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jueves, 23 de octubre de 2014

Consejos para un joven que quiere ser cronista - Alberto Salcedo Ramos

Consejos para un joven que quiere ser cronista
Alberto Salcedo Ramos

Si no eres porfiado, olvídalo. Te dirán que no hay espacio, ni dinero, ni lectores. En vez de perder tiempo quejándote, pon el trasero en la silla como proponía Balzac. Y cuando empieces a trabajar escucha el consejo de Katherine Anne Porter: no te enredes en asuntos ajenos a tu vocación. A un narrador lo único que debe importarle es contar la historia.
Una historia buena y bien contada posiblemente le interesará a algún editor. Pero nadie te lo garantiza. En caso de que no la publiquen, al menos te quedará una crónica terminada. Guárdala como un tesoro: podría motivarte a hacer otra. Si dejas de escribir cuando los editores te cierran las puertas, tal vez mereces que te las cierren.
Aunque tengas un trabajo de tiempo completo en un periódico o manejes un camión de carga, debes escribir. Ninguna excusa es válida. Si solo atiendes los llamados del estómago, ¿para qué seguimos hablando?
Cree en los temas que te impulsen a escribir. Ya lo dijo Mailer: cuando un tema atrape tu atención no lo sometas a la duda.
Puedes escribir sobre lo que quieras: un asaltante de caminos, las enaguas de tu abuela, el escolta del presidente, la caspa de Tarzán, lo triste, lo folclórico, lo trágico, el frío, el calor, la levadura del pan francés o la máquina de afeitar de Einstein. Pero por favor no aburras al lector. Escribir crónicas es narrar, narrar es seducir. Los buenos contadores de historias convierten el verbo narrar en sinónimo de encoñar. Son como don Vito Corleone: le hacen al lector una oferta que no puede rechazar.
Confieso que me producen alergia las historias que lo reducen todo al blanco y al negro. Desconfío de las moralejas y por eso no leo fábulas, o las abandono a tiempo para que el lobo viva tranquilo después de comerse a Caperucita Roja y el dueño de la gallina de los huevos de oro pueda sacrificarla sin remordimientos.
Algunos pretenden escribir mientras bailan una cumbiamba o asisten a un partido de fútbol. Pero el trabajo es una cosa y el recreo otra. Concéntrate en tu oficio. Si no le dedicas al texto toda tu atención, posiblemente el lector tampoco lo hará.
Estar aislado es duro, te lo advierto, en especial cuando escribes historias de largo aliento. Sabes cuándo comienzas pero no cuándo terminas. En cierta ocasión me sentí tan oprimido por el encierro que consideré como mi gran utopía salir a pagar el recibo del teléfono. Luego están las dificultades propias del oficio: en una jornada solo alcanzas a precisar un adjetivo, y al día siguiente lo borras porque ya no te gusta. Acuérdate de Dorothy Parker: “Odio escribir, pero amo haber escrito”.
Si cuidas la escritura, si no te conformas con juntar las palabras de cualquier manera, lo más seguro es que tiendas a bloquearte. Bloquearse es un gaje del oficio. Indica que asumes el trabajo en serio. Sal a la calle a renovarte. Tomar distancia también es una forma de escribir.
Si eres de los reporteros que no leen más que noticias, declárate perdido. Hay que tener buenos referentes en el oficio. Solo al oír las voces de los maestros –Talese, Capote, Hemingway– y mirar el mundo con curiosidad genuina aprenderás a encontrar tu propia voz.

Por mucho que ciertos reporteros y editores ortodoxos renieguen de la crónica, tú tienes que creer. La crónica le pone rostro y alma a la noticia para atender a un tipo de lector que no solo quiere atragantarse de datos. Algunos suponen que las verdades que no destapan una olla podrida son indignas de ser publicadas. En un continente saturado de corrupción siempre será apreciada la figura del higienista que fumiga las alimañas. Sin embargo, me temo que la verdad no se encuentra solamente regando plaguicidas o frecuentando los manteles de los poderosos, sino también prestándole atención a la gente común y corriente, aquella que, por desdicha, solo existe para la gran prensa en la medida en que muere o mata.

Aparte tomado de:


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En otra página, se recopila otro decálogo del maestro Salcedo Ramos:
http://reddeperiodismocultural.fnpi.org/2012/06/06/romper-el-balin-diez-consejos-arbitrarios-para-el-trabajo-de-campo-en-la-cronica-por-alberto-salcedo-ramos/




‘Romper el balín: diez consejos (arbitrarios) para el trabajo de campo en la crónica’ por Alberto Salcedo Ramos

En el siguiente decálogo, el cronista Alberto Salcedo Ramos condensa algunos de los aprendizajes más importantes de su vida como reportero. El texto es uno de los regalos del maestro para los periodistas del Taller de Reportería e Investigación en el Periodismo Cultural, que conduce por estos días en Tijuana, México, como parte de las actividades del Seminario Nuevas Rutas para el Periodismo Cultural 2. El escrito sirvió además de columna vertebral para la videocharla que el maestro sostuvo a través de Twitcam con la comunidad de seguidores de la FNPI. Presentamos aquí el texto íntegro:






1)Serás curioso. La curiosidad es lo que le permite al reportero descubrir pistas
 reveladoras durante el trabajo de campo y aprovecharlas. El grado de curiosidad 
que tengas determinará en gran parte los alcances de tu exploración. Recuerda 
lo que decía Eça de Queirós: de uno depende que la curiosidad sirva para 
descubrir América o tan solo para fisgonear detrás de la puerta.

2) Serás genuinamente curioso. Un reportero puede programarse para ser 
curioso durante el tiempo en que realiza su trabajo de campo, pero más le vale 
que lo sea siempre y de manera auténtica. Que aunque no esté investigando
 para una crónica sienta una gran curiosidad por el otro. Por los otros. Por lo otro. 
Por todo lo que esté más allá de sus narices. Hay un proverbio campesino muy 
sabio: “quien curiosea el nudo, aprende a soltarlo”.

3) Continuarás siendo curioso. Es decir, entenderás que cuando un buen 
reportero satisface su curiosidad no siente ganas de acostarse a dormir sino 
de seguir indagando. Una curiosidad lleva a la otra, y luego a la otra. El reportero husmeador siempre encuentra motivos para plantearle nuevas preguntas a la 
realidad. Y como es tan obstinado, a veces descubre puertas donde los demás 
ven muros.

4) Tirar la punta del ovillo. Una mañana de 2002 un aguacero derrumba en 
Medellín un árbol centenario de caucho, un árbol que en esa ciudad es un 
ícono del paisaje urbano. Alertados por el ruido que produce la fronda gigante 
al chocar contra el pavimento, los curiosos acuden en masa al lugar del suceso. 
Uno de esos fisgones es el periodista Juan Miguel Villegas, que entonces 
cuenta apenas veinticinco años. Varios trabajadores de la empresa de aseo
 aparecen de pronto con seguetas eléctricas, dispuestos a despedazar el árbol 
para botarlo como simple basura. Los habitantes empiezan a apoderarse 
de los restos del árbol. Y el periodista tiene la curiosidad de seguirle 
el rastro a cada trozo de madera. Va a un restaurante chino, al apartamento 
de una señora, a un taller carpintería. Ve cómo cada persona de esas utiliza 
el retazo que le tocó en suerte. Lo que pudo haber sido una nota de registro 
sobre la muerte de un árbol, se convierte en un relato original sobre la influencia 
del azar en la vida de la ciudad. Volvemos a la necesidad de tirar la punta del ovillo, 
es decir, a la curiosidad. 
Esa es la razón de ser del periodismo narrativo: investigamos porque no 
soportamos la idea de quedarnos con ninguna duda.

5) Intentarás ir más allá de lo evidente. Los hechos y personajes de la realidad 
son mucho más de lo que se ve a simple vista. Para el reportero conformista el 
balín es un punto final, una pequeña esfera de plomo sobre la cual ya todo está 
dicho. No se puede desmenuzar un balín, no se puede entrar en él. Salvo que 
aparezca un reportero acucioso, por supuesto. El acucioso hace rodar el balín, 
se da mañas para romperlo porque necesita averiguar qué tiene por dentro.

6) Intentarás descubrir la totalidad del iceberg. Hemingway nos enseñó que los 
datos que aparecen publicados en las buenas historias son una fracción mínima 
de la investigación que recopiló el autor. La parte del iceberg que sobresale 
en el mar –nos recordó– es tan solo un octavo de lo que mide en total ese 
témpano de hielo. Los siete octavos restantes están sumergidos en el agua. 
No se ven pero son los que sustentan la punta que está por fuera, a la vista 
de todo el mundo. Lo que le permite a uno escribir con solvencia mil palabras 
es investigar como si fuera a escribir veinticuatro mil. Y no lo olvides: aquí no 
basta con saber que bajo el agua están escondidas las siete octavas partes 
del iceberg: hay que conocerlas.

7) Te preocuparás por buscar los datos que no salen en Wikipedia. Utilizarás 
Google, como hacemos todos hoy, pero tendrás claro que si esa es tu única 
herramienta para hacer pesquisas estás perdido. Hay mucha información de 
calidad que no figura en internet: tu reto es encontrarla.

8 ) Buscarás datos de calidad. Cuando John Hersey escribió sobre Hiroshima 
nos contó a qué distancia exacta del epicentro de la explosión de la bomba 
atómica se encontraba cada uno de sus personajes. Cuando Juan Villoro vivió 
el terremoto de 8.8 grados que devastó Chile, nos informó que el sismo 
modificó el eje de rotación de la tierra y el día se redujo en 1,26 microsegundos. 
Cuando Leonardo Faccio escribió sobre el futbolista Leo Messi, nos advirtió 
que sólo veinticinco países en el mundo tienen un Producto Interno Bruto 
mayor que la industria del fútbol. El contador de historias se tropieza con las
 mismas cifras del reportero que escribe la noticia de primera plana, pero va 
más allá: sus datos, además de informar, deben sorprender, iluminar los 
ángulos más inesperados de la realidad.

9) Irás más allá del entrecomillado. Gran parte del periodismo que se hace 
hoy es rehén de las entrevistas. Hablan los ministros, habla el papa, habla 
el cantante de moda, habla el embajador, habla el director de la oficina de 
atención de emergencias, habla todo el mundo, hasta el loro, y los periodistas 
incluyen en sus titulares la parte de la declaración que consideran más impactante. 
Cuando nadie habla, no hay noticia. Parece que no hubiera más formas de
 acercarse a los personajes que a través del diálogo oral. Yo pregunto, tú 
respondes, y ya está: pan comido. La crónica es un género narrativo y, por 
tanto, va más allá de eso que Alma Guillermoprieto llama “el síndrome del 
entrecomillado”. Contar historias –decía Robert Louis Stevenson– es escribir 
sobre gente en acción. De modo que nuestra indagación trasciende las 
entrevistas: acompañamos a los personajes, aprendemos a oírlos incluso 
cuando no están respondiendo a nuestras preguntas, procuramos verlos 
desenvolverse en sus espacios habituales. En una palabra, intentamos ser 
testigo de escenas, de muchas escenas.


10) Te acercarás a los cuernos del toro. La crónica no es un género para 
periodistas aburguesados, de esos a los que ya les da pereza recorrer leguas 
de camino y untarse de barro. Volvamos a Hemingway: “La distancia entre 
el toro y el torero es inversamente proporcional al dinero que el torero tiene 
en el banco”. No tengo nada contra tu cuenta bancaria pero sí contra el hecho 
de que ya no quieras acercarte a la zona de candela. La realidad es un toro 
al que hay que agarrar por los cuernos.

Más consejos para cronistas:

  • “Hay realidades que no conocemos, no porque seamos ciegos, sino porque no interactúamos lo suficiente con la realidad”: Salcedo Ramos.

El protagonista de todas las historias es el tiempo. Así lo ve Alberto Salcedo Ramos, quien aconseja quedarse todo el tiempo que sea necesario en un lugar antes de escribir sobre ello. “Hay realidades que no conocemos, no porque seamos ciegos, sino porque no interactúamos lo suficiente con la realidad”.
Aracataca, Colombia, fue el lugar donde el maestro Salcedo Ramos dictó una charla sobre el periodismo del premio Nobel colombiano y la labor del cronista. Los participantes de la Beca Gabriel García Márquez compartieron sus inquietudes sobre la construcción de crónicas y reportajes.
Algunos de estas enseñanzas fueron:

Sobre la investigación periodística:

• “La base de todo es la curiosidad. Es obvio, pero siempre hay que recordarlo”.
• “Si hay algo que uno debe aprender en su vida de reportero es a no casarse con lo primero que ve. Uno debe seguir investigando”.
• “Uno debe apropiarse de los lugares, volverlos paisajes interiores. Por eso me gusta apoyarme de la fotografía digital. Me encanta que los fotógrafos me regalen las fotos para recrear atmósferas. Así uno puede volver al trabajo de campo cuando ya no está en el trabajo de campo”.
• “Cuando uno cuenta crónicas, tiene que entrar por la puerta de servicio no por la principal”.

Sobre el proceso de escritura:

• “Uno debe aprender a contarse la historia a sí mismo. Planearla, pensar en ella. Si solamente piensas en la historia cuando te sientas en la computadora, la historia se te rebela. Te vuelves un burócrata de ti mismo”.
• “Contar historias no consiste tanto en lo que vas a incluir, sino en lo que vas a excluir. Contar todo es el camino más fácil para aburrir al lector”.
• “No hay que usar las crónicas para tratar de convencer a alguien de nada. Si quieres convencer, escribe un ensayo moral. En las historias tienes que contar lo que pasó”.

Sobre la entrevista en la crónica:

• “Más que entrevistar lo que hacemos los cronistas es conversar con los personajes”.

• “Uno debe aprender que a veces un entrevistado nos puede contar cosas demasiado personales. Uno no tiene derecho a contar eso”.


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