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sábado, 26 de noviembre de 2016

Carl Sagan: Sus nueve reglas de pensamiento escéptico siguen valiendo veinte años después

 Carl Sagan: Sus nueve reglas de pensamiento escéptico siguen valiendo veinte años después

Tomado de: http://www.elplacerdelalectura.com/blog/actualidad/homenaje-carl-sagan-sus-nueve-reglas-de-pensamiento-esceptico-siguen-valiendo-veinte

Sus nueve reglas de pensamiento escéptico siguen valiendo veinte años después de publicarse en su libro  El Mundo y sus Demonios , de Carl Sagan, p. 232 a     234. Año 1997.

1. Confirmar la realidad.

Siempre que sea posible tiene que haber una confirmación independiente de los «hechos».

2. La prueba, a debate.

Alentar el debate sustancioso sobre la prueba por parte de defensores con conocimiento de todos los puntos de vista.

3. No confundir experto y autoridad.

Los argumentos de la autoridad tienen poco peso: las «autoridades» han cometido errores en el pasado. Los volverán a cometer en el futuro. Quizá una manera mejor de decirlo es que en la ciencia no hay autoridades; como máximo, hay expertos

 

4. Siempre hay más de una hipótesis.

Si hay algo que se debe explicar, piense en todas las diferentes maneras en que podría explicarse. Luego piense en pruebas mediante las que podría refutar sistemáticamente cada una de las alternativas. Lo que sobrevive, la hipótesis que resiste la refutación en esta selección darwiniana entre «hipótesis de trabajo múltiples» tiene muchas más posibilidades de ser la respuesta correcta que si usted simplemente se hubiera quedado con la primera idea que se le ocurrió. (Este problema afecta a los juicios con jurado. Estudios retrospectivos demuestran que algunos miembros del jurado deciden su opinión muy pronto quizá durante los discursos de apertura — y luego se quedan con la prueba que parece encajar con sus impresiones iniciales y rechazar la prueba contraria. No les pasa por la cabeza el método de hipótesis alternativas de trabajo).

5. No aferrarse a una hipótesis por que sea la nuestra. 

Se trata sólo de una estación en el camino de búsqueda del conocimiento. Pregúntese por qué le gusta la idea. Compárela con justicia con las alternativas. Vea si puede encontrar motivos para rechazarla. Si no, lo harán otros.

6. La cantidad es la clave.

Si lo que explica, sea lo que sea, tiene alguna medida, alguna cantidad numérica relacionada, será mucho más capaz de discriminar entre hipótesis en competencia. Lo que es vago y cualitativo está abierto a muchas explicaciones. Desde luego, se pueden encontrar verdades en muchos asuntos cualitativos con los que nos vemos obligados a enfrentarnos, pero encontrarlas es un desafío mucho mayor.

7.Si hay una cadena de argumentación, deben funcionar todos los eslabones de la cadena (incluyendo la premisa), no sólo la mayoría.


8. Lo más sencillo suele ser lo más probable.

Esta conveniente regla empírica nos induce, cuando nos enfrentamos a dos hipótesis que explican datos igualmente buenos, a elegir la más simple.

9. ¿Puede falsificarse la hipótesis?

Las proposiciones que no pueden comprobarse ni demostrarse falsas, no valen mucho. Consideremos la gran idea de que nuestro universo y todo lo que contiene es sólo una partícula elemental —un electrón, por ejemplo— en un cosmos mucho más grande. Pero si nunca podemos adquirir información de fuera de nuestro universo, ¿no es imposible refutar la idea? Ha de ser capaz de comprobar las aseveraciones. Debe dar oportunidad a escépticos inveterados de seguir su razonamiento para duplicar sus experimentos y ver si se consigue el mismo resultado.




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La serie de opinión, CONSEJOS A UN JOVEN COLEGA, en Youtube:


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sábado, 5 de noviembre de 2016

10 pasos para escribir un cuento - TOMÁS DOWNEY





10 pasos para escribir un cuento

El argentino Tomás Downey, uno de los cinco finalistas del Premio Hispanoamericano de Cuento Gabriel García Márquez que se entrega este miércoles 2 de noviembre, preparó para ‘Arcadia’ este decálogo en el que detalla su proceso a la hora de escribir.


1. La inspiración y el talento comparten una característica: son imposibles de evocar por medio de la voluntad. El bloqueo de escritor es permanente, los momentos en que la escritura fluye sin trabas son tan pocos que no entran en la estadística. Conviene quitar esas variables de la ecuación y quedarme solo con el esfuerzo; sentarme a escribir todos los días, dedicar la cantidad de horas que sean posibles a alternar la mirada entre la pantalla de la computadora y la ventana. Y leer siempre, todo lo que se pueda. 


2. Escribo sobre lo que no entiendo, no sobre lo que ya sé ni con alguna idea ingeniosa que creo poder manejar. El misterio que encierra un cuento, que es su núcleo, se devela a medida que lo voy escribiendo. Parto de una imagen que me inquieta, del rasgo de algún personaje, y busco qué hay ahí, qué pasa luego, hacia dónde va la historia. En algún momento, el misterio se percibe con cierta claridad, se lee sin estar enunciado. Recién entonces entiendo de qué trata el cuento; y cuando llego al final vuelvo al principio, empiezo a corregir para que todo apunte en la misma dirección. Como lector, lo más placentero son esos momentos epifánicos en los que comprendo algo sin que me lo digan.

3. A veces imagino la historia completa, con principio, desarrollo y final. En otras ocasiones es apenas una imagen, algo bastante vago que no toma forma hasta que empiezo a escribir. Lo que sucede siempre, en cualquiera de los casos, es que antes de bajarlo al papel ese cuento en potencia tenía una gracia que se pierde. Al rodear eso que vimos en determinada situación de coordenadas y descripciones, necesarias para que otro comprenda, se vuelve pesado y torpe. Es inevitable, lo importante es aprovechar el envión y seguir adelante, no detenerme en cuestiones de estilo, mucho menos preguntarme de qué trata el cuento hasta haberlo entendido sin necesidad de explicármelo.


4. Después viene el trabajo real, corregir. Una vez que tengo la primera versión, puedo hacerle al texto todas las preguntas incómodas que quiera, eliminar lo que sobre, tensar lo que está flojo y reordenar para acercarme lo más posible a aquel estado previo, de pureza y fluidez. Eso requiere tiempo y paciencia, dejar pasar uno o dos meses, releer con una mirada más fresca, corregir de nuevo. Y, por último, asumir la frustración de que nada de lo que escriba va a estar a la altura de mis expectativas.

5. Si algo no funciona, no funciona. Hay que ser honesto y despiadado. A veces cuesta tanto escribir una página, que luego parece un despropósito desecharla. Pero todo sirve, quizás como germen de otra historia, o al menos para saber que ese camino en particular no conduce a ningún lado. 


6. Las opiniones de colegas y amigos son más que útiles, son necesarias. Aportan la distancia y objetividad que yo no tengo. Y no tiene sentido defender mis interpretaciones frente a las de los demás, mucho menos ofenderme ante las críticas. Lo mejor es saber escuchar y aprovechar la oportunidad, única, de saber qué ve un lector en eso que escribí. Eso no significa que tenga que escribir para alguien en particular, no se escribe para complacer. Tengo que escribir pensando que a nadie le interesa lo que estoy haciendo, que nadie me lo pidió y que, quizás, nadie lo vaya a leer. Pero tengo que escribir de todas formas.


7. No importa qué estoy contando, lo importante es cómo. Tengo que avanzar con seguridad y sin ningún tipo de prejuicios, olvidar que estoy inventando a un narrador, a personajes que atraviesan situaciones que estoy imaginando. Hay que habitar ese mundo, observarlo como si fuese real y hubiese estado siempre ahí; e hilar una lógica interna que no se explique sino que se desprenda de las acciones de los personajes, de la causalidad del relato. La verosimilitud se construye en los detalles y las particularidades. Si uno escribe un cuento desde el punto de vista de un monstruo, ¿qué es la monstruosidad?

8. La novela suele apoyarse en sus personajes –con tiempo y espacio para desarrollarlos en profundidad– y en la empatía que generan, el arco que recorren. Un buen cuento, en cambio, se sostiene en la tensión de determinadas situaciones; en lo no dicho y la inminencia que genera. Tiene que haber algo contenido, que en general no termina de estallar y que se lee entre líneas e impide cerrar el libro.



9. El autor de un cuento tiene que ser invisible. No tengo que intentar lucirme con palabras rebuscadas o juegos de ingenio, mucho menos hablar de mí mismo. Tengo que crear un narrador que cuente lo mejor posible una buena historia, nada más. El cuento es un objeto estético autónomo, no se completa buscando en él pistas de la personalidad del autor, sus gustos o secretos.

10. Sentarse a escribir es un acto de fe. Por eso necesito recordarme estas cosas todos los días. Algunas de ellas, probablemente, sean mentiras, quizás solo suenen bien. Porque en literatura no existen las certezas, lo que me permite cambiar de opinión, adquirir mi propia experiencia, buscar respuestas nuevas para las mismas preguntas.
*Tomás Downey es uno de los cinco finalistas del Premio Hispanoamericano de Cuento Gabriel García Márquez 2016. Llegó a esa instancia con el libro Acá el tiempo es otra cosa, un total de "dieciocho cuentos extraños que oscilan entre el género fantástico, el terror y cierto naturalismo enrarecido", según reza la contraportada.