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jueves, 23 de octubre de 2014

Decálogo del cuentista hechicero, Fernando Ampuero



1. Los cuentos empiezan siempre con un sobresalto, gracias a algo (o alguien) que me deslumbra repentinamente, ya sea en medio de una charla de amigos o mientras conduzco el auto, solo y en silencio. Allí, en ese trance, si logro pescar bien la idea, veo generalmente todo: el principio, la anécdota, los personajes, la tensión dramática, lo dicho y lo no dicho, y, sobre todo, el final. Yo suelo completar en mi imaginación los detalles del cuento, repensándolos por varios días, y después, tan pronto sé lo que voy a contar, busco una tarde tranquila y me pongo a escribir.
2. No soy pues de los que escriben a ciegas. Del escenario, quiero saber cómo huele cada rincón; de la anécdota, intuir los lazos invisibles; de los personajes, revelar algo más que el aspecto físico, la conducta y los pensamientos: necesito más bien calar en cada personaje, meterme debajo de su piel, observar el mundo con sus ojos.
3. Escribir exige asumir riesgos. Un buen escritor conoce sus límites e intenta desbordarlos. El peligro está en no correr riesgos.
4. No me basta escribir correctamente. Las bibliotecas del mundo están repletas de libros «bien escritos». Necesito añadir algo más. Todo escritor tiene que descubrir en qué consiste ese añadido.
5. Huyo de los lugares comunes. (Aunque decir esto sea ya un lugar común).
6. Tomo aquí prestada una máxima de Julio Ramón Ribeyro, quien alguna vez me dijo: «Escribe las historias verdaderas o de fondo biográfico de tal manera que, cuando las lean, los lectores digan: Esto es ficción. Y, asimismo, escribe las historias ficticias de tal manera que, cuando las lean, todos digan: Esto le debe haber ocurrido al autor. Ha de ser verdadero».
7. Otra regla prestada, que tomo de Joseph Conrad y en la que éste compara el trabajo literario con las faenas del hombre de mar, su oficio de juventud: «El honor de un escritor estriba en cuidar las frases como la tripulación de un barco baldea y cuida la cubierta, sin esperar mayor recompensa que el respeto silencioso de sus iguales».
8. Nunca olvido que el primer decálogo de la Historia lo escribió Moisés. Los Diez Mandamientos, considerados útiles reglas morales para vivir en sociedad, tienen un excelente uso literario. El escritor, al contar sus historias, debería hacer que sus personajes violen constantemente estos mandamientos, en conjunto o por partes. Mientras alguien robe, mate, mienta, fornique, blasfeme o desee a la mujer del prójimo tendremos un conflicto y en consecuencia una historia que contar. Por el contrario, si sus personajes se portan bien, no sucederá nada: todo será aburridísimo.
9. Adopto como míos los bríos de la princesa Sherezade, esa fascinante narradora de Las mil y una noches. Vale decir, cuido el ritmo narrativo y disemino veladamente esos anzuelos o datos escondidos que generan intriga y curiosidad por el relato. Gracias a que Sherazade fue astuta y entretenida, evitó que le cortaran la cabeza.
10. Recuerdo siempre que mi deber es emocionar al lector con una mentira que él leerá a sabiendas. Debo dar respaldo a esa confianza.
11. Los decálogos literarios no son los rieles de un tren, sino a lo sumo las nerviosas agujas de una brújula. La buena literatura es un milagro.
12. Escribo a diario. Y corrijo a diario. «Con resaca o sin resaca», tal como confesaba Hemingway acerca de este oficio de hechiceros.

Tomado de:
En otra página, Ampuero hace la siguiente reflexión sobre la creación literaria:

Decálogos literarios
(o cómo matar al monstruo)



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