto delicado, del equilibrio justo de frases y silencios, de pausas y cortesías. Propongo, entonces, que inventemos una gramática de la conversación. Por ejemplo:
Regla 01: si le preguntan ‘cómo está’, entienda que es una fórmula social, no una pregunta. No le vacíe al infeliz su historia clínica ni el proyecto que tiene entre manos. Diga simplemente ‘Bien gracias, ¿y usted?’, como un inglés, o ‘excelente y mejorando’, como los paisas, o ‘¡A usted que le importa!’, como los alemanes.
Regla 02: no haga intervenciones largas, a no ser que hable desde el púlpito o desde una curul.
Regla 03: respete al mudo. Hay personas que hablan poco. Cuando una de ellas intervenga, muérdase la lengua. Es probable que no tenga otra oportunidad de escucharla.
Regla 04: sostenga el tema. Si alguien dice que está feliz leyendo a Z, no lo interrumpa para decir que a usted le encanta K, porque entonces otro gritará que no hay como H, y al final no hablarán de Z ni de K ni de H. Es de elemental urbanidad sostener el tema durante un lapso prudente… o cerrar la jeta.
Regla 05: Yo. El tema más difícil es uno mismo. Termina uno minimizándose, reptando bajo la mesa como cualquier Gregorio Samsa, o pavoneándose con una ‘modestia’ que no convence a nadie. Consejo: si lo acorralan, diga dos frases y escurra el bulto, generalice, vaya de lo particular (usted) a lo general (su profesión, por ejemplo).
Regla 06: los temas tabú. Si el anfitrión le insinúa que no hable de política ni de religión, aséstele una conferencia sobre ecuaciones diferenciales, para que no joda.
Regla 07: no arme corrillos. Hable en voz alta, para todos, y mírelos a los ojos. (Inciso: no le mire fijamente los pechos a su interlocutora).
Regla 08. no dé consejos… ¡o trépese de una vez a su maldito púlpito!
Regla obvia: no interrumpa nunca, y menos al principio. Si alguien empieza una historia, o aún no redondea su intervención, es una guachada cambiar el tema. Excepción: interrumpir al parlanchín, al zoquete que vive extasiado con el sonido de su propia voz, es un deber cívico, un imperativo categórico y una bondad social.
Regla recta: evite la digresión. Si la tentación es irresistible, sintetice y retome rápidamente el tema central.
Reglita: sea breve. Todos perdonamos las bobadas cortas. Las largas arruinan hasta la mejor fiesta.
Regla de reglas: escuche con sus oídos y con su corazón. Póngase en los zapatos del otro. Trate de entenderlo.



Ñapa: otro decálogo del profesor Londoño: 
http://decalogosliterarios.blogspot.com.co/2015/01/julio-cesar-londono-cuestionario-para.html

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