5
consejos para escribir buenas historias
Yolanda
Reyes.
1.
Voto de irresponsabilidad. No pensarás en el autor que se ganó el
último premio ni en las reseñas de esta o de cualquier revista
literaria ni mucho menos en las caras de quienes hacen las reseñas.
Ahuyentarás también, hasta donde te sea posible y mientras dure el
tiempo del relato, cualquier intromisión de rostros conocidos: los
hijos, los padres, los novios, los maridos y los amigos a quienes has
robado parlamentos, secretos y pasajes enteros de sus vidas se
desdibujarán para evitar tu miedo al qué dirán cuando se sientan
reflejados, plagiados, burlados o traicionados en la historia.
Ni qué decir de los maestros: les darás recreo a todos los que han
pasado por tu vida, a los que se hacen llamar “Maestros” en el
mundillo literario y, sobre todo, a ese profesor que todos llevamos
dentro y que está listo a sentar cátedra y a buscar moralejas en
las vidas ajenas.
2.
Voto de clausura. Cerrarás la puerta y colgarás en el picaporte
aquel letrero de “no molestar, Do not disturb” que te robaste del
hotel cuando viajaste a ese congreso del que regresaste con la firme
promesa, siempre rota, de no aceptar nuevas invitaciones para
concentrarte en la escritura. Te abstraerás del parloteo de las
Doras –aspiradora, licuadora, lavadora– que exigen detergentes y
productos, y no te importará cuando te digan que la sopa se está
enfriando, mientras tú sigues absorto en esa misma frase que no
termina de encajar. Y no saldrás, aunque golpeen con los nudillos en
la puerta para decirte algo que parece “muy urgente” y no lo es
tanto, comparado con los asuntos que acontecen en ese Tiempo Otro de
la historia, al que te entregas…¡y nunca tan bien dicha la
palabra!
3.
Voto de silencio. Apagarás el celular y olvidarás las citas
importantes, para llegar a tiempo a cumplir la única cita
inaplazable con esa gente que no existe y que te espera en el relato.
Así como solías hacer durante aquellas tardes de la infancia,
cuando bastaba conjugar el verbo irregular “digábamos” para que
la escoba se convirtiera en tu caballo y la poltrona en nave o en
cueva imaginaria, construirás pacientemente las coordenadas de ese
“Mundo-Otro” que albergará a tus personajes. Y ellos comenzarán
a hablar con voces que son tuyas y que ya no lo serán, si todo sale
bien, y dejarás que emerjan otras voces por debajo: voces que se
desmienten, se contradicen y se burlan, y que se independizan de tu
voz y de los planes que has trazado, hasta que el verbo se haga voz y
carne y sean tus personajes quienes se ocupen, poco a poco, del
transcurso de la historia.
4.
Voto de humildad. Desconfiarás de la facilidad con la que corren tus
dedos por el teclado y sospecharás cuando no tengas dudas o cuando
te dé por exclamar “¡qué frase extraordinaria!”, ante un
acceso de retórica. Y tendrás siempre a la mano el comando de
borrar, para limpiar, podar y descreer de tus facilidades de
expresión y de tus supuestas dotes literarias, y te ejercitarás en
mantener el cuero duro para no enamorarte de esas páginas que tanto
trabajo te costaron y que, de repente, intuyes que le sobran a la
historia. Y no tendrás clemencia ni piedad para volver a comenzar
siempre que sea necesario. Trabajarás, trabajarás, trabajarás,
hasta que ese Digábamos pueda sostenerse sin tu ayuda y recordarás
que tu destino es desaparecer en lo que escribes, y que ya no estarás
ahí, para indicar, por encima del hombro a tus lectores, que lean
bien: que así no era, cuando lo escrito, escrito quede.
5.
Voto de pobreza. (¡El más difícil!). Si bien es lícito y
completamente deseable vivir de la escritura, evitarás caer en la
tentación de vender ficciones por encargo o de recibir anticipos por
una buena idea que no sabes –porque nunca se sabe, y en esto poco
ayuda la experiencia– si te apasionará o si se dejará llevar
hasta el final. Y aprenderás a descubrir las diferencias entre valor
y precio, o entre editor y publicador, y renovarás tus votos de
silencio cuando te pidan sacar del clóset un manuscrito que por
alguna razón no has hecho público. Y no te importará –o
sí, claro que sí te importará– que el “mercado editorial”
pase de ti y que nadie te nombre en la próxima feria y en la
siguiente y en la otra. Y aunque te duela, (pero el dolor a veces
ayuda a la escritura), lo verás como una seña de que te has quedado
solo, con todo el tiempo por delante para escribir; solo por fin, en
ese mar de dudas de tu historia, donde nada de lo que digan los demás
podrá ayudar: ni las vidas de santos ni las de varones ilustres…ni
mucho menos estas listas de consejos en las no cree siquiera quien
acaba de escribirlas.
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